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Antiguas civilizaciones y enigmas

¿Está China ganando la guerra tecnológica a Estados Unidos? 1/3


Autor: Manel Sancho (https://oldcivilizations.wordpress.com); fecha: 1/2/2024

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El dominio de las áreas clave de alta tecnología ha llegado a ser reconocida cada vez más como el área más fundamental de la competencia entre las grandes potencias en el siglo XXI, especialmente Estados Unidos y China, por lo que viendo la confrontación actual entre Estados Unidos y China he vuelto a pensar en la vieja estrategia de los grandes poderes mundiales de Tesis, Antítesis y Síntesis, tal como fue definida por Hegel. Dicho con otras palabras: Crea un problema o situación, crea su antagonismo y busca una solución mediante una síntesis. Quizás un posible nuevo orden mundial está forzando llegar a esta síntesis, en que se elija el modelo ganador. Este tema lo publicaré en tres partes. En este primer artículo hago referencia a temas generales, así como a la educación, a la industria y a las finanzas. En el segundo artículo haré referencia a tecnologías concretas, como computación cuántica, inteligencia artificial y energía verde. En un Imagen 2tercer artículo haré referencia a los semiconductores y las tecnologías 5G, utilizando el ejemplo de la empresa china Huawei. Como pronóstico de lo que viene tenemos lo que el presidente chino Xi Jinping advirtió sobre la importancia de la tecnología cuando se dirigió a la Academia de Ciencias de China en mayo de 2021: “La innovación tecnológica se ha convertido en el principal campo de batalla en el área de juego global y la competencia por el dominio tecnológico se volverá de una ferocidad sin precedentes”. El ritmo más acelerado del desarrollo tecnológico actual y su mayor papel en la facilitación del poder han otorgado a la alta tecnología un grado de importancia sin precedentes en la configuración del equilibrio del poder global. En mayor medida que en cualquier otro momento la tecnología tiene la clave de la primacía en todas las áreas del poder. La innovación y la capacidad de desarrollar productos más sofisticados y rentables son vitales para la subsistencia, tanto de las economías civiles como de las industrias de defensa. En el espacio de la información, obtener ventajas en ser pioneros en las nuevas generaciones de tecnologías de comunicación y en medios para crear plataformas y contenidos más populares es un facilitador clave de un mayor poder y de la capacidad de ejercer una mayor influencia en el pensamiento y las percepciones públicas en todo el mundo. Por lo tanto, un sector tecnológico más dinámico, innovador y productivo puede traducirse en enormes ventajas en múltiples frentes. Y en contra de la opinión mayoritaria en Occidente, China está ganando la batalla tecnológica, un aspecto que analizaremos en estos artículos.

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Si bien es casi seguro que China y Estados Unidos serán las potencias tecnológicas dominantes del siglo XXI, aún queda por ver en qué orden, aunque en base a la información que tenemos yo creo que será China la que dominará. Pero sabemos que Beijing (Pekín) y Washington tienen visiones profundamente diferentes sobre la naturaleza del orden mundial y el futuro de la humanidad. La continuación de la primacía estadounidense facilitará efectivamente la continuación de un orden mundial centenario dominado y moldeado por el poder occidental, siendo Estados Unidos el sucesor de los imperios de Gran Bretaña, Francia, España, Holanda y Portugal como principal garante de este orden, y aglutinando al Occidente que lo respalda para reafirmar su liderazgo a nivel mundial. Por el contrario, un orden mundial moldeado por la primacía china representaría un retorno al status quo que precedió a la antigua expansión imperial china y la hegemonía global de Europa. De todos modos, después de leer numerosos libros y artículos sobre la tecnología en ambos países, mi opinión es que la supremacía china es imparable, ya que la aceleración en el progreso tecnológico chino es claramente superior a la de Occidente, además de que sus bases educativas, industriales, de inversión estatal y de planificación a largo plazo son evidentemente mejores. Y aquí expongo una metáfora que creo retrata bastante bien lo que está sucediendo. Imaginemos que China es como un océano cuyo nivel está creciendo, mientras que Occidente es la tierra. Occidente ha construido un dique para evitar que el océano inunde la tierra. Pero continuamente Occidente tiene que ir subiendo la altura del dique, hasta que llega un momento en que físicamente ya no es posible elevar más el dique, por lo que finalmente las aguas del océano inundan la tierra.

China ha sido la economía más grande del mundo y el líder en ciencia y tecnología durante la mayor parte de la historia de la humanidad hasta que las Guerras del Opio la llevaron a su siglo más calamitoso. Los milenios en los que China era la mayor potencia del mundo vieron un orden internacional de laissez faire en el que el estado de Asia Oriental demostraba poca ambición de imperio global o la imposición de su ideología, forma de vida, religión o método de gobierno en el extranjero, en marcado contraste con el Occidente que le sucedió. Se espera un retorno gradual a este tipo de multipolaridad si China prevalece en la actual competencia económica y tecnológica. Por lo tanto, el resultado de la competencia entre China y Estados Unidos por la primacía tecnológica determinará el futuro del orden mundial, con profundas implicaciones para todos los países. Hoy en día China no tiene rival en cuanto a la prevalencia de habilidades técnicas en su fuerza laboral, en la concentración de las cadenas de suministro manufactureras en su territorio y en la velocidad de su crecimiento económico. Estados Unidos, por el contrario, tiene la ventaja de una todavía influencia global mucho mayor, establecida principalmente a través de la exportación de sus medios de comunicación e ideología, el alcance global de sus agencias militares y de inteligencia, su gran red de tratados de alianza y su posición a nivel mundial de centralidad en el sistema financiero mundial. Esta influencia tiene implicaciones clave no sólo geopolítica y militarmente, sino también para la competencia tecnológica y económica, al permitir que Washington impulse a países de todo el mundo a llevar a cabo políticas más acordes con sus intereses y atraer talentos del extranjero. Pero esto, como veremos más adelante, está cambiando. Por lo tanto, las dos superpotencias son fundamentalmente diferentes no sólo cultural e ideológicamente, sino también en los tipos de activos de los que dependen. China es, gracias a su rápido crecimiento, el país más industrializado, mientras que Estados Unidos es en gran medida un imperio global con una mayor capacidad para moldear el mundo en general, aunque esto también está variando de cara al futuro.

Pero antes de continuar dediquemos algunas páginas a intentar entender mejor a la China de Xi Jinping. Es evidente que el liderazgo de Xi Jinping desde el 2012 está siendo crucial, ya que está decidido a llevar a China hacia un rejuvenecimiento nacional en un momento en el que mantener una rápida tasa de crecimiento se está volviendo cada vez más difícil. Justo antes de que Xi Jinping asumiera el poder en 2012, cuando todos los líderes chinos eran reformistas, no estaba claro hacia dónde se dirigiría esa reforma. China podría mantener el rumbo o embarcarse en un ambicioso proceso de reequilibrio de su economía, con todos los beneficios y riesgos potenciales que esto implicaría. Como máximo líder, Xi Jinping estaba decidido a utilizar su tiempo en el poder para dejar su huella. A medida que China avanza en el siglo XXI ya es la segunda potencia mundial según su capacidad económica, ya que se ha convertido en el principal país comercial e industrial con más rápido crecimiento. Decidido a afrontar este desafío, Xi Jinping presentó el concepto del «Sueño Chino» para resumir las ambiciones que tenía para el país, y desde entonces ha estado presionando al Partido Comunista para que lo siga. No hay duda de que China enfrenta una época compleja y difícil con cambios y desafíos, tanto internos como globales. Pero Xi Jinping está comprometido a liderar una China en rápido crecimiento y segura de sí misma para superar todos los problemas. Además, Xi Jinping pretende convertir al país en una sociedad moderadamente próspera, darle un nuevo impulso a su sorprendentemente rápido crecimiento económico y prepararlo para transformarse de una potencia regional a una superpotencia. Los objetivos internos y externos están entrelazados y alcanzarlos tendrá profundas implicaciones, tanto para China como para el mundo. Por lo tanto, la transformación que pretende Xi Jinping es un asunto de gran importancia mundial. La mejora constante de las condiciones de vida de sus ciudadanos y convertirse en la segunda economía más grande del mundo, han ayudado a los dirigentes chinos a perfeccionar sus objetivos. El Partido Comunista planea construir un fuerte consenso nacional en torno a su compromiso de hacer realidad el Sueño Chino y utilizar este proceso para impulsar a todos los chinos a unirse en los esfuerzos para construir un país rico, poderoso y armonioso. Al mismo tiempo, Xi Jinping busca mejorar las relaciones de China con las grandes potencias y sus vecinos. China ya es el mayor socio comercial de casi 130 países y planea aprovecharlo para promover una colaboración mutuamente beneficiosa. Además, China ha aprovechado la crisis financiera global como una oportunidad para dejar su huella. Desde la crisis financiera mundial, China está contribuyendo a mejorar la infraestructura y la capacidad industrial, no sólo a nivel interno sino también en otros lugares a través de su inversión en el exterior.

Pero las exitosas reformas de las tres décadas anteriores también han producido profundas contradicciones económicas y sociales, como reconoce el propio Xi Jinping: “En materia de desarrollo, China enfrenta una serie de agudas contradicciones y desafíos, lo que significa que hay muchos problemas y dificultades en el camino a seguir, que incluyen la falta de equilibrio, coordinación y sostenibilidad en el desarrollo, una capacidad inadecuada en innovación, una estructura industrial irracional, la falta de claridad y precisión sobre cómo desarrollar el país, una amplia disparidad en el desarrollo y los ingresos entre las ciudades y las regiones rurales, y el aumento de las contradicciones sociales. Para resolver estos problemas la clave está en profundizar las reformas”. Mientras los países avanzados, liderados por los Estados Unidos, buscan endurecer las reglas en la comunidad internacional para frenar a una China en ascenso, los vecinos asiáticos de China también se preocupan. En otras palabras, cuanto más rápidamente se desarrolla China, más sospechan y se preocupan los demás por sus intenciones y, a su vez, plantean desafíos y dificultades adicionales para China. Bajo Xi Jinping, China está adoptando un enfoque proactivo, observando cuidadosamente el entorno nacional e internacional para aprovechar al máximo las oportunidades y enfrentar los desafíos a medida que surjan. Esto significa centrarse en la planificación al más alto nivel, a medida que se avanza hacia una reforma más profunda en todos los ámbitos. Este espíritu fue resumido por Xi Jinping en un discurso pronunciado en el Instituto de Relaciones Internacionales de Moscú el 23 de marzo de 2013: «debemos marchar en sincronía con el progreso generado por la época en que vivimos, lo que significa que en el siglo XXI no debemos retener una mentalidad del pasado ni permanecer mentalmente en la era de la expansión colonial, ni pensar en los pensamientos del período de la Guerra Fría o conservar la mentalidad de suma cero”. Los dirigentes chinos adoptan una visión tanto a largo plazo como a corto plazo en la planificación estratégica y en sus políticas. Esto fue aclarado por Xi Jinping en «la decisión de la dirección central del PCC sobre la profundización integral de la reforma«, en la que dijo que: «las misiones de la reforma deberían implementarse para 2020«. A medida que China sigue creciendo, está asumiendo un papel más de liderazgo, un ejemplo de lo cual es la fundación del Banco Asiático de Infraestructura e Inversión. Según Wang Yizhou, Profesor y Vicedecano del Instituto de Relaciones Internacionales, en la Escuela de Estudios Internacionales, Universidad de Pekín: «el levantamiento del telón para las reformas internas ha llevado no sólo a cambios progresivos dentro de China sino también a una transformación de cómo China gestiona sus relaciones exteriores«.

China bajo Xi Jinping parece más firme ante el mundo exterior. Pero, en lo que respecta al gobierno, todavía se adhiere a una estrategia de desarrollo pacífico, modificada por un compromiso de adoptar una postura muy firme respecto de la integridad territorial del país y defender el derecho del Partido Comunista a decidir lo qué es mejor para el país. Cuando Xi Jinping hablaba con colegas del Politburó en enero de 2013, fue muy claro al decir: “Debemos tomar firmemente el camino del desarrollo pacífico, pero esto no significa que no protejamos nuestros derechos legítimos y definitivamente no menoscabemos nuestro interés nacional fundamental. Cualquier potencia extranjera que crea que puede lograr que China llegue a un acuerdo sobre su interés nacional fundamental se engaña. No deberíamos pensar que China alguna vez vaya a transigir en materia de soberanía, seguridad nacional y derechos de desarrollo”. Este enfoque se manifiesta en la defensa de un nuevo tipo de relación entre grandes potencias, tales como «el cinturón económico de la ruta de la seda”. Independientemente de cómo las reciba el mundo exterior, son políticas diseñadas para garantizar que tanto China como sus socios se beneficien del desarrollo de asociaciones estratégicas entre ellos. Desde el Cuarto Pleno (2014), el objetivo es construir y fortalecer la institución para «gobernar el país de acuerdo con la constitución» para que prevalezca el Estado de derecho. Este fortalecimiento del marco legal y judicial también implica un compromiso para construir lo que el Partido Comunista considera una relación armoniosa entre los grupos étnicos en China, aunque sobre ello habría mucho que decir, como puede verse en los casos del Tibet y la región de Xinjiang. Desde el XVIII Congreso del Partido, la campaña anticorrupción se ha puesto en marcha, ya que la corrupción estaba muy extendida entre miembros del partido, y se ha ampliado y profundizado a un nivel nunca visto en la era de las reformas a fin de crear un mejor entorno político que mejore la capacidad y eficacia de la gobernanza. Más específicamente, lo que Xi Jinping tiene en mente es: “El crecimiento de China se está desacelerando y es el resultado de la dirección del gobierno. Para alcanzar el objetivo de duplicar el PIB per cápita de 2010 para 2020, será suficiente una tasa de crecimiento del 7 %. Esto se basa en nuestros cálculos mientras elaboramos los planes a mediano y largo plazo. Reconocemos que para abordar de manera fundamental las cuestiones básicas para el desarrollo económico a largo plazo debemos implementar decididamente reformas estructurales, aunque esto requeriría reducir la tasa de crecimiento. En todos los asuntos debemos tener en cuenta las necesidades tanto a largo como a corto plazo mientras planificamos cuidadosamente y reflexionamos profundamente. Los métodos que maximizan los rendimientos a corto plazo a expensas de las ganancias a largo plazo no son sostenibles”.

El gobierno chino planea utilizar la ley como instrumento básico para gobernar el país y la sociedad. Considera la justicia social como un valor fundamental, y sus esfuerzos por proporcionar un entorno seguro y armonioso para que la gente común viva y trabaje son cruciales para su política de gobernanza y estabilidad social. De todos modos por armonioso se entiende evitar la disidencia o comportamientos que se consideren contrarios a las leyes chinas. Desde la perspectiva de los dirigentes chinos, la complejidad y los desafíos que China debe afrontar a medida que crece están aumentando sustancialmente. En un mundo globalizado que está en constante evolución, los líderes consideran necesario y útil establecer un nuevo organismo general a nivel estatal para garantizar que China tenga la capacidad de mejorar su estrategia de seguridad nacional y planificar y prepararse para enfrentar cualquier desafío que pueda enfrentar. Las áreas que caen dentro de su competencia incluyen la integridad territorial, la seguridad marítima, los asuntos exteriores, los asuntos militares, la seguridad de los recursos, la economía y los medios de vida de las personas, en que las dos últimas implican que la estabilidad social también está dentro de su competencia. La relación entre China y Estados Unidos es muy compleja, con competencia e intereses entrelazados en todos los niveles, bilateral, regional y global. Las consecuencias de una mala gestión de esta importante relación bilateral podrían ser nefastas. Conscientes de que el ascenso de China está causando preocupación en todo el mundo, los dirigentes chinos intentan asegurar a los demás que siguen comprometidos con el enfoque de desarrollo pacífico. Se ha acercado a los países europeos en particular, intentando mejorar las relaciones, promover la cooperación y llevar su relación a un nivel superior. También está profundizando su asociación estratégica con Rusia y apoya activamente el funcionamiento de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) como organización de cooperación multilateral. En cuanto a los vecinos de China, Xi Jinping los toma en serio. De hecho, Asia oriental sigue siendo la región estratégicamente más importante en el pensamiento del gobierno chino, una realidad que no ha cambiado con la constante transformación de China de una potencia regional a una potencia global.

Esto se tradujo en un plan para mejorar las relaciones con la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN) mediante la fundación del Banco Asiático de Inversión e Infraestructura y la construcción de un «cinturón económico de la ruta de la seda» para que todos se beneficien de ser parte de una coalición con un futuro compartido. El Gobierno chino también está explorando las posibilidades de mejorar su participación y contribución en la región y en sus países vecinos. Se centra en la formación o mejora de áreas de libre comercio, el apoyo al desarrollo de infraestructura en el Sudeste Asiático y, potencialmente, la construcción de un corredor económico China-Birmania-India. Lo que define la dirección del cambio en la década de Xi Jinping no es la condición general del país y la necesidad de cambios, sino la personalidad y la visión del propio Xi Jinping. Desde el momento en que asumió la dirección del Partido Comunista inmediatamente puso su propio sello en el Partido Comunista y en el país, y presionó con fuerza para lograr cambios. El enfoque que eligió fue profundizar en la reforma, yendo mucho más allá de lo que se había intentado anteriormente para revitalizar las reformas iniciadas bajo Deng Xiaoping. Más específicamente, significaba hacer pleno uso del Partido Comunista como instrumento para profundizar la reforma, para lo cual rápidamente inició una campaña de rectificación para librarlo de los elementos ineficaces y poco confiables y fortalecer su capacidad para trabajar a través de la campaña anticorrupción. Como líder de China está comprometido a prevenir una implosión al estilo soviético y a regenerar el Partido Comunista y el país durante su mandato. Si bien Xi Jinping reconoce el riesgo de que la República Popular China pueda seguir los pasos que sufrieron otros estados comunistas, no comparte la preocupación que tenían los líderes del Partido Comunista Chino a principios de la década de 1990. El objetivo de las reformas en el ámbito político es reforzar y fortalecer este sistema, no reemplazarlo por un sistema alternativo como la democracia liberal o por una restauración del totalitarismo maoísta o por una dictadura, aunque podemos considerar su liderazgo como un tipo de dictadura, aunque sea aparentemente blanda. En esencia, se trata de restaurar la grandeza de China como país rico apoyado por un ejército moderno y poderoso. El principal instrumento para hacer realidad el sueño chino es el Partido Comunista, que Xi Jinping planea revitalizar.

La «democracia china«, tal como se interpreta e implementa bajo Xi Jinping, no tolera ningún margen para que el Partido Comunista pierda poder. Xi Jinping está decidido a que el Partido Comunista continúe como «partido de vanguardia» y «guardián del pueblo«. En realidad el Partido Comunista Chino tiene una estructura piramidal, como en la mayoría de las sociedades secretas, con Xi Jinping en la cima de la pirámide. Como tal, el Partido Comunista se asegurará de que mantenga, e incluso fortalezca, su capacidad a largo plazo para lidiar con la disidencia, así como para idear e implementar un modelo de desarrollo que busque generar crecimiento, empleo, estabilidad, orden, prosperidad y una mejor gobernanza para la gente común y corriente. Bajo Xi Jinping, el Partido Comunista mantendrá un monopolio de poder blando y eficiente mientras practica el centralismo con ciertos aires democráticos. China, bajo Xi Jinping, buscará utilizar represión e incentivos para eliminar o neutralizar los desafíos al Partido Comunista tan pronto como se detecten, en lo que las nuevas tecnologías pueden ayudar significativamente. Esto debería prevenir o reducir la necesidad de recurrir a una represión violenta a gran escala, tipo 1984 de Orwell. Esto no significa que la represión como táctica no se aplicará si los máximos dirigentes ven un desafío a la seguridad y la unidad del Estado. Esto se aplica no sólo a las regiones occidentales con una fuerte concentración de minorías, sino también al resto del país. El aumento percibido de un serio desafío terrorista de tipo islamista en Xinjiang después de una serie de atentados con bombas en su capital, Urumqi, en la primavera de 2014 probablemente resulte en un uso más amplio de una violenta represión allí. Pero la represión tecnológica sigue siendo la opción preferida en el resto del país. El Partido Comunista Chino ha examinado más a fondo la experiencia de las «economías de los tigres asiáticos» bajo gobiernos autoritarios, particularmente la de Singapur. Sin embargo, el producto final es lo que el Partido Comunista decida llevar a cabo.

De hecho, el Partido Comunista bajo Xi Jinping está interesado no sólo en ampliar las prácticas de buena gobernanza sino también en permitir un mayor margen para las libertades civiles y la participación política de la gran mayoría de la ciudadanía china. No obstante, quedan excluidos los disidentes que el Partido Comunista considere subversivos para el interés nacional. De hecho, su alcance para hacerlo se ha vuelto más eficaz mediante la utilización de nuevas tecnologías. Xi Jinping desea garantizar que el Partido Comunista desempeñe un papel de liderazgo y el enfoque adoptado es utilizar el concepto de las jaulas de pájaros, en que los pájaros pueden representar distintos temas o áreas. El Partido Comunista está dispuesto a ampliar la jaula como mejor le parezca, dando suficiente margen para operar en el ámbito no crítico con el sistema mientras se reduce la jaula para evitar extender su alcance al ámbito crítico y de los medios de comunicación, de modo que la sociedad civil no pueda representar una amenaza para el Partido Comunista. El «enfoque de jaulas de pájaros» para gestionar la economía, tal como lo expuso el antiguo miembro del Partido, Chen Yun, todavía se practica, aunque la jaula ya se ha ampliado sutilmente tanto en las áreas económicas, industriales, empresariales, tecnológicas, de investigación, etc… que normalmente no es perceptible para la mayoría de los ciudadanos chinos. El principio básico sigue siendo que el Partido Comunista ampliará la jaula siempre que el desempeño del pájaro (o la economía) lo justifique y sea seguro hacerlo. Pero el Partido Comunista reduciría la jaula si fuera necesario mantener vigente el sistema, como sucede con los medios de comunicación, la disidencia y la delincuencia o falta de respeto a las normas. Una limitación clave de este enfoque es que reducir el tamaño de la jaula invariablemente provocaría consecuencias no deseadas. Siendo este el caso, la ampliación de la jaula sólo se ha permitido de forma incremental y cuidadosamente calibrada, especialmente en las áreas científica, tecnológica e industrial. Permitiendo la libre empresa o la empresa mixta público-privada, aunque controladas sutilmente por el Partido Comunista, ha posibilitado una aceleración en el crecimiento y el desarrollo tecnológico.

A pesar de la dramática transformación a lo largo de tres décadas de reformas, la economía de China todavía no es, por diseño, un mercado libre, aunque tampoco es ya una economía estrictamente dirigida. Es un país mixto, en el que el capital privado tiene ahora un enorme margen para invertir en casi todas aquellas líneas que considere más rentables de manufactura, comercio o prestación de servicios. También es un país en el que las empresas estatales o públicas disfrutan de grandes privilegios y patrocinio gubernamental, y todavía están sujetas a la dirección del gobierno. En pocas palabras, el Partido Comunista ha ampliado tanto la jaula del pájaro en lo que podemos considerar el mercado que el pájaro se ha desarrollado en gran medida sin verse seriamente limitado por la jaula la mayor parte del tiempo. Pero hay que ser conscientes de que la jaula no ha sido ni será eliminada. Mientras Xi Jinping lidera el camino para reelaborar la estrategia a fin de reequilibrar la economía en la próxima década, está explorando formas de gestionar la jaula de pájaros de una manera más inteligente. No hay duda de que bajo Xi Jinping el Partido Comunista seguirá consultando a los mejores economistas del país y a otras personas con la experiencia necesaria, pero la naturaleza leninista del Partido Comunista también se impondrá. Reequilibrar la economía significa esencialmente hacerla mucho más eficiente y menos dependiente del crecimiento impulsado por las exportaciones y las inversiones en infraestructura, así como más dependiente del consumo interno y del mercado. Xi Jinping ha elegido fortalecer el Partido Comunista y su control sobre el mercado como requisito previo para este esfuerzo. Lo que se está poniendo en marcha es la capacidad de gestionar la ampliación de la jaula de pájaros de forma más inteligente. La intención es ampliar sustancialmente la jaula de pájaros, pero no en todas las direcciones, para que el mercado pueda realmente desempeñar un papel decisivo pero sin representar una amenaza a la integridad del sistema consultivo leninista chino.

Pero Xi Jinping es ante todo un nacionalista chino. Su defensa del Sueño Chino lleva el patrocinio del nacionalismo por parte del Partido Comunista a un nivel más alto que hasta ahora. Pero al hacerlo no hace más que reforzar una tendencia existente. El Partido Comunista Chino pretende impedir que los valores y creencias occidentales cautiven a los ciudadanos chinos que vivían en un vacío ideológico. Xi Jinping busca utilizar «las creencias tradicionales (como el confucionismo) con la esperanza de que ayuden a llenar un vacío moral creado por el crecimiento vertiginoso del país y su prisa por enriquecerse«. La elección del nacionalismo como nueva ideología estatal pretende mejorar la capacidad del Partido Comunista para permanecer en el poder. Después de 1989, el Partido Comunista actuó rápidamente para posicionarse como defensor del orgullo nacional y la unidad de China. El nacionalismo así promovido alienta a los ciudadanos chinos a identificarse con una China en ascenso bajo el liderazgo del Partido Comunista en yuxtaposición con Occidente, que se presenta como incómodo con el resurgimiento y la unidad histórica del país. Xi Jinping utiliza el nacionalismo, no el maoísmo, como base ideológica de la legitimidad del Partido Comunista. Un mes después de su ascenso, Xi Jinping explicó a los marineros en Guangzhou que el Sueño Chino consistía en un renacimiento nacional y en la construcción de un país fuerte y de fuerzas armadas poderosas que deberían ser totalmente leales al Partido Comunista. Este enfoque en el resurgimiento nacional sugiere que está aún más comprometido que sus predecesores en utilizar el nacionalismo como ideología estatal para galvanizar al país. Bajo Xi Jinping, el Partido Comunista continúa utilizando una extensa campaña propagandística y educativa para adoctrinar al pueblo en el patriotismo. El núcleo de esta campaña es enfatizar «cómo las condiciones nacionales únicas de China la hacen inadecuada para adoptar una democracia liberal al estilo occidental» y cómo el sistema político existente de China ayuda a «mantener la estabilidad política, un requisito previo para un rápido desarrollo económico«. La intención es inculcar en la mente del pueblo chino un sentimiento de orgullo por China y su desarrollo que sea inseparable del liderazgo del Partido Comunista.

Al modernizar las capacidades del régimen chino para monitorear y dirigir la opinión pública e inculcar un sentido de deber patriótico a sus ciudadanos, así como de apoyar al gobierno, el Partido Comunista ha desarrollado una capacidad significativa para desviar el descontento público. Al mejorar su capacidad para detectar desafíos a medida que surgen y eliminar la mayoría de ellos, ya sea mediante cooptación o mediante una represión inteligente, antes de que se conviertan en amenazas importantes para el sistema, se ha reducido la necesidad de recurrir a una represión violenta a gran escala. Esto, a su vez, reduce la exposición a riesgos que podrían desestabilizar el sistema de manera fundamental. Xi Jinping está comprometido a hacer que el sistema funcione mejor, ya que entiende que no es un sistema estático sino uno que necesita adaptarse al entorno cambiante para que el Partido Comunista permanezca en el poder y dirija el desarrollo de China. Xi Jinping expresa su confianza en la capacidad del sistema para sentar las bases para que China asegure su resurgimiento como una gran potencia. Busca lograr esto revitalizando al Partido Comunista para que pueda actuar como un instrumento leninista para el control y para dirigir la siguiente etapa de reforma, así como para llegar a las masas de manera más efectiva. El lanzamiento de la campaña anticorrupción después del XVIII Congreso fue sólo el primer paso en este proceso. Xi Jinping se comprometió a fortalecer aún más la capacidad y eficacia del Partido Comunista, el aparato estatal y las fuerzas armadas, con el fin de racionalizar su organización y fortalecer su preparación para el combate. A medida que el Partido Comunista de Xi Jinping gane más confianza y competencia, es probable que adopte medidas más audaces para profundizar las reformas. Esto debería implicar que se dé mayor margen a los ciudadanos privados para operar siempre que no representen un desafío para el Partido Comunista, mientras que el margen de los disidentes para organizarse se restringirá más estrictamente.

La importancia de la guerra tecnológica entre China y Estados Unidos se menosprecia a menudo, pero se vuelve evidente al considerar la baja probabilidad de que dicha competencia tecnológica pueda ampliarse a otros actores en el futuro previsible. Durante el siglo XX podían surgir rápidamente nuevos actores como líderes en determinados sectores de la industria, desarrollando cadenas de valor completas a nivel nacional, como ocurrió con la URSS. La práctica imposibilidad para otros países de implementar cadenas de valor globalizadas excluye en la práctica la posibilidad de que nuevas potencias industriales líderes surjan de forma independiente. No sólo está creciendo la brecha entre los líderes tecnológicos y el resto del mundo, sino que esta brecha está creciendo a un ritmo acelerado, haciendo cada vez más difícil que nuevos actores esperen competir a un nivel similar al de Estados Unidos o China. A partir de 1949, China, con un ritmo de progreso continuo y rápido, e inicialmente con un apoyo económico soviético muy considerable, tardó cerca de setenta años en cerrar en gran medida la brecha tecnológica y convertirse en un competidor de las potencias occidentales dominantes. Para un nuevo país aspirante que hoy buscase competir como una potencia industrial y tecnológica de primer nivel, la tarea será cada vez más imposible. Uno de los muchos ejemplos de cómo las tendencias tecnológicas han aumentado significativamente las barreras de entrada a la competencia tecnológica y económica de alto nivel fue descrito por el veterano inversionista en tecnología y líder en inteligencia artificial, el informático, empresario y escritor taiwanés, autor de AI 2041: Ten Visions for Our Future, y que actualmente tiene su base en Beijing, China, Lee Kai-Fu, de la siguiente manera: “La automatización impulsada por la IA en las fábricas socavará la única ventaja económica que históricamente han poseído los países en desarrollo: la mano de obra barata. Es probable que las fábricas operadas por robots se reubiquen para estar más cerca de sus clientes en los grandes mercados, eliminando el camino que países en desarrollo como China y los ‘tigres asiáticos’ de Corea del Sur y Singapur tuvieron que recorrer en su camino para convertirse en empresas tecnológicas de altos ingresos y economías en crecimiento. La brecha entre los ricos y los pobres del mundo se ampliará, sin que se conozca un camino para cerrarla”.

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Con el Japón imperial y la URSS, que en el siglo XX eran los únicos países industriales no occidentales de primer nivel capaces de desafiar la primacía tecnológica occidental, ambos actualmente eliminados del liderazgo, China podría ser el último desafío tecnológico al que se enfrente Occidente. En este contexto se puede entender que, si bien una victoria china en la guerra tecnológica podría poner fin definitivamente al orden mundial basado en la hegemonía occidental, la derrota de China podría sellar el destino del mundo hacia una hegemonía occidental indefinida. Se demostró que el politólogo estadounidense Francis Fukuyama, autor del libro El fin de la historia y el último hombre, y otros como él se habían precipitado al declarar el «fin de la historia» cuando concluyó la Guerra Fría. De hecho, un «fin de la historia» ideológico y el establecimiento de un sistema político y económico único indefinidamente es imposible mientras los humanos se gobiernen a sí mismos. La naturaleza humana dicta que las generaciones sucesivas tenderán a experimentar nuevas formas de pensar y de organizarse, lo que significa que una eterna «democracia liberal occidental» para todo el mundo, como predijeron Fukuyama y otros, nunca fue realista. Aun así, la guerra tecnológica podría presagiar un «fin de la historia» mucho más grave, es decir, que el equilibrio del poder económico y tecnológico, y con ello inevitablemente el equilibrio militar, se decidirá irreversiblemente en los próximos años a favor de un centro de poder u otro, y creemos que los grandes poderes en la sombra ya están apostando por China. La capacidad de Estados Unidos para mantener la estabilidad de su economía, la posición de su moneda y, en particular, sus niveles de gasto público, siguen estando seriamente en problemas a medida que sus déficits presupuestarios se vuelven más extremos. Dado que los pagos anuales de intereses sobre la deuda superarán todo el presupuesto del Pentágono antes de 2030, el estado de su economía podría obligar a recortes muy profundos en el gasto gubernamental y debido a ello dificultar seriamente la capacidad de Estados Unidos para competir en la guerra tecnológica.

Más allá de estos problemas económicos, la extrema dependencia del sector tecnológico estadounidense del talento extranjero sigue siendo otro problema grave que requeriría medidas sin precedentes, tales como la reforma del sistema educativo. La capacidad de atraer talento, entre otros factores, depende de una política de inmigración sólida, el mantenimiento del poder en un sistema democrático, ventajas claras sobre los competidores emergentes y la estabilidad económica. Pero se está cuestionando la capacidad de Estados Unidos para conseguirlo. Mientras China es vilipendiada por la prensa occidental, hay crecientes señales de que el talento de Asia Oriental en particular, cada vez más alienado por la discriminación, las sospechas del gobierno norteamericano y los crecientes incidentes de odio contra ciudadanos chinos en Estados Unidos, mirará hacia China, que además tiene las importantes ventajas de una economía y una base industrial más grandes, de crecimiento más rápido y significativamente más saludables que las de Estados Unidos. Su capacidad nacional para ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas (Science, Technology, Engineering and Mathematics, conocido como STEM) indica que el talento en China no sólo es mucho mayor y su población está mejor educada, sino que la discrepancia con Estados Unidos en estos campos está aumentando rápidamente, y todos los indicadores principales, desde los doctorados completados y las patentes presentadas, hasta el Informe del Programa para la Evaluación Internacional de los Estudiantes (PISA) de los escolares, apuntan fuertemente a esta tendencia. Incluso los analistas occidentales consideran cada vez más que el sistema político de China es más adecuado para apoyar a un sector tecnológico líder en el mundo, lo que lo convierte en el preferido por los grandes poderes en la sombra del mundo. Un ejemplo notable fue la financiación gubernamental china de I+D en áreas clave que habían sido una parte constante de la planificación económica china desde la década de 1950 y que, en marcado contraste con Estados Unidos, creció de manera constante como porcentaje del PIB, manteniendo el rápido crecimiento económico del país. Esto aseguró la financiación en áreas estratégicas donde el sector privado tal vez no habría estado dispuesto a involucrarse. Como dicen los editores del MIT Technology Review: “Es más probable que los gobiernos financien apuestas arriesgadas a largo plazo, como energía limpia, materiales sostenibles o fabricación inteligente, el tipo de tecnologías que el mundo realmente necesita en este momento. Se ha vuelto cada vez más claro en Occidente que, si bien el modelo de capital-riesgo es bueno para construir cosas que la gente quiere, es menos bueno para producir cosas que la sociedad necesita para resolver problemas difíciles y de largo plazo, como las pandemias y el cambio climático”. Los economistas, como Daron Acemoglu del MIT, sostienen que permitir que Silicon Valley establezca la agenda tecnológica estadounidense no sólo ha limitado la innovación a los tipos de invenciones que pueden generar ganancias rápidas, sino que también ha contribuido al crecimiento de la desigualdad. Esto fue eficaz para impulsar el PIB y crear empleos a corto plazo, pero a largo plazo dejó a Estados Unidos en una posición mucho más débil para competir en tecnologías estratégicamente vitales.

El surgimiento de la superioridad china en todas las áreas tecnológicas estratégicas, incluidas la inteligencia artificial, el 5G, la computación cuántica, la fusión nuclear, los semiconductores, la tecnología verde y la biotecnología, se proyecta cada vez más como el futuro más probable según las tendencias predominantes. Un informe de diciembre de 2021 de la Harvard Kennedy School, por ejemplo, enfatizó que sólo una respuesta estadounidense análoga a la movilización que creó las tecnologías que ganaron la Segunda Guerra Mundial tenía posibilidades de evitar el dominio chino total del futuro con respecto a las tecnologías del siglo XXI. En este informe se dice que en algunas áreas China ya se ha convertido en el número uno. En otras, si sigue la trayectoria actual, superará a Estados Unidos antes del 2030. Si Estados Unidos pudiera seguir siendo un competidor de China, el conflicto bien podría durar hasta una fase en la que la experiencia humana y la vida cotidiana de las poblaciones de los países desarrollados cambien de manera muy fundamental. Es probable que el cambio sea mucho mayor que el provocado en la década de 2010 por la proliferación de teléfonos inteligentes y datos móviles. Dos campos que podrían ser particularmente transformadores son la inteligencia artificial, especialmente cuando de alcance la IA General, equivalente a la de un ser humano pero enormemente más rápida, y luego la Superinteligencia de la que escribiré en un futuro artículo, así como los avances en neurociencia, es decir, aquellos que podrían permitir que los cerebros humanos se conecten directamente a las máquinas, a Internet e incluso a la IA. Se están realizando investigaciones sobre ello en China y Estados Unidos, y la empresa Neuralink del empresario tecnológico Elon Musk dio a conocer su éxito en abril de 2021 al permitir a monos interactuar con computadoras y jugar a videojuegos mediante implantes en sus cerebros. Los preparativos para ensayos con humanos comenzaron en enero del año siguiente. Elon Musk predijo que no sólo el aprendizaje de idiomas pronto se volvería obsoleto, sino que el lenguaje mismo cambiaría fundamentalmente a medida que los cerebros con implantes neurológicos presumiblemente encontrasen medios más eficientes para comunicarse usando lenguajes informáticos. Hay muchos ejemplos de cómo la competencia y el avance tecnológico están a punto de alterar profundamente la experiencia humana, lo que significa que la guerra tecnológica probablemente producirá un mundo muy diferente al que existía cuando comenzó.

La fortaleza de la posición de cualquier país para competir por el liderazgo en tecnologías punta está determinada por múltiples factores, algunos de los cuales incluyen su base industrial preexistente, el tamaño y la riqueza de su base de consumidores y la eficacia con la que los sectores público y privado, así como los sectores industriales civil y de defensa pueden crear sinergias y cooperar. Quizás lo más importante, sin embargo, sea el nivel de educación científica y técnica del país y su capacidad para producir y retener talentos. El presidente chino, Xi Jinping, se refirió a esto en 2018 como “el primer recurso” en el impulso de su país por la “innovación independiente”. Cuando Xi Jinping tomó las riendas del Partido Comunista de China (PCC) como su Secretario General en el XVIII Congreso del Partido en noviembre de 2012, dejó claro que llevaría a la República Popular China a una nueva etapa de desarrollo y de profundización en la reforma. No se trataba sólo de reequilibrar la economía, sino también de mejorar sustancialmente la gobernanza y realzar el papel que China desempeñaría en el mundo. La llegada de Xi Jinping al poder en el XVIII Congreso marcó el inicio de un nuevo capítulo en la era de las reformas post-Mao. Desde la década de 2010 China ha mostrado cada vez más signos de ventaja sobre su principal rival económico, Estados Unidos, en términos de la educación general de su población y la concentración de habilidades y talentos entre sus ciudadanos, necesarios para competir en alta tecnología. Esto podría medirse de varias maneras, incluido el número de patentes presentadas, el número de artículos publicados relacionados con la ciencia y la tecnología que se publican y citan, y el desempeño de los niños en las escuelas, así como casi todas las métricas que apuntan consistentemente a una población china en rápido crecimiento. Tomando como ejemplo el número de artículos publicados en revistas científicas, el barómetro más básico de la actividad de investigación y desarrollo de un país, China superó a Estados Unidos en el período 2016-2018, publicando el 19,9 por ciento del total mundial con 305.927 artículos. Esto fue 18 veces el promedio del país para el período 1996-1998, y 3,6 veces el del período 2006-2008, y la tasa de crecimiento indica que China probablemente duplicaría la cifra de artículos publicados en Estados Unidos antes del 2030. El rápido crecimiento del número de publicaciones chinas se produjo gracias al rápido crecimiento de su economía aún en desarrollo, de la financiación de la investigación, del porcentaje de su población que trabaja en investigación y del número y clasificación de sus instituciones académicas.

Si se analizan otras métricas del nivel educativo de un país, la ventaja de China resulta aún mayor. Los resultados de las pruebas del Programa Internacional de Evaluaciones de Estudiantes (PISA) de la OCDE publicados en 2019, basados en un estudio de 600.000 niños de todo el mundo, encontraron que los estudiantes chinos, seguidos de cerca por los de Singapur, eran los mejor educados del mundo y estaban varios años por delante de los niños occidentales en todas las materias. Estos resultados se interpretaron en el sentido que auguraban un desempeño económico más fuerte para China en el futuro, ya que los economistas habían encontrado una coincidencia entre la puntuación PISA de un país y su crecimiento económico a largo plazo. El alcance de la ventaja china a mediados de la década de 2010 a menudo provocó respuestas de incredulidad en Estados Unidos y el mundo occidental en general. Un destacado experto en China y director del Centro Belfer para Ciencias y Asuntos Internacionales de la Harvard Kennedy School, Graham Allison, observó en 2017 sobre las percepciones estadounidenses en relación con la repentina ventaja educativa de China: “Para los estadounidenses que crecieron en un mundo en el que Estados Unidos significaba el número uno, la idea de que China pueda realmente desafiar a Estados Unidos como líder educativo global parece imposible de imaginar”. Se preguntó a los estudiantes estadounidenses que estimasen cuándo China podría superar a Estados Unidos como el principal productor en el mercado de automóviles, supercomputadoras, teléfonos inteligentes, etc. La mayoría quedó atónita al saber que China ya ha superado a Estados Unidos en cada una de estas métricas. Luego se les preguntó si creían que durante su vida China superaría a Estados Unidos y se convertiría en la economía más grande del mundo. En una clase de 60 estudiantes, aproximadamente la mitad apostó que vivirían para ver a Estados Unidos convertirse en el número dos, mientras que la otra mitad no estaba de acuerdo. En 2016, el PIB de China era de 21 billones de dólares y el de Estados Unidos de 18,5 billones de dólares, medido según la paridad del poder adquisitivo.

Graham Allison enfatizó que si bien la economía de China creció tres veces más rápido que la de Estados Unidos, no sólo los estudiantes estadounidenses sino el país en su conjunto, incluida la mayoría de los medios de comunicación, «perdieron el panorama general» del ascenso de China. Señaló que a medida que China superó a Estados Unidos en todo el espectro de métricas, desde la investigación y el desarrollo hasta las principales universidades de ingeniería, era imperativo que los responsables políticos estadounidenses comenzaran a reconocer y aceptar «estas realidades incómodas pero innegables«. En cuanto a la sorpresa con que Occidente recibió la creciente primacía de China en alta tecnología, John Naughton, investigador principal de la Universidad de Cambridge, observó que esto se debía en gran medida a un estereotipo basado en la idea de la superioridad occidental. En un destacado artículo de 2013 titulado: “¿China busca nuestros inventos? ¿A quién engañamos?”, afirmó: «La idea de que los chinos son incapaces de producir nada por sí mismos es un argumento racista milenario». Naughton afirmó con respecto a su propia experiencia con estudiantes chinos en campos técnicos: “Uno de los aspectos más sorprendentes de los departamentos de ingeniería y ciencias de las universidades de élite británicas y estadounidenses es el asombroso número de estudiantes chinos que cursan allí estudios de posgrado. He conocido a bastantes de estos estudiantes en el transcurso de mi trabajo diario. Son uniformemente trabajadores y muchos de ellos son realmente muy inteligentes. La mayoría planea regresar a casa después de haber obtenido sus títulos o haber completado su investigación postdoctoral. Y cualquiera que piense que son intelectualmente inferiores a sus homólogos locales no está prestando atención. Si China no se convierte en un innovador tecnológico, no será por falta de talento. Puede que llegue un momento en el que tengamos que robarles sus inventos”. El escritor de ciencia ficción Isaac Asimov durante una entrevista en la década de 1980 puso el dedo en la llaga con este comentario sobre Estados Unidos: “Existe un culto a la ignorancia en Estados Unidos y siempre lo ha habido. La tensión del anti intelectualismo ha sido un hilo constante que se abre paso a través de nuestra vida política y cultural, alimentado por la noción falsa de que democracia significa que mi ignorancia es tan buena como tu conocimiento”.

Hay un evidente contraste entre China y Estados Unidos en la valoración del tipo de habilidades y profesiones. Una encuesta de la empresa estadounidense de análisis e investigación de mercado Harris Poll realizada en 2019 encontró que, mientras que los niños en China soñaban con la exploración espacial, siendo la de astronauta la profesión más popular entre varias opciones, los de Estados Unidos y Gran Bretaña preferían abrumadoramente ser youtubers o video-blogueros. Además, en China los trabajadores tecnológicos y científicos eran los mejor pagados del país después de superar a los profesionales de las finanzas. Asimismo, las actitudes hacia los educadores y hacia el aprendizaje en China y el oriente de Asia contrastan marcadamente con los del mundo occidental. Las observaciones de los expertos estadounidenses sobre la discrepancia entre su propio sistema educativo y los de los países de Asia oriental, o China más específicamente, tuvieron eco en Gran Bretaña. Cuando visitó instituciones educativas chinas en 2010, el secretario de Educación británico, Michael Gove, quedó asombrado por la diferencia de estándares. Posteriormente concluyó que “las escuelas del Lejano Oriente están formando estudiantes que trabajan a un nivel mucho más alto que el nuestro”. El año siguiente, un trabajo de la Universidad de Oxford se refirió a la experiencia de los estudiantes que regresaban de China: “Los estudiantes chinos tienen una ética de trabajo de dedicación, resiliencia y autodisciplina, lo que francamente es muy superior en relación a los estudiantes británicos, pero también a los estudiantes universitarios de Oxford”. Estos relatos reflejaban los hallazgos de los educadores estadounidenses y occidentales que visitaron China. Margot Landman, del Comité Nacional sobre las relaciones entre Estados Unidos y China, observó que “no sólo los estudiantes chinos estaban extraordinariamente motivados para aprender de maneras que nuestros hijos no lo están, sino que también los maestros en general eran mucho mejores a la hora de proporcionarles información”.

Las implicaciones de la discrepancia en materia de educación entre el Asia oriental y Occidente, y entre China y Estados Unidos en particular, fueron muy significativas para sus posiciones a la hora de competir en alta tecnología. El destacado físico teórico estadounidense Michio Kaku, basándose en su experiencia con el sistema educativo de Estados Unidos, concluyó no sólo que las instituciones estadounidenses no podían producir un alto nivel de graduados, sino que, en consecuencia, el país se veía obligado a depender en gran medida del talento extranjero para su desarrollo científico. En Estados Unidos el 50% de todos los doctorados universitarios han nacido en el extranjero. Hasta hace poco Estados Unidos ha sido un imán que absorbía a los mejores cerebros del mundo. Figuras destacadas del mundo académico aludieron ampliamente a la importancia de contar con talentos extranjeros formados para apuntalar el sector tecnológico estadounidense y permitirle competir a nivel internacional. Estados Unidos ha dependido durante muchos años del talento de otros lugares para impulsar el dominio tecnológico del país, y sus principales competidores son conscientes de esto, por lo que saben que cualquier obstáculo al acceso de mentes extranjeras a los Estados Unidos podría perjudicar gravemente su sector tecnológico. El fundador y ex director general de la firma de servicios de asesoría global de Alianzas Estratégicas Internacionales, George Koo, señaló: “sin la aportación de los mejores y más brillantes estudiantes internacionales, y los estudiantes de China representan más de un tercio de ellos, las escuelas de élite como el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) se marchitarían si sólo tuvieran a los propios graduados estadounidenses”. Tomando la inteligencia artificial como ejemplo de un campo tecnológico emergente de importancia estratégica, los informes de 2019 mostraron que dos tercios de los estudiantes de posgrado en programas estadounidenses relacionados con la IA procedían del extranjero y el número de estudiantes de posgrado estadounidenses no experimentó ningún aumento desde 1990.

En las universidades estadounidenses se gradúan alrededor de 50.000 estudiantes internacionales de posgrado cada año en campos relacionados con la IA. Esto puso de relieve que, dado que tan pocos estadounidenses tienen educación superior en este campo, Estados Unidos sólo podía aspirar a ser un competidor líder en IA incentivando a los estudiantes internacionales que obtenían doctorados en IA en Estados Unidos para que se quedaran en el país. Esta política en el pasado tuvo mucho éxito, ya que casi el 90 por ciento optó por quedarse y más del 80 por ciento se quedó durante cinco años o más. Muchos de ellos procedían de rivales económicos estadounidenses, incluida China. Además, a partir de 2019, la gran mayoría de los que se marcharon fuera de Estados Unidos se dirigieron a países aliados, como Gran Bretaña, Canadá y Corea del Sur, y menos del 20 por ciento de los que se marcharon se dirigieron a China. Como se observa en un estudio de la Escuela Walsh de Servicio Exterior, Centro de Seguridad y Tecnología Emergente de la Universidad de Georgetown: “Los graduados internacionales llenan brechas críticas de talento en IA en el mercado laboral estadounidense. Los indicadores objetivos del mercado laboral y las evaluaciones de expertos sugieren que la demanda de talento en IA superará con creces la oferta en el futuro previsible”. Ello indicaba que si se perdiera el acceso a grandes cantidades de talento extranjero, probablemente se acabaría con la capacidad de Estados Unidos para competir en IA: Según el anterior estudio: “En el pasado, Estados Unidos podía confiar en su condición de única superpotencia científica y tecnológica del mundo para compensar las fallas de su sistema de inmigración, pero en el mundo más competitivo de hoy, es probable que la complacencia tenga un costo mayor. Estados Unidos ha perdido su casi monopolio histórico sobre la I+D en IA y la actividad comercial. En 2013, Estados Unidos representó más del 70 por ciento de los acuerdos de financiación para nuevas empresas de IA, pero para 2018, esta cifra se había reducido al 40 por ciento”. La situación indicada para la IA refleja tendencias mucho más amplias en campos clave de la alta tecnología y el estudio de la Universidad de Georgetown respaldó la opinión consensuada de que la capacidad de los Estados Unidos de competir dependía en gran medida de su capacidad para atraer y retener talento extranjero debido a la importante y preocupante escasez interna. Los estudiantes de Asia oriental, en particular los chinos, no sólo apuntalaron la ciencia y la I+D estadounidenses, sino que también desempeñaron un papel vital en el apoyo financiero a las instituciones académicas y de investigación estadounidenses, especialmente después de la crisis financiera de 2008.

El columnista de Bloomberg, Justin Fox, escribió sobre la relevancia de los estudiantes chinos: “cuando se trata de colegios y universidades estadounidenses, realmente no sé cuántos de ellos podrían sobrevivir sin estudiantes extranjeros en general y estudiantes chinos en particular. El flujo de dinero de los estudiantes extranjeros se ha vuelto tan grande que incluso tiene cierto impacto en la economía en general”. Un estudio de 2020 realizado por la Universidad de Georgetown encontró que los ciudadanos de China continental representaban el 16 por ciento de todos los estudiantes universitarios extranjeros que estudiaban ciencias, tecnología, ingeniería o matemáticas en Estados Unidos, siendo su cifra aún mayor a nivel de posgrado. Si bien una industria tecnológica dependiente de una base de talento diversa e internacional tenía beneficios considerables para la innovación, la dependencia extrema y la falta de una base de talento nacional sólida plantearon interrogantes importantes sobre la sostenibilidad de la posición de Estados Unidos en la alta tecnología. Esto se debió en gran medida a la vulnerabilidad y fragilidad potencial que causaba dicha dependencia, debido a la importante posibilidad de que el acceso de Estados Unidos al talento extranjero pudiera verse socavado. Los cambios en el estatus del dólar estadounidense, la disminución del poder estadounidense o el surgimiento de centros tecnológicos más atractivos en el extranjero estaban entre las posibilidades que dejaron el sector tecnológico de Estados Unidos más vulnerable. Dado que China ya tiene ventajas significativas y crecientes en su educación general e I+D, se espera que su capacidad para superar a los Estados Unidos en términos tecnológicos se fortalezca aún más a medida que el apoyo vital brindado a los sectores educativos y tecnológicos occidentales por parte de estudiantes chinos y del Asia oriental se vean debilitados. Múltiples factores acumulativos han comenzado cada vez más a afectar el atractivo del trabajo y el estudio en Occidente para los talentos de Asia oriental, e incluso para los occidentales de origen asiático. Estos incluyen incidentes contra los asiáticos orientales principalmente en Estados Unidos, discriminación por parte de las autoridades de los países occidentales, políticas de visas más restrictivas, especialmente bajo el presidente Trump, todo ello potenciado por la pandemia de COVID-19, la recesión económica en Occidente, y las crecientes oportunidades fuera de Occidente, especialmente en la propia China.

El creciente número de incidentes contra personas de etnia asiática oriental en todo el mundo occidental, especialmente en Estados Unidos, no hizo más que empeorar a medida que los medios de comunicación occidentales retrataban cada vez más a China como una amenaza para Occidente desde mediados de la década de 2010, especialmente bajo la presidencia de Donald Trump. Una encuesta encontró que cerca de la mitad de los estudiantes chinos fueron sometidos a discriminación racial, siendo particularmente altas las tasas de delitos graves contra la comunidad asiática. Los informes de agresiones físicas graves a académicos de origen chino aumentaron drásticamente en Estados Unidos a raíz de la crisis de COVID-19, en que se culpaba a China. La forma en que las representaciones de China como una amenaza para Occidente alimentaron el maltrato hacia los asiáticos orientales no tuvo precedentes. La escritora chino-estadounidense Nina Kuo observó sobre este fenómeno en un artículo de mayo de 2021: “mucho antes de que el presidente estadounidense Donald Trump asumiera el cargo, la xenofobia, el racismo antiasiático y la propaganda al estilo del Peligro Amarillo sirvieron como herramientas útiles para avanzar en los objetivos de la política interior y exterior estadounidense. Quienes definimos como nuestro enemigo internacional, o quizás simplemente un competidor, también se convierte en nuestro enemigo interno”. Dado que se esperaba que ese entorno empeorara a medida que creciera el poder de China y su desafío a la primacía occidental, se fortalecieron los argumentos para que las personas originarías de Asia Oriental evitaran el mundo occidental y los Estados Unidos en particular. Los incidentes en el manejo de la pandemia de COVID-19 aumentaron el atractivo de un «regreso a Asia» y sacudieron la fe de muchas personas en su seguridad en los Estados Unidos. Además, las crecientes percepciones de mejores oportunidades laborales en Asia fue otro factor importante. Tal como hemos dicho, la tendencia hacia la reducción del atractivo de Occidente para trabajar o estudiar, especialmente en Estados Unidos, se vio exacerbada por la crisis de la COVID-19. Es probable que estos factores, y el hecho de que los estudiantes de Asia Oriental estuvieran cada vez más preocupados por su propia seguridad, tuvieran implicaciones mucho después de la pandemia y potencialmente devastaran las finanzas de los sectores de educación superior en múltiples países occidentales. Los analistas ya están hablando de la perspectiva de rescates gubernamentales de la educación superior si los estudiantes chinos se quedan en casa, privando a las universidades de las tasas de matrícula extranjeras, a menudo exorbitantes, que mantienen a flote sus departamentos menos rentables.

Otro factor que precedió durante mucho tiempo al COVID-19, y que acompañó el aumento del discurso de odio por parte del público en general, fue la creciente sospecha de que tanto los ciudadanos chinos como los estadounidenses de origen chino actuaban para favorecer a China. En junio de 2019, por ejemplo, se informó que el FBI estaba instando abiertamente a las universidades a que lo ayudaran a espiar a estudiantes y académicos chinos. Los agentes del FBI estaban interesados en saber en qué laboratorios trabajaban los estudiantes chinos y a qué información podían acceder. Un clima político cada vez más hostil hacia los estudiantes chinos socavó gravemente el atractivo de estudiar, investigar o trabajar en Occidente. Los llamamientos en Estados Unidos para prohibir a los estudiantes chinos estudiar materias relacionadas con la ciencia o la tecnología, sobre la base de que regresarían a sus países con la experiencia necesaria para desafiar al propio sector tecnológico estadounidense, amenazaban con empeorar considerablemente la situación. Los legisladores estadounidenses, en particular, presentaron un proyecto de ley en este sentido en mayo de 2020 que tenía el potencial de ser la primera de muchas restricciones similares a medida que prevalecía una atmósfera cada vez más agresiva contra estudiantes e investigadores de origen chino. Medidas anunciadas en septiembre de 2020 por el Departamento de Seguridad Nacional estadounidense para revocar las visas de un gran número de estudiantes chinos, aunque fue criticado por muchos en Washington por socavar la reputación de Estados Unidos entre los estudiantes internacionales, generó una creciente sensación de que los chinos en las instituciones estadounidenses estaban siendo espiados. En octubre de 2020 el Ministerio de Asuntos Exteriores chino alegó que las autoridades estadounidenses “acosan e interrogan sin motivo a estudiantes chinos, e incluso los arrestan y procesan bajo acusaciones falsas”. Los estadounidenses de origen chino también fueron cada vez más objeto de investigación y vigilancia por parte del FBI, lo que indica que las crecientes sospechas en realidad se construyeron sobre la base de la raza más que de la nacionalidad. Esto provocó no sólo alejar a ciudadanos chinos vitales para el sector tecnológico estadounidense, sino también alejar a los estadounidenses originarios de Asia oriental que desempeñaban un papel muy importante en el sector tecnológico estadounidense y occidental.

La compañía estadounidense de asesoría financiera Bloomberg, llamó la atención sobre los peligros potenciales de alejar de Estados Unidos el talento del Asia oriental en un destacado artículo de 2019 titulado: «El ataque estadounidense a científicos chinos alimenta una fuga de cerebros«. Puso de relieve, como ejemplo, el caso de un científico chino, el Dr. Xin Zhao, que había creado una importante empresa estadounidense de nanotecnología y que se vio obligado a abandonar rápidamente los Estados Unidos después de soportar la persecución de las autoridades estadounidenses. Había ganado el principal premio energético del destacado grupo de innovación World Technology Network por desarrollar un supercondensador de grafeno, una lámina de nanomaterial potencialmente revolucionaria, delgadísima como un papel, que podría almacenar cientos de veces más energía que las baterías convencionales de iones de litio y podría cargarse en tan solo segundos. Bloomberg describió una experiencia agotadora para el Dr. Xin Zhao, que fue perseguido por agentes federales durante dos años y acusado por fiscales de efectuar espionaje para China. La I+D de su empresa y los nuevos registros de patentes, que eran extremadamente valiosos para cualquier nueva empresa de alta tecnología, se fueron a China con él. “El miedo nos está empujando de regreso a China”, concluyó el Dr. Xin Zhao como resultado de sus experiencias en Estados Unidos, enfatizando que había perdido la fe en el sistema legal estadounidense y no quería ponerse a sí mismo ni a su personal en riesgo operando allí. Bloomberg observó: “La creciente guerra fría de Estados Unidos con China presenta riesgos para los científicos étnicos chinos que trabajan en Estados Unidos”. Destacando que esto representaba parte de una tendencia mucho más amplia y muy peligrosa, Bloomberg concluyó: “una importante fuga de cerebros de expertos chinos podría diezmar muchas de las empresas más famosas de Estados Unidos. Los inventores con apellidos chinos representan hoy una de cada 10 nuevas patentes en Estados Unidos. Mientras que China perdió más de 50.000 inventores a causa de la emigración entre 2002 y 2011, Estados Unidos recibió una ganancia neta de más de 190.000, medida por los registros de patentes, según datos compilados por la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual”. Pero la situación estaba dando un vuelco a favor de China.

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Varias fuentes estadounidenses se refirieron a este fenómeno como «fuga de cerebros a la inversa» y añadían que tenía el potencial de dañar gravemente la capacidad del sector tecnológico estadounidense para competir. La opción de elegir a China en lugar de Occidente se debía a una variedad de razones que iban desde una mejor atmósfera de trabajo y una menor discriminación hasta el creciente dinamismo de las nuevas empresas chinas. Esta tendencia afectó tanto a las empresas como a las instituciones académicas estadounidenses, con un número cada vez mayor de estudiantes internacionales que rechazaban las ofertas de admisión en universidades estadounidenses porque preferían estudiar en su propio país o en otros países asiáticos. La cifra se triplicó solo entre 2016 y 2018. William Kerr, profesor de la Escuela de Negocios de Harvard, advirtió en 2019: “Más allá de sus propios inventos, los chinos étnicos están integrados en todo nuestro establecimiento científico, incluidas las nuevas empresas. Si se daña ese ecosistema, se dañarán muchas relaciones muy productivas que serán difíciles de reconstruir”. Tao Ning, presidente y socio de Sinovation Ventures, una importante empresa china de capital de riesgo centrada en la IA, se refirió a la oportunidad que esto presentaba para China: “mientras Estados Unidos está ahuyentando el talento, es el momento perfecto para que nosotros corramos para traerlos de vuelta”. El gobierno chino, a partir de 2021, mostró cada vez más un fuerte interés en atraer talento tecnológico del extranjero, por lo que las minorías chinas en el extranjero han estado durante mucho tiempo entre los grupos con más probabilidades de considerar trabajar en China. Una investigación realizada en septiembre de 2020 encontró que el éxodo hacia China estaba ocurriendo a una escala significativa e incluía tanto a científicos de nacionalidad china como a estadounidenses de origen chino. Una causa de la menor atracción para estudiar e investigar en los Estados Unidos y Occidente fue la gran inversión de China en mejorar su propia educación superior, llevando a varias de sus instituciones universitarias al nivel de los principales contendientes internacionales. Uno de los indicadores más ampliamente observados sobre ello fue cuando la Universidad Tsinghua de China destronó al MIT como la principal universidad de ingeniería en el mundo en el 2015. Todo el mundo científico conoce el ascenso de China, pero pocos se han dado cuenta de su magnitud y sus consecuencias. Entre las 10 mejores escuelas de ingeniería, China y Estados Unidos tienen ahora cuatro cada uno. En materias STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas), que proporcionan las competencias básicas que impulsan los avances en los sectores de más rápido crecimiento de las economías modernas, China gradúa anualmente cuatro veces más estudiantes que Estados Unidos: 1,3 millones frente a 300.000. Y en cada año de la administración Obama, las universidades chinas otorgaron más doctorados en STEM que las universidades americanas. Era realmente sorprendente que un país, China, que en 1980 no figuraba en ninguna de las clasificaciones internacionales de universidades hubiese saltado a la primera posición.

Pero las mejoras en China no fueron sólo cualitativas sino también cuantitativas. Un informe de agosto de 2021 del Centro de Seguridad y Tecnología Emergente de la Universidad de Georgetown destacó que las universidades chinas estaban graduando aproximadamente tres doctorados en STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas) por cada dos graduados en universidades estadounidenses, y que esta ventaja del 50 por ciento se duplicaría a alrededor del 100 por ciento para 2025. “Dada la escala de las inversiones de China en educación superior y la competencia tecnológica entre Estados Unidos y China, la brecha en la producción de doctorados en STEM podría socavar la seguridad económica y nacional de Estados Unidos a largo plazo”. El informe destacó que este crecimiento se estaba produciendo en paralelo a un aumento en la calidad de la educación doctoral en China, y que la velocidad a la que estaba ocurriendo no tenía precedentes. Las universidades estadounidenses habían otorgado el doble de doctorados en campos STEM que las universidades chinas en 2000, para ser igualadas y superadas sólo siete años después. Uno de los autores del informe, Jack Corrigan, observó con respecto a las implicaciones de estos hallazgos: “Vivimos en un mundo donde la seguridad económica y nacional de un país depende cada vez más de su capacidad para desarrollar y utilizar tecnología avanzada en áreas como la inteligencia artificial, la biología, la computación cuántica y todas las grandes tecnologías emergentes. Y para desarrollar e implementar esas tecnologías, los países necesitan tener acceso a un grupo grande, bien informado y bien capacitado de talento STEM”. Las brillantes luces de Silicon Valley están siendo cada vez más apagadas por los centros tecnológicos de China continental, como Shenzhen y Beijing. Esto está ayudando a transformar la fuga de cerebros previa en una ganancia de cerebros para China, ya que muchos chinos que trabajan en el extranjero regresan y ayudan a incorporar su experiencia en empresas e institutos académicos locales o a lanzar sus propias empresas emergentes. Estas nuevas oportunidades son el resultado directo de una política gubernamental china que durante años ha fomentado la inversión directa en áreas como la educación y la infraestructura tecnológica, al tiempo que ha establecido objetivos políticos claros de apoyo, tales como convertirse en un centro global para la inteligencia artificial. Esto ayudó a fomentar un ecosistema tecnológico vibrante que se ha basado en el éxito de los gigantes tecnológicos y empresariales de China, incluidos Baidu, Alibaba, Tencent, Xiaomi y Huawei.

Tradicionalmente sucedía que los mejores científicos chinos buscaban trabajo de investigación en el extranjero, especialmente en Estados Unidos, pero actualmente los investigadores postdoctorales chinos a menudo adquieren experiencia en Occidente y luego regresan a China, donde el gobierno chino los ayuda a ubicarse en instalaciones de primera clase mundial. El poder de los sectores público y privado de China trabajando juntos para el mismo propósito ha tenido tanto éxito que se ha pedido a otros países que lo emulen. Y esto es algo que los grandes poderes mundiales observan con atención, ya que están a la espera de ver cuál es el modelo que triunfa. Bloomberg se refirió a esta tendencia como “un éxodo provocado por un capital abundante, una innovación creciente y oportunidades profesionales florecientes, señalando que había filas cada vez mayores de exalumnos exitosos de Silicon Valley atraídos de regreso a China por la promesa de un futuro mejor”. Es una tendencia sin precedentes con implicaciones inquietantes para Silicon Valley, desde Facebook hasta Google. El talento nacido en China y formado en Estados se ha convertido en una fuerza clave para impulsar la expansión global de las empresas chinas y los esfuerzos del país por dominar las tecnologías de próxima generación, como la inteligencia artificial y el aprendizaje automático. Mientras que los graduados universitarios chinos alguna vez codiciaron un trabajo prestigioso en el extranjero y la ciudadanía extranjera, hoy muchos miran hacia oportunidades profesionales en China, donde el capital de riesgo ahora abunda y el gobierno chino ofrece incentivos financieros para la investigación de vanguardia. Aunque antes de la COVID-19 el sector tecnológico de Estados Unidos ganaba bastante más que el de China gracias a los estudiantes y profesionales chinos en Estados Unidos, en que la mayoría no regresaba rápidamente a casa, esto estaba cambiando muy rápidamente en la actual década de 2020. El informe de Bloomberg señaló que otro factor clave para el regreso de los expertos chinos fue que el antes incomparable prestigio conferido por trabajar para gigantes tecnológicos estadounidenses ahora se había visto igualado por los beneficios de trabajar para gigantes tecnológicos chinos emergentes como Tencent, Alibaba y Baidu, que ahora estaban entre las empresas más valiosas del mundo, y que tres de las cinco nuevas empresas más valiosas del mundo tenían su sede en China. Esto también fue un factor importante en los esfuerzos chinos por reclutar especialistas japoneses, europeos y canadienses como desarrolladores de software e ingenieros de chips.

La rápida disminución del atractivo de la educación superior y el trabajo en Occidente está teniendo el potencial de despojar a las economías occidentales del talento de Asia Oriental, que es vital para apuntalar sus sectores tecnológicos. Hasta 2017 el número de estudiantes chinos en el extranjero que regresaron a China aumentó de solo el 10 por ciento al 80 por ciento. Se prevé que la cifra continuará aumentando a lo largo de la actual década de 2020. Las causas fueron varios factores más allá de las tensiones políticas y raciales, incluido el cierre de la brecha en los niveles de vida entre las principales ciudades de China y Occidente y el creciente dinamismo y sofisticación de la economía china que la hizo mucho más atractiva para los graduados chinos. Un informe en Gran Bretaña presentó conclusiones según las cuales el 90 por ciento de los estudiantes chinos en el Reino Unido preferirían buscar otros lugares para estudiar debido a las malas condiciones del país, especialmente después del Brexit. El estudio encontró además que los estudiantes chinos constituían el 30 por ciento del total de estudiantes internacionales del país y destacó la importancia de su contribución a la economía británica. La situación solo empeoró a partir de 2020. Más allá del apoyo a la alta tecnología, las economías occidentales dependían en gran medida del apoyo del poder adquisitivo de los estudiantes chinos. En Estados Unidos, según cifras de la Asociación de Educadores Internacionales, se crearon tres puestos de trabajo para estudiantes estadounidenses por cada siete estudiantes internacionales que se matricularon en el país. Como destacó un titular de CNN en noviembre de 2019, la economía estaba “perdiendo miles de millones de dólares porque los estudiantes extranjeros no se inscribían en las Universidades”. Siendo, con diferencia, el grupo más grande de estudiantes extranjeros en Estados Unidos, los estudiantes chinos gastaron 15 mil millones de dólares solo en pagos de matrícula en 2019 y se teme que su disminución perjudique a la economía en general y obligue a aumentar las tasas de matrícula para los estudiantes estadounidenses. Algunas universidades estadounidenses perdieron una cuarta parte de sus ingresos, mientras que la economía estadounidense en su conjunto a finales de 2019 había perdido 11.800 millones de dólares y más de 65.000 puestos de trabajo de alto nivel tecnológico como resultado de la reducción de dicha matriculación.

Sin embargo, más importante que las pérdidas económicas está siendo que la fuerte dependencia de estudiantes chinos para las empresas tecnológicas estadounidenses significaba que el número cada vez menor de estudiantes chinos podría amenazar seriamente el acceso de las empresas estadounidenses al talento extranjero. Por lo tanto, una pérdida de la fuente de talento extranjero vital para apuntalar el sector tecnológico estadounidense estaba en juego, con implicaciones potencialmente graves para la competitividad estadounidense en alta tecnología. Si bien en los años inmediatamente posteriores a la Guerra Fría, Estados Unidos figuraba como líder destacado en una liga propia en ciencia e ingeniería, a mediados de la década de 2010 se hizo cada vez más claro que esto había cambiado drásticamente a medida que los competidores fuera del mundo occidental, especialmente China, invirtieron en sus propios sectores tecnológicos, mientras que el sector tecnológico en Estados Unidos comenzó a decaer. La presidenta de la Junta Nacional de Ciencias de Estados Unidos, Diane Souvaine, advirtió: «dónde una vez Estados Unidos era el líder indiscutible en ciencia y tecnología, ahora estamos desempeñando un papel menos dominante en muchas áreas”. Se hizo referencia a una disminución de financiación federal estadounidense como un factor que contribuyó a que Estados Unidos se quedara atrás respecto de su competencia, siendo remarcable que China por sí sola había contribuido con casi un tercio en todo el crecimiento mundial en I+D desde 2000. En efecto, la financiación federal estadounidense en investigación y desarrollo había disminuido lentamente desde la administración Reagan y cayó como porcentaje del producto interno bruto del 1,23 por ciento en 1976 al 0,71 por ciento en 2020. Las posibles implicaciones fueron particularmente nefastas, ya que la presidente del Comité de Política de Ciencia e Ingeniería estadounidense, Julia Phillips, afirma sobre la importancia de esta financiación: “El apoyo federal a la investigación básica impulsa la innovación. Sólo el gobierno federal puede asumir un compromiso estratégico a largo plazo para crear nuevos conocimientos que conduzcan a tecnologías, bienes o servicios nuevos o mejorados. La investigación básica es la semilla de nuestras empresas estadounidenses, una ventaja competitiva global y el punto de partida de gran parte del crecimiento de nuestro PIB desde la Segunda Guerra Mundial”.

La brecha en el gasto en I+D entre Asia Oriental y Occidente se había reducido considerablemente. En 2017, Estados Unidos y la Unión Europea (UE) juntos representaban el 45 por ciento, mientras que la región del Asia Oriental representaba el 42 por ciento. La brecha siguió estrechándose con el crecimiento asiático impulsado especialmente por China. Según un informe de 2019 publicado por el Carnegie Endowment for International Peace: “China ha eclipsado a Estados Unidos como el mayor inversor general (público y privado) en I+D del mundo”. Se observó un enfoque extremo en I+D tanto en el sector privado, representado por el gigante de las telecomunicaciones Huawei, como en el sector público chino. Como era de esperar, las organizaciones chinas ahora presentan casi el 50 por ciento de todas las solicitudes de patente presentadas en todo el mundo. Esta proporción de solicitudes de patentes globales reflejó una tasa de crecimiento muy rápida. En áreas clave como la inteligencia artificial, la fusión nuclear, la computación cuántica y los vehículos autónomos, China tiene importantes ventajas competitivas debido a factores como su mayor escala de mercado interno, un entorno regulatorio flexible y un ciclo de integración de productos más rápido. El enfoque de China en I+D tanto en el sector público como en el privado aumentó significativamente desde finales de la década de 2010 debido a dos factores principales. El primer factor era que se consideraba que las tecnologías que experimentaron un desarrollo discontinuo, como la inteligencia artificial, la computación cuántica y el 5G, automatizarían las prácticas industriales y de fabricación tradicionales en grados sin precedentes, proporcionando una mayor interconexión y transparencia de la información. La importancia de este desarrollo se reflejó en su nombre: «Cuarta Revolución Industrial«. Se esperaba que estas tecnologías proporcionaran ventajas económicas muy importantes y duraderas a los primeros en actuar, ventajas que a quienes se quedasen rezagados les podría resultar extremadamente difícil ser competitivos más adelante. Como observó el investigador James L. Schoff en un artículo para el grupo de expertos Carnegie Endowment for International Peace: “El dominio de las tecnologías de próxima generación que se están desarrollando actualmente podría estar más limitado a menos jugadores. En el pasado, si bien es cierto que los inventores iniciales y los diseñadores de aplicaciones más exitosos obtuvieron recompensas enormes, el campo de juego para estos productos se niveló con el tiempo y las empresas de otros países pudieron competir con éxito. Sin embargo, en la era digital emergente, es posible que los primeros monopolios de datos, combinados con el dominio de la inteligencia artificial y la computación cuántica, dominen rápidamente ciertos mercados y hagan prohibitiva la competencia internacional”.

No se puede subestimar la importancia de tomar la delantera lo más rápidamente posible en el desarrollo de estas nuevas tecnologías. Como ejemplo de una ventaja clave de ser el primero en actuar, James L. Schoff señaló: “el desafío para las empresas en Estados Unidos y países aliados se exacerbaría si los estándares tecnológicos chinos en estos campos emergentes se adoptaran ampliamente en todo el mundo. Esto es cierto no sólo en el contexto de la compatibilidad de productos auxiliares, como aplicaciones diseñadas para funcionar sólo con plataformas chinas, sino también en términos de sistemas y prácticas de soporte complementarios en áreas como privacidad de datos, localización de datos y abastecimiento en la nube«. Lo mismo se aplicaría a la inversa para las empresas chinas en caso de que Estados Unidos tomara la delantera y se adoptaran ampliamente los estándares estadounidenses u occidentales. Respecto a su importancia, James L. Schoff destacó: “Los avances en estos campos pueden potencialmente cambiar el equilibrio futuro del poder económico y militar, lo que lleva a los gobiernos y a las grandes corporaciones a competir agresivamente ahora por su desarrollo y aplicaciones”. Otra causa del renovado interés de China en I+D fue la creciente presión de Estados Unidos. Esto se produjo por primera vez durante la administración de Barack Obama, que buscó centrar la política exterior y la atención militar en China desde principios de la década de 2010, y posteriormente se incrementó bajo la administración de Donald Trump, que intensificó y amplió significativamente el alcance del conflicto a las esferas tecnológica y económica. La guerra tecnológica de Washington proporcionó un incentivo muy claro para que la industria china se situara en la cima de las cadenas de valor industriales y de ese modo se protegiera contra ataques occidentales, tal como demuestra la campaña que aprovechó la dependencia de los fabricantes mundiales de chips del software estadounidense para atacar al gigante de las telecomunicaciones chino, Huawei. Para aumentar la seguridad contra posibles ataques económicos occidentales, el gobierno chino apoyó el impulso de las empresas tecnológicas locales para ascender en las cadenas de valor y reducir o eliminar la dependencia de componentes de alta tecnología de Estados Unidos y de empresas susceptibles a su presión, como las empresas de Japón, Corea del Sur y Taiwán.

El hecho de que China hiciese hincapié en asegurar las cadenas de suministro fue anticipado por algunos incluso antes de la guerra tecnológica y los ataques a Huawei. A este respecto el profesor de economía de la Universidad china de Renmin, Liu Rui, a raíz de las restricciones estadounidenses sobre las exportaciones chinas en 2018, afirmó: “Y la guerra comercial también ha endurecido la determinación de China. El resultado inicial de la guerra comercial ha hecho que China parezca más débil. Pero es precisamente esta posición de aparente debilidad la que ha despertado a China, obligándola a cambiar su enfoque”. Si bien anteriormente Estados Unidos había liderado el mundo de las nuevas ideas, la investigación y el desarrollo, así como la ejecución en alta tecnología, desde mediados de la década de 2010 se convirtió en un objetivo clave para China, que debía hacer avanzar rápidamente la industria china en las principales cadenas de valor para desafiar el dominio estadounidense en áreas tecnológicas clave. El 30 de octubre de 2020, el comité central del gobernante Partido Comunista de China anunció que el decimocuarto plan quinquenal de desarrollo del país se redactaría como parte de los esfuerzos para “acelerar la construcción de una potencia científica y tecnológica. La ciencia y la tecnología deben ser autosuficientes como apoyo estratégico para el desarrollo nacional«, y el plan quinquenal prometía un aumento anual del siete por ciento en la inversión en I+D y nombraba específicamente a los semiconductores, la inteligencia artificial y la computación cuántica como «áreas centrales fundamentales«. Los Planes Quinquenales habían sido la piedra angular del desarrollo comunista en cuatro continentes desde la década de 1920 y se habían aplicado en China desde 1950. A pesar del crecimiento de su sector privado desde el decenio de 1980, la planificación estatal sigue desempeñando un papel muy importante en la configuración del curso del desarrollo económico de China. La declaración del Partido Comunista destacó una “situación internacional complicada”, en lo que fue ampliamente visto como una referencia a la creciente presión estadounidense, incluidos los esfuerzos de guerra económica, así como los objetivos de protección ambiental y la necesidad de un desarrollo verde y bajo en carbono. Estos fueron los principales factores que darían forma a las prioridades estatales para la modernización económica de China.

La rápida expansión de la clase media china y la contracción simultánea de la de Estados Unidos contribuyeron en gran medida a facilitar el surgimiento de China como un país estable e innovador. La clase media de China había crecido de 80 millones a 700 millones de personas. Un documento de trabajo de 2010 de la OCDE proyectó que para 2030 la clase media de China crecería al 73 por ciento con la adición de 850 millones más de chinos de clase media. Por el contrario, la clase media de América del Norte disminuiría en 16 millones de personas, casi todas ellas provenientes de Estados Unidos, ya que la clase media estadounidense se había ido reduciendo rápidamente desde finales de la década de 1980. Esta tendencia se aceleró drásticamente a partir de 2020, cuando la crisis del COVID-19 llevó a millones de estadounidenses a la pobreza. Más allá de una contracción en el tamaño de la clase media, lo que significaba ser clase media en Estados Unidos había cambiado, y muchos de ellos no tenían la capacidad de ahorrar dinero o disfrutar de estabilidad financiera como había sido el caso en la era de la Guerra Fría. Los ingresos promedio de las familias de clase media se redujeron considerablemente después del cambio de siglo mientras enfrentaban un rápido crecimiento en los niveles de deuda. Paralelamente al crecimiento de la clase media en China y un rápido aumento tanto en la calidad como en la cantidad de la educación en China jugó un papel importante para tener una población más innovadora. Mientras que la carestía de la educación superior en Estados Unidos significó que menos estadounidenses asistieran a la universidad, en China el número de personas que recibían educación superior aumentó rápidamente, un contraste que aún fue más exacerbado por la pandemia de COVID-19. En 2020 se graduaban anualmente ocho millones de estudiantes en las instituciones de educación superior de China, y se esperaba que este número se triplicara a principios de la próxima década. Dado que la matrícula anual promedio en las universidades chinas se mantenía por debajo de los 1.600 dólares, en contraste con los EE.UU., donde la matrícula y las tasas estatales cuestan un promedio de 26.820 dólares, estaba claro que incluso si se consideraba la discrepancia en el poder adquisitivo entre los hogares chinos y estadounidenses, la educación superior era casi diecisiete veces más cara para los estadounidenses.

Dado que China gasta más de 650 mil millones de dólares al año en educación, el número de sus universidades clasificadas entre las 100 mejores del mundo creció desde solo dos en 2010 a doce en 2020. En 2016 la BBC se refirió al rápido ritmo al que China estaba abriendo nuevas universidades como “parte de una revolución silenciosa que está provocando un enorme cambio en la composición de la población mundial de graduados”. Destacó que la brecha en el número de graduados entre China y Occidente iba a ampliarse considerablemente, y que “incluso las predicciones más modestas prevén que el número de graduados de entre veinticinco y treinta y cuatro años en China aumentará en otros 300 por ciento para 2030”. Si bien durante décadas los Estados Unidos habían representado la proporción más alta de graduados universitarios del mundo, lo que se reflejaba en el hecho de que entre las personas de entre cincuenta y cinco y sesenta y cuatro años, casi un tercio de todos los graduados en las principales economías del mundo eran ciudadanos estadounidenses, esto estaba cambiando rápidamente con China asumiendo la posición dominante. El informe de la BBC destacó que, junto con un mayor número de estudiantes, los estudiantes chinos también tenían “muchas más probabilidades de estudiar matemáticas, ciencias, informática e ingeniería, las materias más relevantes para la innovación y el avance tecnológico”. En 2013, el 40 por ciento de los graduados chinos completaron sus estudios en materias STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas), mientras que en los Estados Unidos esta cifra era inferior al 20 por ciento. Las importantes discrepancias antes mencionadas en la calidad general de la educación solo impulsaron esta tendencia. Una población mejor educada con una clase media más numerosa, más sana y más rica fueron dos de los principales factores que facilitaron altos niveles de innovación entre la población china, que cada vez superaba más a la de Occidente. Como señaló Harvard Business Review en la primavera de 2021, en un artículo titulado ‘La nueva ventaja de innovación de China‘, el país asiático estaba «alcanzando un nuevo nivel de competitividad global, gracias a su población hiperadaptativa«. Al observar que la mayoría de las empresas emergentes que más rápidamente alcanzaron una valoración de mil millones de dólares en el mundo estaban en China, la revista destacó: “China hoy tiene un recurso que ningún otro país tiene: cientos de millones de personas que han vivido cambios sin precedentes y que, en consecuencia, pueden adoptar y adaptarse a las innovaciones a una velocidad y escala incomparables en cualquier otro lugar del mundo. Esos consumidores hiperadaptativos son los que hacen que China sea tan competitiva a nivel mundial hoy en día. Ciertos ecosistemas de desarrollo crean naturalmente diferentes actitudes hacia el cambio, la adopción y la novedad, y China tiene una ventaja global muy clara en este sentido”.

La rápida adopción de sistemas de pagos móviles, en los que los usuarios chinos gastaron en 2020 150 dólares por cada dólar gastado por los estadounidenses, se citó en el artículo como una señal de que los consumidores chinos podrían adaptarse mucho más rápidamente al cambio tecnológico. ¿Qué sucederá cuando la rápida adopción y adaptación se vuelvan normales para más de 900 millones de usuarios de Internet en todos los estratos sociales chinos? Se obtiene una fuerza económica que puede cambiar los términos de la competencia global. Además, el artículo destacó que el entorno regulatorio en China facilitó nuevas innovaciones de una manera que no lo hizo en los Estados Unidos, lo que jugó un papel clave en el auge de los pagos móviles en China, mostrando que China estaba tan adelantada que se decía que ofrecía “una excelente manera de mirar hacia el futuro”, y el artículo citaba la afirmación del escritor de ciencia ficción William Gibson de que “el futuro ya está aquí, sólo que no está distribuido equitativamente” para subrayar la discrepancia entre China y sus competidores económicos como resultado de la ventaja en innovación de China. El artículo concluye diciendo que «algunas de las empresas no chinas más inteligentes ya entienden esto y están buscando ideas en sus rivales chinos«. Las políticas gubernamentales chinas desempeñaron un papel importante no sólo en términos de cómo impactaron en el tamaño de la clase media, sino también en el fomento de la innovación, las infraestructura y las instalaciones para apoyarla, así como sus relaciones con el sector privado. El contraste entre las políticas chinas y estadounidenses con respecto a las tecnologías de Internet de quinta generación (5G) fue un buen ejemplo y un factor importante en la discrepancia en la cobertura 5G en los dos países. Los consumidores chinos no solo fueron los primeros en obtener 5G, sino que el país se acercó al 70 por ciento de todos los suscriptores de 5G del mundo a mediados de 2020 y, a finales de noviembre de 2020 alcanzó el 80 por ciento, dejando muy atrás a Estados Unidos. Esto, a su vez, proporcionó al sector de la tecnología de China ventajas cruciales como pionero que lo colocaron en una posición mucho más fuerte para lanzar los tipos de aplicaciones que darían forma a la revolución 5G.

La discrepancia en las tendencias en el apoyo gubernamental a la investigación y el desarrollo entre Estados Unidos y China fue otro factor importante para la ventaja de la innovación china. Al subrayar la importancia del gasto gubernamental en I+D para fomentar la innovación, que había sido clave para proporcionar a Estados Unidos una ventaja tecnológica en muchos campos clave desde la Segunda Guerra Mundial, la revista Time advirtió en el título de un destacado artículo de 2019 que “Estados Unidos corre el riesgo de perder su ventaja de la innovación”. Citó tendencias diametralmente opuestas, ya que China financió generosamente nuevas investigaciones, al igual que Estados Unidos durante la Guerra Fría, mientras que los propios Estados Unidos redujeron la financiación, afirmando con respecto al resultado de ello que Estados Unidos sufrió una reducción en la investigación científica básica que tiene como objetivo crear el conocimiento teórico fundamental como la base que conduzca a grandes innovaciones. Durante los últimos veinticinco años, la financiación estadounidense para la investigación universitaria y la educación superior han disminuido. Entre 2011 y 2015, durante la administración Obama, la inversión federal en investigación universitaria disminuyó un 13 por ciento. Pero posteriormente aún ha empeorado más. En los presupuestos de la administración Trump, los fondos federales para la investigación científica y tecnológica se recortarían en un 15 por ciento adicional. Por su lado, China había adoptado un enfoque opuesto, siendo el liderazgo chino en IA uno de los muchos resultados que tenían ramificaciones económicas y de seguridad considerables. Hasta mediados de la década de 2010, la confianza de Occidente en su superioridad a pesar del rápido crecimiento chino se basaba en gran medida en la afirmación de que la población de China, debido a una combinación de su cultura y su sistema de gobierno, nunca sería capaz de innovar como podrían hacerlo las poblaciones occidentales. El entonces vicepresidente de los Estados Unidos bajo Obama y actual presidente, Joe Biden, subrayó en un discurso en la Academia de la Fuerza Aérea de Estados Unidos en Colorado Springs que, a diferencia de Estados Unidos, la incapacidad de innovar no sólo asfixiaría a China, sino que también había asfixiado a Japón antes que ella, indicando que el argumento se basaba en factores culturales o incluso raciales más que en el sistema de gobierno. Es claro que no se distingue por ser un profeta.

La complacencia occidental con respecto al ascenso de China, basada en su supuesta incapacidad para innovar y, por tanto, para competir tecnológicamente, tuvo paralelos históricos significativos en conflictos anteriores de muy diferentes tipos. En el período previo a la Guerra del Pacífico, la confianza de Estados Unidos y Gran Bretaña en una rápida victoria sobre el Japón imperial se basaba en la afirmación de que los asiáticos no podían luchar ni desarrollar armamento de primera clase. Sin embargo, Japón logró desalojar a Estados Unidos, Gran Bretaña y los Países Bajos de sus colonias en todo el este de Asia en cuestión de semanas, a menudo a pesar de enormes desventajas numéricas. De manera similar, al estallar la Guerra de Corea, Occidente esperaba la rápida derrota de Corea del Norte. Pero los norcoreanos obligaron a Estados Unidos y sus aliados a una retirada a pesar de enormes desventajas en potencia de fuego y número, y los chinos lograron una victoria similar sobre las fuerzas lideradas por Estados Unidos después de entrar en la guerra cuatro meses después. Si bien la guerra tecnológica es un tipo de conflicto muy diferente a las campañas militares de Occidente en el este de Asia, la complacencia occidental basada en la creencia en su propia superioridad, debido a una combinación de factores culturales y raciales, se ha mantenido a lo largo del tiempo. Desde finales de la década de 2010, la idea en Occidente de que la falta de innovación de China evitaría su crecimiento se vio seriamente socavada por signos crecientes de sus éxitos tecnológicos. Entonces se cuestionaron seriamente las afirmaciones de que el capitalismo de laissez faire estadounidense vencería al comunismo chino. Un ejemplo notable fue que en 2016 ocho de las diez empresas que habían alcanzado una valoración de mil millones de dólares eran chinas; seis de ellas fundadas en 2014. Las políticas estatales chinas constantemente pusieron un fuerte énfasis en fomentar la innovación y asegurar las cadenas de suministro, y estos esfuerzos a menudo fueron complementarios, ya que la necesidad de desarrollar sustitutos de tecnologías extranjeras proporcionó fuertes incentivos para inventar nuevas soluciones. En la Conferencia Central de Trabajo Económico de diciembre de 2020, el partido gobernante de China pidió expresamente un desarrollo tecnológico más rápido y un mayor control sobre las cadenas de suministro industriales, destacando los automóviles eléctricos, las telecomunicaciones y la biotecnología como prioridades de desarrollo.

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El presidente Xi Jinping enfatizó en mayo de 2021 la importancia de los avances en áreas como la inteligencia artificial, la computación cuántica y los semiconductores, y se comprometió a impulsar la inversión estatal y liberar a los científicos de la burocracia. Dirigiéndose a los principales científicos, ingenieros e investigadores del país, destacó que la competencia científica y tecnológica se había intensificado a niveles sin precedentes y se había convertido en el principal campo de batalla de la rivalidad entre las grandes potencias. Pidió una cooperación más estrecha entre el sector privado y los institutos académicos, y que los institutos se centrasen más en el valor innovador de su investigación y su contribución a la sociedad. Los esfuerzos del gobierno chino para hacer avanzar la industria en las principales cadenas de valor se basaron tanto en el Plan Quinquenal antes mencionado como en múltiples planes estratégicos nacionales a más largo plazo. Uno de los más destacados fue El plan estratégico ‘Hecho en China 2025’ publicado en mayo de 2015, que se centró en hacer que la economía china se concentrara más en el «desarrollo impulsado por la innovación«, y que desempeñó un papel central en los esfuerzos por ser líder en las cadenas de valor en campos estratégicos como los semiconductores, la robótica y la aviación. Tales esfuerzos fueron percibidos en Occidente como una amenaza inminente. Con el marcado deterioro de la industria en Estados Unidos y en todo el mundo occidental, la primacía en la innovación y el dominio de tecnologías se había vuelto aún más vital para sostener la riqueza y el poder geopolítico de Occidente. El muy influyente Consejo de Relaciones Exteriores (CFR) estadounidense destacó que China se perfila como la verdadera amenaza existencial al liderazgo tecnológico de Estados Unidos. En el XIX Congreso Nacional del Partido Comunista de China en 2017 se fijó el objetivo de construir una “sociedad moderadamente próspera” que permitiera a la población vivir cómodamente, con mayores tasas de consumo, un medio ambiente más limpio y una clase media más amplia. Si bien no está directamente relacionado con la alta tecnología o la innovación, este objetivo a medio plazo complementó efectivamente los planes para hacer avanzar la industria en las cadenas de valor y aumentar la autosuficiencia económica mediante la creación de una fuerza laboral que fuera a la vez más innovadora y más próspera y, por lo tanto, proporcionara una mayor base para los ingresos del país.

Después de dos años de planificación, el plan estratégico chino para el 2035 se dio a conocer en 2020 y representó un plan de quince años para que las empresas chinas tomaran la iniciativa en el establecimiento de estándares internacionales en tecnologías clave de próxima generación. Algunos analistas consideraron que el éxito de Huawei como líder indiscutible en 5G presagiaba una tendencia más amplia para que las empresas chinas dominaran gran parte de la próxima generación de tecnologías que el nuevo plan estatal apoyaba. Las empresas chinas ya habían asumido roles importantes en el establecimiento de estándares para tecnologías emergentes clave como blockchain y la espacial. Como observó Emily de La Bruyere, cofundadora de la consultora Horizon Advisory: “El diagnóstico es que estamos entrando en una era en que se definirán nuevos sistemas tecnológicos, redes y tecnologías, y los líderes en ellos aún están por determinarse y esto le da a China la oportunidad de determinarlo, lo que significa que el poder en el mundo está en juego. Asimismo proporciona la capacidad para establecer las reglas para el mundo futuro, especialmente las reglas tecnológicas a medida que entramos en una nueva era tecnológica y con ello obtener una ventaja competitiva industrial”. Se esperaba que los objetivos chinos para 2035 estuvieran estrechamente vinculado a la Iniciativa de la nueva Ruta de la Seda, un plan de desarrollo de infraestructura global de gran alcance iniciado en 2013 para mejorar la conectividad de Eurasia y África a través de una red de carreteras, ferrocarriles y puertos que se amplió en 2019 para incluir tecnología. Esto potencialmente facilitaría una proliferación más fácil de los estándares tecnológicos chinos junto con sus inversiones en más de 60 países involucrados en la iniciativa. Adam Segal, director del programa de política digital y ciberespacial del Consejo de Relaciones Exteriores fue uno de los muchos que predijo que su desarrollo implicaría que países como Vietnam e Indonesia estuviesen más inclinados a adoptar los estándares chinos que los occidentales. Dado que los países en desarrollo constituyen la gran mayoría del mundo, ello coloca a Occidente en una desventaja potencialmente decisiva. A diferencia de China, en Washington se prestó relativamente poca atención a la importancia de establecer estándares internacionales para tecnologías emergentes clave.

El ascenso de China ha sido impulsado principalmente por las condiciones económicas, que las fuerzas del mercado, entre las que podemos contar los grandes poderes mundiales en un mundo cada vez más globalizado, consideraban en muchos aspectos las más eficientes, lo que en consecuencia impulsó a China hacia el crecimiento. El desarrollo de tales condiciones se remonta a la fundación de la República Popular en 1949, mucho antes de que China adoptara una economía de mercado bajo planificación estatal, cuando se lograron enormes avances en el desarrollo de una base industrial básica y en el fomento y aumento drástico del valor del capital humano. Entre 1949 y el comienzo de las reformas de mercado en la década de 1970, las rápidas mejoras en las tasas de alfabetización y educación general, la mayor esperanza de vida, la erradicación de enfermedades y mejora de la salud pública en general, así como el fin de un siglo de adicción generalizada al opio, que había dormido al pueblo chino, fueron hazañas fenomenales con pocos paralelos en la historia mundial. Aunque China todavía estaba lejos de ser próspera cuando comenzaron las reformas de mercado, ciertamente era mucho más rica que cuando se fundó la República Popular y había hecho las inversiones en capital humano necesarias para competir eficazmente cuando se integrase en los mercados globales. Solo con una fuerza laboral sana, alfabetizada y técnicamente competente, China podría comenzar a atraer inversiones de capital de todo el mundo y en los siguientes cuarenta años transformarse en la principal potencia industrial del mundo. Cuatro décadas después de que China adoptara su sistema de mercado y reorientara su economía para centrarse en gran medida en el comercio internacional, Estados Unidos enfrentó trayectorias de poder económico y tecnológico cada vez más desfavorables. La economía cada vez menos eficiente de Estados Unidos presagiaba una erosión continua de su base industrial menos competitiva y, en contraste, un aumento del poder industrial chino. Esto provocó que Washington empezase a promover alejarse de la globalización y la integración económica internacional, así como avanzar hacia el desacoplamiento, la intervención gubernamental y el proteccionismo. Estados Unidos había adoptado un sistema económico neoliberal en la década de 1980 en el que el gobierno tenía un papel mínimo y en gran medida se daba rienda suelta al libre mercado, un enfoque de laissez faire que tuvo consecuencias económicas y geopolíticas muy significativas. En cierta medida, después de la crisis de 2008, pero mucho más a partir de finales de la década de 2010, frente a la competencia china se empezó a considerar cada vez más que este sistema había erosionado el poder estadounidense y, por lo tanto, era insostenible, por lo que Estados Unidos y sus aliados debían desacoplarse del mismo.

Un creciente impulso en Estados Unidos para desacoplar las economías de Estados Unidos y Occidente de gran parte del resto del mundo, y de China en particular, especialmente bajo la presidencia de Donald Trump, fue propiciado con la esperanza de que esto podría preservar el poder estadounidense y occidental frente a la economía más competitiva de China. A medida que esta política de desacoplamiento cobró impulso, los defensores de esta posición política intentaron cada vez más presentar la integración económica con China como algo equivocado desde el principio. El representante comercial de Estados Unidos durante la administración Trump, Robert Lighthizer, argumentó en mayo de 2020 que permitir que el sector privado deslocalizara la fabricación estadounidense para llevarla a China fue un experimento equivocado desde el principio. Asimismo se consideró un error permitir que China se uniera a la Organización Mundial del Comercio (OMC) en 2001, lo que le permitió competir en igualdad de condiciones con las economías occidentales e impulsó unos años de crecimiento económico muy rápido de China. Era evidente que la mayor integración económica chino-estadounidense benefició desproporcionadamente a las élites políticas y a las corporaciones estadounidenses a expensas de la población del país y de los intereses nacionales a largo plazo, y permitió que China emergiera como un fuerte competidor económico y tecnológico. No obstante, la justificación de Estados Unidos para permitir el acceso de China a la OMC, una decisión que sería casi imposible revertir, había sido defendida tanto por motivos económicos como ideológicos. Permitirle la entrada fue visto como una forma de occidentalizar la economía y el sistema de China, su sociedad y, eventualmente, su política, que fueron objetivos occidentales clave en los años posteriores a la Guerra Fría. Semejante proceso se consideró inevitable como parte de la visión estadounidense y europea que equivalía a la occidentalización global tras el colapso soviético. Como afirmó el presidente Bill Clinton en marzo de 2000, cuando defendía la adhesión de China: “Al unirse a la OMC, China no está simplemente aceptando importar más de nuestros productos, sino que está aceptando importar uno de los valores más preciados de la democracia: la libertad económica. Cuando los individuos tengan el poder no sólo de soñar, sino de hacer realidad sus sueños, exigirán una mayor participación”.

La suposición de que la liberalización económica china aceleraría un movimiento hacia la occidentalización política en China se creyó ampliamente en Occidente. Pero más allá de los propósitos de convertir a China, que era un objetivo geopolítico e ideológico clave, las empresas estadounidenses también buscaron beneficiarse considerablemente de la adhesión de China a la OMC. Como afirmó el representante comercial de la administración de George W. Bush en el momento en que China se unió a la OMC, Robert Zoellick: “Lo que muchos críticos pasan por alto es que China ya tenía acceso a los mercados estadounidenses. Estados Unidos no renunció a nada; China hizo concesiones para unirse”. Esas concesiones incluían una mayor apertura de sus mercados y la provisión de condiciones mucho más favorables para que las empresas occidentales exportaran sus productos e invirtieran en China. Como miembro de la OMC, China a su vez obtuvo un mayor acceso a los mercados de todos los países miembros de la OMC, lo que implicaba la prohibición del trato proteccionista por parte de otros miembros para dar ventaja a sus propias empresas sobre las chinas, y la prohibición de aumentar los aranceles sobre productos chinos por parte de otros miembros. Una economía china más fuerte también estaba en una posición mucho mejor para pagar la deuda estadounidense y ayudar a Estados Unidos a recuperarse de la crisis financiera de 2008, algo que no habría sido posible sin la participación china, que tal vez no habría hecho si no hubiera habido una relación comercial sólida facilitada en gran medida por ser ambos países miembros de la OMC. Por su importante papel en el apoyo a la economía estadounidense después de la crisis de 2008, China había sido considerada en Occidente como la salvadora del mundo. Después de 2008 se consideraba que Estados Unidos dependía mucho más de China para su bienestar económico que viceversa, y los masivos paquetes de estímulo de China que tuvieron efectos en cadena para las economías occidentales jugaron un papel fundamental en la prevención de una caída económica mucho más grave.

Aunque el ascenso económico de China se vio facilitado por la adhesión a la OMC, los intereses económicos estadounidenses, tanto a nivel empresarial como de consumo, también fueron los principales beneficiarios. Estudios de la Oficina de Investigación Económica, la Universidad de Chicago y otras entidades estadounidenses descubrieron que, si bien los pobres y la clase media de Estados Unidos eran los principales beneficiarios del comercio internacional, esto era aún más pronunciado en el caso del comercio con China y, en particular, con respecto a las importaciones desde China. También se encontró que la manufactura estadounidense se había beneficiado ampliamente de ello. Las importaciones chinas tuvieron un beneficio neto para los empleos estadounidenses en transporte, logística, construcción, mantenimiento y reparación, entre otros. Como se señala en un estudio de 2020 del centro de investigación de políticas públicas Cato Institute, escrito por el investigador principal Scott Lincicome, Estados Unidos se había beneficiado inmensamente de la adhesión de China a la OMC, siendo las empresas estadounidenses y las clases media y trabajadora los principales beneficiarios. El estudio concluyó que la adhesión y la integración produjeron beneficios económicos reales para la mayoría de los estadounidenses, al tiempo que reforzaron el sistema de comercio multilateral y eliminaron desigualdades históricas bajo el anterior régimen de política comercial estadounidense más proteccionista. Los hechos simplemente no respaldaban las afirmaciones de los políticos y expertos estadounidenses de que el compromiso con China en las décadas de 1990 y 2000 fueron un error y que negar la admisión de China a la OMC hubiese sido una opción política realista que habría mejorado la posición económica y geopolítica de Estados Unidos. Si bien la adhesión de China a la OMC puede haber fortalecido al país asiático en relación a Estados Unidos al reducir la disparidad económica entre ellos, su efecto neto fue fortalecer significativamente ambas economías.

Sólo comprendiendo adecuadamente la importancia de la relación comercial con China y la incapacidad de Estados Unidos, por una serie de razones económicas, de volver a una postura proteccionista y a depender de las industrias nacionales, se podrán comprender adecuadamente las inmensas dificultades, si no la imposibilidad, de un desacoplamiento radical con respecto a China. En particular, la base industrial estadounidense permaneció en una posición muy pobre para hacerse cargo de la manufactura que se efectuaba en China, sin importar cuán grandes fueran los incentivos fiscales y cuán intensamente interviniera el gobierno. A pesar de las advertencias del presidente Trump, entre otros dirigentes estadounidenses, de “comenzar a construir sus malditas computadoras y demás cosas en este país”, a los principales fabricantes de tecnología les resultaría casi imposible reubicar sus líneas de producción en el mundo occidental. Como ejemplo tenemos la situación que se produjo a mediados de la década de 2010 y que tuvo que ver con los esfuerzos de Apple por trasladar parte de la fabricación que tenía en China a los Estados Unidos. En 2012 el director ejecutivo de Apple, Timothy D. Cook, anunció en televisión que Apple comenzaría a fabricar sus computadoras de escritorio Mac Pro en los Estados Unidos lo que representaría el primer producto de Apple en años construido por trabajadores estadounidenses. La transferencia de la fabricación de China a Estados Unidos fue ampliamente aclamada por muchos medios de comunicación y comentaristas políticos estadounidenses como un paso en la dirección correcta. Pero Apple enfrentó dificultades significativas cuando intentó ensamblar el Mac Pro en los Estados Unidos, y el New York Times destacó como ejemplo un problema aparentemente pequeño que resultó ser crítico. Se trataba de la falta de tornillos adecuados para la computadora en Estados Unidos. En China, Apple tenía acceso a múltiples fábricas que podían producir grandes cantidades de tornillos personalizados en poco tiempo, pero esto estaba lejos de ser el caso en Estados Unidos. Las pruebas de nuevas versiones de la computadora se vieron paralizadas porque un taller mecánico de 20 empleados en el que confiaba Apple podía producir como máximo 1000 tornillos por día. La escasez de tornillos fue uno de varios problemas que pospusieron las ventas de la computadora durante meses. Cuando la computadora estuvo lista para la producción en masa, Apple ya había encargado los tornillos a China. Ello ponía de relieve los problemas que Apple enfrentaría si intentaba sacar una cantidad significativa de su producción fuera de China. Apple había descubierto que ningún país, incluyendo Estados Unidos, podía igualar la combinación de escala, habilidades, infraestructura y costos de China.

Estar lejos de las cadenas de suministro de la industria, que estaban abrumadoramente centradas en el Asia oriental y en China en particular, complicó significativamente las operaciones, elevó los costos logísticos y socavó la flexibilidad necesaria para ajustar y adaptar los procesos de fabricación. The Times señaló una amplia gama de problemas que causaban que los materiales estuvieran regularmente fuera de lugar y provocaban retrasos considerables al intentar fabricar productos en los Estados Unidos, debido a tener una base industrial mucho más pequeña que en China. No obstante, Apple continuó produciendo una pequeña cantidad de Mac Pro en Estados Unidos porque ya había invertido en maquinaria compleja allí, no porque esto resultara ser particularmente eficiente una vez que comenzó la producción. No sólo la economía y la fuerza laboral de China están particularmente bien preparadas para fabricar bienes industriales complejos de alta gama, tanto para empresas extranjeras como, cada vez más, para sus propios gigantes tecnológicos emergentes, sino que Estados Unidos y la gran mayoría del mundo occidental son particularmente ineficientes en esta área. Como observó el director ejecutivo de Apple, Timothy D. Cook con respecto a China en una conferencia en diciembre de 2017: “el nivel de conocimientos y habilidades necesarias para fabricar y operar la maquinaria de última generación que fabricaba los productos Apple en China era simplemente increíble. En Estados Unidos se podría celebrar una reunión de ingenieros de herramientas y no estoy seguro de que podamos llenar una sala. En China, se podrían llenar varios campos de fútbol”. El predecesor de Cook, el famoso Steve Jobs, había hecho declaraciones en el mismo sentido, y cuando el presidente Obama le preguntó sobre la posibilidad de repatriar puestos de trabajo, concluyó: “esos empleos no volverán”. Un artículo de Forbes de principios de 2018 señalaba la dificultad que enfrentaría Apple si fabricara uno de sus productos, el iPhone, en Estados Unidos: “Si Apple se viera obligada a fabricar únicamente el iPhone en Estados Unidos, existe un buen argumento de que no podría fabricar ninguno en absoluto. Y si de alguna manera pudieran realizar con éxito la transición manufacturera, la capacidad probablemente se limitaría a unos pocos millones de unidades al año. La cuestión aquí no es realmente acerca de las diferencias en el costo de la mano de obra. Se trata más de la cadena de suministro y, sobre todo, de las diferencias en las habilidades necesarias para fabricar cientos de millones de iPhone de alta calidad para satisfacer la demanda actual del mercado”.

La naturaleza única de las ventajas que aporta China significó que la posibilidad de que los gigantes tecnológicos reubicaran su manufactura en países occidentales era inviable, e incluso las perspectivas de trasladar la industria de China a otros países asiáticos seguían siendo poco probables. Pero estas ventajas de China iban mucho más allá de los costos laborales, como señaló el director ejecutivo de Apple, Timothy D. Cook: “Hay una confusión sobre China. La idea popular es que las empresas vienen a China debido al bajo coste laboral. Pero la verdad es que China dejó de ser el país con mano de obra barata hace muchos años y esa no es la razón para venir a China desde el punto de vista de la oferta. La razón es por la habilidad y la cantidad de habilidad en un lugar determinado así como el tipo de habilidad. Los productos que fabricamos requieren herramientas realmente avanzadas y la precisión que hay que tener al utilizar estas herramientas y trabajar con los materiales que fabricamos es de última generación. Y la habilidad con estas herramientas es muy profunda en China”. Cook señaló que China se beneficiaba de una experiencia muy profunda, lo cual atribuyó al sistema educativo del país, señalando que estaba a la vanguardia al enfatizar los aspectos que habían dado a la industria una ventaja significativa. Afirmó que tiene que haber un cambio fundamental en el sistema educativo en Estados Unidos para que Apple pueda considerar trasladar la producción a dicho país. Incluso varios años antes de la declaración de Cook, el New York Times había observado prácticamente el mismo problema: “No se trata sólo de que los trabajadores sean más baratos en China. Más bien, los ejecutivos de Apple creen que la gran escala de las fábricas en China, así como la flexibilidad, la diligencia y las habilidades industriales de los trabajadores chinos han superado de tal manera a sus homólogos estadounidenses que el Made in USA ya no es una opción viable para la mayoría de los productos Apple”. Se trataba de una tendencia que obligaba a las empresas estadounidenses a deslocalizarse para seguir siendo competitivas en campos tan diversos como la banca, los productos farmacéuticos y la fabricación de automóviles. Un ejecutivo de alto rango de Apple fue una de las muchas fuentes que enfatizaron la importancia de la concentración de las cadenas de suministro globales en China, afirmando: “Toda la cadena de suministro está ahora en China. ¿Necesitas mil juntas de goma? Esa en la fábrica de al lado. ¿Necesitas un millón de tornillos? Esa fábrica está a una manzana. ¿Necesitas que ese tornillo sea un poco diferente? Tomará solo tres horas”.

La concentración de las cadenas de suministro fue un aspecto que Timothy D. Cook también enfatizó fuertemente como un factor principal que influyó en el lugar donde se llevó a cabo la fabricación de Apple. Como resultado de las ventajas únicas que ofrecía China, si los gigantes tecnológicos como Apple buscaran alternativas para diversificar su producción a medida que las relaciones entre China y Estados Unidos se deterioraran, no habría alternativas con capacidades remotamente comparables, ya sea en términos de su base industrial y concentración de cadenas de suministro o de la combinación de tamaño, competencia y productividad de su fuerza laboral calificada. El resultado del breve experimento de Apple con la fabricación en Estados Unidos fue indicativo de un fenómeno importante que subyace a una tendencia clave en la economía global. Significaba que cambiar incluso una línea de producción muy pequeña requería mucho más que la construcción de una o dos nuevas líneas, sino que requería el movimiento de todo un ecosistema de producción que era poco probable que regresara alguna vez al mundo occidental. Ante la presión política, Apple estaba dispuesta a experimentar aceptando los costos más altos de producir una sola computadora especializada en Estados Unidos, aunque dependía en gran medida de componentes fabricados en el extranjero. Dado que las ineficiencias conducen a costos más altos en las líneas de producción, a menudo varias veces más altos, el traslado de todo un ecosistema de producción de regreso a Occidente estaría muy lejos de ser rentable e incurriría en costos adicionales en todas las etapas de la producción, desde la fabricación de los tornillos en Estados Unidos hasta finalmente ensamblar las computadoras. El resultado sería que si Apple reubicara teóricamente sus líneas de producción mucho más grandes en los Estados Unidos, implicaría un aumento considerable de los costes y precios, según algunas estimaciones de más del 1000 por ciento para sus principales productos debido a la disminución muy significativa de la eficiencia. Esto no sólo pondría fin a la capacidad de una empresa para competir internacionalmente, sino que ninguna cantidad realista de aranceles a las importaciones podría hacerla viable ni siquiera en Estados Unidos.

La tendencia a que los productos occidentales no puedan depender de la fabricación occidental como resultado del giro económico hacia Asia oriental, y hacia China en particular, también ha tenido fuertes implicaciones para los sectores de defensa de Estados Unidos y Europa. Aunque ésta fue una de las pocas áreas en las que Estados Unidos se comprometió a seguir siendo líder, ni siquiera una industria militar líder en el mundo podría seguir siendo completamente autosuficiente a largo plazo en un país ampliamente desindustrializado, como sucede en Estados Unidos. Durante siglos, los expertos han considerado casi unánimemente que el estatus de gran potencia dependía de la base económica y del sector manufacturero de un país, que al menos tenía que ser suficiente para abastecer sus fuerzas armadas sin depender demasiado del exterior. Estados Unidos no solo está muy por detrás de China en este sentido, sino que en la actual década de 2020 ha caído a un nivel de autosuficiencia más comparable con las bases industriales militares de Rusia. Una investigación ordenada por el presidente Donald Trump y dirigida por el Pentágono encontró en 2018 que el ejército estadounidense había llegado a depender en gran medida de productos extranjeros, y especialmente de China, para sus operaciones. Entre ellos destacan la microelectrónica, los circuitos integrados y los transistores, todos ellos muy utilizados en equipos militares, desde satélites y misiles guiados hasta aviones de combate y sistemas de comunicaciones. Más allá de la electrónica, la dependencia de la fabricación china también incluía productos como el químico butanetriol utilizado para producir misiles Hellfire. La agencia de noticias Reuters señaló con respecto a este desarrollo: «El Pentágono ha estado preocupado durante mucho tiempo de que ‘interruptores de apagado’ pudieran estar integrados en transistores que podrían apagar sistemas sensibles de Estados Unidos en un conflicto«. Un funcionario estadounidense anónimo dijo a Reuters con respecto a los resultados de la investigación: “La gente solía pensar que se podía subcontratar la base de fabricación sin ninguna repercusión sobre la seguridad nacional. Pero ahora sabemos que ese no es el caso”. La investigación ordenada por el presidente Trump destacó la necesidad de apoyar a los fabricantes especializados en Estados Unidos que producen hardware clave para sus sistemas de armamento. Pero hacerlo generaría costos significativos para el ejército estadounidense, que en 2021 ya había gastado más que las fuerzas armadas de China en sus adquisiciones. El uso de subsidios gubernamentales para apuntalar a los productores nacionales fue una solución temporal y lejos de ser eficiente. Sin embargo, la realidad subyacente era que parecía inviable eliminar a China de sus cadenas de suministro militares debido al costo prohibitivo de trasladar la fabricación de regreso a Estados Unidos.

El periodista estadounidense especializado en defensa, Brett Tingley, fue uno de los muchos que subrayaron: “actualmente, Estados Unidos depende casi por completo de productos electrónicos fabricados en el extranjero para impulsar la mayoría de sus tecnologías, tanto en los sectores de defensa como de consumo”. Destacó que esto tenía implicaciones muy significativas, no sólo para la capacidad de competir por parte de la alta tecnología civil sino también para el sector de defensa. La naturaleza generalizada de la dependencia del ejército estadounidense del hardware de origen chino era tal que en varios casos se “ignoraba” el origen chino de diversos equipos de defensa. La empresa de tecnología neoyorquina Adventura Technologies vendió durante años equipos fabricados en China al Pentágono afirmando que fueron construidos en Estados Unidos, obteniendo considerables ganancias en el proceso. Esto incluía principalmente equipos de vigilancia. El hardware se volvió a empaquetar en cajas con la leyenda «Made in USA«. Esto sirvió como indicador de un problema subyacente mucho más grave. Mientras la brecha en competitividad y eficiencia entre los sectores manufactureros de los dos países fuera tan grande, siempre habría un fuerte incentivo para no utilizar productos de origen estadounidense e intentar sustituirlos en cualquier punto de las vastas cadenas de valor que suministraban productos militares. Esto proporcionó el incentivo subyacente para las acciones de Adventura Technologies. La brecha en la rentabilidad era tan grande que se consideró que valía la pena correr un tremendo riesgo legal. Además de la dependencia de la fabricación china, también surgió la cuestión de que las empresas occidentales que suministran al ejército estadounidense podrían ser propiedad china tras las crecientes adquisiciones por parte de empresas chinas. La tendencia a depender de proveedores extranjeros para la defensa con el vaciamiento de la base industrial militar estadounidense surgió poco después del final de la Guerra Fría. Aunque los gastos en defensa fueron muy elevados en los gobiernos de Reagan y H. W. Bush, los gastos de defensa cayeron drásticamente después de la desintegración del Pacto de Varsovia y el colapso de la URSS, lo que condujo a un fuerte deterioro en el sector de defensa a partir de la década de 1990.

El deterioro estadounidense había sido particularmente rápido en el período 1992-1996, pero continuó mucho después, y se citó como una de las principales causas la presión sobre los fabricantes para aumentar la eficiencia condicionados por presupuestos decrecientes que muy a menudo dieron lugar a la subcontratación en el extranjero. Esto fue parte de una tendencia más amplia que se observó en mayor medida en el sector civil. En repetidas ocasiones desde principios de la década de 2000 Washington y el Pentágono demostraron ser incapaces de revertir la tendencia hacia la subcontratación en sectores vitales de la producción en el extranjero, especialmente en China. Las fuerzas del mercado, los grandes poderes mundiales, dictaron la tendencia a trasladar la fabricación al extranjero, y a China en particular, incluso en el sector de defensa, donde la intervención gubernamental fue mayor. Un indicador notable del grado de dependencia del ejército estadounidense de los proveedores extranjeros después de la Guerra Fría se produjo en 2003, cuando un proyecto de ley presentado por el representante Duncan Hunter habría exigido que el contenido estadounidense en productos de defensa aumentara del 50 al 60 por ciento, y que cuatro años después de su promulgación, todas las máquinas herramienta en los programas de defensa de Estados Unidos fuesen 100 por ciento nacionales. La Casa Blanca argumentó que esto “restringiría innecesariamente la capacidad del Departamento de Defensa para acceder a tecnologías de punta y capacidades industriales no estadounidenses”. Incluso la Asociación de Industrias Aeroespaciales se opuso en 2003 a una mayor dependencia de los equipos fabricados en Estados Unidos basándose en que restringir las importaciones extranjeras no sólo aumentaría significativamente los costos de los productos de defensa, sino que también impediría el acceso a muchos de los productos electrónicos y de comunicación tecnológicamente más avanzados. El Pentágono adoptó políticas para globalizar la base industrial de defensa estadounidense. En lugar de depender de sus proveedores estadounidenses tradicionales, el Pentágono aumentó tanto su apertura a comprar sistemas de armas en el extranjero como su tolerancia a las compras extranjeras de empresas de defensa estadounidenses. Los funcionarios del Pentágono argumentaron que el abastecimiento extranjero de productos, componentes y materiales sería en realidad algo bueno para todas las tecnologías, excepto para las más críticas para la defensa, e incluso afirmaron que esto conduciría a una innovación más rápida y al mismo tiempo reduciría costos. Los líderes industriales y sindicales, así como los miembros del Congreso, han advertido que la política del Pentágono de aumentar esta dependencia está contribuyendo a la erosión de la capacidad industrial de defensa de la nación y, en consecuencia, está socavando la seguridad nacional.

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El cierre de fabricantes especializados y la falta de habilidades técnicas fueron causas clave y representaron parte de una tendencia más amplia que influyó en el declive industrial estadounidense. Los informes también destacaron una participación cada vez menor en muchos mercados de exportación clave, en que las exportaciones mundiales de armas navales bajaron drásticamente del 63 por ciento en 2007 a solo el 17 por ciento en 2017. Esto reflejó una tendencia más amplia hacia la disminución de la construcción naval estadounidense. El declive de la industria de construcción naval militar había restringido gravemente la diversidad de proveedores, lo que inevitablemente conducía a mayores costos y menor eficiencia. La falta de trabajadores calificados “afectará significativamente la capacidad de la industria de la construcción naval para satisfacer la demanda a largo plazo de la Marina”. Se encontraron otros problemas graves en el sector de las municiones, y los informes de los años siguientes no indicaron mejoras significativas y, en muchos campos, sólo una preocupante disminución. Podemos señalar el declive de la construcción naval militar como ejemplo de un declive más amplio de la base industrial militar. Los informes de la Asociación Industrial de Defensa Nacional (NDIA) sobre la base industrial de defensa señalaron muchas de las mismas tendencias que las del Pentágono. Dichos informes indicaron fuertes tendencias negativas en las que las empresas luchan contra el deterioro de las condiciones de seguridad industrial, así como la disponibilidad y el costo tanto de los materiales como de la mano de obra cualificada. Al considerar varios aspectos de la base industrial, se demostró que la seguridad de las cadenas de suministro era, con diferencia, el mayor problema, seguido de las cuestiones políticas y regulatorias. Un informe de la Casa Blanca sobre la base industrial y la cadena de suministro para la fabricación y para defensa, que había sido solicitado por el presidente Trump y publicado en septiembre de 2018, coincidía firmemente con los puntos de vista del Pentágono y la Asociación Industrial de Defensa Nacional (NDIA) al señalar una base industrial de defensa gravemente erosionada que dejó en riesgo la seguridad nacional.

Así pues, el ejército estadounidense se ha vuelto dependiente de componentes extranjeros de bajo costo. Cosas como máquinas herramienta, detectores de infrarrojos y sistemas de visión nocturna son proporcionados en gran medida por proveedores extranjeros, lo que plantea dudas sobre si el ejército estadounidense tendría acceso a ellos en una guerra prolongada. Como casi todos los informes sobre el estado del sector de defensa, el informe de la Casa Blanca subrayó una grave escasez de trabajadores cualificados, como ingenieros y desarrolladores de software. Este es un problema en toda la base industrial estadounidense, pero sus impactos en el sector de defensa tienen implicaciones particularmente graves. Los graves problemas que afectan a la industria de defensa estadounidense, que se plantearon a finales de la década de 2010 y principios de la de 2020, en muchos casos se habían destacado durante décadas y solo estaban empeorando con una tendencia hacia el deterioro de la base industrial del país. James Jay Carafano, investigador principal en política de seguridad nacional de la Fundación Heritage, advirtió que los funcionarios del Pentágono “parecen admitir que Estados Unidos carece de la capacidad industrial necesaria para suministrar muchos bienes importantes que el ejército necesita. De hecho, los funcionarios del Pentágono se han opuesto a los esfuerzos por exigir preferencia a los proveedores nacionales sobre el abastecimiento extranjero en las adquisiciones de defensa, basándose en que muchos productos extranjeros son superiores en confiabilidad y rendimiento”. Además, señaló una creciente «preocupación por la viabilidad de la industria estadounidense de máquinas herramienta para suministrar las herramientas de ultra alta precisión necesarias para reemplazar las herramientas existentes y satisfacer la demanda futura. Estados Unidos carece de una base industrial suficientemente sólida para suministrar muchos productos vitales necesarios para mantener una base industrial de una defensa fuerte. El apoyo del Pentágono a la globalización de las adquisiciones de defensa no sólo refleja la creciente incapacidad de nuestra base industrial para satisfacer las necesidades de seguridad nacional, sino que en sí mismo contribuye al continuo desmoronamiento de la capacidad industrial general de la nación”. Cuanto más subcontrataba el Pentágono en el extranjero, más decaía la industria nacional, y cuanto más decaía y se volvía menos competitiva, mayor era el incentivo para subcontratar.

El analista de la RAND Corporation y especialista en seguridad nacional y manufactura, el profesor Michael Webber, destacó que el nivel de declive era completamente único en la historia del sector de defensa estadounidense, y que las industrias que mostraban erosión eran vitales no sólo para la defensa sino también para la economía en general y para la innovación, y advirtió: “hay poca inversión en investigación y desarrollo básicos o en procesos de producción avanzados. Y hay menos estudiantes matriculados en los campos de ciencia e ingeniería que respalden estas industrias. El país está perdiendo una fuerza laboral altamente cualificada que no puede volver a capacitarse fácilmente”. Webber señaló que los principales contratistas de defensa, como Boeing y Lockheed Martin, se centraban mucho más en la integración de sistemas que en la innovación. Las empresas más pequeñas de las que se dependía para innovar, a su vez, eran las más vulnerables a quedar inviables por el declive más amplio de la industria, lo que significaba la contracción de la base industrial. Webber también destacó que la capacidad del sector de defensa para innovar se vio perjudicada por la falta de una base de apoyo eficiente, ya que gran parte de la industria civil había sido subcontratada en el extranjero. Hablando con el exsecretario de Estado Mike Pompeo en abril de 2021, el multimillonario tecnológico germano-estadounidense Peter Thiel (influyente personaje del que podría escribirse todo un libro) observó que la consolidación del mercado había hecho que el sector de defensa fuera mucho menos competitivo y había agravado los efectos de los recortes presupuestarios posteriores a la Guerra Fría. Aunque se consideró que el aumento de la financiación militar por parte de la administración Trump había frenado la tendencia hacia el declive, estaba lejos de ser suficiente para revertirlo o incluso detenerlo.

Como parte de una tendencia que lleva décadas se necesitarían cambios muy profundos. Se publicó un informe en 2018 sobre la industria de defensa destacando que para varios productos solo había dos o incluso una sola empresa estadounidense que los producía y en algunos casos absolutamente ninguna, ya que la fabricación local había disminuido significativamente lo que obligó al Pentágono a mirar al exterior. El declive del sector de defensa estadounidense en los años posteriores a la Guerra Fría tuvo consecuencias muy tangibles, ya que todos los principales programas armamentísticos del país, casi sin excepción, enfrentaron serios problemas de desarrollo, sobrecostos y retrasos muy superiores a los programas de la era de la Guerra Fría, cuando la base industrial había sido mucho más robusta. La disminución de la base industrial militar de Estados Unidos no es sólo un fenómeno significativo en sí mismo, particularmente en un momento de crecientes tensiones con China, sino que también sirve como un fuerte indicador de una tendencia mucho más amplia en la economía de Estados Unidos y, por extensión, en la gran mayoría de las economías del mundo occidental. Dado que la producción militar ha sido el sector más protegido de la industria estadounidense contra la subcontratación en el extranjero debido a su importancia para la seguridad nacional, se pudo observar una caída mucho más rápida y aguda que la observada en la base industrial militar en la base industrial civil relativamente desprotegida del país. No se pudo evitar que una tendencia más amplia hacia el declive industrial estadounidense afectara a las industrias militares, a pesar de que el Pentágono y el Capitolio identificaron en muchas ocasiones el problema y advirtieron sobre sus consecuencias. Para abordar adecuadamente el declive del sector de defensa, Estados Unidos requeriría revertir la tendencia hacia la deslocalización de su fabricación, que se había vuelto prácticamente imposible sin destruir su capacidad de competir.

Más allá del declive de la industria de defensa y sus consecuencias de largo alcance para la seguridad, la posición geopolítica de Estados Unidos se ha visto seriamente socavada por un declive paralelo y más grave de la base industrial civil. Si bien la intervención gubernamental limitó la tasa de deslocalización y contracción de la industria de defensa, las industrias civiles generalmente abandonadas a las fuerzas del mercado se contrajeron significativamente más rápidamente, lo que tuvo profundas implicaciones para la capacidad de Estados Unidos de competir con China económicamente y en alta tecnología. La participación de la industria manufacturera en el Producto Interior Bruto (PIB) estadounidense había caído de manera constante desde finales de la década de 1960, y la tasa se aceleró de manera particularmente pronunciada desde principios del siglo XXI y nuevamente después de la crisis financiera de 2008. En 2019, el investigador principal de la Fundación Heritage en política de seguridad nacional, el Dr. James Jay Carafano, observó sobre el estado de la industria estadounidense y su fuerte declive durante la década anterior: “Los signos de declive industrial reflejados en los principales indicadores económicos nacionales y globales, la amenaza a la innovación y la pérdida de la ventaja tecnológica de Estados Unidos, así como la reducción de la fuerza laboral cualificada y la pérdida de conocimientos científicos, de ingeniería y de fabricación, representan varios indicadores clave del desempeño económico interno y la competitividad global. Cuando se toman en conjunto, proporcionan evidencia sólida de que la base manufacturera de Estados Unidos se ha debilitado enormemente durante la última década”. Esto dejó al país “sin una industria que genere buenos empleos, riqueza y la financiación necesaria para la investigación y el desarrollo”. Entre las docenas de ejemplos citados, algunas de las industrias estadounidenses que quedaron en dificultades después de perder posiciones dominantes durante los quince años anteriores fueron las dedicadas a semiconductores, máquinas herramienta, placas de circuitos impresos, electrónica de consumo, componentes de automóviles, electrodomésticos, muebles, ropa, equipos de telecomunicaciones y muchos otros. El declive industrial y el consiguiente declive de la innovación estaban transformando la posición económica y militar de Estados Unidos en el mundo. James L. Schoff, investigador principal del Programa Carnegie para Asia, advirtió que las “ventajas militares cualitativas de Estados Unidos podrían perderse fácilmente si no pueden competir exitosamente con China en la carrera por la innovación”.

A finales de la década de 2000, tras la fuerte crisis financiera, el mal estado de la industria estadounidense era cada vez más evidente y su declive se había acelerado. Por ejemplo, la industria de placas de circuito impreso se redujo de 11 mil millones de dólares en 2000 a 4 mil millones de dólares en 2007, a pesar del crecimiento considerable de la industria a nivel mundial, y la participación en la producción global de los fabricantes estadounidenses cayó del 26 por ciento en el 2000 a menos del 8 por ciento. Esta industria era particularmente vital para la innovación en alta tecnología debido a la amplia utilización de sus productos. Mientras que la producción de acero china creció de 124 millones a 500 millones de toneladas entre 1999 y 2008, la producción de la industria siderúrgica estadounidense cayó de 97,4 a 91,5 millones de toneladas en el mismo período. La industria del mueble estadounidense perdió al menos el 60 por ciento de su capacidad de producción nacional. La industria automovilística estadounidense también experimentó una disminución continua de su cuota de mercado. Dado que las máquinas-herramienta son la columna vertebral de cualquier economía industrial y, por tanto, un indicador útil del estado general de la industria, el consumo de máquinas herramienta en Estados Unidos en 2007 ascendió a 6 mil millones de dólares, un 30 por ciento menos que en 1998. Estas tendencias sólo se volvieron más extremas después del 2008. La globalización y la alta tolerancia de Washington y otras capitales occidentales a la deslocalización fueron un desastre para la industria manufacturera occidental. En el caso de China, sin embargo, la discrepancia favorable en los costes laborales fue sólo parte de la razón por la que obtuvo una inversión extranjera sustancial y la deslocalización, ya que también influyeron la gran reserva de trabajadores cualificados y educados de China, una organización eficaz, una infraestructura confiable, un sistema político estable y la excelente ética de trabajo, todo lo cual contribuyó en gran medida. Otros países, como India, Pakistán, Irán, Indonesia, Egipto y México, no disfrutaron de incrementos de inversión ni beneficios por la subcontratación comparables. Esto permitió que China siguiera siendo un destino muy popular para la subcontratación a pesar de un rápido aumento de los salarios en el siglo XXI. Incluso cuando la brecha entre los salarios chinos y occidentales se hizo mucho más estrecha, la inversión en China, particularmente en manufactura, seguía siendo mucho más rentable. El partido gobernante de China había dado forma a una economía que los mercados globales determinaron que era en muchos sentidos la más eficiente del mundo, y con las fuerzas del mercado mundial fuertemente de su lado, así como las empresas occidentales y las finanzas globales tratando de maximizar sus ganancias, Washington estaba difícilmente capaz de ir en contra de esta tendencia.

Las tendencias hacia un declive industrial estadounidense continuaron durante la década de 2010 y durante la administración de Donald Trump, bajo la cual la creciente hostilidad y las tensiones con China llevaron a Washington a prestar mucha más atención al estado de su base industrial que en décadas. La conveniencia de adherirse a un sistema neoliberal y permitir que las fuerzas del mercado moldearan la economía con una mínima intervención gubernamental fue cada vez más cuestionada a medida que surgió un creciente consenso de que un enfoque de laissez faire había puesto fin efectivamente a la era de la primacía estadounidense. La grave diferencia en la competitividad y eficiencia entre la industria china y estadounidense, que propiciaban la primacía tecnológica emergente de China, alimentaron un creciente apoyo en Washington a una mayor intervención gubernamental para subsidiar sectores de la economía civil o militar considerados estratégicamente importantes y en riesgo de fracasar. Aunque la guerra comercial de la administración Trump contra China iniciada en 2018 fue ampliamente vista como contraproducente, marcó un punto de inflexión en el apoyo a la idea de que, aunque los mercados habían considerado a China como el lugar más eficiente para las principales cadenas de suministro, era necesario intervenir contra esta tendencia para trasladar la fabricación de regreso a Estados Unidos, o al menos fuera de China. Un nuevo proyecto de ley estadounidense propuesto en junio de 2020 puso un fuerte énfasis en la fabricación nacional, incluida la contribución de más de 22.800 millones de dólares a la industria de semiconductores en el marco de un nuevo fondo de subvenciones federales para alentar a los fabricantes locales. Sin embargo, se predijo que alejarse de la industria del Asia oriental estaba lejos de ser factible. La intervención del gobierno estadounidense en la industria de los chips se produjo como parte de un esfuerzo más amplio para impulsar la alta tecnología, y siguió a un proyecto de ley para aumentar la financiación en 100.000 millones de dólares en cinco años para la Fundación Nacional de Ciencias, centrándose en áreas estratégicamente críticas, incluida la inteligencia artificial, la robótica y la fabricación avanzada. En ese momento se esperaba que se presentara un segundo proyecto de ley para apoyar a la industria de los chips.

La naturaleza sin precedentes de estos esfuerzos reflejaba la gravedad de la situación, siendo una posibilidad real el riesgo de que se pusiera fin a siglos de primacía tecnológica occidental, especialmente estadounidense. El senador republicano Marco Rubio, dio una razón por la que los legisladores de ambos partidos apoyaban la intervención del gobierno, ya que afirmó: “En última instancia, el capitalismo es el mejor modelo económico y siempre producirá el resultado más eficiente. Pero hay momentos en que el resultado más eficiente no es el mejor resultado para Estados Unidos”. Esto fue una admisión de que una China más competitiva había superado a Estados Unidos en el sistema de libre mercado que Washington había defendido durante mucho tiempo y que defendía que debería adoptarse universalmente. En junio de 2021, el senador republicano Tom Cotton, de Arkansas, patrocinó la legislación sobre subsidios para semiconductores que estipulaba una inversión de decenas de miles de millones de dólares por parte del gobierno federal para impulsar la industria de los semiconductores. Los legisladores estadounidenses de ambos partidos apoyaron la legislación sobre la base de contrarrestaría los avances chinos en este campo, ya que las empresas del continente asiático amenazan cada vez más con seguir los pasos de las de Corea del Sur y Taiwán y superar a las de Estados Unidos. China ya había superado cuantitativamente a Estados Unidos en la producción de semiconductores y su participación en la producción mundial de 1990 a 2021 aumentó del 1 al 15 por ciento, mientras que en Estados Unidos la participación cayó del 37 por ciento al 12 por ciento. Como señaló el New York Times, tales esfuerzos “reflejan un consenso cambiante en Washington, a medida que los legisladores buscan una intervención gubernamental más expansiva en los mercados privados para ayudar a las empresas estadounidenses a competir. Eso incluye a los republicanos, que durante mucho tiempo han criticado los planes industriales liderados por el gobierno por considerarlos ineficientes y con olor a comunismo, pero han observado con consternación cómo tales esfuerzos en China le han permitido dominar industrias que van desde el acero y los paneles solares hasta la construcción naval”. Sin embargo, seguía siendo incierto hasta qué punto Washington se desviaría de su compromiso ideológico con los mercados libres y la economía del laissez faire si su posición de liderazgo global se viera amenazada por una economía rival más competitiva construida alrededor de la planificación estatal.

El alejamiento de la ideología del libre mercado en respuesta a la competencia china también podría verse en el sector de defensa. Un indicio de esto fue una declaración del jefe de adquisiciones de la Fuerza Aérea de Estados Unidos, William Roper, en julio de 2020 de que una base industrial en deterioro y una lucha por mantener la competitividad con rivales militares cercanos podrían provocar la nacionalización de partes de la industria para Defensa. Roper no fue el único que llamó la atención sobre la posible necesidad de una mayor intervención gubernamental y cierto grado de nacionalización. El Jefe de Estado Mayor del Ejército, Mark Milley, por ejemplo, destacó que las industrias de defensa estatales de China e incluso Rusia podrían producir armamentos de manera mucho más rentable, lo que ayudó a estos países a compensar en gran medida sus presupuestos de defensa mucho más pequeños en relación a los Estados Unidos. Más allá de la defensa y los semiconductores, el gobierno estadounidense adoptó medidas significativamente más amplias para ofrecer apoyo directo a sectores debilitados de la economía nacional que se consideraban estratégicamente críticos para contrarrestar a China. El presidente de la Junta de Innovación de Defensa, Eric Schmidt, subrayó que era probable que el sector tecnológico estadounidense se quedara por detrás de China a menos que recibiese un considerable apoyo del gobierno federal. En los últimos años, los estadounidenses, incluidos los líderes de Silicon Valley, han puesto demasiada fe en el sector privado para garantizar el liderazgo global de Estados Unidos en nuevas tecnologías. Ahora se está en una competencia tecnológica con China que tiene profundas ramificaciones para la economía y defensa estadounidenses. Citando la IA y el 5G en particular, Eric Schmidt señaló que “China tiene casi el doble de supercomputadoras y aproximadamente 15 veces más estaciones base 5G desplegadas que Estados Unidos. Si las tendencias actuales continúan, se espera que las inversiones generales de China en investigación y desarrollo superen las de Estados Unidos dentro de 10 años. A menos que estas tendencias cambien, en la década de 2030 estaremos compitiendo con un país que tendrá una economía más grande, más inversiones en investigación y desarrollo, mejor investigación, un mayor despliegue de nuevas tecnologías y una infraestructura informática más sólida”.

Schmidt equiparó la pérdida de la primacía estadounidense en campos como la IA con amenazas a la estabilidad internacional, destacando que el orden mundial liderado por Occidente dependía del dominio occidental continuo de las tecnologías clave. Por lo tanto, pidió “asociaciones sin precedentes entre el gobierno y la industria y una iniciativa bipartidista audaz para ampliar la ventaja tecnológica de nuestro país”, incluido el apoyo gubernamental para desarrollar mercados para la tecnología 5G alternativos que pudiesen desafiar a la empresa china Huawei. La estrategia nacional integral dirigida por el gobierno estadounidense para el desarrollo tecnológico que presentó se parecía un poco a las del gobierno chino bajo iniciativas como Made in China 2025, que de hecho pedía a Estados Unidos que abandonara su enfoque liderado por el sector privado para seguir siendo competitivo. Schmidt concluyó: “En última instancia, los chinos están compitiendo para convertirse en los principales innovadores del mundo y Estados Unidos no está jugando para ganar. El éxito importa mucho más que los resultados de nuestras empresas y la ventaja de nuestro ejército en el campo de batalla. Debemos demostrar que estas nuevas tecnologías pueden promover la libertad individual y fortalecer las sociedades libres. Para que triunfe el modelo estadounidense, el gobierno estadounidense debe liderarlo”. Si bien el gobierno estadounidense tomó medidas para aumentar el apoyo al sector privado en industrias clave, las ideologías así como los sistemas políticos y económicos de Estados Unidos descartaron cualquier cosa que se aproximara al nivel de planificación a largo plazo y cooperación entre el sector público y privado tal como era visualizado en China. La capacidad para abandonar un sistema económico arraigado durante décadas y la capacidad de permitirse el apoyo masivo necesario para apuntalar industrias como la de los semiconductores, que de otro modo serían demasiado ineficientes para competir contra sus rivales del Asia oriental, era algo muy cuestionable. Aunque algunas de las propuestas de intervención gubernamental en la economía parecían radicales, no era probable que fueran suficientes para revertir la abrumadora tendencia hacia el declive de Estados Unidos.

Frente a tendencias que presagiaban fuertemente el ascenso de China y el declive de las posiciones de Estados Unidos y Occidente tanto en la economía mundial como en la alta tecnología global, la administración Trump inició medidas para revertir la marea de la globalización y aislar a Estados Unidos y a la mayor parte del mundo de China. El término bifurcación se utilizó cada vez más para describir el objetivo de Washington de forjar una mitad occidental de alta tecnología global y de comercio internacional en la que una China más competitiva tendría que enfrentar restricciones arbitrarias. El Washington Post lo describió de esta manera: “construir un muro alrededor de las tecnologías occidentales así como alrededor de los mercados occidentales, sumergiendo al mundo entre países que se unieran a Estados Unidos para aislarse y aquellos que no se uniesen”. El caso del bloqueo a Huawei, el líder mundial indiscutible en 5G, fue solo uno de los primeros pasos en esta dirección. Los mercados globales de 5G estaban hasta cierto punto divididos en dos: entre aquellos que permitían que las empresas más competitivas presentaran ofertas y aquellos que permitían que lo hicieran sólo aquellas consideradas políticamente aptas para los intereses occidentales. Estas políticas amenazaban con remodelar el sector tecnológico y la economía mundial anteriormente globalizados. Como se señala en el título de un artículo de Wall Street Journal de diciembre de 2018: “Trump no acabó con el sistema de comercio global. Lo partió en dos”. Destacó que la administración Trump estaba “presidiendo su realineamiento en dos sistemas distintos, con el grado en que estaba dispuesto a desvincularse de China y el grado en que podría hacer que sus aliados hicieran lo mismo”. Un destacado artículo del Financial Times titulado “La guerra comercial entre Estados Unidos y China corre el riesgo de dividir la tecnología global”, fue uno de los muchos que advirtieron sobre las mismas tendencias. El Primer Ministro de Singapur, Lee Hsien Loong, advirtió que, si bien la guerra comercial y tecnológica de Washington contra China no llevaría a una crisis financiera global, dividiría la economía mundial con consecuencias mucho más graves. En cuanto a las consecuencias de una división de la economía global impulsada por Estados Unidos, el Primer Ministro de Singapur, Lee Hsien Loong, señaló que había “dañado la confianza de las empresas y los consumidores globales, provocando una disminución en el comercio y la inversión globales, y eventualmente afectará a los empleos. A más largo plazo, el mayor riesgo es una división en las cadenas de suministro y en el conjunto de tecnologías, después de muchos años de trabajar en un mundo interconectado. La globalización ha resultado en progreso y prosperidad en términos de tecnología, avances e intercambio de conocimientos entre la humanidad. La alternativa será un mundo menos próspero y más problemático”.

Pero la bifurcación entre China y Occidente ya existe en varios ámbitos, ya que hace años que China comenzó a amparar a otras plataformas y aplicaciones que operan en internet distintas de las occidentales y que, previo paso por las normas del Gobierno chino, ofrecen un servicio muy similar, aunque debidamente controlado por el Partido Comunista Chino. Basta con darse un paseo por ellas para descubrir que la efectividad de su servicio es idéntico sino superior al de las plataformas que nos acompañan a diario en los países occidentales. Probablemente no te suene el nombre de ninguna de las plataformas chinas, pero todas ellas cuentan con millones de usuarios cada día. Con una población próxima a los 1.500 millones de habitantes y una extensión de 10 millones de kilómetros cuadrados, China opera en una Internet paralela. Google fue una de las primeras multinacionales occidentales que sufrió la censura china, pero la empresa china Baidu pronto cogió el testigo como motor de búsqueda. Baidu nació a finales de 1999 y lo fundaron Robin Li y Eric Xu. Su diseño, curiosamente, se parece bastante a la interfaz de Google. La aplicación que se utiliza en China para reemplazar de WhatsApp y Facebook se llama WeChat, que también permite efectuar pagos. En el sector del comercio electrónico, las empresas occidentales eBay y Amazon tienen grandes competidores, como las empresas chinas Alibaba, Pinduoduo, Taobao, TMall y JD. Por otro lado, mientras en Occidente los pagos se gestionan a través de Apple Pay o PayPal, en China usan Alipay y WeChat Pay. Con respecto a las empresas occidentales YouTube, Hulu u Netflix, tienen sus sustitutos en las empresas chinas iQiy, YouKu y Tencent. Algo parecido sucede con las plataformas de música, ya que en lugar de Spotify y Apple Music tienen a QQ Music, KuGou Music y KuWo. Asimismo China tiene su propio Twitter que se llama Renren. La mensajería instantánea en China se gestiona a través de QQ y WeChat, y los mapas no se exploran con Google Maps o Maps de Apple, sino mediante Autonavi, fundada en 2001. En lugar de Airbnb los chinos utilizan Xiaozhu, mientras que en lugar de Booking utilizan Ctrip. Por último tenemos que en lugar de Uber utilizan DiDi. Además, China tiene su propio sistema GPS, denominado BDS. Parece claro que China tiene sus propias reglas y su propia realidad.

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La CNBC, un canal de televisión por suscripción estadounidense sobre noticias de economía, destacó en septiembre de 2019 que políticas cada vez más radicales podrían resultar en un “orden mundial dividido”, citando expertos que enfatizaron un riesgo real de que, como resultado, el mundo se divida en dos bloques geopolíticos y económicos separados. La compañía estadounidense de asesoría financiera, software, datos y medios bursátiles, Bloomberg, advirtió de manera similar que “La guerra tecnológica de Estados Unidos contra China estaba fomentando el proceso de creación de una cortina de hierro digital que separa al mundo en dos esferas tecnológicas distintas y mutuamente excluyentes. Es probable que se forme una brecha más lenta, pero más significativa, entre las naciones a medida que cae este Telón de Acero digital. Tener esferas tecnológicas mutuamente excluyentes no significa simplemente que las cadenas de suministro se reflejen entre sí en diferentes continentes. Más bien, para los países de todo el mundo, significa que cada decisión empresarial y de inversión se vuelve política en lugar de económica. Si una nación acepta instalar redes o infraestructura chinas, existe una posibilidad cada vez mayor de que quede aislada de los productos estadounidenses bajo el pretexto de la seguridad nacional estadounidense y viceversa. Estas decisiones deberán tomarse en todo el mundo”. Separar de China las economías de Estados Unidos y el mundo occidental en general y, si es posible, los países del tercer mundo alineados con Occidente, fue para muchos un objetivo en sí mismo, más que una consecuencia no deseada de las guerras comerciales y tecnológicas. La revista Foreign Policy en mayo de 2020 y con respecto a la creciente tendencia hacia la bifurcación, afirmó: “En gran medida, la actual carrera por el desacoplamiento es el fruto de dos décadas de poder económico chino en constante crecimiento. Para los miembros más halcones de la administración Trump, deshacer 40 años de relaciones económicas cada vez más estrechas con China y hacer retroceder la dependencia de las fábricas, las empresas y la inversión de Estados Unidos de China siempre fueron el objetivo final de la interminable guerra comercial. Ahora, los legisladores y funcionarios de la administración están considerando una serie de medidas para dividir las dos economías más grandes del mundo mediante prohibiciones a una amplia variedad de exportaciones sensibles, aranceles adicionales sobre productos chinos, relocalización forzada de empresas estadounidenses e incluso salidas de la Organización Mundial del Comercio en su conjunto, que algunos consideran que facilita el imperialismo económico de China”.

La revista Foreign Affairs criticó duramente las medidas de Washington hacia la bifurcación, afirmando: «no sólo es peligroso, sino que es imposible. La economía china no es un organismo discreto que pueda separarse fácilmente de la economía global, sino más bien un gemelo siamés, conectado por el tejido nervioso, órganos comunes y un sistema circulatorio compartido”. Fue una de varias fuentes que predijeron que era mucho más probable que Estados Unidos, en lugar de China, viese sus productos eliminados de las cadenas de suministro y su economía aislada si mantenía esa posición. Como parte de esfuerzos más amplios hacia la bifurcación, la administración Trump comenzó a presionar a las empresas de los países alineados con Occidente para que reubicasen sus negocios fuera de China. Esto opuso los objetivos de Washington a los fuertes incentivos del mercado que atrajeron a las empresas a operar en China. Aunque una división de la economía global por motivos políticos tenía el potencial de beneficiar a algunas empresas occidentales, como Ericsson y Nokia, que capturaron los mercados 5G allí donde estaba prohibida la competencia china, la bifurcación enfrentó una resistencia considerable por parte de la mayor parte de los intereses del sector privado. Como observó Shehzad H. Qazi, director gerente del China Beige Book, una plataforma que analiza datos sobre la economía de China para inversores: “Las empresas van a ser increíblemente resistentes a cualquier cosa que afecte el precio de sus acciones. No vamos a ver, por ejemplo, a Nike trasladar toda su producción a los Estados Unidos y producir sus zapatos y ropa deportiva aquí, simplemente porque desde el punto de vista de costos eso no tiene ningún sentido. No creo que se puedan ofrecer incentivos fiscales que sean lo suficientemente aceptables como para hacer que ese cambio suceda. Habrá algunas industrias para las que será prácticamente imposible, pase lo que pase”. La crisis del COVID-19 no hizo más que justificar la decisión de las empresas estadounidenses de permanecer en China debido a la importante discrepancia entre cómo China y la mayor parte del resto del mundo manejaron la pandemia. El sector financiero también quedó atrapado por el atractivo de hacer negocios en China. Como señaló The Economist en septiembre de 2020, las empresas financieras fueron extremadamente cautelosas a la hora de comentar cómo las tensiones geopolíticas afectaban sus estrategias en China: “La administración del presidente Donald Trump quiere que los financieros globales se retiren de China. Pero China los está atrayendo, creando oportunidades que pocos esperaban que llegaran tan rápido. Creó una desconexión entre los ámbitos político y financiero”. De hecho, el Wall Street Journal describió al sector financiero estadounidense como el “único amigo poderoso de China que queda en Estados Unidos”, y a Wall Street se le dieron oportunidades para expandirse en China, lo que frenó el impulso de Washington hacia la bifurcación. China estaba proporcionando tales incentivos y al mismo tiempo imponía nuevas regulaciones para hacer que sus mercados financieros fueran más seguros en áreas de posible vulnerabilidad.

Las políticas económicas adoptadas tanto en Beijing como en Washington durante décadas habían alineado las fuerzas del mercado contra la bifurcación. Esto no sólo hizo que una repatriación de la industria y la alta tecnología a Estados Unidos a cualquier escala significativa fuera insostenible, sino que también proporcionó un fuerte incentivo para que las empresas se resistieran a los movimientos hacia el desacoplamiento con respecto a China. Como concluyó The Economist: “A pesar de los debates sobre una nueva Guerra Fría, hay razones para creer que el acoplamiento, no el desacoplamiento, seguirá siendo la mejor descripción de los vínculos financieros entre China y Estados Unidos”. Entre una serie de medidas consideradas en Washington para aumentar tanto la presión como los incentivos para que las empresas estadounidenses abandonasen China, bajo la administración Trump cobro impulso el concepto de una «Red de Prosperidad Económica» de países alineados con Occidente. Su objetivo era incentivar a las empresas a asociarse e invertir en países que tenían afiliaciones políticas afines a Occidente en lugar de China, siendo dichas afiliaciones requisitos previos para ser miembro de la red. Se esperaba que, como muchos de los posibles países no occidentales, como la India, todavía estaban en desarrollo y tenían salarios bajos, presentarían un camino más viable para la deslocalización desde China que una relocalización hacia Occidente. Como señala Foreign Policy: “Si una empresa manufacturera estadounidense no puede trasladar empleos de China a Estados Unidos, por ejemplo, al menos podría trasladar esos empleos a otro país más amigo de Estados Unidos, como Vietnam o India”. Varios funcionarios apoyaron llevar esto al extremo en los últimos meses de la administración Trump. Las acciones propuestas abarcaron desde medidas legislativas encaminadas a retirarse de la Organización Mundial del Comercio, presumiblemente para reemplazarla con una organización que diera un trato favorable a los países alineados con Occidente, hasta el impago de los 1.063 billones de dólares de deuda pública en poder de China. Sin embargo, en general se consideró que el daño que esto causaría a la economía estadounidense, dado que Washington gastaba más allá de sus posibilidades y dependía en gran medida de otros países para cubrir sus déficits presupuestarios, era suficiente para disuadir tal acción. Un default (impago) sentaría un precedente muy peligroso y correría el riesgo de reducir significativamente el interés extranjero en comprar deuda estadounidense en el futuro. Las tenencias de deuda de China representaban una vulnerabilidad mutua que desaconsejaba la bifurcación, y si bien una venta repentina de sus bonos del tesoro estadounidense por parte de China podría colapsar rápidamente su valor al desencadenar una liquidación en el mercado de bonos, esto también causaría un daño significativo a la economía china, principalmente al amenazar sus exportaciones a América. Los bonos del Tesoro representaron sólo un ejemplo de la interdependencia chino-estadounidense que disuadió fuertemente a ambas partes de perseguir medidas de escalada, ya que Washington se vio tan disuadido de cancelar su deuda con China así como China de vender sus tenencias de deuda estadounidense.

Otros múltiples factores que disuadieron a Washington de presionar demasiado con el desacoplamiento económico con respecto a China fueron desde la falta de acceso a minerales de tierras raras, cuya producción global se realiza abrumadoramente en China, hasta una esperada caída en la demanda china de bienes primarios estadounidenses. El empeoramiento de los vínculos económicos de China con Australia, que tal vez fue el único país aliado de Estados Unidos que adoptó una línea más dura contra China, brindó una oportunidad para que China fortaleciera su integración económica y su influencia sobre los Estados Unidos, comprando más productos primarios estadounidenses como algodón, madera y carbón para reemplazar aquellos que había adquirido previamente en Australia. Washington tenía opciones para una mayor escalada, incluida la exclusión de las empresas chinas de las bolsas de valores estadounidenses, que fue una posibilidad tanto en el último año de Trump como en el primero de Biden. Sin embargo, al igual que con los bonos del Tesoro, todas estas medidas fueron descartadas debido a los altos niveles de integración económica con China, cuyas consecuencias podrían dañar a las economías de Estados Unidos y Occidente más que a la propia China. Como observó The Economist:Una escalada extrema por parte de Washington llevaría a un colapso del comercio internacional, perturbaría masivamente las cadenas de suministro y, muy probablemente, profundizaría la recesión global. El hecho de que las autoridades estadounidenses deban considerar tales consecuencias es un argumento a favor de la estrategia de vinculación con China”. Por lo tanto, Washington solo adoptó medidas más pequeñas y menos radicales hacia el desacoplamiento, como la prohibición de que los fondos federales de jubilación invirtiesen en acciones chinas a principios de mayo de 2020, y seis meses después prohibió cualquier empresa que la Casa Blanca considerara que estaba ayudando al ejército de China.

Uno de los defensores más acérrimos de la bifurcación de la alta tecnología global fue el grupo de expertos China Strategy Group (CSG), que a finales de 2020 publicó un informe titulado ‘Competencia asimétrica: una estrategia para China y la tecnología’. El informe insta encarecidamente a los gobiernos occidentales a trabajar para dividir la alta tecnología mundial en dos. Como muchas propuestas similares, defendía diseñar esta división principalmente según líneas ideológicas para unir a países con sistemas políticos occidentalizados, mientras que a algunos países con sistemas diferentes, como el Vietnam comunista, se les permitiría unirse para aumentar el aislamiento de China. China Strategy Group (CSG) fue formado en julio de 2020 por influyentes profesionales tecnológicos e investigadores de políticas estadounidenses, y fue concebido y fundado por Eric Schmidt, que fue director ejecutivo de Google, un destacado defensor de la necesidad de una supremacía occidental continua en alta tecnología, al que antes ya hemos mencionado. Estuvo copresidido por Jared Cohen, ex director de Google Ideas y miembro senior del Council on Foreign Relations (CFR), que había expresado opiniones particularmente radicales sobre el uso de la tecnología para promover la ideología y los intereses occidentales en el extranjero. Entre otros miembros destacados se encontraban Richard Fontaine, director ejecutivo del Centro para una Nueva Seguridad Estadounidense, cuyo cofundador Kurt Campbell ocuparía un alto cargo en el Consejo de Seguridad Nacional de la administración Biden, y Liz Economy, la principal académica del Council on Foreign Relations (CFR) sobre China. El objetivo del China Strategy Group (CSG) era abordar “las cuestiones más difíciles relativas a la competitividad de Estados Unidos con China en tecnología”, y encabezó consistentemente llamados para que Washington se esfuerce por lograr un dominio indiscutible en tecnologías clave. El informe del China Strategy Group (CSG) pedía a Washington que estableciera una alianza de tecno-democracias para contrarrestar y aislar a China, incluidos Estados Unidos, Japón, Alemania, Francia, Gran Bretaña, Canadá, Países Bajos, Corea del Sur, Finlandia, Suecia, India, Israel y Australia. El objetivo sería «reunir a países clave para coordinar respuestas a la competencia tecnológica«. Destacó que, si bien las economías de Estados Unidos y China eran altamente interdependientes, la bifurcación era “intrínseca y necesariamente preferible para los intereses americanos”. Expresando un argumento en términos ideológicos, afirmó que si no se lograba lograr tal división se permitiría que las normas políticas no occidentalizadas de China ganaran. El documento enfatizaba que no debería haber retorno al estado de las relaciones que existían antes de la guerra tecnológica.

Si bien las cadenas de suministro eran en general políticamente neutrales y los estándares tecnológicos se habían establecido a nivel internacional desde la Guerra Fría, el documento pedía que el lado occidental de la economía mundial desarrollará normas y cadenas de suministro separadas de las de China. Hacerlo reduciría la interoperabilidad y haría más difícil para los países cooperar tanto con China como con Occidente, al tiempo que inevitablemente reduciría los volúmenes comerciales entre ellos. El documento también planteó la posibilidad de otorgar préstamos o garantías de préstamos a países que desarrollasen tecnología 5G desde Occidente. Otra propuesta incluía un “marco para una moneda digital que preserve el papel central del dólar estadounidense en el sistema financiero global”, que fue planteada por Cohen y Fontaine basándose en que la destreza económica de China amenazaba el papel central del dólar en el comercio mundial. Hicieron hincapié en que los países aliados occidentales deberían eventualmente expandirse para unificar a otros países de todo el mundo contra China, incluidos los países menos desarrollados de África y América Latina. Sin una acción tan radical, advirtieron, las tendencias en el desarrollo tecnológico global transformarían el orden mundial y cambiarían el equilibrio de poder en contra de los intereses occidentales. Esencialmente, si la tecnología y las monedas occidentales no podían mantener su dominio en un mundo globalizado con libre competencia, se consideraba esencial dividir la economía global y la alta tecnología global en dos, dejando a los rivales del dominio occidental en la otra mitad para asegurar que el poder occidental pudiese mantenerse parcialmente. La idea de ampliar el G7 a lo que se consideraba ampliamente una coalición anti-China surgió en particular de una propuesta del presidente Donald Trump, a la que el presidente sugirió invitar también a Rusia como miembro. Si bien la inclusión de Rusia fue ampliamente rechazada en el mundo occidental, y era poco probable que fuera aceptada por el propio Moscú, se defendió una asociación centrada específicamente en reducir la dependencia de la tecnología y las cadenas de suministro chinas como medio para hacer frente a la creciente primacía china en tecnologías clave. Una iniciativa para formar una alternativa al libre mercado de aplicaciones móviles, infraestructura de telecomunicaciones y otras áreas de alta tecnología lanzada en el último año de la administración Trump, buscaba unir a los países occidentales y otros aliados con Occidente para excluir a China y otros actores percibidos como indeseables en estos sectores. Asimismo, se hizo hincapié en la creación de nuevas cadenas de suministro para productos de alta tecnología en estos países. Aquellas empresas que cumplieran con los requisitos para excluir a los chinos u otros países indeseables obtendrían un trato favorable, incluido un acceso más fácil a algunos contratos del gobierno de Estados Unidos.

Uno de los principales defensores de la bifurcación y, en general, de una línea dura contra China, el secretario de Estado estadounidense Mike Pompeo pidió en julio de 2020 la formación de una agrupación que podría trabajar para excluir a China del lado occidental de una economía global dividida. Pompeo observó que si bien las Naciones Unidas, la OTAN, el G7 e incluso el G20 podrían desempeñar papeles en los esfuerzos liderados por Occidente: «Tal vez sea hora de una nueva agrupación de naciones con ideas afines, una nueva alianza de democracias. El mundo no puede tratar a China como un país normal. Comerciar con China no es como comerciar con una nación normal y respetuosa de la ley”. Este fue uno de los llamamientos más fuertes para dividir la economía global. Un destacado documento estratégico del Atlantic Council, un think tank estadounidense en el campo de los asuntos internacionales, titulado ‘Estrategia global 2021: una estrategia aliada para China‘ pedía el establecimiento y la expansión de una agrupación de países occidentales o aliados para asumir una gama más amplia de responsabilidades más allá de la economía global para incluir la seguridad y la gobernanza globales. Más allá de facilitar un desacoplamiento tecnológico con respecto a China, el documento destacó que el grupo debería funcionar como un comité directivo para Occidente y los estados alineados con Occidente bajo el cual podrían reunirse, forjar evaluaciones de amenazas compartidas y desarrollar estrategias comunes para una amplia gama de cuestiones, incluida China. El documento planteó además la posibilidad de invitar a otros países como Suecia o Brasil si se comprometieran con los mismos objetivos, incluida la resistencia global a la agresión china. Un informe del Foro Internacional de Seguridad de Halifax celebrado en noviembre de 2020 en Washington DC destacó que un club de libre comercio construido en torno a una ideología común era potencialmente prometedor. El informé afirmaba que los países de América del Norte, Europa y Oceanía, así como los estados no occidentales con sistemas políticos occidentalizados, podrían unificarse en un solo grupo destinado a excluir a China de una gran parte de la economía global. Un artículo publicado por el poderoso Consejo de Relaciones Exteriores estadounidense (CFR) en noviembre de 2020 enfatizó que se podría construir una alianza para “negar los avances de China en sectores críticos y con el propósito de limitar la difusión de la tecnología 5G china” al tiempo que se garantizase que el uso de nuevas tecnologías reflejara la ideología política occidental. El artículo advirtió, sin embargo, que los grandes desacuerdos dentro del propio mundo occidental sobre los estándares tecnológicos, e incluso entre los dos principales partidos políticos de Estados Unidos, amenazaban con socavar la posibilidad del bloque propuesto. También advirtió que las propuestas para un club de élite de tecno-democracias mayoritariamente occidentales como medio para contrarrestar la influencia tecnológica global de China podrían ser demasiado limitadas, y que se debería incorporar a más países en un esfuerzo por bloquear a China.

Otro paso importante hacia la coordinación de los esfuerzos para aislar a China fue la formación del Consejo de Comercio y Tecnología entre Estados Unidos y la Unión Europea (UE). El 28 de septiembre de 2021, poco antes de la reunión del consejo, la Secretaria de Comercio estadounidense, Gina Raimondo, destacó que Estados Unidos y Europa necesitaban coordinar esfuerzos contra China: “Tenemos que trabajar con nuestros aliados europeos para negarle a China la tecnología más avanzada para que no pueda alcanzar áreas críticas como los semiconductores. Queremos trabajar con Europa para escribir las reglas del camino para la tecnología, ya sea TikTok, inteligencia artificial o cibernética”. Aludiendo a la ideología como la razón para hacerlo, enfatizó: “No queremos gobiernos autocráticos como China que escriban las reglas. Necesitamos escribir las reglas nosotros”. El objetivo final era reducir el ritmo de innovación de China aislando su sector tecnológico. Como se señaló en múltiples informes de la Organización Mundial del Comercio, “una paz duradera dependía fundamentalmente de la cooperación económica internacional”. Mientras que durante mucho tiempo se había considerado que la globalización y la interdependencia económica disuadían las hostilidades, la bifurcación, por el contrario, generó comparaciones con las relaciones soviético-occidentales durante la Guerra Fría. El profesor Douglas Irwin, destacado experto en política comercial estadounidense, fue uno de los expertos que observó que las consecuencias de la pandemia del COVID-19 presentó una oportunidad ideal para impulsar una bifurcación acelerada, por lo que se defendió ampliamente el uso de la COVID-19 como punto de partida para la bifurcación. Las voces occidentales que proponían la bifurcación se hicieron bajo la premisa de que la continuación de la integración continuaría beneficiando a China. Sin embargo, a diferencia de Occidente, en China esos argumentos casi nunca se formularon en términos ideológicos y, en cambio, se defendieron sobre la base de que, de lo contrario, Estados Unidos buscaría aprovechar la interdependencia para socavar la modernización económica de China, como se había hecho en los años de Trump. El ataque a la empresa de telecomunicaciones china Huawei fue el ejemplo más citado.

El jefe de la Oficina Central de Investigación de Políticas de China, Jiang Jinquan, afirmó en este sentido en enero de 2021 que era vital “desarrollar capacidades autónomas en áreas industriales clave, reducir la dependencia de tecnologías, equipos y componentes clave extranjeros, especialmente aquellos de países occidentales”. Según Jiang Jinquan, esto era necesario para responder a los esfuerzos de Washington por «interrumpir significativamente nuestros intercambios y cooperación de tecnología externa. La búsqueda de una gama más amplia de proyectos estratégicos y fundamentales de ciencia y tecnología era crucial para que China evitara ser estrangulada por otros”. Las declaraciones de Jiang Jinquan reflejaron un consenso cada vez mayor en China y el destacado profesor de la Universidad de Beijing, Wang Yong, afirmó de manera similar que China había aprendido bajo la presidencia de Trump que “Estados Unidos es un proveedor muy poco confiable de alta tecnología y componentes técnicos clave. Es difícil contar con Estados Unidos. Como tal, China debe tener una fuerza independiente e innovadora”. Lo que se defendía no era solo un debilitamiento de las relaciones comerciales con Estados Unidos, sino más bien asegurar las cadenas de suministro a las que Occidente podría intentar atacar en el futuro. A medida que crecía el impulso hacia un desacoplamiento tecnológico, la economía global y los consumidores de ambos lados salían perdiendo, mientras que las empresas quedaron atrapadas en medio, obligadas políticamente a elegir un bando. James L. Schoff, investigador principal del Programa Carnegie Asia, observó al respecto que este desacoplamiento tecnológico podría dar lugar a dos conjuntos separados de normas y protocolos. Tal desacoplamiento crearía todo tipo de ineficiencias aunque podría proporcionar más garantías de seguridad para Estados Unidos. Prohibir equipos que representen un riesgo de seguridad para las agencias gubernamentales de Estados Unidos podría estar justificado en ciertos casos, pero si dichas prohibiciones limitan el acceso a la información y al mercado para las empresas estadounidenses, occidentales y japonesas, entonces podría tener efectos negativos a largo plazo. Si, por ejemplo, la tecnología 5G de Huawei se convirtiese en el estándar dominante en varios países del mundo mientras un consorcio europeo, estadounidense y japonés competidor en 5G lograba imponerse en otras naciones, cada mercado se volverá más pequeño, menos eficiente y menos interoperable con el resto del mundo.

Pero el problema para los aliados occidentales se complicaría si las principales empresas europeas, japonesas y coreanas decidieran no limitar sus oportunidades comerciales de esa manera y, en cambio, colaboraran con empresas chinas. Tomando a Japón como ejemplo de las implicaciones de la guerra tecnológica para las empresas no estadounidenses que se vieron obligadas a alinearse con las nuevas políticas de guerra comercial con China, James L. Schoff escribió: “Las empresas japonesas tienen que adaptarse a las cada vez más estrictas restricciones tecnológicas del gobierno estadounidense, como controles de exportación más estrictos, restricciones a la inversión y prohibiciones de hacer negocios con ciertas empresas chinas. Por ejemplo, la transferencia de un algoritmo desarrollado por una empresa japonesa en un laboratorio de Silicon Valley a su sede japonesa puede requerir la aprobación del gobierno de Estados Unidos. Es más, transferir dicha información a una filial china será aún más difícil. Las grandes empresas estadounidenses enfrentan los mismos desafíos”. La guerra tecnológica contra China colocó en la línea de fuego a empresas de países alineados con Occidente que hacen negocios con la mayor economía del mundo, China, al impedir, por ejemplo, que una empresa japonesa vendiera una filial de materiales de construcción a una empresa china bajo la amenaza de ser blanco de Washington. Muchos expertos, incluido Schoff, destacaron que una disociación de los estándares tecnológicos podría ser altamente contraproducente, ya que se corría el riesgo de permitir que China tomase la iniciativa y que los estándares liderados por China fuesen adoptados ampliamente. Por mucho que el desacoplamiento tuviera como objetivo restringir la capacidad de las empresas chinas para competir en el mercado, los aliados occidentales de la economía global también podrían ver limitadas sus oportunidades económicas de hacer negocios internacionalmente más allá de este espacio confinado.

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Washington adoptó una línea más dura contra las empresas que operaban en China. Jill Goldenziel, profesora de la Marine Corps University, observó cómo esto afectó al sector de las comunicaciones: “Las empresas deben caminar sobre una delgada línea entre cumplir con las demandas del gobierno chino y las exigencias de los Estados. Los proveedores de comunicaciones estadounidenses pronto podrían enfrentarse a una elección: restringir o detener sus actividades comerciales en China o enfrentar consecuencias legales en los Estados Unidos”. Posiblemente el obstáculo más importante para la escalada de los esfuerzos de bifurcación fue que la repatriación de industrias a Occidente seguía siendo totalmente inviable, y si bien era potencialmente factible trasladar las cadenas de suministro fuera de China, hacia otros países asiáticos, incluso esto era muy poco probable debido a los numerosos beneficios que ofrece China. Empresas como Apple y Tesla se resistían firmemente a renunciar a esos beneficios. Como señaló el que fue jefe de la oficina del Financial Times en Hong Kong, Rahul Jacob: “Las líneas de producción y las cadenas de suministro son mucho más complicadas de lo que la mayoría de la gente parece entender. Es muy difícil reemplazarlas de la noche a la mañana. China ofrece infraestructura integrada, tal como grandes puertos y carreteras, mano de obra de alta calidad y logística sofisticada, todos los cuales son factores críticos para cumplir con los estrictos plazos con los que operan las empresas internacionales”. Varios analistas occidentales plantearon a la India como una posibilidad, aunque su cultura laboral y su sistema político son muy diferentes y, como resultado de ello tienen una infraestructura y una salud pública deficientes, así como una estabilidad política cuestionable, todo lo cual descartaba en gran medida un traslado de la industria de China a la India a una escala significativa.

Un ejemplo notable de los tipos de problemas que podían tenerse en India se produjo en diciembre de 2020, cuando en una pequeña nueva planta de ensamblaje del iPhone de Apple en el sur de la India, instalada a modo de prueba, sus propiedades fueron destrozadas e incendiadas en un motín por parte de la mayoría de los 2.000 trabajadores empleados allí. Al sufrir una amplia gama de otros problemas relacionados con la fuerza laboral en India, Foxconn, el principal fabricante subcontratado de Apple, comenzó a expandir nuevamente la contratación en China continental en 2021. Además de Foxconn, otras empresas tecnológicas con sede en Taiwán que buscaban trasladar la producción a India se enfrentaron a choques culturales. El cambio hacia una mayor intervención gubernamental en la economía estadounidense se aceleró bajo la administración del actual presidente Joe Biden a partir de enero de 2021, con un enfoque renovado en reforzar el sector tecnológico. Esto se llevó a cabo mientras se mantenían las medidas de la era Trump contra la alta tecnología china y se ampliaban las medidas dirigidas a áreas estratégicas como las supercomputadoras. Aunque se evitó la retórica extrema observada por parte de los funcionarios de la administración Trump en 2020, muchos analistas estadounidenses consideraron que la administración de Biden estaba tomando una línea aún más dura contra China. El nombramiento del académico de la Brookings Institution, Rush Doshi, como director para China en el Consejo de Seguridad Nacional estadounidense fue interpretado por los analistas como una señal temprana de que la administración adoptaría una línea dura. En marzo de 2021, en la primera reunión en Alaska entre delegaciones de alto nivel de Estados Unidos y China bajo la presidencia de Biden, los anfitriones estadounidenses fueron acusados por los delegados chinos de graves violaciones del protocolo diplomático y de haber realizado ataques y acusaciones irrazonables contra las políticas internas y exteriores de China. El 26 de mayo de 2021, el presidente Biden anunció que se asignarían 52 mil millones de dólares de fondos gubernamentales para apoyar la producción e investigación de semiconductores durante los próximos cinco años, y la secretaria de Comercio, Gina Raimondo, afirmó que esto podría respaldar entre siete y diez nuevas fábricas. Ese mismo mes se asignaron 174.000 millones de dólares para impulsar la producción nacional de vehículos eléctricos con créditos fiscales y subvenciones directas para los fabricantes de baterías, entre otros incentivos. Un impulso más amplio para el sector tecnológico de Estados Unidos se centró en la inteligencia artificial y los coches eléctricos con una asignación de más de 100 mil millones de dólares en fondos, y el Departamento de Comercio estadounidense también organizó una conferencia en junio para atraer a más fabricantes de vehículos eléctricos.

Se esperaba que la administración Biden siguiera buscando la bifurcación con mayor énfasis que su predecesor Trump en la formación de bloques para aislar a China. Como candidato presidencial, Biden ya había enfatizado la necesidad de “construir un frente unido de amigos y socios para desafiar el comportamiento abusivo de China. Debemos negociar desde la posición más fuerte posible. Por nuestra cuenta, representamos aproximadamente una cuarta parte del PIB mundial. Cuando nos unimos a otras democracias, ese número se duplica. China no puede permitirse el lujo de ignorar la mitad de la economía mundial”. Presionar a Occidente y a sus socios para que cerraran filas tenía como objetivo beneficiar a Washington y permitirle dictar condiciones de manera efectiva. El objetivo era garantizar que Estados Unidos “daría forma a las futuras reglas en todos los ámbitos, desde el medio ambiente hasta el trabajo, el comercio, tecnología y transparencia para que sigan reflejando los intereses y valores democráticos, los intereses y valores de Estados Unidos, no los de China”. La administración Biden parecía estar dando prioridad a la bifurcación, comenzando a enviar mensajes cada vez más contradictorios sobre sus intenciones. En julio de 2021 había tomado medidas más duras contra el acceso de China a los semiconductores y había creado una fuerza de ataque encabezada por Estados Unidos que apuntaba a productos chinos en cadenas de suministro clave. Luego intensificó los ataques contra la economía china con sanciones e impuso más restricciones a las inversiones en empresas chinas. Sin embargo, a pesar de la línea dura inicial de Washington, se celebraron tres rondas de conversaciones comerciales de alto nivel entre China y Estados Unidos. El Ministerio de Comercio de China se refirió a un “intercambio de opiniones franco y pragmático centrado en la cooperación comercial y de inversión”, aunque no se anunciaron acuerdos concretos más allá de promesas de celebrar más reuniones. Acosado por graves problemas sociales y económicos internos, Washington hizo un importante gesto conciliador al retirar los cargos contra la directora financiera y vicepresidenta de la junta directiva de la empresa china Huawei, Meng Wanzhou, que había estado detenida en Canadá desde diciembre de 2018 en espera de ser extraditada a Estados Unidos. Su liberación fue aclamada con optimismo por algunos en China como una oportunidad para crear un punto de inflexión en las relaciones, y fue seguida por un restablecimiento del diálogo en las esferas del comercio, el clima y la defensa.

Aunque la administración Biden enfrentó una presión considerable del sector privado para aliviar las tensiones con China, mediante una posible relajación de los aranceles y las restricciones comerciales de la era Trump, era una concesión mucho más probable que una flexibilización de los ataques al sector tecnológico de China. Las respuestas de China a los aranceles con restricciones comerciales habían socavado gravemente las exportaciones estadounidenses a China, y algunos analistas expresaron esperanzas de que relajar las restricciones comerciales crearía el clima de cooperación necesario para reducir la escalada de la guerra tecnológica. Sin embargo, a medida que la situación económica en Estados Unidos empeoró y con los aranceles sobre los productos chinos imponiendo costos considerables a los consumidores estadounidenses y alimentando la inflación, la Secretaria del Tesoro estadounidense, Janet Yellen, dijo que eliminar los aranceles a los productos chinos era una opción que debía considerarse. Frente a una serie de cuestiones políticas, desde el COVID-19 y la crisis económica estadounidense hasta el programa nuclear de Irán, el escándalo en torno a la retirada de Afganistán y la guerra entre Rusia y Ucrania, las posiciones de la administración estadounidense sobre la guerra tecnológica con China entraron en una situación incierta. La bifurcación parecía cada vez menos una prioridad debido al estado de la economía estadounidense, los inmensos costos involucrados y la considerable resistencia de los socios estratégicos, lo que significaba que no era probable que se llevara a cabo. Es casi seguro que una integración global, incluyendo a China, continuaría garantizando una mayor prosperidad para Estados Unidos, sus ciudadanos, sus empresas y sus aliados, pero también eliminaría la amenaza hacia China de una economía global desestabilizada y la pérdida de mercados occidentales que, si bien perjudicarían a todas las economías principales, podrían potencialmente inclinar el poder a favor de China.

La mayor parte del gasto estadounidense se centró en acelerar los movimientos que habían comenzado en 2020 hacia una mayor intervención gubernamental para impulsar la industria estadounidense, aunque este gasto fue financiado en gran medida mediante deuda y amplió aún más el ya enorme déficit presupuestario del país. Al igual que la Unión Soviética en la década de 1980, que gastó de manera insostenible en defensa para mantener su posición fuerte a Estados Unidos, parecía cada vez más que los nuevos niveles extremos de gasto de Washington pudieran empujar a su economía más allá de un punto sin retorno y al borde del impago de sus deudas. La salud económica futura de los Estados Unidos estaba seriamente cuestionada, en particular su capacidad para mantener su posición en el núcleo de la economía global con su moneda como reserva. El que fue director para Asia del Consejo de Seguridad Nacional de Estados Unidos y asesor del presidente Donald Trump, Matthew Pottinger, fue uno de los muchos que en 2021 hicieron referencia al tema de la competencia con China: “Una de las herramientas más poderosas que tenemos es nuestro dominio en las finanzas. Los mercados de capitales y el estatus de moneda de reserva del dólar del que hablamos”. Esta posición no sólo ha proporcionado influencia para amenazar a terceros, incluso para disuadirlos de trabajar con China o sus empresas, sino que también financia el gasto del gobierno estadounidense y sus enormes déficits presupuestarios. Un debilitamiento de la posición del dólar podría acabar rápidamente con las perspectivas de que Estados Unidos prevalezca en la guerra tecnológica, ya que la moneda enfrenta crecientes presiones, incluidas la crisis económica de 2020, la internacionalización de monedas competidoras y el surgimiento de rivales criptográficos y digitales. Algunos economistas consideraron que el uso de la moneda digital del banco central de China para capitalizar las ventajas de ser pioneros amenazaba con un “nuevo orden monetario global” que contribuía a socavar la posición del dólar. Más apremiante era la tasa sin precedentes de acumulación de deuda, con una proporción de la deuda estadounidense en relación con el PIB, ya que el déficit estadounidense en 2020 alcanzó la asombrosa cifra de 3,13 billones de dólares o el 15,2 por ciento del PIB.

Cuando Estados Unidos estuvo cerca de su primer default (impago) en septiembre-octubre de 2021, esto fue visto como una señal de una grave tensión que amenazaba aún más el valor de los bonos del Tesoro estadounidense. A esto le siguieron señales de que no solo China sino incluso su aliado Japón, que era el principal tenedor de bonos del Tesoro estadounidenses, estaba, entre otros, vendiendo silenciosamente bonos estadounidenses. La estabilidad de los bonos del Tesoro había estado ligada durante mucho tiempo a la posición del dólar estadounidense como moneda de reserva global, por lo que un incumplimiento de los bonos combinado con presiones de monedas competidoras podría amenazar esta posición y frenar seriamente el gasto público estadounidense futuro. Una relación deuda-PIB extrema también limitaría cada vez más la capacidad del gobierno para funcionar, ya que los pagos de intereses por sí solos consumirían una proporción cada vez mayor de dólares. Sin ningún economista que predijera algo parecido a un presupuesto equilibrado, y mucho menos un superávit para reducir los niveles de deuda, creció la posibilidad de una crisis fiscal que pudiese expulsar a Estados Unidos de la guerra tecnológica con China. Así, mientras el gobierno de China gastó dentro de sus posibilidades y a menudo generó superávits presupuestarios, el gasto del gobierno estadounidense superó con creces sus ingresos fiscales y se financió mediante una acumulación de deuda insostenible. La financiación gubernamental estadounidense para la guerra tecnológica, ya sea directamente o mediante la provisión de infraestructuras, educación y otros servicios de los que dependen las empresas tecnológicas privadas, no podía sostenerse. Era una crisis que dañaba gravemente a los sectores tecnológicos y de defensa de Estados Unidos, lo que a su vez probablemente contraiga aún más su PIB y alimente una espiral descendente. Ello podría ser la vía más probable para un fin rápido y decisivo de la guerra tecnológica con China, eliminando a Estados Unidos como competidor.

Continuará con un segundo artículo en que se hará referencia a tecnologías concretas, como computación cuántica, inteligencia artificial y energías verdes.

Se puede descargar el artículo en PDF:Está China ganando la guerra tecnológica a Estados Unidos 1-3

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Hu, Minghe – Tech and scientific workers overtake finance professionals as highest-paid jobs in China

Pierce, Justin R.; Schott, Peter K. – The Surprisingly Swift Decline of US Manufacturing Employment

febrero 1, 2024 - Posted by | Temas Generales

1 comentario »

  1. […] Antes se recomienda leer el artículo: ¿Está China ganando la guerra tecnológica a Estados Unidos? 1/3 […]

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