Oldcivilizations's Blog

Antiguas civilizaciones y enigmas

¿Fue Nikola Tesla un viajero del tiempo que vino del futuro?


«El escritor H. G. Wells construye su máquina del tiempo y viaja al pasado junto a Humphrey Bogart y Groucho Marx, conociendo en su recorrido a Mata Hari, Picasso, Al Capone y descubriendo los tesoros ocultos en la tumba de Tutankamón«. Esta es la historia ficticia de un soñador, el genial H. G. Wells, el primer escritor conocido que se atrevió a hablar de una máquina del tiempo, en su obra “La Máquina del Tiempo”, publicada en 1895, que, según Wells, podría aportar más beneficios a la Humanidad que ningún otro invento. Herbert George Wells nació en 1866 en Bromley, Kent (Inglaterra), y con el paso de los años Imagen 17se convirtió en un popular autor y filósofo político, especialmente por sus novelas de ciencia-ficción que contienen descripciones proféticas de los triunfos de la tecnología, así como de los horrores de las guerras del siglo XX. En una entrevista, H. G. Wells explicaba los detalles técnicos que le llevaron a la construcción de esa pretendida máquina del tiempo. Su entusiasmo era ya contagioso y ni siquiera esperaba la confirmación de ser creído. «Si ha leído mi novela «La máquina del tiempo» –empezó a explicarse– sabrá que aunque hablo de la cuarta dimensión como un lugar del espacio-tiempo al cual se puede llegar con facilidad, no explico cómo se puede alcanzar, ni menciono detalles técnicos sobre la máquina del tiempo. Simplemente describo el invento como un vehículo dotado de una silla, un panel de mandos sumamente sencillo, una rueda que es el motor que nos mueve en el tiempo y un cristal extraño que se supone aporta la energía necesaria. Pero no explico ningún dato científico, puesto que es pura ficción el hecho de viajar al futuro«.  «Entonces – preguntó el entrevistador -, ¿cuál es la diferencia con la máquina que ahora pretende haber construido?». «Es que se trata de viajar al pasado – respondió Wells -, a un lugar que ya existió y cuya presencia física circula por algún lugar del universo. El futuro no está escrito, eso es cierto, o posiblemente lo esté, pero el pasado está perfectamente descrito y sobre los acontecimientos acaecidos unos pocos años atrás disponemos de fotografías y grabaciones. Simplemente mirando una fotografía estamos ya realizando un viaje visual al pasado». «Pero faltaría el elemento físico – volvió a preguntar el entrevistador -, aquel que nos permitiría llegar de nuevo a esa época«. «Piense por un momento en lo que es una fotografía – respondió Wells -: un instante del pasado que ha quedado detenido para siempre. Desde el momento en que se impresionó esa fotografía comenzó ya el futuro, pero ya hemos conseguido detener por un segundo ese instante, lo que ahora consideramos el pasado. Cuando empecé a pensar sobre cuál sería el modo de poder entrar a formar parte de ese elemento visual real se me ocurrió una idea descabellada, bueno, entonces la consideré así, pero que me llevaba a un paso ya del viaje en el tiempo«.

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Según Nexus Magazine: «El doctor Nikola Tesla era considerado como una de las personas más conocidas de la Tierra. Hoy día ha desaparecido de nuestros libros científicos y de los libros de texto. ¿Qué es lo que descubrió, y por lo que cayó en el olvido?”.  El Servicio de Información y Noticias Científicas (SINC), agencia pública especializada en información sobre ciencia, tecnología e innovación en español, explicó que fueron desclasificados unos archivos pertenecientes a Nikola Tesla. Fueron encontrados en la habitación 3327 del hotel New Yorker, después de la muerte de Nikola Tesla el 7 de enero de 1943. El contenido de este material ha sorprendido a los expertos. Asimismo ha sorprendido que parte de dicha información estuviese en una misteriosa cinta VHS, especialmente si tenemos en cuenta que las cintas VHS no se inventaron hasta la década de 1970, unos 30 años después de la muerte de Tesla. VHS, siglas de Video Home System fue un popular sistema doméstico de grabación y reproducción analógica de video en un sistema de cinta magnética, que fue el sistema más utilizado y popular desde su aparición hasta la década de 1990, a fines del siglo XX, en que fue sustituido por la aparición del DVD. Nikola Tesla fue uno de los más grandes genios de finales del XIX y la primera mitad del siglo XX. Gran parte de la tecnología que conocemos ha sido posible gracias a este increíble inventor.  Según Margaret Cheney, en su libro Tesla Man Out of Time: «Hoy pocos recuerdan a Nikola Tesla, pero gracias a él escuchamos la radio y se enciende la bombilla cuando pulsamos un interruptor. Fue el inventor de la corriente alterna, y además el padre de tecnologías visionarias en su época como la robótica, la informática o las armas teledirigidas. Tesla trabajó para Edison, con el que acabó enfrentado en la «guerra de las corrientes» (alterna contra continua), y disfrutó del mecenazgo de prohombres como Westinghouse o J. P. Morgan, que crearon sus imperios gracias en parte a los descubrimientos de Tesla. Nikola Tesla es el paradigma del inventor genial, pero negado para la vida práctica, lleno de manías, compulsiones y fobias. Y su vida es la historia de un fogonazo de luz que sigue brillando, con el homenaje de quienes le reconocen como «el padre de la tecnología moderna». En 1943, la Corte Suprema de los Estados Unidos lo acreditó como el inventor de la radio, aunque aún se atribuye a Marconi en multitud de libros y enciclopedias«.

Todas sus aserciones científicas contaban con el respaldo de experimentos que el mismo Tesla había realizado. Todos los artilugios que presentaba eran nuevos, diseñados por él y, por lo general, fabricados en su propio taller. Y muy pocas veces repetía un experimento en una charla. En cuanto a la inapropiada terminología científica de su tiempo, hay que aclarar que la leve descarga de electricidad en el interior de un tubo en el que se había hecho el vacío, lo que él describía como una pincelada, no era sino un haz de electrones y de moléculas de gas ionizadas. Jamás se le habría ocurrido decir algo como «y ahora paso a describirles el ciclotrón«, porque aún no se había acuñado el término. Pero, según los entendidos, a partir de las palabras y experimentos con que las acompañaba, bien podría pensarse que se refería a un antepasado del acelerador de partículas. Tampoco hablaba de «microscopios electrónicos, rayos cósmicos, radio de tubos de vacío o rayos X». Cuando describía una de esas lámparas de vacío que en el futuro se considerarían como precursoras del audión, en lugar de radio, se hablaba de receptores de radiofonía, una técnica aún recién nacida. Cuando comentaba las embarulladas imágenes de placas fotográficas que había obtenido en el laboratorio, o se refería a la luz visible, o invisible, ni siquiera Roentgen sabía qué eran los rayos X y cuál habría de ser su utilidad. Y cuando Tesla consiguió una llama que, según sus propias palabras, «ardía sin combustible y no provocaba reacciones químicas«, probablemente estaba presentando un antecedente de lo que hoy conocemos como física del plasma. «Presento un nuevo enfoque para fenómenos que, hasta el momento, considerábamos como maravillosos y carentes de explicación«, aseguraría en el American Institute of American Engineers. Tesla hablaba de la misteriosa fascinación de la electricidad y el magnetismo, que «con su comportamiento en apariencia dual, único entre las fuerzas de la naturaleza con sus fenómenos de atracción, repulsión y rotación, parecen ignotas manifestaciones de agentes misteriosos«, que estimulan y avivan nuestras ansias de saber. Andrew Basiago, ex voluntario de un supuesto proyecto secreto de viajes por el tiempo, afirma haber viajado en más de una ocasión a Marte, que ya estaba habitado por seres humanos. Aunque a muchos les puede sonar a ciencia-ficción, Basiago relata que su padre fue un científico de la CIA, y como tal, tenía acceso a una serie de proyectos secretos del Ministerio de Defensa norteamericano. En 1967, a la temprana edad de seis años, fue conducido por su padre hasta el edificio 68 en el viejo complejo de la compañía aeronáutica Curtiss-Wright, en Woodbridge, Nueva Jersey.

Allí Basiago fue reclutado para realizar viajes a través del tiempo y el espacio en un proyecto llamado “Pegaso”. Según él, en dicha iniciativa se utilizaba niños psíquicos, básicamente porque eran mejores que los adultos para adaptarse a las consecuencias psicológicas de los viajes espacio-temporales. En los entrenamientos se utilizaban aparatos llamados “cronovisores” donde veían imágenes holográficas tanto del pasado como del futuro de distintas líneas de tiempo. Según este sorprendente relato, los hacían viajar a diferentes bases secretas subterráneas usando la teletransportación, cuya ciencia se basa en los estudios hechos por Nikola Tesla, quien habría confeccionado un aparato que extrae la energía radiante del continuo espacio-tiempo. La energía radiante, según afirmó Tesla, es la que predomina en el Universo. De acuerdo a Andrew Basiago, el fin de los viajes en el tiempo era recuperar objetos del pasado y del futuro que permitían utilizar importantes conocimientos. De los propios escritos de Tesla podemos observar que tenía una capacidad mental única, que pocos de sus congéneres humanos han podido alguna vez alcanzar. No es de extrañarse que cuando Tesla fue enfrentado con un acontecimiento tan estremecedor como la revelación que los humanos podrían no estar solos en el universo, él lo afrontó. La manera atípica en que enfrentaba y trataba con lo desconocido ha conducido a algunos a especular que su verdadero origen puede haberse originado más allá de este planeta. Esta sugerencia no es nueva. De hecho, Tesla una vez le confió a uno de sus asistentes personales que a menudo sentía como si fuese un extraño en este mundo. Formalmente, Tesla era de una familia de origen serbio. Nacido en la aldea de Smilian, Lika (Austria-Hungría), en lo que es ahora Croacia. El padre de Tesla era un sacerdote ortodoxo; su madre no era letrada pero altamente inteligente. Soñador y con un toque poético, al madurar, Tesla agregó a estas cualidades tempranas aquellas de la auto-disciplina y un afán por la precisión. Margaret Cheney, en su libro Tesla: Man out of time (1981), observó que Tesla, cuando niño, comenzó a hacer inventos originales. Cuando tenía cinco años construyó una pequeña rueda de agua, bastante diferentes de las que había visto en el campo. Era lisa, sin paletas, sin embargo giraba uniformemente en la corriente. Años más tarde habría de recordar este hecho cuando estaba diseñando su turbina. Algunos de sus otros experimentos fueron menos exitosos. Una vez estaba subido en el techo de la azotea, agarrando el paraguas de la familia e hiper ventilándose en la fresca brisa de la montaña, hasta que su cuerpo se sintió ligero, y el mareo en su cabeza lo convenció de que podía volar.  Pero se cayó y quedo inconsciente. Más tarde Tesla escribiría que este incidente fue el catalizador para sus inusuales visiones.

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Isaac Newton había imaginado un tiempo universal sobre el que todos los observadores estaban de acuerdo y por el cual el tictac de un reloj en movimiento era igual de rápido que el de uno estacionario. Imaginemos el jefe de un comando que reúne a todos los miembros del grupo y dice algo así como: «Sincronicemos nuestros relojes. En este momento son las 10:15». Todos ajustan sus relojes exactamente a las 10:15 y, a continuación, se separan, confiando en la idea newtoniana de que, aunque cada miembro del comando recorra un camino muy diferente y a una velocidad distinta, todos alcanzarán el objetivo al mismo tiempo. Sin embargo, si uno de ellos viajara en una nave espacial a una velocidad cercana a la de la luz, la misión peligraría. Los relojes de una nave que se mueva respecto a nosotros a gran velocidad no pueden ser sincronizados con los nuestros. Según Einstein, el tiempo universal no existe. El tiempo es distinto para cada observador. Este principio abre la puerta a los viajes en el tiempo. Uno de los primeros teoremas de Einstein derivados de sus dos postulados viene a decir que si un astronauta nos rebasara a gran velocidad, veríamos que sus relojes avanzan más despacio que los nuestros. El astronauta podría usar los latidos de su corazón como una especie de reloj. Sus espejos en paralelo, con un rayo de luz rebotando entre ellos, y su corazón son simplemente dos relojes en reposo el uno respecto al otro, por lo que existirá una relación fija entre sus respectivos ritmos. Cuando observamos que el astronauta se desplaza respecto a nosotros al 80% de la velocidad de la luz, no sólo vemos que su reloj de luz hace tres tics por cada cinco del nuestro, sino que su corazón late también más despacio en la misma proporción; razón por la cual envejecerá más lentamente que nosotros. Cuando hayamos envejecido cinco años, veremos que él sólo habrá envejecido tres. Los relojes biológicos y los relojes de luz necesariamente atrasan del mismo modo. En caso contrario, el astronauta podría deducir que es él quien se está moviendo, lo cual violaría el primer postulado antes mencionado. Estos efectos se hacen más espectaculares a medida que la velocidad del astronauta se aproxima a la de la luz.  Si el astronauta pasa junto a nosotros al 99,995% de la velocidad de la luz, observaremos que su reloj marcha cien veces más despacio. Cuando hayan transcurrido mil años en la Tierra, quienes desde ella observen al astronauta verán que ¡sólo ha envejecido diez! El viaje al futuro es posible por el hecho de que los observadores que se mueven unos respecto a otros tienen percepciones distintas del tiempo. Estos observadores pueden disentir incluso sobre la simultaneidad de los sucesos; un fenómeno que desempeñará un importante papel a la hora de entender cómo podría materializarse un viaje al pasado.

Es fascinante la idea de que tal vez ya existan viajeros del tiempo moviéndose entre nosotros. Estos viajeros rehusarían manifestarse públicamente y actuarían como auténticos turistas temporales u observadores, sin, aparentemente, mayor injerencia en los asuntos de la humanidad actual. Pero esta hipótesis sería completamente indemostrable. Se ha alegado, también, que ciertos individuos podrían ser viajeros temporales más o menos ocultos, mencionándose entre ellos a notables inventores o literatos. No obstante ninguna de las pruebas aducidas resulta convincente. Según el supuesto viajero del tiempo, John Titor, «Rusia y Estados Unidos se enfrentarán en una  nueva guerra mundial. China y la Unión Europea quedarán destruidas«. En el siglo XXI han aparecido dos personajes que dicen explícitamente proceder del futuro. Uno de ellos se autodenominó John Titor y dijo que era un soldado norteamericano de 38 años de edad con la misión de viajar al año 1975  desde el año 2036. El objetivo era recoger y llevarse al año 2036 una computadora IBM 5100. El artefacto era necesario, dijo, ya que ayudaría a solucionar un llamado Efecto 2038, un problema similar al conocido como Efecto 2000, problema informático debido al cambio de siglo. Una vez que consiguió una computadora IBM 5100, Titor realizó una parada temporal en el año 2000 por un motivo personal no especificado. No obstante todo este tema parece poco creíble. Entre sus predicciones, que van del año 2000 al 2037, citó una Guerra Civil en Estados Unidos en el 2004, durante las elecciones presidenciales, que terminarían por dividir el país en 5 territorios distintos. Al finalizar esta guerra interna, se desataría una Tercera Guerra Mundial entre Rusia y Estados Unidos con armamento nuclear, y que terminaría con el fin de la Unión Europea y China. Todo ello, en las fechas predichas, no se ha producido.  John Titor es el nombre usado en varios foros de discusión temáticos en Internet durante los años 2000 y 2001 por un usuario que decía ser un viajero del tiempo del año 2036. En estos mensajes hizo numerosas predicciones, algunas vagas y otras muy detalladas, acerca de eventos en un futuro próximo. Pero, inexplicablemente, no pronosticó los atentados del 11 de septiembre de 2001. Sin embargo, pronosticó otros acontecimientos del año  2004. No obstante estos hechos parecen no haber tenido lugar, ya que describe un futuro con cambios drásticos en el que Estados Unidos se habría dividido en cinco regiones más pequeñas, en que el medio ambiente y las infraestructuras habrían sido devastadas por un ataque nuclear, y en que la mayoría de las otras potencias mundiales habrían sido destruidas.

John Richard Gott (1947) es profesor de astrofísica en la Universidad de Princeton. Se licenció en Matemáticas por la Universidad de Harvard y obtuvo el doctorado en Física por la de Princeton. Ha impartido cursos en el California Institute of Technology y en la Universidad de Cambridge. Ha recibido el President´s Award por su labor docente en Princeton, y ha publicado numerosos trabajos de investigación en revistas como Scientific American, New Scientist y American Scientist. Gott es un importante cosmólogo, conocido por sus trabajos respecto al Argumento del juicio final (Doomsday Argument), la naturaleza del tiempo y la posibilidad de viajar en él. Sobre este tema ha escrito el libro Los viajes en el tiempo y el universo de Einstein, que he utilizado como base para la parte científica del artículo. El físico y divulgador Paul Davies menciona a Gott en su libro Cómo construir una máquina del tiempo, por su propuesta de usar cuerdas cósmicas para crear una máquina del tiempo. La máquina de Gott dependería de la tensión antigravitacional en las hipotéticas cuerdas, tensión capaz de deformar el espacio-tiempo, sin atraer objetos cercanos. El viajero seguiría un rumbo muy preciso y rápido alrededor de ellas, encontrando al final que había vuelto atrás en el tiempo. Gott propone  también un «espejo temporal«, un dispositivo para viajar en el tiempo basado en el principio de la demora. Al observar las estrellas en el cielo, vemos en realidad el pasado de las mismas. El dispositivo estaría situado en la proximidad de un agujero negro que se hallase ubicado a algunos cientos de años luz de la Tierra. Dicho dispositivo actuaría como un colector de luz que recogería y reflejaría los rayos de luz deformados y curvados por la poderosa atracción gravitacional del agujero negro. El colector mostraría entonces el pasado según apareciera en las imágenes antiguas de la Tierra captadas de esta forma. Dado que Gott opina que el viaje en el tiempo no puede ser excluido apoyándose en los principios de la Cosmología, ha propuesto la posibilidad de que el universo se haya creado a partir de sí mismo. El universo podría tener una geometría que le permitiera retroceder en el tiempo y crearse a sí mismo. El universo podría ser su propia madre. La parte científica del artículo probablemente parecerá algo compleja a muchos de los lectores. Pero tratar sobre un hipotético viaje en el tiempo no es cualquier cosa.

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Esta controvertida idea fue publicada con su colaborador Li-Xin Lin, y descrita por Gott basándose en la hipótesis de «un universo inflacionario, el cual podría generar brotes de nuevos universos de manera similar a las ramas que surgen del tronco de un árbol«. Gott supone que, en este caso, una cualquiera de las ramas podría curvarse hacia atrás en un bucle, como la pescadilla que se muerde la cola, convirtiéndose en su propio origen. En su libro Los viajes en el tiempo y el universo de Einstein, Gott argumenta que viajar al pasado es perfectamente posible, aunque sólo a un momento posterior al de la construcción del artilugio, y sólo, igualmente, durante el periodo de existencia del mismo. El tránsito tampoco podría efectuarse comprometiendo la propia línea de universo del viajero temporal, dado que Gott invoca la interpretación cuántica de los universos paralelos, a fin de evitar que se plantee la paradoja del abuelo. El libro sostiene como más probable el viaje al futuro. Sin embargo, el autor no excluye que futuras investigaciones hagan verosímil igualmente el viaje al pasado. La primera idea de Gott sobre su «método de Copérnico» aplicado a procesos históricos, data de 1969, año en que, en un viaje a Alemania, hallándose frente al Muro de Berlín, se preguntó cuánto tiempo permanecería éste en pie. Poco familiarizado con los análisis de la futurología geopolítica, pensó que al caso le era aplicable el principio Copernicano también conocido como principio de mediocridad. De este modo, sostuvo que existía un 75% de probabilidades de que estuviese contemplando el muro después del primer cuarto de la existencia del mismo. Basado en la edad del Muro en dicha fecha (8 años, en 1969), Gott calculó, con el 50 % de fiabilidad, que el Muro no se sostendría en pie en 1993. Curiosamente es sabido que el Muro fue derribado en 1989. En 1993 Gott aplicó el principio Copernicano para estimar la probable duración de la raza humana. Su artículo en la revista Nature fue el primero en aplicar dicho principio a la supervivencia de la Humanidad. Su predicción original concede un 95% de probabilidades a que perdurará entre 5.100 y 7,8 millones de años. Gott ha defendido su principio de mediocridad contra distintas críticas de índole filosófica, y el debate, como el que sostiene acerca de la hipótesis de la curva cerrada de tipo tiempo, aún se mantiene. A fin de popularizar su principio copernicano, Gott realizó en la revista The New Yorker unas predicciones acerca del tiempo que permanecerían en cartel 44 producciones teatrales que se estaban representando en Nueva York en aquel momento. Resultó correcto en el 95% de sus previsiones. Gott ha recibido el President’s Award for Distinguished Teaching, en reconocimiento a su trabajo en la National Westinghouse and Intel Science Talent Search, una competición para estudiantes de ciencias de instituto. Gott es un promotor activo de la ciencia en esos niveles educativos. Por otra parte, los estudiantes de Princeton le han votado como el profesor más sobresaliente en varias ocasiones.

Supongamos que alguien, por ejemplo Juana Pérez, tiene una máquina del tiempo. La utiliza para viajar hasta el año 1934, y visita a su abuelo, que todavía era soltero. Juana le convence de que era, o sería, su nieta, contándole secretos de familia que él aún no había explicado a nadie. El hombre se queda asombrado. Pero lo peor vino después, cuando comentó a su pretendida, la futura abuela, que acababa de conocer a la nieta de ambos. A ella le pareció que no debía de estar en sus cabales. A raíz de esta conversación no se casaron y nunca tuvieron la hija que habría sido la madre de Juana. Pero entonces, ¿cómo es posible que Juana esté delante de su supuesto abuelo contándole su aventura. Si su madre no nació, ¿cómo pudo nacer ella? Lo que en realidad hay que preguntarse es, sí cuando Juana retrocede a 1934, ¿puede abortar el noviazgo de los abuelos o no? Se responda lo que se responda, habrá problemas de coherencia. Si Juana puede impedir su propio nacimiento, se da una contradicción. Si no, su incapacidad va contra el sentido común, pues ¿qué le obstaría hacer lo que quisiera?  Se suele creer que semejantes situaciones, que es una versión incruenta de la clásica «paradoja del abuelo«, donde éste es asesinado por su nieto, que ha remontado el tiempo para hacerlo, descartarían que pueda haber viajes por el tiempo. Mas, por sorprendente que parezca, las leyes de la física no lo impiden. Otra paradoja bastante extendida es la analizada por Michael Dummett, destacado filósofo británico, de Oxford. Un crítico de arte viene del futuro para visitar a un pintor del siglo veinte, a quien en la época de aquél se tiene por artista reputado. Pero observa que la obra realizada hasta estas alturas del XX es mediocre y deduce que aún están por pintar los inspirados cuadros que impresionarán a las generaciones venideras. Le enseña un libro donde están reproducidos. El pintor se las apaña para guardárselo, y el crítico ha de partir. El pintor se dedica entonces a copiar las reproducciones en lienzo, con la fidelidad más escrupulosa. Y así: las reproducciones existen porque han sido sacadas de los cuadros, y los cuadros existen porque han sido sacados de las reproducciones. No hay detrás del relato contradicción alguna, pero sí un profundo error. Se nos pide que creamos que puede haber pinturas sin que alguien las crease. Estas objeciones han convencido a los físicos, quienes han venido formulando un principio cronológico que impediría los viajes a través del tiempo. El viaje unidireccional hacia el futuro no plantea problemas de esa índole.

La teoría especial de la relatividad predice que, con aceleración suficiente, unos astronautas podrían abandonar la Tierra y regresar pasados unos decenios, sin que hubiesen envejecido más que un año o dos. Hay que distinguir las predicciones de este tipo, que se limitan a provocar nuestra perplejidad, de los procesos que violen las leyes físicas o contradigan principios filosóficos. ¿Por qué los viajes al pasado no contradecirían ningún principio?  Si el hombre puede ascender en un globo en contra de la gravedad, ¿por qué no esperar que sea capaz de detener o acelerar su viaje a través de la dimensión tiempo o, incluso, viajar en sentido contrario? Ninguna propuesta de la ciencia-ficción ha fascinado tanto al ser humano como la de los viajes en el tiempo. ¿Qué haríamos si dispusiéramos de una máquina del tiempo? Podríamos ir al futuro y hacer un recorrido turístico por el siglo XXX y volver al presente con un remedio para el cáncer. Podríamos regresar al pasado y rescatar a un ser querido, o asesinar a Hitler y evitar la segunda guerra mundial, o comprar un pasaje para el Titanic y advertir a tiempo al capitán sobre los icebergs. Pero ¿y si el capitán ignorase nuestro aviso, al igual que ignoró muchos otros, y el transatlántico se hundiera a pesar de todo? En otras palabras, ¿el viaje en el tiempo permite cambiar el pasado? La noción de viaje al pasado implica algunas paradojas. ¿Qué pasaría si en un viaje al pasado matáramos accidentalmente a nuestra abuela antes de que ésta diera a luz a nuestra madre? Aunque fuera imposible alterar el pasado, viajar hasta él seguiría resultando atractivo. Aunque no pudiéramos cambiar el curso conocido de la historia, podríamos participar en él. Por ejemplo, sería posible retroceder en el tiempo y ayudar a los aliados a ganar una batalla en la segunda guerra mundial. Incluso podría ocurrir que el curso de la batalla estuviera determinado por la presencia de esos turistas procedentes del futuro. De hecho, hay quien afirma que ciertos personajes históricos muy adelantados a su época, como Leonardo da Vinci, Julio Verne o Nikola Tesla han sido viajeros del tiempo. Si nos decidiéramos a viajar en el tiempo, sería posible coincidir con figuras de la talla de Enoc,  Jesús o Napoleón. Podríamos asistir a la construcción de las Pirámides o a la época de los dinosaurios. Las posibilidades serían infinitas. Al parecer podemos movemos a voluntad en cualquier dirección del espacio. Pero en la dimensión tiempo somos como remeros indefensos a merced de una poderosa corriente que nos empuja hacia el futuro. A uno le gustaría a veces remar hacia delante e investigar las riberas del futuro o, quizá, dar media vuelta y bogar contracorriente para visitar el pasado. La esperanza de que algún día dispongamos de esa libertad se ve alentada por el hecho de que muchas cosas que antiguamente se consideraban imposibles son reales hoy día.

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Cuando Wells escribió La máquina del tiempo, en 1895, mucha gente pensaba que no era posible que existieran artefactos voladores más pesados que el aire. Los hermanos Wright demostraron que muchos escépticos estaban equivocados. Luego otros dijeron que nunca se superaría la barrera del sonido. Y fue Chuck Yeager quien demostró de nuevo que lo que parecía imposible no lo era. Los viajes a la Luna pertenecían al reino de la fantasía, hasta que el programa Apolo los materializó. ¿Podría ocurrir algo similar con los viajes en el tiempo? Actualmente, el tema de los viajes en el tiempo ha saltado de las páginas de la ciencia-ficción a las de las revistas científicas, a medida que los físicos exploran si las leyes físicas los permitirían. E, incluso, si con los viajes en el tiempo se hallaría la clave de cuál fue el origen del cosmos. En el universo de Newton, el viaje a través del tiempo era inconcebible. Sin embargo, en el de Einstein se ha convertido en una posibilidad real. El viaje hacia el futuro se sabe ya que es posible y ahora los físicos investigan también el viaje al pasado. La idea del viaje en el tiempo cobró relevancia gracias a la maravillosa novela de Wells, cuyo aspecto más notable consiste en tratar al tiempo como una cuarta dimensión, por lo que se anticipó en diez años al concepto acuñado por Einstein. La novela comienza cuando el viajero del tiempo invita a sus amigos a examinar su nuevo invento: una máquina del tiempo. El viajero les explica la idea de esta manera: «Como todos ustedes saben, una línea matemática, una línea de grosor nulo, no tiene existencia real. Lo mismo ocurre con un plano matemático. Ambas cosas son meramente abstracciones. Del mismo modo, un cubo, que consta sólo de largo, ancho y alto, tampoco tiene existencia real. Es obvio que cualquier objeto real ha de extenderse en cuatro direcciones; debe tener longitud, altura, anchura y duración. Existen en realidad cuatro dimensiones: las tres espaciales y una cuarta, el tiempo. Tendemos a establecer una diferencia artificial entre las tres primeras y la última, debido a que nuestra consciencia se mueve, de forma intermitente, a lo largo de esa cuarta dimensión, desde el principio al fin de nuestras vidas». El viajero muestra entonces a sus amigos un modelo a escala de su invento. Se trata de una estructura metálica con piezas de cuarzo y marfil. Una palanca sirve pan impulsarla hacia el futuro y otra para invertir el sentido del viaje. Invita a uno de los presentes a empujar la palanca del futuro y el artefacto desaparece instantáneamente. ¿Adónde ha ido a parar? No se ha movido en el espacio, simplemente ha pasado a otro tiempo, según explica el viajero. Sus amigos no terminan de creerle.

A continuación, el viajero del tiempo lleva a sus amigos al laboratorio que tiene instalado en su casa y les presenta un modelo a tamaño real, casi acabado. Una semana más tarde, una vez terminada la máquina, sube a bordo de ella y emprende una singular expedición al futuro. Para empezar, empuja suavemente la palanca del futuro. Luego aprieta la que hace de freno y echa un vistazo al laboratorio. Todo está igual. Entonces observa el reloj: «Hace un momento, marcaba las diez y un minuto, más o menos, y ahora señala ¡las tres y media!». Vuelve a accionar la palanca otra vez y contempla a su ama de llaves moviéndose a toda velocidad a través de la habitación. Entonces, empuja más a fondo la palanca. «Se hizo de noche como si hubieran apagado la luz y un momento después ya era un nuevo día. Desde ese momento, los días y las noches se sucedieron como el batir de un ala oscura. Después, a medida que iba ganando velocidad, las noches y los días se fundieron en una continua penumbra. Vi entonces enormes edificios alzarse majestuosamente y luego desaparecer como si fueran un sueño». En un momento dado, el viajero detiene la máquina. El dial indica que ha llegado al lejanísimo año 802.701. ¿Qué es lo que encuentra? La especie humana se ha dividido en dos razas. Una, embrutecida y vil, que vive bajo tierra -los Morlocks-, y otra, infantil y apacible, que habita en la superficie -los Eloi-. Entre los últimos, el viajero encuentra una encantadora joven, llamada Weena, con la que entabla amistad. Así descubre, horrorizado, que los trogloditas de las profundidades crían y recogen las criaturas de arriba como si fueran ganado, para comérselas. Para empeorar las cosas, los Morlocks consiguen robarle la máquina del tiempo. Cuando la recupera, salta a bordo y, para escapar, acciona al máximo la palanca del futuro. Cuando finalmente consigue controlar la máquina, se encuentra en un futuro lejano. Los mamíferos se han extinguido y en la Tierra sólo quedan mariposas y una especie de cangrejos. Más adelante llega a explorar hasta treinta millones de años hacia el futuro, donde contempla un Sol rojo y moribundo y una vegetación del tipo de los líquenes. La única vida animal visible es una criatura con forma de globo dotada de tentáculos. El viajero regresa entonces a su época, junto a sus amigos. Como prueba de la aventura, muestra unas flores que Weena le había entregado, de una clase desconocida para quienes le rodean. Tras narrar sus peripecias, el viajero parte de nuevo en su máquina del tiempo y ya no retorna más. Uno de sus amigos se pregunta adónde habrá ido. ¿Regresaría al futuro o se hallaría, por el contrario, en alguna era prehistórica?

Cabe resaltar que durante la supuesta crisis nuclear, que acontecería antes del actual año 2015, según la mención de Titor, Estados Unidos estaría gobernado, según sus palabras, por un «presidente de color», que cuadraría con Barack Obama. Titor sugirió que los ovnis y los visitantes extraterrestres podían ser viajeros en el tiempo provenientes de un futuro distante, que poseían máquinas superiores a la que él tenía. Titor describió su máquina del tiempo en muchas ocasiones. En sus primeros mensajes la describe como «una unidad de desplazamiento temporal de masa estacionaria, movida por dos singularidades positivas giratorias», diciendo que contenía: «Unidad de desplazamiento temporal; dos contenedores magnéticos para las micro singularidades duales;  un distribuidor de inyección de electrones para alterar la masa y la gravedad de las micro singularidades; un enfriador y un sistema de ventilación de rayos X; sensores de gravedad o un candado de gravedad variable; cuatro relojes principales de cesio; tres computadoras principales«. De acuerdo a sus mensajes, éste aparato fue instalado en la parte de atrás de un Chevrolet Corvette modelo 1977 y después fue movido a un vehículo de doble tracción modelo 1987. Más adelante dijo que «el modelo de Física-Cuántica de Everett-Wheeler» era el correcto. Este modelo, mejor conocido como el de la interpretación de muchos mundos, postula que cualquier posible resultado de una decisión cuántica realmente ocurre en un «universo separado». Titor también afirmó que es por eso que la paradoja del abuelo no debería de ocurrir. Siguiendo la lógica del argumento, Titor podría matar a un abuelo diferente en una línea de tiempo diferente a la de él: «… la paradoja del abuelo es imposible. De hecho, todas las paradojas son imposibles. La teoría de Everett-Wheeler-Graham de los múltiples mundos es la correcta. Todos los estados posibles del quanta, eventos, posibilidades y resultados son reales, eventuales y están ocurriendo. Las oportunidades de que todo ocurra en cualquier lugar en algún momento en el multiverso es del 100%». De acuerdo con John Titor, en el año 2015, el año en curso,  empezaría la Tercera Guerra Mundial: «En el 2015 Rusia lanza un ataque nuclear contra las grandes ciudades de Estados Unidos, China y Europa. Los Estados Unidos contraatacaron. Las ciudades de Estados Unidos quedaron destruidas junto con el Imperio Americano. La Unión Europea y China fueron destruidas». Titor se refiere a esta guerra nuclear como el «Día N». Washington D.C. y Jacksonville, Florida, fueron específicamente mencionados como blancos. Después de la guerra, Omaha, en Nebraska, resultó ser la nueva capital.

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Titor da vagas referencias acerca de las motivaciones exactas y las causas de la Tercera Guerra Mundial. En este punto él dice que fue caracterizada por «problemas fronterizos y de superpoblación», pero también apunta a los conflictos presentes entre los árabes y los judíos como los desencadenadores de la Tercera Guerra Mundial. Según Titor, basándose en la teoría de múltiples mundos  paralelos que coexisten a la vez, un cambio en uno de ellos no afectará a los otros. Por ello, los pronósticos de Titor sucederían en otro mundo paralelo. Según Titor: «La verdadera disrupción de los eventos mundiales empezó con la desestabilización de Oriente como resultado de la degradación de la política externa consistentemente… La población judía de Israel no estaba preparada para una verdadera guerra ofensiva. Ellos estaban preparados para la última defensa. Al pedir ayuda a Occidente para Israel, fue lo que hizo que sus vecinos tuvieran confianza para atacar. El último recurso defensivo de Israel y sus ofensivos vecinos árabes fue el uso de armas de destrucción masiva. En el gran esquema de las cosas, la guerra del Medio Oriente es parte de lo que viene, no la causa. Después se crea una plaga en el año 2030 conocida como el nuevo sida que tiene resultados catastróficos matando a la mayoría de la población humana«. Sus mensajes fueron recibidos con escepticismo, pero fue imposible probar de antemano que no podrían pasar. Debido a que Titor disu supuesto viaje fue desde un universo paralelo y que las cosas podrían ocurrir de diferente manera a como las predijo, por lo que resulta imposible verificar su veracidad. Titor no predijo los atentados a las Torres Gemelas y al Pentágono el 11 de setiembre de 2001, tal vez porque no sucedieron en su mundo o porque en realidad no tenía ni idea del futuro. Algunos comentarios han apuntado a las sorprendentes similitudes entre la historia de Titor y la novela apocalíptica y de ciencia ficción de Pat Frank Alas, Babylon, publicada en 1959, en la que se basó la serie de televisión del mismo nombre. Tiene lugar en un pequeño pueblo de Florida justo antes y después de una guerra nuclear y describe la lucha por sobrevivir después de la hecatombe.

En su libro El Regreso de la Paloma, Margaret Strom afirma que Tesla no era un hombre terrestre. En la página 71 de su libro dice que un niño varón nació a bordo de una nave espacial que estaba en un vuelo desde Venus a la Tierra en julio de 1856. El pequeño fue llamado Nikola. La nave aterrizó a medianoche, entre el 9 y el 10 de julio, en una remota provincia en las montañas, en lo que es ahora Croacia. Allí el niño fue entregado al cuidado de un buen hombre y su esposa, el Reverendo Milutin y Djouka Tesla. Supuestamente esta información efue proporcionada a Arthur H. Matthews, en Quebec, Canadá, el año 1947. Arthur H. Matthews era un ingeniero eléctrico, quien desde su niñez estuvo muy próximo a Tesla. Matthews afirmó que Tesla le confió muchas tareas, incluyendo el dispositivo de Tesla para las comunicaciones interplanetarias, que creó en 1901, con el objetivo de comunicarse con el planeta Marte.  Tesla ha sugerido que podía transmitir grandes cantidades de energía a distancias de miles de millas: «Puedo fácilmente tender un puente sobre el golfo que nos separa de Marte, y enviar un mensaje casi tan fácilmente como a Chicago”. En 1899, Nikola Tesla, con la ayuda de su soporte financiero, J.P. Morgan, instaló en Colorado Springs un laboratorio experimental conteniendo equipo de transmisión de radio de alto voltaje. El laboratorio tenía una torre de 200 pies para transmisión y recepción de ondas de radio y el mejor equipo de recepción disponible en ese tiempo. Una noche, cuando estaba solo en el laboratorio, Tesla observó señales eléctricas que definitivamente parecían ser señales inteligentes. Tesla lo comentó en un artículo titulado “Hablando con los Planetas«, en el periódico semanal Collier (marzo 1901): “Cuando estaba mejorando mis máquinas para la producción de fuerzas eléctricas intensas, también estaba perfeccionando los medios para observar fuerzas débiles. Uno de los resultados más interesantes, y también uno de gran importancia práctica, era el desarrollo de ciertas invenciones para indicar, a una distancia de muchos cientos de millas, una tormenta que se acercaba, su dirección, velocidad y distancia recorrida. Fue continuando este trabajo que por primera vez descubrí esos misteriosos efectos que han despertado tal inusual interés. Yo había perfeccionado el aparato referido, hasta tal punto que desde mi laboratorio en las montañas de Colorado podía sentir el pulso del globo, como era, notando cada cambio eléctrico que ocurría dentro de un radio de 1,100 millas«.

Y continuaba: “Nunca podré olvidar las primeras sensaciones que experimenté cuando supe que había observado algo de consecuencias posiblemente incalculables para la humanidad. Yo sentí como si hubiera estado presente en el nacimiento de un nuevo conocimiento o la revelación de una gran verdad… Mis primeras observaciones me aterraron positivamente, ya que en ellas estaba presente algo misterioso,  por no decir sobrenatural, estando solo en mi laboratorio por la noche. Pero en ese momento, la idea de que estas perturbaciones eran señales controladas inteligentemente  todavía no se me había presentado. Los cambios que noté estaban teniendo lugar periódicamente y con tan clara sucesión de números y de un orden que no eran imputables a ninguna causa conocida. Yo estaba familiarizado, por supuesto, con tales perturbaciones eléctricas, como las producidas por el sol,  las auroras boreales y las corrientes terrestres, y estaba seguro que estas variaciones no se debían a ninguna de estas causas. La naturaleza de mis experimentos no llevaba a la conclusión de la posibilidad de cambios producidos por perturbaciones atmosféricas, como ha sido afirmado por algunos. Fue algún tiempo después, cuando me llegó el pensamiento, de que las anomalías que había observado podrían deberse a un control inteligente. Aunque en ese tiempo yo no podía descifrar su significado, era imposible  pensar en ellos como siendo enteramente accidentales. La sensación crece constantemente en mi de que he sido el primero en escuchar los saludos de un planeta a otro. Un propósito estaba detrás de estas señales eléctricas«. Este incidente fue el primero de muchos en los cuales Tesla interceptó lo que él sentía, eran señales inteligentes del espacio. En su tiempo científicos prominentes creían que Marte sería un lugar adecuado para la vida inteligente en nuestro sistema solar.  Inicialmente Tesla pensó que estas señales podrían haberse originando en el planeta rojo. Más tarde cambiaría su punto de vista. Cerca del final de su vida, Tesla había desarrollado varios inventos que supuestamente podían enviar poderosas cantidades de energía a otros planetas. En 1937, durante una conferencia de prensa en el día de su cumpleaños, Tesla anunció en el New York Times: «He dedicado mucho de mi tiempo sobre los años a perfeccionar un nuevo aparato, pequeño y compacto, por el cual pueda la energía, en cantidades considerables, ser enviada a través del espacio a cualquier distancia, sin la menor dispersión”.

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Tesla nunca reveló públicamente los detalles técnicos de su transmisor mejorado, pero en su anuncio en 1937, reveló una nueva fórmula, mostrando que: “La energía cinética y potencial de un cuerpo es el resultado del movimiento y determinado por el producto de su masa y el cuadrado de su velocidad. Si reducimos la masa, la energía será reducida a la misma proporción. Si se redujera a cero, la energía sería igualmente cero para cualquier velocidad finita”. Según Dale Alfrey, en los diarios de Tesla observó que, alrededor de 1920, Tesla se veía capaz de encontrarle sentido a las extrañas difusiones de radio desde el espacio. No obstante, pronto después, Tesla comenzó a expresar gran preocupación acerca de seres de otros planetas que tenían planes desagradables para la Tierra. “Las señales son demasiado fuertes para haber viajado las grandes distancias entre Marte y la Tierra – escribió Tesla -. Así, estoy forzado a admitir a mi mismo que las fuentes deben venir de algún lugar en el espacio cercano o aun de la luna. Estoy seguro, sin embargo, que las criaturas que se comunican unas con otras cada noche no son de Marte o, posiblemente, de ningún planeta en nuestro sistema solar”.  Varios años después de que Tesla anunciara la recepción de señales del espacio, Marconi también afirmó haber escuchado un transmisor de radio extraterrestre. Sin embargo, Marconi fue rápidamente desacreditado por sus contemporáneos, que afirmaban que había recibido interferencias de alguna otra estación radial en la Tierra. Hay una cierta confirmación sobre la validez de los diarios perdidos de Tesla y su creencia en extraterrestres, así como la importancia de comunicarse con ellos. Arthur H. Mathews afirmó que Tesla había desarrollado secretamente el Teslascopio con el propósito de comunicarse con extraterrestres. El Dr. Andrija Puharich entrevistó a Matthews para el Pyramid Guide, en 1978. Este entrevista reveló por primera vez las conexiones entre Matthews y Tesla. Arthur Matthews nació en Inglaterra, y su padre era asistente de laboratorio del famoso físico Lord Kelvin en 1890. Tesla fue a Inglaterra a encontrarse con Kelvin, a fin de convencerle que la corriente alterna era más eficiente que la corriente continua.. Kelvin, entonces, se oponía a la corriente alterna.

En 1902, la familia Matthews dejó Inglaterra, inmigrando a Canadá. Cuando Matthews tenía 16 años de edad, su padre lo introdujo como aprendiz de Tesla, con el que continuó vinculado hasta la muerte de Tesla en 1943. Según Matthews: “No es generalmente conocido, pero Tesla tenía realmente dos enormes transmisores, construidos en Canadá. Yo manejé uno de ellos. La gente sabía, más que nada, acerca de los transmisores en Colorado Springs, y el inconcluso en Long Island. Yo vi los dos transmisores canadienses. Toda la evidencia está allí”. Mathews afirmó que el Teslascopio era el dispositivo que inventó Tesla para comunicarse con seres de otros planetas. Hay un diagrama del Teslascopio en el libro de Matthews, The Wall of Light. «En principio, toma las señales de los rayos cósmicos – dijo Matthew -. Eventualmente las señales se han transferido a audio. Se habla en un extremo y la señal sale por el otro como un emisor de rayos cósmicos». Matthews afirma que construyó un modelo del sistema de comunicaciones planetarias de Telsa en 1947 y que lo utilizó con éxito. Pero solo pudo contactar con naves espaciales operando cerca de la Tierra. Esperaba que algún día podría construir un sistema capaz de la comunicación directa con otros planetas. «Tesla me había dicho que seres de otros planetas ya estaban aquí – relata Matthews -. Él estaba muy asustado de que habían estado controlando al hombre durante miles de años, y que nosotros somos simplemente sujetos de prueba para un experimento de una extrema larga duración”. Matthews no compartía las convicciones de Tesla de que los extraterrestres pudieran no tener los mejores intereses en mente para la Tierra. Su opinión es que si los extraterrestres fueran tan avanzados como para ser capaces de viajar de un sistema solar al otro, entonces debería de ser socialmente avanzados y amantes de la paz. Las ansias de Matthews por continuar experimentando con el Teslascopio era indicativo de los primeros días de la llamada era moderna de ovnis. En los años cincuenta contactados como George Adamski y Howard Menger estaban escribiendo libros y dando conferencia a creyentes ansiosos, acerca de los hermanos espaciales que eran como dioses. Estos ocupantes de los ovnis afirmaban ser de diversos planetas del sistema solar, siendo Venus y Marte los principales. Los hermanos espaciales predicaban una forma de religión espacial de una nueva era, con descripciones utópicas de sus mundos y la denuncia de la beligerancia de la humanidad.

El libro de H.G. Wells fue verdaderamente profético por considerar el tiempo como una cuarta dimensión. Einstein utilizaría esta idea en su teoría especial de la relatividad de 1905, la cual describe cómo un observador estático y otro en movimiento miden el tiempo de forma diferente. La teoría de Einstein, desarrollada por su profesor de matemáticas Hermann Minkowski, demuestra que el tiempo, en efecto, puede ser tratado matemáticamente como una cuarta dimensión. Nuestro universo es, por lo tanto, tetradimensional. Decimos que la superficie de la Tierra es bidimensional porque todo punto perteneciente a ella puede ser especificado mediante dos coordenadas, longitud y latitud. Para localizar un suceso en el universo hacen falta cuatro coordenadas. Un ejemplo del físico ruso George Gamow ilustra mejor la idea. Si deseo invitar a alguien a una fiesta, le debo proporcionar cuatro coordenadas. Le diría, por ejemplo, que la fiesta será en la calle Valencia nº 26, esquina con la calle Cerdeña, en el piso 3º y el día 14 de junio. Las tres primeras coordenadas localizan la posición de la fiesta en el espacio. Pero también debo indicar el tiempo. Las dos primeras coordenadas informan a mi invitado a qué punto de la superficie terrestre debe acudir; la tercera, la altura que debe alcanzar sobre ese punto, y la cuarta, en qué momento llegar. Cuatro coordenadas, cuatro dimensiones. Podemos visualizar nuestro universo tetradimensional utilizando un modelo de tres dimensiones. Los ejes horizontales representan, como ejemplo, solo dos de las dimensiones del espacio, mientras que el eje vertical señala la dimensión temporal. Hacia arriba está el futuro y hacia abajo, el pasado. Los libros de texto presentan habitualmente un diagrama bidimensional del sistema solar. El Sol aparece como un disco circular y la Tierra, como un círculo más pequeño cerca de aquél. La órbita terrestre se representa como una circunferencia de puntos en la superficie plana del diagrama. Este modelo bidimensional capta sólo un instante en el tiempo. Pero supongamos que dispusiéramos de una película del sistema solar que mostrara el movimiento giratorio de la Tierra alrededor del Sol. Cada fotograma de la película sería una imagen bidimensional del sistema solar, una instantánea tomada en un momento particular. Si cortamos la película en fotogramas individuales y los apilamos unos sobre otros, obtendríamos una representación adecuada del espacio-tiempo. Los sucesivos fotogramas muestran sucesos cada vez más tardíos. El instante en el tiempo al que corresponde un fotograma concreto viene dado por su posición vertical en la pila. El Sol aparece en el centro de cada fotograma como un disco amarillo inmóvil.

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Así pues, en la pila, el Sol se convierte en una barra vertical amarilla que se extiende de abajo arriba, representando el progreso del astro rey desde el pasado al futuro. En cada fotograma, la Tierra es un pequeño punto azul que, conforme ascendemos en la pila, se halla en un punto distinto de su órbita. Por ello, en la pila la Tierra se transforma en una hélice azul que envuelve la barra amarilla del centro. El radio de la hélice es el de la órbita terrestre, ciento cincuenta millones de kilómetros, o ocho minutos luz. La distancia temporal que la hélice tarda en completar una vuelta es, por supuesto, un año. Esa hélice es la línea de universo de la Tierra, su camino a través del espacio-tiempo. Si fuésemos capaces de pensar en cuatro dimensiones, veríamos que la Tierra no es simplemente una esfera, sino que en realidad es una hélice, un gigantesco espagueti girando en espiral, a lo largo del tiempo, alrededor de la línea de universo del Sol. Como decía el viajero del tiempo de Wells, todos los objetos reales tienen cuatro dimensiones: longitud, anchura, altura y duración. Los objetos reales tienen una extensión en el tiempo. Tal vez midamos ciento ochenta centímetros de altura, sesenta de ancho y treinta de espesor y nuestra duración sea de cincuenta años. También poseemos una línea de universo. Esa línea se inició con nuestro nacimiento, serpentea a través del espacio y el tiempo, ensartando todos los acontecimientos de nuestra vida, y terminará con nuestra muerte. Un viajero del tiempo que visite el pasado es simplemente alguien cuya línea de universo forma un bucle en el tiempo, cruzándose quizá con ella misma. Esto último permitiría que el viajero se estrechara la mano a sí mismo. La versión más vieja del viajero temporal encontraría a su yo más joven y le diría: «Hola! Soy tu futuro yo. He viajado al pasado para saludarte». El sorprendido joven replicaría: «¿De veras?», y continuaría su vida. Algún día, muchos años después, volvería a vivir el mismo suceso, se toparía con su yo más joven, le estrecharía la mano y le diría: «Hola! Soy tu futuro yo. He viajado al pasado para saludarte». Pero ¿qué ocurriría si el anciano viajero, en lugar de ser amigable con su yo más joven, le asesinara? El viaje al pasado implica este tipo de paradojas. Una pregunta frecuente es: «¿Qué pasaría si alguien viajara hacia atrás en el tiempo y asesinara a su propia abuela antes de que diera a luz a su madre?«. El problema es obvio. Alguien que mate a su abuela e impida que su madre nazca, no llegaría a nacer. En tal caso, ese individuo inexistente nunca podría viajar al pasado y asesinar a su propia abuela. Muchos ven en este acertijo, conocido como la «paradoja de la abuela», una razón suficiente como para descartar los viajes al pasado.

Un famoso ejemplo de historia de ciencia-ficción que ha explotado esta idea es la película de 1985 Regreso al futuro. El protagonista, interpretado por Michael J. Fox, retrocede en el tiempo hasta 1955 e interfiere involuntariamente en el noviazgo de sus padres. Esta intromisión genera un conflicto. Si sus padres no se unen, él nunca nacerá, con lo cual su existencia está en peligro. Así pues, debe hacer lo posible para que sus futuros padres se enamoren. Las cosas no van muy bien al principio, ya que su madre empieza a enamorarse de él, el misterioso extranjero, en vez de hacerlo de su padre. Para unir a sus progenitores, trama un complicado plan. Observa que, cuando actúa erróneamente, las imágenes de sí mismo y de sus hermanos, plasmadas en una fotografía que lleva en la cartera, se desvanecen, Hay un momento concreto en el que se observa cómo su propia mano comienza a difuminarse, Puede ver a través de ella que está desapareciendo. Comienza a sentirse débil. Al haber interrumpido el romance de sus padres, su existencia se diluye. Más tarde, cuando finalmente su plan alcanza el éxito y sus padres se unen, se siente mucho mejor y su mano vuelve a la normalidad. Al mirar en su cartera, su propia imagen y la de sus hermanos han reaparecido. Una mano se puede desvanecer en una historia de ficción pero, en el mundo físico, los átomos no se desmaterializan de esa forma. Por otra parte, conforme a las premisas de la historia, el chico se va desmaterializando debido a que, como viajero del tiempo, ha impedido que sus padres se enamoren y, por lo tanto, ha obstaculizado su propio nacimiento. Pero si no ha nacido, su línea de universo, desde su venida al mundo hasta sus aventuras como viajero del tiempo, se esfumaría y no habría nadie que interfiriera en el noviazgo de sus padres, con lo cual su nacimiento tendría lugar, después de todo. Está claro que esta historia de ficción no resuelve tampoco la paradoja de la abuela. Existen soluciones físicamente posibles para ella, pero los científicos están divididos sobre cuál de las dos aproximaciones que se consideran es la correcta. Examinemos en primer lugar la alternativa más radical. Tiene que ver con la mecánica cuántica, esa rama de la física desarrollada a principios del siglo XX para explicar el comportamiento de los átomos y las moléculas. La mecánica cuántica señala que las partículas tienen naturaleza ondulatoria y que las ondas tienen naturaleza corpuscular. Su tópico más destacado es el principio de incertidumbre de Heisenberg, por el cual no podemos establecer simultáneamente la posición y la velocidad de una partícula arbitraria con precisión. Esta indeterminación, aunque despreciable en el mundo macroscópico, es trascendental a escala atómica.

La mecánica cuántica explica el modo en que los átomos emiten o absorben luz en ciertas longitudes de onda cuando los electrones saltan de un nivel de energía a otro. La naturaleza ondulatoria de las partículas da lugar a fenómenos inusuales, tales como el denominado efecto túnel cuántico, por el cual un núcleo de helio puede saltar de repente desde un núcleo de uranio y causar su desintegración radiactiva. La resolución de las ecuaciones cuánticas de onda permite establecer la probabilidad de encontrar una partícula en distintos lugares. En una de las interpretaciones, esta línea argumental conduce a la teoría de los universos múltiples de la mecánica cuántica, según la cual existe un mundo paralelo por cada uno de esos lugares en los que la partícula es detectada. Muchos físicos opinan que esta interpretación es un añadido innecesario a la teoría, pero algunos de los que trabajan en las fronteras de la teoría cuántica se toman en serio la idea de los universos múltiples y sus consecuencias. En este marco, el universo no contendría una única historia del mundo, sino muchas en paralelo. Experimentar una de esas historias, como en la práctica hacemos, es similar a viajar cuesta abajo en un tren que va del pasado al futuro. A modo de pasajeros, contemplamos la sucesión de los acontecimientos como si fueran estaciones situadas a lo largo de la vía, dejamos atrás el Imperio romano, la segunda guerra mundial o a unos hombres pisando la Luna. Pero el universo podría ser como un gigantesco patio de maniobras, con muchas vías entrelazadas. Junto a la nuestra hay una vía en la que la segunda guerra mundial nunca tuvo lugar. El tren está encontrando constantemente cambios de vía en los que puede tomar cualquiera de las bifurcaciones. Antes de la segunda guerra mundial pudo haber existido un momento en el que Hitler estuviera a punto de ser asesinado, lo que conduciría el tren a la vía en la que dicha guerra no ocurrió.

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Según la teoría de los universos múltiples, cada vez que se registra una observación o se toma una decisión, se produce una bifurcación en la vía. No tiene por qué tratarse de una observación o decisión humana. Hasta un electrón en un átomo, al cambiar de un nivel de energía a otro, puede dar origen a una ramificación. Siempre en ese escenario, y según el físico David Deutsch, de la Universidad de Oxford, un viajero del tiempo podría volver al pasado y matar a su abuela cuando todavía era joven. Esto haría que el universo se desviara hacia una rama diferente, en la que habría un viajero del tiempo y una abuela muerta. El universo en el que la abuela vive y da a luz a una mujer que, a su vez, alumbra al viajero del tiempo, implicaría que el universo que recordamos aún existiría, ya que sería el universo de procedencia del viajero. Este simplemente se habría movido a un universo distinto, donde participaría en una historia diferente. Todas estas ideas se hallan muy bien ilustradas en la novela de ciencia-ficción de Gregory Benford Cronopaisaje, publicada en 1980. La historia sucede en el año 1998. Su protagonista emplea un haz de taquiones, una partícula hipotética cuya velocidad es superior a la de la luz, para enviar una señal a 1963 y advertir a los científicos sobre una catástrofe ecológica que hará que el mundo quede sumergido en 1998. El protagonista lee un artículo al respecto durante un viaje en avión en 1998 y encuentra en él la clave para la construcción de su transmisor de taquiones. En las palabras de Benford, el héroe «revolvió su maletín en busca del artículo de Richard Gott que Cathy le había conseguido. Ahí estaba: “Una cosmología de taquiones, de materia y antimateria, simétrica en el tiempo”. Todo un nuevo mundo por explorar. Y las soluciones de Gott se hallaban allí, iluminando la página».  La alarma es recibida a finales de 1963 y los científicos comienzan a actuar conforme a ella. Conocen la teoría de los universos múltiples de la mecánica cuántica y, al exponer públicamente su advertencia sobre el futuro desastre ecológico, contribuyen a evitarlo haciendo que el universo transcurra por un camino alternativo. Incidentalmente, en ese universo paralelo el presidente Kennedy sólo resulta herido, en lugar de asesinado, en el atentado de Dallas. Por supuesto se trata sólo de una obra de ficción. Pero tal vez exista algún universo paralelo en el que todo sucede como describe el libro.

A pesar de todas sus contribuciones a la ciencia, el nombre de Tesla es poco recordado. De hecho, Thomas Edison es mencionado en los libros de texto como inventor de invenciones que fueron desarrolladas y patentadas por Tesla. Es conocido que Tesla tuvo problemas financieros a lo largo de su vida. Por ello Telsa tenía que mudarse a menudo de residencia, al no poder pagar los alquileres. El Hotel Waldorf Astoria en Nueva York fue la residencia de Tesla durante veinte años y tuvo que mudarse en 1920 al no poder pagarlo más. Al final murió en la habitación 3327 del hotel New Yorker. Forzado a mudarse de hotel en hotel, a menudo dejó baúles de documentos como garantía por sus deudas. Estos baúles fueron buscados después de la muerte de Tesla, ya que se habían vuelto la clave para descubrir el misterio de quien fue realmente Nikola Tesla, así como de sus increíbles inventos. Cuando Tesla murió a la edad de 86 años, representantes de la Oficina de Propiedad de Extranjeros, a petición del FBI, visitaron los hoteles de Nueva York donde se había hospedado y se apoderaron de todas sus pertenencias. Si hay una información extraña en el VHS hallado en la habitación 3327 del Hotel New Yorker sin duda alguna es la referente al viaje en el tiempo. El desconcierto de los investigadores ante este tema ha sido muy grande, ya que implicaría que Nikola Tesla hubiese inventado una máquina del tiempo. Es cierto que las capacidades creadoras de Tesla han asombrado desde siempre a propios y extraños. Solo hace falta ver algunos de sus inventos, como la corriente alterna, los sistemas teledirigidos, el avión de despegue vertical, la radio, etc.. Pero inventar una máquina para viajar en el tiempo entra de lleno en el área de la ciencia-ficción. Pero tal vez los muchos interrogantes sobre Tesla se explicarían si hubiese sido capaz de viajar en el tiempo. Por ejemplo, tal vez existiría una relación entre la capacidad de viajar en el tiempo de Tesla y la aparición de una cinta VHS en 1943. También podríamos suponer que estos viajes en el tiempo podrían explicar sus prodigiosas capacidades visionarias.

A todo el que espere hallar algún día una máquina del tiempo que le permitiese volver al pasado y rescatar a un ser querido, lo más consolador que se le puede decir es que, hasta donde hoy sabemos, sólo sería posible si la teoría de los universos múltiples fuera correcta. En caso de ser así, entonces existe un universo paralelo en el que su ser querido se encuentra bien en la actualidad. Simplemente nosotros estamos en el universo equivocado. Pero hay una aproximación menos radical a la paradoja de la abuela. Consistiría en que los viajeros del tiempo no cambiarían el pasado porque !siempre fueron parte de él! El universo que observamos es tetradimensional, con las líneas de universo serpenteando a través de él. Alguna de ellas puede doblarse hacia atrás y atravesar el mismo suceso dos veces. El viajero del tiempo puede estrecharle la mano a una versión anterior de él mismo. Sin embargo, la solución ha de ser consistente. Este principio de consistencia ha sido propuesto por los físicos Igor Novikov, de la Universidad de Copenhague, M. Thorne, de Caltech, y sus colaboradores. En este caso, el viajero del tiempo puede tomar té con su abuela, cuando ésta era joven, pero no puede matarla, en cuyo caso no habría nacido, y ya sabemos que sí lo hizo. Si presenciamos un suceso del pasado, deberá desarrollarse como la primera vez. Pensemos que volvemos a ver la película Casablanca. Sabemos perfectamente cómo va a terminar. No importa cuántas veces la veamos, Ingrid Bergman siempre toma ese avión. La contemplación de una escena por parte del viajero del tiempo sería similar. Estudiando la historia, podría saber qué va a suceder, pero sería incapaz de alterarlo. Si regresara al pasado y viajara en el Titanic, no podría convencer al capitán de la peligrosidad de los icebergs. ¿Por qué? Porque ya sabemos lo que sucedió, y eso no se puede cambiar. Si hubo algún viajero del tiempo a bordo del famoso barco, desde luego no logró que el capitán evitara la catástrofe. Y el nombre de ese viajero estaría en la lista de pasajeros que hoy conocemos. La consistencia parece contraria a la noción habitual de libre albedrío. Aunque nos parezca que podemos hacer lo que deseemos, el viajero del tiempo parece estar limitado en este sentido. Pero consideremos que nunca somos libres de hacer algo que sea lógicamente imposible. Esta es una importante puntualización del filósofo David Lewis, de Princeton, en sus análisis sobre las paradojas de los viajes en el tiempo. Asesinar a la abuela cuando era joven durante un viaje al pasado, puede ser una tarea imposible.

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Muchas novelas de ciencia-ficción sobre viajes en el tiempo han explorado el concepto de historia del mundo consistente. La película de 1989, Las alucinantes aventuras de BilI y Ted, habla de este tema. Bill y Ted son dos muchachos que intentan formar un grupo de rock. Desgraciadamente han suspendido la asignatura de historia y, si no aprueban, Ted será enviado a una academia militar en Alaska, con lo que el grupo quedará roto. Su única esperanza es obtener un sobresaliente en el próximo examen, pero no saben cómo hacerlo. Entonces llega un viajero del tiempo, interpretado por George Carlin, procedente del año 2688. Al parecer, la música y las canciones creadas por el grupo de rock de Bill y Ted son los cimientos de una gran civilización futura. Las canciones incluyen textos tales como «Sé un tío legal» y «Pasa de mí». El viajero del tiempo les ayuda en su trabajo de historia, de manera que el grupo de rock puede continuar. Les proporciona una máquina del tiempo con aspecto de cabina telefónica. Poco después de que el visitante del futuro aparezca, Bill y Ted se topan con las versiones ligeramente mayores de ellos mismos, que han regresado al presente. Es entonces cuando los Bill y Ted más jóvenes caen en la cuenta de que su trabajo de historia hará época y permitirá la continuidad de su grupo. Deciden viajar al pasado y reunir algunos personajes históricos para traerles a su examen y conseguir ser merecedores de un sobresaliente. Continuando con la aventura, contemplamos la misma escena representada de nuevo, esta vez por los Bill y Ted de mayor edad. La escena se desarrolla exactamente igual que antes. No hay paradoja temporal alguna. Bill y Ted usan la máquina del tiempo para reunir a Napoleón, Billy el Niño, Freud, Beethoven, Sócrates, Juana de Arco, Lincoln y Gengis Kan. Les traen a la California del siglo XX y sobreviene el caos. Los personajes crean un gran revuelo en la zona comercial de San Dimas. Beethoven reúne a su alrededor a una exaltada multitud cuando toca el órgano electrónico en una tienda de música. Juana de Arco es detenida tras asumir el mando en una clase de aeróbic, y Gengis Kan destroza una tienda de deportes tratando de probar como arma un bate de béisbol. Al final todos ellos acaban entre rejas. Mientras los acontecimientos se suceden, el tiempo corre para Bill y Ted, y sólo les quedan unos minutos para su examen de historia. Afortunadamente, Ted es el hijo del sheriff y recuerda que su padre tenía las llaves de la cárcel antes de extraviarlas, un par de días atrás. Bill sugiere emplear la máquina del tiempo y regresar a buscarlas, pero por desgracia no disponen del tiempo suficiente para llegar hasta la máquina antes de que comience el examen. Entonces Ted tiene una gran idea. ¿Por qué no regresar al pasado y robar las llaves después del examen? De este modo las esconderían en algún sitio cercano marcado con una señal. Bill busca entonces junto a la supuesta señal y ¡ahí están!

Cogen las llaves, liberan a Gengis Kan y a los demás, devuelven las llaves al sorprendido padre de Ted, y llegan al auditorio del instituto con los personajes históricos justo a tiempo de hacer su presentación ante el asombrado público. Por supuesto consiguen un sobresaliente y la emergencia en el futuro de una espléndida civilización basada en el rock queda asegurada. Los muchachos deben retroceder aún en el tiempo, encontrar las llaves y esconderlas en el punto señalado. Podemos preguntarnos si Bill y Ted ejercieron su libre albedrío. Así parece. Cuando, en el curso de sus aventuras, se encuentran con la versión más joven de ellos mismos, se preguntan por la conversación que tendrá lugar. No recuerdan lo que habían dicho, pero siguen adelante con la reunión, que se desarrolla exactamente igual que antes. Ellos siempre actúan libremente, pero sus actos parecen estar predestinados. Tras encontrar las llaves en el sitio señalado, tienen que volver al pasado, robarlas y dejarlas en ese lugar. Aunque en ocasiones resultan muy complicadas, las historias consistentes como ésta son posibles y existe un buen número de ellas. Según esta alternativa consistente, podemos visitar el pasado, pero no podemos alterarlo. Por más que hayan intentado generar paradojas, los físicos siempre han sido capaces de encontrar soluciones consistentes a partir de un supuesto inicial. Según Thorne y sus colegas, los partidarios de este enfoque piensan que, incluso en el marco de la teoría de los universos múltiples, se debería mantener el principio de consistencia, por lo que todas las bifurcaciones tendrían que ser consistentes. De este modo podrían existir en paralelo muchas alternativas consistentes de que se desarrollase un mismo suceso, algunas de las cuales involucrarían viajeros del tiempo. En cada universo paralelo sucederían cosas distintas. En alguno, por ejemplo, el viajero del tiempo toma el té con su joven abuela, mientras que, en otros, ambos beben limonada. Pero todas las vías serían consistentes y en ninguna de ellas el viajero asesinaría a su abuela. A todos les es imposible cambiar el pasado que recuerdan. En cualquier caso, hasta las historias basadas en el concepto de consistencia pueden presentar aspectos curiosos. Generalmente imaginamos la línea de universo de una persona o partícula serpenteando a través del tiempo, con un principio y un final. Pero en un viaje en el tiempo sería posible que una partícula tuviera una línea de universo parecida a un hula hoop, una circunferencia sin extremos. Igor Novikov denomina jinn a estas partículas. Como el genio de Aladino, parecen surgir por arte de magia. El reloj que aparece en el film de 1980 En algún lugar del tiempo, protagonizado por Christopher Reeve y Jane Seymour, es un ejemplo.

La historia arranca en el año 1972. Christopher Reeve es un joven dramaturgo que es felicitado en la noche de estreno de su obra. De entre los espectadores surge una anciana que se acerca y le entrega un reloj de oro. «Regresa a mí», dice enigmáticamente la mujer antes de alejarse. Ocho años más tarde, en 1980, el escritor pasa sus vacaciones en el Grand Hotel de Mackinac Island, Michigan. Allí ve una antigua fotografía de una bella joven y se enamora inmediatamente de ella. Pregunta al viejo recepcionista quién es la joven y éste le responde que se trata de Elise McKenna, una famosa actriz que actuó en el hotel en 1912. El escritor intenta saber más sobre la mujer. En una visita a la biblioteca encuentra un artículo de revista que contiene la última fotografía que se tomó de ella. Es la misteriosa anciana que le entregó el reloj la noche del estreno. El escritor queda totalmente confundido. Visita al autor de un libro sobre actrices famosas y averigua que Elise McKenna murió aquella misma noche. Asimismo, descubre que ella apreciaba especialmente un libro sobre viajes en el tiempo. El escritor busca entonces al científico que escribió el libro, cuya teoría sobre los viajes en el tiempo se basa en la auto hipnosis. Según su hipótesis, si, por ejemplo, alguien va a un viejo hotel, viste con ropas de época, hace un esfuerzo de imaginación y repite continuamente el tiempo que desea visitar, puede verse trasladado al pasado. El científico lo intentó una vez y se sintió transportado al pasado, pero la impresión duró sólo un momento y nunca pudo demostrarlo. Ansioso por ensayar la técnica, el escritor regresa al hotel y examina los viejos libros de registro para saber el día exacto del año 1912 en el que había llegado la joven Elise McKenna. Encuentra la página donde ella había firmado y, en el mismo libro, su propia firma. Animado por el descubrimiento, se viste con un traje de época y se pone el reloj de oro. Tras esconder en el armario todos los objetos modernos de la habitación que le podrían perturbar a la hora de concentrarse en el pasado, se tumba en la cama del hotel. Entonces comienza a murmurar una y otra vez el día de 1912 que quiere visitar, hasta que cae en un profundo sueño. Se despierta rodeado por la florida decoración de una habitación del hotel en el 1912. No importa cómo pudo suceder físicamente. El joven acude a la recepción para registrarse a la hora exacta, las 9:18, que había visto en el libro del hotel. Se esmera en firmar correctamente, porque teme que, de no hacerlo, se romperá el hechizo y despertará de nuevo en 1980. Quiere cumplir el pasado, no cambiarlo. Encuentra a Miss McKenna, que actúa en el hotel y, como era de esperar, ambos se enamoran. De hecho, él está presente cuando le hacen la famosa fotografía. Ella dirige su mirada hacia él justo en el momento en que disparan la cámara. Tras una noche de amor, planean su futuro juntos. Ella mira la hora en el reloj de oro y bromea sobre el traje que lleva el escritor, diciendo que tiene más de quince años. El protesta alegremente argumentando que tiene grandes bolsillos para guardar el dinero y, al hacerlo, mete la mano en ellos y saca un penique. Se da cuenta entonces de que la moneda lleva acuñada la fecha de 1979. ¡Ha cometido un error! De algún modo se ha deslizado una moneda moderna en el bolsillo. Al extender la mano hacia la joven, ella y toda la habitación se desvanecen rápidamente en la distancia, encontrándose de vuelta en el hotel en 1980. Trata entonces desesperadamente de repetir la fecha de 1912, una y otra vez, pero no funciona: ya no vuelve a regresar. El desgraciado joven languidece y pronto muere con el corazón roto, tras lo cual es recibido por una joven Miss McKenna y ambos se ven rodeados de una blanquísima luz.

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Aunque este mecanismo de viaje en el tiempo es poco verosímil, la historia en sí trata de ser consistente. No hay paradojas. El personaje de Christopher Reeve no altera el pasado en absoluto, sino que, de hecho, lo cumplimenta. Participa en dicho pasado haciendo que Miss McKenna se enamore de él y le entrega el reloj que ella, más tarde y ya anciana, le devuelve. Pero ¿de dónde proviene el reloj? Se trata de un jinn. La anciana Miss McKenna se lo da al joven escritor, quien lo transporta al pasado, para entregarlo a la misma mujer cuando era joven. Ella lo guarda toda su vida hasta el momento en que se lo devuelve a él. Así pues ¿quién fabricó el reloj? Nadie. El reloj nunca pasó por una fábrica de relojes. Su línea de universo es circular. Novikov ha observado que, en el caso de un jinn macroscópico como éste, el mundo exterior siempre debe emplear energía para reparar cualquier desgaste, por entropía, que acumule, de modo que se halle exactamente en su condición original al completar el bucle. Aunque posibles en la teoría, los jinn macroscópicos son muy improbables. La historia podría haberse desarrollado en su totalidad sin el reloj. Este resulta, además, un tanto inverosímil porque parece marcar correctamente la hora. Sería más verosímil imaginar un reloj estropeado, o quizás un clip que pasara hacia atrás y hacia delante entre ambos protagonistas. Pero es un reloj que funciona. Según la mecánica cuántica, si se dispone de suficiente energía, es posible hacer que aparezca espontáneamente un objeto macroscópico, junto con las antipartículas asociadas, que tienen igual masa pero opuesta carga eléctrica, aunque es extremadamente improbable. Admitiendo la existencia de un jinn, sería menos probable toparse con un reloj que con un clip y más improbable todavía tropezar con éste que con un electrón. Cuanto más masivo y complejo sea el jinn macroscópico, más raro será. Novikov ha señalado que incluso la información que viaja a través de un bucle cerrado puede constituir un jinn, aunque no haya ninguna partícula real que tenga la línea de universo circular. Supongamos que viajo en el tiempo hasta 1905 y le cuento a Einstein todo sobre la relatividad especial. Einstein podría entonces publicarlo en su artículo de 1905. Pero yo conozco la relatividad especial gracias a haber leído este artículo de Einstein. Dicho escenario es posible, pero altamente improbable. En cualquier caso, los jinn siguen siendo enigmáticos.

Más intrigante es la novela Vosotros, los zombies (1959), del maestro de la ciencia-ficción Robert Heinlein, una de las mejores novelas sobre viajes en el tiempo jamás escritas. Un joven de veinticinco años se halla en un bar lamentando su suerte. El joven le cuenta al barman su historia. Su vida ha sido muy dura. Nació mujer y se crió en un orfanato. De joven tuvo relaciones sexuales con un hombre que la abandonó. Quedó embarazada y decidió tener el niño. Llegado el momento, fue necesario practicarle una cesárea y dio a luz a una niña. Durante la operación, el médico observó que en el interior de su cuerpo había órganos masculinos y femeninos, e intervino quirúrgicamente para transformarla, sin su consentimiento, en un varón. Ésta es la razón por la que el protagonista se refiere a sí mismo como «Madre Soltera», Por otra parte, el bebé fue secuestrado en el hospital por un desconocido. El barman interrumpe al joven: «La matrona de su orfanato era Mrs. Fetherbridge, ¿verdad?. Su nombre cuando era mujer era Jane, ¿no? Y usted no me había contado esto hasta ahora, ¿no es cierto?». El barman le pregunta entonces si quiere encontrar al padre de su hija. El desgraciado joven acepta y es conducido por el barman a la parte trasera del bar, donde hay una máquina del tiempo. Viajan siete años y nueve meses al pasado. El barman deja allí al joven y avanza nueve meses, justo a tiempo para raptar a un bebé llamado Jane. A continuación lleva a la niña dieciocho años atrás en el tiempo y la deja a la puerta de un orfanato. Después regresa junto al joven, que acaba de dejar embarazada a una muchacha llamada Jane. El barman conduce al joven al futuro para que estudie hostelería. Al final, mientras el barman reflexiona sobre la aventura, se mira una vieja cicatriz en el vientre y murmura: «Sé de dónde vengo yo. Pero ¿de dónde venís todos vosotros, los zombies?».  El barman, que es realmente Jane, ha retrocedido en el tiempo para convertirse a la vez en su propia madre y en su propio padre. Su línea de universo es verdaderamente compleja. Comienza siendo el bebé Jane, es llevado al pasado por un barman, crece en un orfanato, tiene relaciones sexuales con un hombre, da a luz una niña llamada Jane, cambia de sexo, acude al bar a lamentarse de su sino, viaja al pasado con un barman, hace el amor con una mujer llamada Jane y es conducido al futuro por dicho barman, donde a su vez se convierte en barman que viaja al pasado para tramar la historia de nuevo. Se trata de un relato consistente, extraño y maravilloso a la vez.

La idea fue utilizada por Ben Bova en su novela Orión, en 1984, en la que un viaje en el tiempo permite a los humanos del futuro regresar al pasado y crear la raza humana. En la novela, pues, la especie humana se crea a sí misma. De una forma similar veremos más adelante cómo el viaje en el tiempo en la relatividad general puede permitir que el universo se origine a sí mismo. !Estamos en un universo realmente asombroso! En ocasiones la ciencia-ficción provoca una investigación científica. En 1985, Carl Sagan estaba escribiendo una novela de ciencia-ficción titulada Contacto. Sagan pretendía que su heroína cayera en un pequeño agujero negro ubicado en la Tierra y saliera despedida por otro agujero negro en un punto muy lejano del espacio. Para ello, pidió a su amigo el profesor Kip Thorne que comprobara si su hipótesis de ficción violaba alguna ley física. Thorne replicó que lo que Sagan quería realmente era un agujero de gusano,  o un túnel espacio-temporal, que conectara dos lugares distantes. A raíz de ello, Thorne se interesó por la física de los agujeros de gusano y, junto con sus colegas, mostró cómo podrían ser usados para viajar al pasado. Sagan quería presentar, de un modo dramático, las profundas consecuencias del contacto con una civilización extraterrestre. En la película del mismo nombre, Jodie Foster interpreta el papel de una investigadora del equipo SETI, o búsqueda de inteligencia extraterrestre, que detecta una señal de radio mientras examinaba la estrella Vega. La protagonista comunica el hecho a un colega australiano, quien también detecta la señal en su radiotelescopio. Tras la confirmación, su ayudante pregunta: «¿Y ahora, a quién se lo decimos?». «A todo el mundo», replica Foster. En poco tiempo se hallan implicados desde la CNN hasta el presidente de Estados Unidos. La señal parece corresponder a una emisión de televisión, por lo que Foster la introduce en un monitor. Se trata de una secuencia en la que Hitler arenga a una concentración de nazis. ¿Nazis en la estrella Vega? No, los eventuales habitantes de la estrella se limitan a reenviar una señal de televisión recibida desde la Tierra, una transmisión realizada en 1936. Vega está a veintiséis años luz, con lo que la señal de televisión, que viaja a la velocidad de la luz, ha tardado ese tiempo en alcanzar dicha estrella. Cuando los de Vega recibieron la transmisión, dedujeron la presencia de vida inteligente en nuestro planeta. Imaginaron que reconoceríamos enseguida nuestra propia señal, lo que la hacía ideal para anunciarnos su propia presencia. Así pues, la reprodujeron y la enviaron de vuelta. La respuesta tardó otros veintiséis años en llegar a la Tierra, en 1988.

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Entrelazadas con los fotogramas de la transmisión televisiva, se detecta una segunda serie de imágenes que resultan ser un conjunto de planos que, al parecer, describen la construcción de una especie de nave espacial, una esfera capaz de alojar en su interior a una persona. ¿Deben construir la nave espacial? La cuestión provoca un fuerte debate, ya que en lugar de una nave espacial podría tratarse de una bomba capaz de destruir nuestro planeta. Finalmente se supone que los extraterrestres tienen buenas intenciones y la nave es fabricada de acuerdo con los planos. Jodie Foster se convierte en la astronauta. Una vez en el interior, la puerta se cierra y se crea un agujero de gusano que conecta directamente con un lugar situado en las proximidades de Vega. La nave cae a través del agujero y emerge cerca de esa estrella. Foster contempla durante unos instantes el sistema estelar de Vega y, seguidamente, es catapultada a través de otro agujero de gusano para dirigirse al encuentro de un enviado de Vega que adopta la apariencia del padre de la astronauta. El regreso a la Tierra se produce por el camino inverso. Asombrada, Foster se da cuenta de que ha retornado exactamente al instante de partida. Cuando abandona la nave encuentra a sus colegas preguntándose qué es lo que había fallado. Según Foster, el viaje había durado dieciocho horas, mientras que para los demás la nave nunca había partido. Muchos expertos se niegan a creer su relato. No obstante, al final de la película el consejero de seguridad presidencial afirma haber observado algo. Aunque la videocámara que Foster llevaba acoplada no había registrado imagen alguna que pudiera corroborar su historia, sí había grabado exactamente dieciocho horas de señales extrañas. De este modo se da cuenta de que ella estuvo realmente en alguna parte. Sin embargo, decide mantener la evidencia en secreto. Con la trama básica de su novela en la mano, Sagan le preguntó a Kip Thorne si los agujeros de gusano permitirían realmente que la línea argumental fuera posible, aunque, por supuesto, se requiriera una tecnología enormemente avanzada. Los agujeros de gusano conectados a agujeros negros habían sido ya tema de discusión en la literatura científica. El problema consistía en que un agujero de gusano se evaporaba tan deprisa que nunca habría tiempo suficiente para que una nave espacial pudiera recorrerlo de un extremo a otro sin resultar aplastada. Thorne y sus colegas idearon entonces un modo físicamente lógico de mantener el agujero abierto mediante materia «exótica», o materia que pesa menos que la nada, para poder viajar a través de él sin perecer triturado. Fue así como hicieron un fascinante descubrimiento. Se trataba de una manera de manipular los dos extremos del agujero de gusano que permitía al personaje encarnado por Jodie Foster no sólo regresar al momento exacto de partida, sino incluso volver más atrás. Se trataba, pues, de una máquina del tiempo que permitía viajar al pasado. Thorne y sus colegas publicaron sus investigaciones en la importante revista Physical Review Letters, en 1988, y con ello despertaron un nuevo interés por los viajes en el tiempo.

Aunque nadie, con permiso de Nikola Tesla, se supone que ha construido todavía una máquina del tiempo como la de H.G. Wells, o como la de “Regreso al futuro”, sobre el papel existen los fundamentos teóricos para poder hacerlo. El culpable de esta rotunda afirmación es Albert Einstein. Curiosamente, Tesla repudiaba su teoría de la Relatividad, pero parece lógico sospechar que este rechazo escondía una tapadera de Tesla para ocultar su creación. Pero esto solo es una teoría. En cualquier caso, Einstein revolucionó nuestro concepto sobre el espacio y el tiempo con su teoría de la Relatividad. Estas dimensiones dejaron de ser el escenario absoluto e inmutable en el que acontecían nuestras vidas para convertirse en unos actores más, modificables según las circunstancias. En contra del sentido común, Einstein demostró que el tiempo transcurre mucho más lentamente para un observador que se esté desplazando a una velocidad cercana a la de la luz que para un observador en reposo, y el mismo efecto se produce si el observador está próximo a un intenso campo gravitatorio. Es un fenómeno conocido como dilatación temporal y ha sido demostrado experimentalmente hasta la saciedad empleando relojes atómicos muy precisos. Lo increíble es que esto abre la puerta para viajar al futuro. Imaginemos al personaje representado por Charlton Heston en el Planeta de los Simios y que en su viaje espacial han alcanzado una velocidad cercana a la de la luz, o que han pasado tiempo sometidos a la intensa gravedad de una estrella u otro cuerpo compacto. Debido a esto, sus segundos, sus minutos, sus años, han transcurrido, sin que lo percibieran, mucho más lentamente que los terrestres. Lo que para Charlton Heston han sido unos pocos años, para la sociedad en la Tierra han sido miles, los suficientes como para que, al regresar, se encuentren con que lo único que queda de esta es una sociedad de simios. Es decir, habría hecho un viaje al futuro de la Tierra. La vida terrestre habría pasado a cámara rápida. Y esto no es ciencia ficción. De hecho, cuando cogemos un avión, viajamos unos pocos nanosegundos en el futuro respecto a los que se quedan en tierra, una cantidad que es despreciable. Con más de 748 días girando alrededor de la Tierra, a veintisiete mil kilómetros por hora, el cosmonauta ruso Sergei Avdeyev viajó dos centésimas de segundo en el futuro.

Nikola Tesla ha sido el padre de la creación de mucha de la tecnología que hoy en día conocemos. Sin el genio de Tesla, no tendríamos radio, televisión, corriente alterna, la bobina de Tesla, iluminación fluorescente, las luces de neón, dispositivos de radio control, robótica, rayos-X, radar, micro ondas y docenas de otros asombrosos inventos. Debido a esto, no es de sorprenderse que Tesla también investigase en el mundo de la aviación y posiblemente de la antigravedad. Ello le podría haber llevado a su supuesta máquina del tiempo. De hecho, su última patente, registrada en 1928 con el número #1,655,114, era para una máquina voladora que se asemejaba tanto a un helicóptero como a un avión. Antes de morir, Tesla ideo, según parece, los planos para el motor de una nave espacial. El la llamó Space Drive o impulsión del campo anti-electromagnético. William R. Lyne escribe en Occult Ether Physics, que en una conferencia que Tesla preparó para el Instituto para el Bienestar del Emigrante (12 de mayo de 1938), habló de esta Teoría Dinámica de la Gravedad. Tesla dijo en su conferencia que esto era: “Uno de dos descubrimientos de gran envergadura, que resolví en todos los detalles, durante los años 1893 y 1894”. Mientras estaba investigando las declaraciones de Tesla, Lyne descubrió que declaraciones más completas, referentes a esos descubrimientos, se podrían recoger de algunas pocas fuentes dispersas, porque los documentos de Tesla estaban guardados en cámaras acorazadas del gobierno, por razones de seguridad nacional. Cuando Lyne preguntó específicamente por estos documentos en el Centro de Investigaciones de Seguridad Nacional, en 1979, le fue denegado el acceso, porque estaban todavía clasificados. En esta conferencia de 1938, Tesla dijo que estaba progresando con el trabajo, y esperaba que muy pronto podría publicar la teoría. Uno de los dos grandes descubrimientos a los que Tesla se refería era La Teoría Dinámica de la Gravedad , la cual asume que un campo de fuerza es responsable de los movimientos de los cuerpos en el espacio. Otro era la Energía Ambiental, una nueva teoría física que indicaría que no hay energía en la materia más que la que aquella recibe del medio ambiente. Esta teoría contradice a Einstein en su famosa fórmula E=mc2. En su 79 cumpleaños (1935), Tesla hizo una breve referencia a la teoría diciendo que se aplica a las moléculas y átomos, así como a los cuerpos celestes más grandes, y también a ”toda la materia en el universo, en cualquier fase de su existencia, desde su misma formación hasta su última desintegración”. En un artículo titulado El mayor logro del Hombre, Tesla resumió su Teoría Dinámica de la Gravedad, diciendo que el luminiscente éter llena todo espacio.

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Según Tesla, el éter actúa sobre la fuerza creativa, dadora de vida, y es arrojado en “remolinos infinitesimales”, o “micro-hélices”, cerca de la velocidad de la luz, convirtiéndose en materia ponderable. Cuando la fuerza disminuye y cesa el movimiento, la materia se revierte al éter, una forma de “descomposición atómica”. Tesla opinaba que la humanidad podía aprovechar estos procesos para: producir materia del éter;  crear cualquier cosa que desee con la materia y energía derivadas; alterar el tamaño de la Tierra; controlar las estaciones de la tierra (control del clima);  guiar el camino de la Tierra a través del Universo, como una nave espacial; causar las colisiones de planetas para producir nuevos soles y estrellas, calor, y luz; originar y desarrollar vida en infinitas formas. Como podemos ver, muchas de estas acciones corresponderían a lo que consideramos puede hacer Dios. Al lado de algunas de estas posibilidades, construir una máquina del tiempo parece un tema menor. Cuando Tesla tenía 82 años, aún era capaz de atacar la teoría de la Relatividad de Einstein con una sorprendente declaración: “He resuelto una teoría dinámica de la gravedad en todos sus detalles, y espero darle esto al mundo muy pronto. Explica las causas de esta fuerza y los movimientos de cuerpos celestes bajo su influencia, tan satisfactoriamente que podrá un fin a fútiles especulaciones y falsos conceptos, como aquel del espacio curvo. Según los relativistas, el espacio tiene una tendencia a curvarse debido a una inherente propiedad o presencia de cuerpos celestes. Concediendo una apariencia de realidad a esta fantástica idea, es todavía muy auto-contradictoria. Cada acción está acompañada por una equivalente reacción, y los efectos de esta última están en directa oposición a aquellos de la primera. Suponiendo que los cuerpos actuaran sobre el espacio circundante, causando la curvatura del mismo, le parece, a mi mente simple que los espacios curvos deben tener reacción en los cuerpos y, produciendo los efectos opuestos, enderezaría las curvas. Puesto que la acción y la reacción son coexistentes, sigue que la supuesta curvatura del espacio es enteramente imposible – No obstante, incluso si existiera, no explicaría los movimientos de los cuerpos según lo observado. Solamente la existencia de un campo de fuerza puede explicarlos, y esta suposición aplica con la curvatura del espacio. Toda la literatura sobre este tema es fútil y destinada al olvido”.

Es una lástima que Tesla nunca publicase esta teoría dinámica de la gravedad, que, o bien quedó en su cabeza, o estaba entre la numerosa documentación que fue requisada a su muerte. El pensamiento moderno acerca de la gravedad sugiere que cuando un objeto pesado se mueve emite ondas gravitacionales que irradian a la velocidad de la luz. Estas ondas de gravedad se comportan de maneras similares a muchos otros tipos de ondas. Las invenciones más grandes de Tesla estaban todas basadas en el estudio de ondas. Él siempre consideró que el sonido, la luz, el calor, los rayos-X y las ondas de radio son todos fenómenos relacionados y que podrían ser estudiados usando la misma clase de matemáticas. Sus diferencias con Einstein sugieren que Tesla extendió su pensamiento a la gravedad. En la década de 1980 se demostró que Tesla tenía razón. Un estudio de la pérdida de energía en una estrella pulsar doble de neutrones, llamada PSR 1913-16 probó que existen las ondas de gravedad. La idea de Tesla de que la gravedad es un efecto de campo es ahora tomada más en serio que lo que la tomó Einstein. Desafortunadamente Tesla nunca reveló que es lo que le había conducido a esta conclusión. Él nunca explicó su teoría de la gravitación. El ataque que hizo al trabajo de Einstein fue considerado indignante por el mundo científico de aquel tiempo, y solo ahora tenemos el suficiente conocimiento de la gravedad para saber que Tesla tenía razón. Tesla había descubierto que la emisión electroestática de la superficie de un conductor siempre se concentrará donde la superficie se curva, o incluso presenta un borde. Mientras más pronunciada sea la curva, o esquina, mayor será la concentración de emisión de electrones. Tesla también observó que una carga electroestática fluirá sobre la superficie de un conductor más bien de lo que lo penetrará. Esto es llamado el Efecto Faraday, descubierto por Michael Faraday hace muchos años. Esto también explica los principios de la Jaula Faraday, que es usada en laboratorios de investigación de alto voltaje, así como para proteger a los humanos y al equipo electro-sensible contra daños. Según reportes de testigos oculares sobre el interior de los ovnis, hay una columna circular en el centro del vehículo. Esto serviría como una superestructura para el resto del vehículo en forma de platillo, y también conllevaría un alto voltaje y la utilización de una bobina de alta frecuencia, similar a la bobina de Tesla, inventada por Tesla en 1891.

Mientras el viaje al futuro no presenta problemas conceptuales, si nos quedamos en el futuro, las leyes de la Física no se muestran tan complacientes a la hora de plantear un viaje al pasado o de regreso desde el futuro. En 1985, Carl Sagan pasaba por un apuro para finalizar su famosa novela. Necesitaba un medio de transporte que permitiera trasladar a la protagonista Jodie Foster de la Tierra a la estrella Vega en pocos segundos, y sin que fuera una barbaruidad desde el punto de vista científico. Sagan llamó a su amigo y experto en relatividad, Kip Thorne, que recogió con entusiasmo el envite. Thorne desarrolló una posible solución para las ecuaciones de Einstein. Se trataba de un agujero de gusano, una especie de túnel que podría, a modo de atajo, conectar diferentes puntos del espacio, y así sacar del atolladero a Sagan. Pero, además, Thorne se percató de que, en determinadas condiciones, un agujero de gusano serviría también de túnel del tiempo, tanto hacia el futuro como hacia el pasado, pero con dos importantes exigencias. La primera es que para mantener el agujero de gusano lo suficientemente estable para viajar a través de él necesitaríamos de una energía “negativa”, que contrarrestara el efecto de la gravedad. La segunda es que nunca podríamos viajar a un instante anterior a la construcción del agujero de gusano. Como vemos, la física actual no se opone, al menos en teoría, a la posibilidad de realizar viajes en el tiempo. Pero mientras los viajes hacia el futuro no ofrecen excesivos problemas conceptuales, la posibilidad de un hipotético viaje al pasado produce toda una suerte de paradojas que han llevado a más de un físico, y a algún que otro escritor de ciencia-ficción, a sufrir auténticos dolores de cabeza. El problema reside en que, para la física clásica, el tiempo es como en una película, una sucesión de fotogramas donde cada uno precede al posterior. El pasado precede al futuro y todo efecto tiene una causa anterior. Así pues, cambiar el pasado implica forzosamente, desde el punto de vista de la física clásica, cambiar el futuro. Pero, ¿qué ocurre cuando cambiar el pasado entra en conflicto directo con el presente? Ya hemos mencionado la paradoja del abuelo, que sostiene que si uno viaja al pasado y mata a su abuelo antes de que este se case con su abuela, nuestro viajero jamás habría nacido.

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Pero, ¿se pueden evitar de alguna manera estas paradojas? Sea cual sea su naturaleza, todas ellas aparecen en el instante en el que el viajero del futuro interfiere en el pasado de tal manera que el futuro se ve comprometido. Por tanto, una opción para evitarlas sería que la naturaleza, de alguna manera, impidiera que un turista temporal actuara sobre lo que le rodea. Pero esto va en contra de algunos principios fundamentales de la física y, además, eliminaría nuestra idea de libre albedrío. Quizá los viajes al pasado plantean tales problemas que la propia naturaleza se opone a ellos.  Pero hay una posibilidad de no ir en contra de la física, gracias a un genial científico llamado Hugh Everett III y a su interpretación de la física cuántica, la llamada interpretación de los “mundos paralelos”. Hugh Everett III (1930 – 1982) fue un físico estadounidense que propuso por primera vez la teoría de los universos paralelos en la física cuántica. Dejó la física después de acabar su doctorado, desalentado por la falta de respuestas hacia su teoría por parte de los demás físicos. Desarrolló el uso generalizado de los multiplicadores de Lagrange en investigación operativa y los aplicó comercialmente como consultor y analista. Everett nació en Maryland y creció en el área de Washington D.C.. Después de la Segunda Guerra Mundial, el padre de Everett se aposentó en la Alemania Occidental, Hugh visitó Leipzig en la Alemania Oriental en 1949. Se graduó por la Universidad Católica de América en 1953 en ingeniería química, y recibió una beca de investigación en la National Science Foundation, que le permitió acudir a la Universidad de Princeton. Empezó sus estudios en Princeton en el departamento de matemáticas trabajando en el nuevo campo de teoría de juegos, pero derivando lentamente hacia la física. En 1953 empezó a tomar sus primeras lecciones de física entre la que destaca la introducción a la física cuántica con Robert Dicke. Las paradojas temporales surgen de considerar el tiempo bajo la óptica de la física clásica. Pero sabemos que esta física, aunque permite volar a los aviones y explica por qué gira la Tierra alrededor del Sol, no es la mejor representación de la naturaleza, y menos de la parte microscópica de esta. En el reino de lo más pequeño gobierna la física cuántica, y lo hace con unas leyes aparentemente muy diferentes de las que rigen nuestra vida cotidiana. Por ejemplo, para la física cuántica toda partícula, como un electrón o un protón, se halla en una superposición de muchos estados posibles, cada uno con una probabilidad diferente. Es decir, la posición de la partícula en el espacio, su velocidad, su tiempo de desintegración, o cualquier otro parámetro observable puede, a priori, tener cualquier valor posible, cada uno acompañado de una probabilidad característica.

Aquí vale la pena mencionar a Ronald L. Mallett, profesor de física en la Universidad de Connecticut. Mallett nació en Roaring Spring, Pennsylvania, el 3 de marzo de 1945. Inspirado por una versión del libro de comics Classic Ilustrated de Herbert George Wells, titulado La Máquina del Tiempo, Mallett decidió viajar en el tiempo para salvar a su padre, que había fallecido, lo que se convirtió en el sueño de su vida. En 1975 solicitó un trabajo en la Universidad de Connecticut como profesor, donde continua trabajando hasta el día de hoy. Sus estudios e investigaciones incluyen relatividad general, gravedad cuántica y viajes por el tiempo. En 1980 fue promocionado a profesor asociado donde es profesor desde 1987. Ha recibido dos premios y muchas otras distinciones. En 2007 la historia de su vida buscando una máquina del tiempo fue contada en un episodio de This American Life. Es miembro de la Sociedad Americana de Física y la Sociedad Nacional de Físicos Negros. Durante algún tiempo, Ronald Mallet ha estado trabajando en los planos para una máquina del tiempo. Esta máquina usa un giroscopio láser de anillo, así como la teoría de la relatividad. Mallet argumentó que el anillo láser podría producir una cantidad limitada de arrastre, que podría ser medida experimentalmente: “En la teoría general de la relatividad de Einstein, materia y energía pueden crear un campo gravitacional. Mi actual investigación considera los campos gravitacionales fuertes y débiles producidos por una simple y continua circulación unidireccional de un haz de luz. En el campo gravitacional débil de un anillo láser unidireccional, se ha predicho que una partícula neutral giratoria, cuando es puesta en el anillo, es arrastrada por el campo gravitacional resultante”. En un escrito posterior, argumentó que con energía suficiente, el láser circulante podría producir no sólo arrastre sino curvas cerradas de tipo tiempo, permitiendo viajar al pasado: “Para el campo gravitacional fuerte de un cilindro de luz circulante, he encontrado nuevas soluciones exactas a las ecuaciones de campo de Einstein para campos gravitacionales interiores y exteriores del cilindro de luz. El campo gravitacional exterior muestra tener líneas cerradas de tiempo. La presencia de líneas de tiempo cerradas indica la posibilidad de viajar por el tiempo al pasado. Esto crea el fundamento de una máquina del tiempo basada en un cilindro de luz circulante«. También escribió un libro titulado “Viajero del Tiempo: Una misión personal de un científico para hacer del viaje en el tiempo una realidad”, co-escrita con el autor de los best-sellers del New York Times Bruce Henderson, que fue publicado el 28 de octubre de 2006. En una carta de Ken Olum y Allen Everett, estos científicos afirmaron haber encontrado problemas en los análisis de Mallet. Una de sus objeciones es que el espacio-tiempo que Mallet usó en sus análisis contiene una singularidad espacio-temporal incluso cuando el láser se encuentra apagado. Y no es el espacio-tiempo que podría esperarse que creciera naturalmente si el láser circulante se encendiera en el espacio vacío.

Para la física cuántica, el mundo microscópico es como una baraja de cartas, en que cada carta representa un estado posible. Pero no todas tienen igual probabilidad de salir. Cuando en un laboratorio se mide alguno de estos parámetros se obtiene un valor y solo uno de toda la plétora de valores posibles. Pero, ¿por qué uno y no otro? Parece que el observador, al medir, se quedara con una sola carta de la baraja y el resto se desvaneciera extrañamente. Esta cuestión atrajo multitud de interpretaciones de toda índole, pero la más revolucionara fue la que compuso la tesis doctoral de Hugh Everett. Everett se atrevió a lanzar una idea tachada por muchos de ciencia ficción. Siguiendo con la analogía de la baraja ¿y si cada carta de la baraja representara una realidad diferente de la del resto?, es más, ¿y si cada una de estas realidades tuviera su propia copia del observador? En este caso, dependiendo del universo o realidad en la que se encontrara cada observador a la hora de medir, solo obtendría el resultado propio de su universo, es decir, solo sacaría la carta de su realidad. Así pues, según esta interpretación, existen infinidad de universos muy similares o muy diferentes entre sí, con diferentes copias de los viajeros del tiempo, o incluso vacío de todos ellos. Una suerte de mundo donde cada universo se embarca en su propio futuro independientemente del resto. Bajo esta visión de la realidad, viajar en el tiempo, ya sea al pasado o al futuro, implica pasar a otro universo paralelo y cualquier paradoja se desvanece. Si en un viaje al pasado mato a mi propio abuelo, no corro peligro alguno porque en dicho universo nunca he nacido en el futuro. Tras una muy atacada tesis, Hugh Everett abandonó sus ideas y se embarco en lides mas bélicas, ya que pasó a formar parte del Pentágono en plena época nuclear. Lo curioso es que en 1971 construyó un prototipo de máquina bayesiana, una suerte de máquina que “aprendía” de la experiencia y que podía tomar decisiones, y que fue utilizada por el Pentágono para su desarrollo de misiles balísticos. A pesar de que terminó alcohólico y aquejado de una especie de autismo social, las ideas de Everett fueron creciendo hasta el punto de que hoy día son la base para disciplinas científicas como la computación cuántica. Quién sabe si estas mismas ideas nos permitirán viajar al pasado en el futuro. Quién sabe si esto no lo logró ya Nikola Tesla, como se presupone.

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Otro ejemplo de ficción científica que estimula una investigación real proviene de Star Trek, serie que ha producido innumerables historias basadas en los viajes en el tiempo. Star Trek relata las aventuras de la tripulación de la nave Enterprise. Serie televisiva en su origen, dio lugar a varias películas de éxito y a algunos telefilmes derivados, por lo que se convirtió en todo un clásico. El creador de la serie, Gene Roddenberry, deseaba narrar una historia de viajes interestelares en los que el Enterprise visitaba un sistema estelar cada semana, para después regresar al Cuartel General de la Flota Estelar e informar de sus exploraciones, todo ello a lo largo de un periodo de cinco años. Para que la nave pudiera moverse a una velocidad muy superior a la de la luz, Gene utilizó el concepto de motor de distorsión. De algún modo, el espacio alrededor de la nave se curvaba o deformaba, lo cual le permitiría a ésta saltar de una estrella a otra fácilmente. En la época en que nació la serie, mediados de los sesenta, la mayoría de los físicos se hubiera burlado de la idea tachándola de mera fantasía. Hasta que Miguel Alcubierre, un físico mexicano, decidió comprobar si la cuestión podía funcionar conforme a las reglas de la teoría de la gravitación de Einstein. Podía, en efecto, pero requería la presencia de alguna clase de materia exótica, como en los agujeros de gusano de Thorne. La solución de Alcubierre, publicada en 1994, no implicaba los viajes al pasado, pero especulaba con la posibilidad de que se pudiera acceder a él mediante un motor de distorsión. Dos años después, un artículo del físico Allen E. Everett indicaba cómo lograrlo utilizando dos motores de distorsión en cascada. Es curioso el hecho de que los guionistas de Star Trek parecieran saber que el motor de distorsión podría ser empleado para viajar al pasado, y así incorporaron la idea a muchos de sus episodios. Una de las mejores historias de este tipo tiene lugar en el filme Star Trek IV Misión: salvar la Tierra. En el siglo XXIII se produce una crisis cuando una nave extraterrestre gigante amenaza con lanzar un potente rayo que destruirá la Tierra. La nave envía una señal, que es el sonido de un rorcual, un tipo de ballena con aleta. Los extraterrestres advierten a los humanos de que destruirán el planeta si no reciben la respuesta adecuada por parte de otro rorcual. Por desgracia, los rorcuales se han extinguido en el siglo XXIII y no queda ninguno que pueda responder a la señal. La solución es emplear un motor de distorsión para viajar hasta el siglo XX, época en la que estos cetáceos existían, capturar una pareja de ellos y transportarlos al siglo actual para que emitan la respuesta que los extraterrestres esperan, conjurando así el peligro.

Como vemos, la ciencia-ficción a menudo hace pensar a los científicos. Las paradojas asociadas a los viajes en el tiempo suponen todo un reto. A menudo, tales paradojas no son sino un indicio de que algo importante en la física está esperando a ser descubierto. Einstein resolvió algunas de las paradojas que existían en la época con su teoría especial de la relatividad. El físico Albert Michelson y el químico Edward Morley habían realizado un bello experimento en 1887 que demostraba que la velocidad de la luz era exactamente la misma, por distinta que fuese la dirección de propagación en el laboratorio, Pero este fenómeno sólo podía explicarse si la Tierra fuera estacionaria. Y todos los científicos sabían que nuestro planeta gira alrededor del Sol. Se trataba, pues, de una paradoja. Einstein la resolvió mediante su teoría especial de la relatividad, que derribó la concepción newtoniana del espacio y el tiempo. Desgraciadamente la bomba atómica demostró de forma elocuente que la teoría funciona, y confirmó la validez de su ecuación fundamental E = mc2, en el sentido de que una pequeña porción de masa puede ser transformada en una ingente cantidad de energía. La mecánica cuántica, un campo que despertaba dudas al propio Einstein, pero que hoy los físicos aceptan ampliamente, posee sus propias paradojas. Aun así, la mecánica cuántica funciona. Puede predecir las probabilidades de obtener distintos resultados en un experimento. A priori, parece obvio que si sumamos las probabilidades de obtener todos los resultados posibles de un experimento dado deberíamos obtener un total del 100%. Pero David Boulware, de la Universidad de Washington, trabajando sobre una solución relativa a viajes en el tiempo, demostró que las partículas jinn impiden que ese total alcance el 100%. Jonathan Simon resolvió esta paradoja afirmando que se puede simplemente multiplicar las probabilidades cuánticas por un factor de corrección, con lo que se obtiene de nuevo el 100%. La investigación condujo a Simon y a sus colegas a apoyar el concepto de las múltiples historias de Richard Feynman, ya que este enfoque de la mecánica cuántica proporciona respuestas únicas. Pero Stephen Hawking pensaba de otra manera. Si ciertos enfoques de la mecánica cuántica son lo suficientemente flexibles como para permitir trabajar incluso en las regiones asociadas a los viajes en el tiempo, deberían ser considerados como fundamentales. Esta es la razón por la que las investigaciones sobre los viajes en el tiempo son especialmente interesantes, ya que podrían conducirnos a una nueva física.

Richard Phillips Feynman (1918 – 1988) fue un físico estadounidense, considerado uno de los más importantes de su país en el siglo XX. Su trabajo en electrodinámica cuántica le valió el Premio Nobel de Física en 1965, compartido con Julian Schwinger y Sin-Ichiro Tomonaga. En ese trabajo desarrolló un método para estudiar las interacciones y propiedades de las partículas subatómicas utilizando los denominados diagramas de Feynman. En su juventud participó en el desarrollo de la bomba atómica en el proyecto Manhattan. Entre sus múltiples contribuciones a la física destacan también sus trabajos exploratorios sobre computación cuántica y los primeros desarrollos de nanotecnología. En cierta ocasión, Richard Feynman comentó que descubrir las leyes físicas es como tratar de aprender las reglas del ajedrez a base de observar partidas. En la investigación acerca de viajes en el tiempo exploramos situaciones extremas en las que el espacio y el tiempo se deforman de manera nada habitual. El que las posibles soluciones violen quizás el «sentido común» las hace aún más fascinantes. De la misma manera, la mecánica cuántica y la relatividad especial transgreden creencias del sentido común y, no obstante, sus predicciones han sido confirmadas por muchos experimentos. La mecánica cuántica contradice nuestras expectativas de la vida diaria porque estamos acostumbrados a tratar con objetos tan grandes y masivos que los efectos de la mecánica cuántica sobre éstos son mínimos. Jamás hemos visto a nuestro automóvil experimentar el «efecto túnel» y salir de un garaje cerrado. Nunca nos hemos encontrado el coche aparcado de pronto en el césped de fuera. Si alguien afirmara que este suceso podría ocurrir, con una probabilidad pequeña, pero finita, diríamos que las leyes de la física no permiten esos fenómenos. Sin embargo se ha demostrado que ello sí sucede a escala subatómica. Un núcleo de helio puede salir despedido de un núcleo de uranio precisamente mediante el efecto túnel, tal como observó George. Gamow. El efecto túnel cuántico parece extraño porque en nuestro mundo habitual de objetos masivos y grandes los efectos cuánticos son prácticamente inapreciables. Gamow escribió un conocido libro para subrayar esta idea titulado Mr Tompkins en el país de las maravillas. La obra describe cómo veríamos el mundo si la velocidad de la luz fuera de sólo dieciséis kilómetros por hora y si los efectos cuánticos fuesen importantes a escala cotidiana. Los cazadores tendrían que disparar a tigres borrosos que no podrían ser ubicados exactamente y siempre andaríamos extraviando el coche cuando se le ocurriera experimentar el efecto túnel y salir de nuestro garaje. Si estuviéramos acostumbrados a experimentar esta clase de situaciones, no nos parecerían extrañas.

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El viaje en el tiempo parece raro porque supuestamente no estamos habituados a ver viajeros del tiempo, Pero si los contemplásemos todos los días, no nos sorprendería encontrar a un hombre que viniese del futuro. Confirmar si en principio tales viajes pueden tener lugar posiblemente nos dé nuevas pistas acerca de cómo funciona el universo. ¿A quién no le gustaría visitar la Tierra dentro de mil años? Aunque parezca mentira, Einstein nos enseñó cómo hacerlo. Sólo tenemos que subir a una nave espacial, viajar hasta una estrella que se halle a una distancia algo inferior a quinientos años luz y regresar a nuestro planeta, moviéndonos en ambos trayectos a una velocidad igual al 99,9% de la velocidad de la luz. Cuando estemos de vuelta, la Tierra será mil años más vieja, pero nosotros sólo habremos envejecido diez años. Tal velocidad es posible, ya que en nuestro acelerador de partículas más potente conseguimos que los protones viajen aún más deprisa. En el Fermilab, el récord actual está en el 99,999946% de la velocidad de la luz. Sabemos ya que los agoreros del pasado se equivocaron al referirse a las máquinas voladoras más pesadas que el aire y a la barrera del sonido. Deberían haber reflexionado un poco más. Como ya observó Leonardo da Vinci, los pájaros vuelan a pesar de ser más pesados que el aire, por lo que conseguir hacer volar una máquina de esas características debía ser, en principio, posible. Así pues si podemos acelerar protones hasta un 99,995% de la velocidad de la luz, algún día podremos hacer lo mismo con un astronauta. Es sólo una cuestión de tiempo y coste. Los protones pesan poco, por lo que acelerarlos hasta una velocidad elevada es relativamente barato. Pero como un ser humano pesa alrededor de cuarenta y siete mil cuatrillones de veces más, acelerar a una persona sería muchísimo más costoso, ya sólo en términos energéticos. Pero es obvio que el viaje a una velocidad cercana a la de la luz debería evitar someter al cuerpo humano a esfuerzos excesivos. Por ejemplo, si quisiéramos evitar aceleraciones extremas, cabría simplemente limitar la aceleración de la gravedad en la Tierra la aceleración que aplicáramos al astronauta. De esta manera, a medida que el cohete ganara velocidad, el viajero quedaría presionado contra el suelo de tal modo que su cuerpo sentiría el mismo peso que en la Tierra, con lo que el viaje resultaría factible.

El astronauta envejecería seis años y tres semanas durante el proceso de aceleración hasta el 99,9992% de la velocidad de la luz, momento en el que se hallaría a doscientos cincuenta años luz de la Tierra. Entonces, haría girar 180 grados el cohete para que el empuje lo frenara. Tras otros seis años y tres semanas, el cohete habría reducido su velocidad a cero y viajado doscientos cincuenta años luz más. El astronauta habría llegado hasta la estrella situada a quinientos años luz y envejecido un total de doce años y seis semanas, Repitiendo el proceso para regresar se encontraría con una Tierra mil años más vieja, mientras que él habría envejecido apenas veinticinco años. !Habríamos viajado al futuro de la Tierra! Richard Gott, profesor de astrofísica en la Universidad de Princeton, propone una solución para una nave espacial de estas características. Una cápsula tripulada podría pesar, por ejemplo, cincuenta toneladas, y su cohete de varias etapas, cargado con el combustible de materia-antimateria más eficiente posible, tendría un peso superior a cuatro mil veces el de un cohete actual. Por cada partícula de materia (protón, neutrón o electrón) existe una partícula equivalente de antimateria (antiprotón, antineutrón o positrón). Si juntamos una partícula de materia con la correspondiente de antimateria, ambas se aniquilan mutuamente produciendo energía pura, por lo general en la forma de fotones de rayos gamma. En la parte trasera del cohete habría un enorme espejo, una especie de vela de luz. Para lanzar la cápsula desde la Tierra, un láser gigante ubicado en nuestro sistema solar dispararía su haz sobre el espejo, que aceleraría la nave hacia el exterior de nuestro sistema durante la primera cuarta parte del viaje. A continuación, el cohete alejaría la nave de la Tierra hasta alcanzar el 99,9992% de la velocidad de la luz, momento en el que el astronauta invertiría su orientación para que los rayos gamma, generados de la mutua aniquilación entre materia y antimateria,  frenaran la nave tras otros doscientos cincuenta años luz. Acto seguido, el motor de materia y antimateria volvería a acelerarla en el viaje de vuelta. Finalmente, el astronauta desplegaría otro espejo y el láser situado en nuestro sistema solar apuntaría hacia él y frenaría la nave a su llegada de forma eficaz. El proyecto requeriría láseres situados en el espacio mucho más potentes que cualquiera de los existentes en la actualidad. Por otra parte, hoy día sólo podemos crear antimateria de átomo en átomo; por lo que deberíamos ser capaces de fabricarla y almacenarla masivamente de un modo seguro. También deberíamos desarrollar tecnologías para refrigerar los motores y evitar que se fundieran. La nave necesitaría un blindaje contra los átomos interestelares y el impacto de las radiaciones. Nos enfrentaríamos a importantes problemas de ingeniería. No sería fácil, pero científicamente es posible que una persona visite el futuro.

La predicción de Einstein de que los objetos en movimiento envejecen más despacio ha sido confirmada por experimentos en múltiples ocasiones. Una de las primeras demostraciones estuvo relacionada con la desintegración de los muones rápidos. Descubiertos en 1937, los muones son partículas elementales con una masa aproximadamente igual a la décima parte de la de un protón. Los muones son inestables y se desintegran en partículas elementales más ligeras. Si observamos un puñado de muones en el laboratorio, comprobamos que sólo queda la mitad al cabo de unas dos millonésimas de segundo. Sin embargo, los muones originados por los rayos cósmicos que inciden sobre la alta atmósfera, y que viajan cercanos a la velocidad de la luz, no se desintegran tan rápido en su trayectoria hacia la superficie terrestre como los originados en el laboratorio, lo que concuerda con las predicciones de Einstein. En 1971, los físicos Joe Hafele y Richard Keating demostraron la existencia del retardo de Einstein en los objetos en movimiento, mediante relojes atómicos muy precisos que introdujeron en un avión que dio la vuelta al mundo en sentido Este, un trayecto en el que se suma la velocidad del avión a la de rotación de la Tierra. Hafele y Keating, al concluir el viaje, constataron que los relojes en el avión se habían retrasado ligeramente, exactamente 59 nanosegundos, con respecto a los que habían quedado en tierra. Era una observación totalmente acorde con las predicciones de Einstein. Debido a la rotación de la Tierra, el suelo también se mueve, pero no tan deprisa, por lo que los relojes del suelo se retrasan menos que los del avión. Einstein comenzó a pensar sobre la naturaleza del tiempo y su relación con la velocidad de la luz cuando todavía era un adolescente. Se imaginaba a sí mismo alejándose a la velocidad de la luz del reloj de la torre de su ciudad. El reloj le parecía parado porque viajaba junto a la luz que reflejaba su esfera mostrando las doce en punto. La pregunta es: ¿se detiene, realmente, el tiempo para alguien que se mueva a la velocidad de la luz? Einstein concebía el rayo de luz como una especie de onda estacionaria de energía electromagnética, ya que no había movimiento relativo entre ambos. Pero una onda de este tipo violaba la teoría del electromagnetismo que Maxwell había establecido. Algo no encajaba. Einstein hizo estas reflexiones en 1896, cuando sólo tenía diecisiete años. Transcurrirían nueve más hasta que diera con la solución, una solución que supuso una auténtica revolución en la física y en nuestra concepción del espacio y el tiempo.

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Cuando Einstein tenía cuatro años, su padre le mostró una brújula. Al niño le pareció un milagro y esto motivó su interés por la ciencia. Entre los doce y los dieciséis años, el futuro genio aprendió por su cuenta geometría euclidiana y cálculo integral y diferencial. Era un muchacho brillante y, más importante aún, con ideas propias, que pronto quedó cautivado por la teoría del electromagnetismo de James Clerk Maxwell, la teoría científica más apasionante de la época. Los científicos conocían desde hacía tiempo la existencia de dos tipos de carga eléctrica, positiva y negativa. Por ejemplo, los protones tienen carga positiva y los electrones, negativa. Las cargas positiva y negativa se atraen mutuamente, mientras que las del mismo tipo se repelen. Además, los científicos sabían que las cargas pueden ser estáticas o hallarse en movimiento. Las cargas estáticas producen interacciones eléctricas del tipo de las que observamos en la llamada electricidad estática. Las cargas en movimiento no sólo generan estos efectos, sino que también producen interacciones magnéticas, como cuando las cargas que se mueven a lo largo de un cable dan lugar a un electroimán. Maxwell pronto hallaría una extraordinaria solución para sus ecuaciones. Se trataba de una onda electromagnética, una combinación de campos eléctricos y magnéticos, viajando a través del vacío a la velocidad de la luz, una magnitud que los astrónomos ya habían medido en aquella época. Ya en el año 1676, el astrónomo danés Olaus Roemer había observado meticulosamente los satélites de Júpiter. Tras comprobar que orbitaban alrededor del planeta como las manecillas de un sofisticado reloj, Roemer constató que cuando la Tierra se hallaba en su punto más cercano a Júpiter, ese «reloj» parecía adelantar ocho minutos, mientras que cuando se hallaba en el punto más lejano, en el extremo opuesto de su órbita, el «reloj» parecía retrasar los mismos ocho minutos. La diferencia entre los dos resultados estaba motivada por los dieciséis minutos más que debía recorrer la luz para alcanzar la Tierra cuando ambos planetas estaban situados en su posición más alejada, atravesando una distancia extra, el diámetro de la órbita terrestre, que ya había sido determinada entonces mediante técnicas de medición astronómica. Roemer llegó a la conclusión de que la luz se movía a doscientos setenta mil kilómetros por segundo. En 1728, el astrónomo inglés James Bradley midió la velocidad de la luz empleando el mismo efecto que hace que la lluvia que cae verticalmente parezca hacerlo de manera oblicua cuando es observada desde un vehículo en movimiento. A partir de las desviaciones ligeramente cambiantes de la luz de las estrellas, observadas a lo largo de un año, a medida que la Tierra rodea el Sol, Bradley dedujo que la velocidad de la luz era unas diez mil veces mayor que la de la Tierra en su órbita, es decir, de unos trescientos mil kilómetros por segundo.

Así pues, Maxwell conocía la velocidad de la luz. Y cuando en 1873 calculó la velocidad de sus ondas electromagnéticas y observó que viajaban a trescientos mil kilómetros por segundo, concluyó que la luz tenía que ser una onda electromagnética. Se trataba de uno de los mayores descubrimientos de la historia de la ciencia. Maxwell también dedujo que las ondas electromagnéticas podían tener diferentes longitudes de onda y predijo que algunas de éstas podrían ser más cortas o más largas que las correspondientes a la luz visible. Entre las primeras se hallarían los rayos gamma, los rayos X y los ultravioleta, mientras que entre las segundas estarían la radiación infrarroja, las microondas y las ondas de radio. Inspirado directamente por los resultados de Maxwell, en 1888 Heinrich Hertz logró transmitir y recibir ondas de radio, lo que constituyó la base para este invento. La obra de Maxwell fascinaba a Einstein, pero sus ecuaciones contradecían el aspecto que él había previsto para aquel rayo de luz junto al que se imaginaba viajando a la misma velocidad. En su visión, la onda electromagnética parecía estacionaria respecto a él, una onda estática con crestas y valles como surcos en un campo arado. Las ecuaciones de Maxwell no permitían ese fenómeno estático en el vacío, así que algo estaba equivocado. Einstein se dio cuenta de algo más, Supongamos que desplazamos rápidamente una partícula cargada ante un imán inmóvil. Según Maxwell, la carga en movimiento se vería acelerada por una fuerza magnética. Dejemos quieta la carga y movamos ahora el imán. Conforme a las ecuaciones de Maxwell, el campo magnético variable producido por el imán en movimiento crearía un campo eléctrico, produciendo una aceleración en la carga debido a una fuerza eléctrica. La física involucrada en cada caso sería totalmente distinta y, sin embargo, la aceleración resultante sobre la partícula cargada sería idéntica en ambos. Einstein tuvo entonces una idea audaz. Pensó que la física tenía que ser la misma en ambos casos, puesto que la única relación entre la partícula cargada y el imán resultaba ser la velocidad relativa de uno con respecto al otro. En la historia de la ciencia, muchos grandes avances se han producido cuando alguien se ha percatado de que dos situaciones que hasta entonces se creían diferentes son en realidad la misma. Aristóteles pensaba que la gravedad afectaba a la Tierra haciendo que los objetos cayeran hacia ella, pero que eran otras las fuerzas que operaban en los cielos y hacían que los planetas se movieran y la Luna girara alrededor del nuestro. Sin embargo, Newton comprendió que la fuerza que hacía caer a una manzana era la misma que mantenía a la Luna en su órbita. Se dio cuenta de que la Luna estaba «cayendo» continuamente hacia la Tierra, pues la trayectoria en línea recta que nuestro satélite hubiera seguido en el espacio en caso contrario se hubiera visto continuamente curvada para formar un círculo. Una idea que en absoluto era obvia.

Había otra cosa sobre la luz que resultaba muy peculiar. Supongamos que la Tierra se moviera a través del espacio a 100.000 kilómetros por segundo. Un rayo de luz que nos adelantara viajando en el mismo sentido que ella, ¿se alejaría de nosotros a sólo 200.000 kilómetros por segundo, es decir, 300.000 km/s de la luz menos 100.000 km/s de la Tierra? Y si el rayo viajara en sentido opuesto, ¿lo veríamos alejarse a 400.000 kilómetros por segundo (es decir, 300.000 más 100.000)? El hecho es que la luz se aleja siempre de la Tierra a la misma velocidad, con independencia del sentido en el que viaje. En 1887, el físico Albert Michelson, del Instituto Case de Ciencias Aplicadas de Cleveland, y el químico Edward Morley, de la vecina Westem Reserve University, comprobaron este extremo dividiendo un haz de luz, de modo que una mitad fuera hacia el norte y la otra, hacia el este. Sendos espejos reflejaban después cada uno de los haces, devolviéndolos al punto de origen. Michelson y Morley pensaron que si la luz se desplazaba a través del espacio a 300.000 kilómetros por segundo y su aparato se movía, también en el espacio, a 30 kilómetros por segundo, la velocidad de la Tierra en su órbita alrededor del Sol, la velocidad de la luz respecto a su aparato sería de 300.000 kilómetros por segundo más/menos 30 kilómetros por segundo, dependiendo de si el haz viajaba en paralelo o en sentido contrario al movimiento de la Tierra. Estimaron que el haz de luz que iba y venía en la dirección paralela a la del movimiento de la Tierra debía llegar retrasado con respecto al que hacía el recorrido en una dirección perpendicular. Sin embargo, su experimento mostró de manera muy precisa que los dos haces llegaban siempre a la vez. Es fácil imaginar la enorme sorpresa para ambos científicos. Después de confirmar la precisión de su aparato, se preguntaron si la velocidad de la Tierra alrededor del Sol en el momento de hacer el experimento podría haberse visto cancelada por algún movimiento en sentido contrario del sistema solar en su conjunto. Motivo por el cual repitieron la prueba seis meses más tarde, cuando la Tierra se estaba moviendo en sentido opuesto en su órbita alrededor del Sol. Según su hipótesis, en la segunda ocasión deberían estar moviéndose a través del espacio a sesenta kilómetros por segundo, pero los resultados fueron idénticos.

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Con toda esta valiosa información en sus manos, en 1905 Einstein formuló dos sorprendentes postulados. El primero implicaría que los efectos de las leyes físicas deben resultar iguales para cualquier observador sujeto a movimiento uniforme, si estuviese viajando a velocidad constante a lo largo de una dirección constante, sin que existan giros. El segundo postulado indicaría que la velocidad de la luz en el vacío tiene que ser la misma para cualquier observador en movimiento uniforme. De entrada, estos postulados parecen contradecir el sentido común. En efecto, ¿cómo puede un rayo de luz alejarse de dos observadores a la misma velocidad si estos observadores se mueven uno respecto a otro? Sin embargo, Einstein demostró muchos teoremas basados en esos dos postulados y los numerosos experimentos realizados desde entonces han confirmado su validez. Einstein probó sus teoremas ideando diversos e ingeniosos experimentos mentales. Denominó sus trabajos «teoría especial de la relatividad». Especial porque estaba restringida a observadores en movimiento uniforme, y relatividad porque mostraba que sólo cuentan los movimientos relativos. Nunca antes alguien había hecho algo similar en la ciencia. Pero, ¿cómo llegó Einstein a sus conclusiones? Sin duda algo tuvo que ver su reverencia por lo que él llamaba el «sagrado» libro de geometría, un volumen que llegó a sus manos cuando tenía doce años. El libro describía cómo el matemático griego Euclides había observado que se podían demostrar numerosos teoremas notables a partir de unos postulados que definen puntos y líneas y las relaciones entre ambos. A Einstein le produjo una gran impresión esa metodología. Se trataba simplemente de adoptar un par de postulados y ver qué se podía demostrar con ellos. Si nuestro razonamiento es sólido y nuestros postulados son ciertos, todos nuestros teoremas deberán resultar ciertos también. Pero ¿por qué Einstein adoptó esos dos postulados en concreto? Sabía que la teoría de la gravitación de Newton respondía al primer postulado. Según dicha teoría, la fuerza de gravitación entre dos objetos depende de las masas de ambos y de la distancia que los separa, pero no de la velocidad a la que se estén moviendo estos objetos. Newton asumía la existencia de un estado de reposo, pero no hay modo alguno de determinar, mediante un experimento gravitatorio, si el sistema solar está en reposo o no. Según las leyes newtonianas, los planetas rodearían el Sol de igual modo tanto si el sistema solar fuera estacionario, en reposo, como si estuviera en movimiento rápido uniforme. Einstein decía que, como no puede ser medido, ese estado único de reposo simplemente no existe. Cualquier observador que se desplace con movimiento uniforme puede afirmar con todo derecho que su situación es estática.

Y si la gravitación no puede establecer un estado único de reposo, pensaba Einstein, ¿por qué iba a ser distinto para el electromagnetismo? Basándose en su razonamiento sobre la partícula cargada y el imán, Einstein concluyó que lo único que contaba era la velocidad relativa entre ambos. A partir de la interacción entre imán y partícula, nadie podría decidir cuál de los dos se hallaba «en reposo». Einstein basó su segundo postulado en el hecho de que las ecuaciones de Maxwell predicen que, en el vacío, las ondas electromagnéticas se propagan a trescientos mil kilómetros por segundo. Si estuviéramos «en reposo», la luz nos rebasaría a esa velocidad. Si viéramos pasar un rayo de luz a cualquier otra velocidad, sería la evidencia de que no nos hallamos «en reposo». De hecho, Michelson y Morley trataron de utilizar esta idea para demostrar que la Tierra no se halla «en reposo», pero su experimento falló. Einstein pensó que todo observador sometido a movimiento uniforme debería poder considerarse a sí mismo «en reposo» y, por lo tanto, ver pasar el rayo de luz a trescientos mil kilómetros por segundo. El segundo postulado de Einstein significa que un observador que viaje a una alta velocidad y realice el experimento de Michelson-Morley fracasará en el intento, Preguntado años después, Einstein admitió haber tenido conocimiento del famoso experimento en 1905, pero afirmaba que no había ejercido excesiva influencia en sus razonamientos. Él había asumido, simplemente, que todo intento en ese sentido fracasaría. En cualquier caso, hoy podemos decir que el experimento de Michelson-Morley quizá constituyó la prueba más concluyente de que el segundo postulado de Einstein era correcto. Einstein comprendió que la luz podía parecer que viajaba siempre a la misma velocidad para observadores que se movieran a distintas velocidades relativas, sólo si sus relojes e instrumentos de medida diferían. Si un astronauta que viajara a una gran velocidad tuviese instrumentos y relojes diferentes de los míos, tal vez al medir la velocidad de un rayo de luz ambos obtendríamos un valor de trescientos mil kilómetros por segundo.

El espacio-tiempo es como una barra de pan. Si corto el pan horizontalmente, tendré rodajas que representan diferentes instantes de tiempo terrestre. Dos sucesos serán simultáneos si se hallan en la misma rebanada. Pero un astronauta en movimiento cortará el pan de otra manera, inclinando el cuchillo. Los sucesos que estén en una misma rodaja inclinada serán simultáneos para él. Esto explica también por qué el astronauta y nosotros discrepamos sobre la longitud de la nave. Simplemente estamos cortando su línea de universo tetradimensional de manera diferente. Es como si nos preguntásemos por el grosor de un tronco de árbol. Visto en dirección radial, tendremos una respuesta, pero si lo miramos bajo un cierto ángulo, obtendremos otra. Si un astronauta atravesara el sistema solar al 99,995% de la velocidad de la luz, observaríamos que el ritmo de sus relojes es la centésima parte del de los nuestros y que la longitud de su nave se ve reducida en el mismo factor. Supongamos que se dirige a la estrella Betelgeuse, a unos quinientos años luz de la Tierra. Como viaja casi a la velocidad de la luz, tardaría en llegar algo más de quinientos años. Pero como sus relojes avanzan mucho más despacio que los nuestros, le veríamos envejecer sólo cinco años durante el viaje. Cuando llegue a Betelgeuse será sólo cinco años mayor que cuando pasó por aquí. Pero ¿qué es lo que experimenta el astronauta? El se considera en reposo. Ve que el Sol y Betelgeuse se mueven respecto a él al 99,995% de la velocidad de la luz, con lo que, al medir la separación entre ambas estrellas, obtiene sólo cinco años luz, la centésima parte de la distancia que mediríamos nosotros. El Sol y Betelgeuse son como el morro y la cola de una «nave» que pasa junto a él a una velocidad próxima a la de la luz. Al medir su longitud, ésta resulta ser cinco años luz. Es decir, la cola de la «nave» -Betelgeuse- pasa ante él unos cinco años después de haberlo hecho el Sol, con lo que al llegar a su destino es sólo cinco años más viejo, tal como estaba previsto. Curiosamente, en los experimentos mentales de Einstein no había gente en la Tierra que observara a un astronauta viajando en una nave espacial. En lugar de ello, el gran físico analizaba el caso de un observador situado en una estación de ferrocarril que compara sus anotaciones con otro ubicado en el centro de un tren que se mueve rápidamente. Einstein empleaba un tren porque era el vehículo más rápido de los existentes en 1905.

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Si una nave se nos acercara a una velocidad mayor que la de la luz, una señal luminosa enviada hacia delante por el astronauta nunca alcanzaría el morro del aparato, ya que éste se mueve más deprisa y, además, le lleva ventaja. Cualquier atleta sabe que es imposible alcanzar a otro que corre más rápido y que lleva una distancia de ventaja inicial. Lo observado por el astronauta sería muy peculiar. Tomaría una linterna y la dirigiría hacia la parte delantera de la nave, pero nunca llegaría a ver cómo ésta se ilumina. Esto no es lo que vería un observador en reposo. Por lo tanto el astronauta sabría que se está moviendo, lo cual contradice el primer postulado. Así pues, supuestamente nada puede viajar más rápido que la luz. Einstein había descubierto un límite de velocidad en el cosmos: la velocidad de la luz. Forma parte del tejido del universo, ya que subyace en las ecuaciones de la electrodinámica. Este límite de velocidad proviene directamente de los dos postulados de Einstein, que damos por válidos ante la gran cantidad de resultados derivados que se han verificado. En los aceleradores de partículas más potentes, donde podemos incrementar a voluntad la velocidad de los protones, conseguimos que cada vez vayan más deprisa, aproximándose más y más a la velocidad de la luz, pero sin alcanzarla nunca, exactamente como Einstein predijo. De todos modos en ciencia nunca podemos afirmar que algo es imposible de alcanzar o superar. E = mc2 es otro resultado que Einstein demostró a partir de sus dos postulados (E representa la energía, m, la masa y c es el cuadrado de la velocidad de la luz). Ni que decir tiene que la velocidad de la luz es una magnitud enorme, y su cuadrado, mucho más, con lo que la pérdida de una mínima cantidad de masa produce la liberación de una gigantesca cantidad de energía. Cuando la bomba atómica hace explosión, una pequeña cantidad de masa es transformada en una ingente cantidad de energía. La bomba atómica funciona, luego podemos decir que los postulados parecen ciertos. Por ello no parece fácil que veamos a un astronauta viajar a una velocidad superior a la de la luz. Vivimos en un universo tetradimensional. O sea,  existen tres dimensiones espaciales y una temporal. H.G. Wells pensaba que la dimensión tiempo era exactamente igual a cualquiera de las dimensiones espaciales, pero se equivocaba. Hay una diferencia crucial entre ellas. Resulta que, matemáticamente, la dimensión tiempo lleva asociada un signo menos. Este pequeño signo marca la diferencia, ya que separa el futuro del pasado, permite la causalidad en nuestro mundo y dificulta viajar libremente en el tiempo. Así que para explorar la idea del viaje en el tiempo, es necesario entender de dónde viene ese signo menos, lo cual requiere considerar, a su vez, en qué coincidirán los observadores en movimiento, ya que habrá muchos otros aspectos en los que no estarán de acuerdo.

Consideremos el ejemplo ya conocido. Un astronauta pasa ante nosotros al 80% de la velocidad de la luz. Envía señales luminosas hacia la parte anterior y posterior de su nave, donde un par de espejos las reflejan, enviándolas de vuelta hacia él. Observamos que el envío y la recepción de estas señales son dos sucesos separados en el espacio y en el tiempo. Mientras tanto, el astronauta, que se percibe a sí mismo en reposo, ve dos sucesos separados en el espacio y en el tiempo, según marcan sus relojes. Está claro, pues, que hay discrepancias sobre la separación entre los dos sucesos, tanto en el espacio como en el tiempo. Supongamos un congreso celebrado en Alfa Centauro hace seis años. El suceso está en nuestro «pasado». Un astronauta podría haber asistido a dicho congreso y encontrarse tomando café con nosotros en este momento. Podría haber regresado a la Tierra a dos terceras partes de la velocidad de la luz. El congreso se halla, pues, en el «pasado» de donde nos encontramos actualmente. De este modo podemos dividir nuestro universo tetradimensional en tres regiones: el pasado, el presente y el futuro. No está nada mal que dispongamos de tres dimensiones espaciales y una temporal. Podríamos, por ejemplo, haber ido a parar a un universo que tuviera sólo dos dimensiones en el espacio y una en el tiempo. Así sería el mundo de Planilandia, descrito por Edwin Abbott en un precioso libro editado en 1880 y actualizado después por A. Dewdney en su obra Planiverso. Las criaturas de Planilandia sólo se pueden mover en dos dimensiones espaciales, «arriba-abajo» e «izquierda-derecha».  Un planilandés tendría una visión de la vida muy diferente de la nuestra. Poseería boca y estómago, pero ningún conducto alimentario que atravesara todo su cuerpo. Los planilandeses tendrían que digerir la comida y luego vomitar los residuos, como observó Hawking en su Historia del tiempo. Un planilandés podría ver mediante un ojo circular y leer un periódico que consistiera en una línea con una especie de código Morse. Podría tener una casa con puerta y ventana e, incluso, una piscina en el jardín, pero debería trepar al tejado para llegar a ese jardín y arrojarse de espaldas para acostarse en la cama. La vida en un universo con dos dimensiones espaciales y una temporal sería mucho más limitada que en el nuestro.

Un mundo con una única dimensión espacial y otra temporal, Linealandia, sería aún más simple. Los seres de Linealandia serían segmentos de línea. Podría haber un rey y una reina en Linealandia. El rey podría estar, por ejemplo, a la derecha de la reina. Si hubiera un príncipe y una princesa estarían, respectivamente, a la derecha del rey y a la izquierda de la reina. Si ésta se encontrara a nuestra izquierda, siempre permanecería allí, nunca podría rodeamos para situarse a nuestra derecha. En Linealandia, izquierda y derecha representan una separación absoluta, como la que existe entre pasado y futuro. La razón por la que existen tres dimensiones espaciales y una temporal puede provenir del modo en el que opera la gravedad. Para Einstein, la gravedad nace la curvatura provocada por la masa en el espacio-tiempo. Cuando generalizamos la teoría de Einstein de la gravitación a espacio-tiempos de varias dimensiones, constatamos que los objetos masivos de Planilandia no se atraen unos a otros. No existe atracción gravitatoria a distancia y nada haría que el agua de la piscina de nuestro planilandés se mantuviera en su sitio. De modo que los objetos grandes no se ensamblarían a ellos mismos y la vida inteligente no se podría desarrollar, por lo que  la vida inteligente en Linealandia resultaría también imposible. Pero con tres dimensiones espaciales y una dimensión temporal, los planetas tienen órbitas estables alrededor de sus soles. Si hubiera más de tres dimensiones espaciales con una sola dimensión temporal, dichas órbitas se volverían inestables, lo que, de nuevo, daría lugar a condiciones desfavorables para la vida inteligente. Supongamos que hubiera dos dimensiones temporales. Por ejemplo, la antigua cultura indígena australiana habla de un segundo tiempo, el «tiempo del sueño». Si existiera, el universo sería pentadimensional. Como el signo de los términos asociados a ambas dimensiones temporales es el mismo, podríamos girar en el plano tiempo ordinario-tiempo del sueño del mismo modo que lo hacemos en el plano formado por las dimensiones izquierda-derecha y delante-detrás. Esto facilitaría el viaje al pasado. Podríamos visitar un suceso en nuestro pasado sólo con viajar, haciendo que nuestra línea de universo efectuara un bucle en la dirección del tiempo del sueño, sin superar en ningún momento la velocidad de la luz. Si el tiempo es unidimensional, sólo podremos avanzar hacia delante, como una hormiga sobre un hilo, pero si hubiera dos dimensiones temporales, el tiempo ordinario y el tiempo del sueño, podríamos dar la vuelta en el plano que forman y visitar cualquier lugar del tiempo, como una hormiga sobre una hoja de papel. La causalidad normal no existiría en un mundo así. Según parece, no vivimos en esa clase de mundo.

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Pero nuestro universo puede tener más dimensiones de las que pensamos en un primer momento. En 1919, Theodor Kaluza descubrió que al generalizar la teoría de la gravitación de Einstein a un universo de cuatro dimensiones espaciales y una dimensión temporal, se obtenía la gravedad einsteiniana normal más las ecuaciones de Maxwell de la electrodinámica, corregidas según la teoría especial de la relatividad. El electromagnetismo simplemente tendría su causa en la acción de la gravedad en una dimensión espacial extra, Como nadie ve esa dimensión adicional por ninguna parte, la idea pareció descabellada en su día. No obstante, en 1926, Oskar Klein, un matemático, tuvo una idea. La dimensión adicional podría estar arrollada como el contorno de una pajita para sorber refrescos. Una pajita para beber refrescos tiene una superficie bidimensional. Podemos fabricar una cortando una tira de papel y pegando los bordes largos para obtener un cilindro estrecho. Para ubicar un punto en la pajita hacen falta dos coordenadas: la posición vertical a lo largo de la pajita y la posición angular sobre la circunferencia. Las criaturas que vivieran sobre una superficie así habitarían en realidad en una Planilandia bidimensional. Pero si la circunferencia fuera lo suficientemente pequeña, su universo parecería más bien Linealandia. Klein sugirió que la cuarta dimensión espacial podría estar arrollada como la circunferencia de una pajita de sorber refrescos, en la que su perímetro sería tan reducido que no podríamos apreciarla. En este universo las partículas con carga negativa, como el electrón, circularían alrededor de la pajita en el sentido de las agujas del reloj, mientras que las de carga positiva, como el protón, lo harían en sentido contrario. Las partículas neutras (como el neutrón) no rodearían la pajita. La naturaleza ondulatoria de las partículas sólo permitiría rodear la diminuta circunferencia a un número entero (1, 2, 3, 4, etcétera) de longitudes de onda, con lo que las cargas eléctricas serían múltiplos de una carga fundamental, la del protón y el electrón. La teoría de Kaluza-Klein unificaba así las fuerzas de la gravedad y el electromagnetismo, y las explicaba en el marco de un espacio-tiempo curvo, lo que representó un importante paso hacia el objetivo anhelado por Einstein de una gran teoría del campo unificado que explicara todas las fuerzas del universo. Pero la teoría no proporcionaba nuevas predicciones de efectos que pudieran ser verificados experimentalmente, motivo por el cual quedó en vía muerta.

Recientemente, sin embargo, la teoría de supercuerdas ha resucitado la idea de las dimensiones adicionales. La teoría propone que las partículas fundamentales, como los electrones y los quarks, son en realidad diminutos bucles de cuerdas con un perímetro en el margen de los 10 a 33 centímetros. La teoría de supercuerdas sugiere que nuestro universo tiene en realidad once dimensiones: una dimensión temporal y tres dimensiones espaciales, todas ellas macroscópicas, junto con siete dimensiones espaciales hechas un ovillo de 10 a 33 centímetros de circunferencia. Una de las dimensiones adicionales podría explicar la electrodinámica, como en la teoría de Kaluza-Klein, y las otras explicarían las fuerzas nucleares débil y fuerte, responsables de ciertos tipos de desintegración radiactiva y de mantener unido el núcleo atómico. Al igual que toda posición a lo largo de la dimensión vertical de la pajita de refresco no es un punto, sino un pequeño círculo, en nuestro universo todo punto del espacio sería en realidad un diminuto y complejo espacio heptadimensional de 10 a 33 centímetros de circunferencia. La forma exacta de este espacio, ya sea una esfera, un donut o una rosquilla hiperdimensional, determinaría la naturaleza de la física de partículas que observamos. En el universo primitivo, nuestras familiares tres dimensiones espaciales también podrían haber sido microscópicas. Desde entonces se habrían expandido enormemente en tamaño y continuarían haciéndolo aún, lo que explicaría la expansión del universo que observamos. Pero, ¿por qué se expandieron sólo tres dimensiones espaciales y las demás continuaron siendo diminutas? Como explica Brian Greene en su libro El universo elegante, publicado en 1999, el físico de la Universidad de Brown, Robert Brandenberger, y el físico de Harvard, Cumrun Vda, sugirieron que las dimensiones arrolladas siguen siendo pequeñas porque las envuelven bucles de cuerdas, a modo de gomas elásticas alrededor de una pajita de refrescos. Brandenberger y Vda han propuesto escenarios en los que las colisiones entre bucles de cuerdas «desempaquetarían» habitualmente tres dimensiones espaciales, lo que permitiría su expansión a gran escala. Si el número de dimensiones expandidas fuera menor o mayor que tres, esto daría lugar a Linealandia, Planilandia o a universos macroscópicos de cuatro a diez dimensiones, cada uno con leyes físicas microscópicas diferentes. Ante un conjunto de universos así, debemos pensar que nos hallamos en uno donde la vida inteligente puede florecer, del mismo modo que ocupamos un planeta habitable, cuando la mayoría de ellos se supone que no lo son. Este razonamiento, que el físico británico Brandon Carter denominó principio antrópico fuerte, es un argumento autoconsistente.

Admitiendo que somos observadores inteligentes, las leyes físicas de nuestro universo al menos deben permitir que los observadores inteligentes se desarrollen. Como observadores de esa clase, nos hallaríamos de forma natural en un universo con tres dimensiones espaciales, lo cual no impide que Linealandia, Planilandia u otros universos hiperdimensionales existan también en alguna parte. Se ha especulado incluso sobre la posibilidad de que una de esas dimensiones extra propuestas por la teoría de supercuerdas pudiera ser de tipo temporal, como el citado tiempo del sueño de los indígenas australianos. ¿Qué aspecto tendría una dimensión temporal circular adicional? Si nos desviáramos hacia la dimensión del tiempo del sueño, regresaríamos continuamente al instante de partida, como el personaje interpretado por Bill Murray en la película Atrapado en el tiempo, de 1993, que vivía una y otra vez el mismo día. El plano tiempo ordinario-tiempo del sueño se parece a una pajita. El primero transcurriría a lo largo de ella y el segundo lo haría a su alrededor. Así como una hormiga que caminara a lo largo de la pajita podría hacer un giro en U gracias a la dimensión más estrecha de la superficie sobre la que se encuentra, una partícula elemental podría realizar un giro en U en el tiempo ordinario y volver al pasado, aprovechando la dimensión tiempo del sueño para dar la vuelta. De hecho, cabría concebir un positrón como un electrón viajando hacia atrás en el tiempo. En la película Frequency (2000) se supone que éste es el mecanismo que emplea el protagonista para enviar señales, en este caso, fotones de ondas de radio, al pasado y salvar a su padre. Incluso el físico Brian Greene aparece fugazmente en el filme, subrayando con su presencia la física que subyace en el argumento. No obstante, es preciso subrayar que la idea por la que una de las dimensiones arrolladas adicionales pueda ser de tipo temporal, una especie de tiempo del sueño, no es precisamente la más aceptada. En su formulación estándar, la teoría de supercuerdas sugiere que podría haber distintos universos, con un diferente número (hasta diez) de dimensiones espaciales macroscópicas. Pero afirma que, en cualquier caso, existiría una sola dimensión temporal, una dimensión que ostenta una marca que la diferencia de las demás. Así pues, el tiempo parece ser especial en las leyes de la física y, como observó Einstein, especialmente paradójico.

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En el espacio la distancia más corta entre dos puntos es la línea recta, Si al acudir a una fiesta nos desviamos para visitar a un amigo, el cuentakilómetros registrará un recorrido mayor que si hubiéramos ido a aquélla directamente. Pero debido al signo menos asociado a la dimensión temporal, la situación es distinta cuando viajamos entre dos sucesos separados en el tiempo. Si nos invitan a una fiesta en la Tierra dentro de diez años, el camino más directo para acudir a ella, es decir, limitarnos a permanecer en nuestro planeta y esperar, es el que consume más tics en nuestro reloj, diez años concretamente. Si, en cambio, decidimos darnos una vuelta por Alfa Centauro y regresar a la Tierra justo para la fiesta, moveremos nuestro reloj de luz hacia atrás y hacia delante, al ir y al volver de la estrella, reduciendo la distancia que sus rayos de luz deben recorrer, con lo que necesitará menos tics para cubrirla. Como el espacio y el tiempo tienen signos opuestos, la distancia adicional recorrida en el espacio significa un menor tiempo transcurrido en nuestro reloj. Envejecemos menos. Esto conduce a la famosa «paradoja de las gemelas», un factor clave en los viajes al futuro. Supongamos dos hermanas gemelas, María y Juana. María permanece en la Tierra. Juana viaja en una nave espacial al 80% de la velocidad de la luz hasta Alfa Centauro. Como la estrella se encuentra a cuatro años luz de distancia, el viaje de Juana durará cinco años. María verá cómo el reloj de Juana avanza más despacio -el 60% del ritmo al que marcha el suyo-, con lo que Juana sólo envejecerá tres años durante el viaje. Juana da la vuelta tras rodear Alfa Centauro y regresa a la Tierra al 80% de la velocidad de la luz, según las medidas realizadas por los observadores ubicados en nuestro planeta. El viaje de vuelta también dura cinco años terrestres, por lo tanto María es diez años más vieja cuando Juana llega a casa. Durante dicho viaje, María ve de nuevo que el reloj de su hermana anda más despacio. Cuando, por fin, ambas se encuentran. María ha envejecido diez años y, sin embargo, Juana sólo ha envejecido seis. Juana ha viajado cuatro años hacia el futuro. Esta es la paradoja: Juana podría argumentar que, según sus observaciones, fue María y no ella quien se movió al 80% de la velocidad de la luz, por lo que esperaba que su hermana fuera la más joven cuando se encontraran de nuevo. Y éste es el fallo en el argumento. Las dos hermanas no han tenido experiencias equivalentes. María, la que permanece en la Tierra, es un observador que se mueve a velocidad constante sin cambiar de dirección, si despreciamos la minúscula velocidad de la Tierra alrededor del Sol. María es, por lo tanto, un observador que satisface el primer postulado de Einstein. Pero Juana no es un observador que se mueve a velocidad constante sin cambiar de dirección. Para dar la vuelta cuando llega a Alfa Centauro, debe reducir su velocidad desde el 80% de la de la luz a cero y, luego, acelerar otra vez en sentido opuesto.

La línea de universo de Juana es curva, mientras que la de su hermana María es recta. Juana, un observador que experimenta aceleración positiva y negativa (frenado), no cumple el primer postulado de Einstein. Cuando Juana frena hasta detenerse e invierte su dirección en Alfa Centauro, todas sus pertenencias salen despedidas contra la parte delantera de la nave y más de una se hace añicos. De hecho, la aceleración sería tan violenta que, en la práctica, la propia Juana podría perecer en el intento; pero a efectos de nuestra argumentación, supondremos que es una mujer lo bastante fuerte como para soportar la experiencia. Juana es plenamente consciente de haber girado. Cuando Juana se aleja de la Tierra al 80% de la velocidad de la luz, antes de dar la vuelta, puede considerarse en reposo. Es cierto que vería el reloj de María avanzando más despacio que el suyo. Cuando llega a Alfa Centauro 3 años después, piensa que María habrá envejecido sólo 1,8 años en nuestro planeta. Juana estima que su llegada a Alfa Centauro y los 1,8 años más de su hermana son sucesos simultáneos conectados por una «rebanada en diagonal» a través del espacio-tiempo. La rodaja está inclinada porque Juana se mueve. Recordemos que María y Juana disentirán sobre si los rayos de luz que Juana emite llegan simultáneamente o no a los extremos de su nave. Aunque discreparán con mayor motivo sobre la simultaneidad de acontecimientos mucho más separados. De manera que, antes de que Juana llegue a Alfa Centauro, tanto ella como María pensarán que su hermana ha envejecido menos. Pero ahora Juana invierte el sentido de su movimiento y comienza a rebanar el espacio-tiempo con una inclinación diferente. Cuando se mueve al 80% de la velocidad de la luz hacia la Tierra, piensa que su salida de Alfa Centauro se produce al mismo tiempo que la permanencia de María en la Tierra durante 8,2 años, contados desde su partida. En el viaje de vuelta, a velocidad constante, Juana percibiría que María envejece 1,8 años más, desde los 8,2 hasta los 10. Durante este periodo, Juana envejece otros tres años, lo que da un total de seis al llegar a casa. Juana observa que María es diez años mayor que cuando partió, mientras que ella ha envejecido sólo seis años. No hay paradoja alguna. Simplemente la idea de Juana sobre qué sucesos están ocurriendo simultáneamente en la Tierra cambia de forma radical cuando da la vuelta en Alfa Centauro. Juana acelera, María no. Juana gira, María no lo hace. El reloj de la gemela que se aparta de su camino, la que acelera, es el que consume menos tics, En este caso, el camino recto, el que adopta María, es el equivocado. La gemela que se complica la vida envejece menos. El reloj de luz de Juana va hacia atrás y hacia delante, por lo que reduce la distancia que sus rayos de luz recorren y hace que avance menos.

La relatividad especial produce muchos resultados que en principio parecen paradójicos, pero cuyo análisis cuidadoso demuestra que las paradojas son susceptibles de ser resueltas. En este caso, cuando las hermanas se encuentran de nuevo, ambas aceptan que es Juana quien ha envejecido menos. El universo de Einstein no es tan lógico como uno espera a primera vista, pero es el universo en el que vivimos. En la novela de H.G. Wells La máquina del tiempo, el viajero del tiempo no se sube a una nave espacial y sale disparado hacia las estrellas. Viaja al futuro sólo con sentarse en un dispositivo que a tal efecto tiene en casa. Esta clase de máquina del tiempo es también posible. Newton hizo ver que en el interior de una cápsula esférica de materia no se producirían efectos gravitatorios, algo que parece ser cierto también en la teoría de la gravitación de Einstein. Las fuerzas debidas a las diferentes porciones de masa que uniformemente nos rodean actuarían en sentidos contrarios, por lo que se cancelarían mutuamente y darían una resultante nula. Debido a ello, aunque la cápsula en sí sea enormemente masiva, una vez dentro no nos afectaría fuerza gravitatoria alguna. Si permaneciéramos en el exterior, cerca de la cápsula esférica, nos destrozarían las fuerzas de marea gravitatorias que genera. En el interior de la cápsula, en cambio, estaríamos a salvo. Según la teoría de la gravitación de Einstein, esas fuerzas son producidas por una curvatura o deformación del espacio-tiempo. Fuera de nuestra máquina, el espacio-tiempo estaría tremendamente curvado. Pero en su interior, donde no existe fuerza alguna, el espacio-tiempo sería plano. Para introducirnos en nuestra máquina del tiempo sin perecer aplastados deberíamos comenzar construyendo, poco a poco en torno a nosotros, una cápsula esférica muy grande, del tamaño aproximado de Júpiter, a fin de minimizar las fuerzas de marea que nos podrían afectar durante el proceso. Después tendríamos que ajustar las fuerzas que actúan sobre la cápsula para conseguir que se comprimiera lentamente a nuestro alrededor. Pero, ¿cómo podría transportarnos al futuro esa máquina? Einstein afirmó en 1905 que los fotones (partículas de luz) poseen energías inversamente proporcionales a su longitud de onda. Los fotones de onda corta, como los de los rayos X, contienen una gran cantidad de energía, mientras que los de onda larga, como los de las ondas de radio, transportan muy poca. Dentro de nuestra cápsula somos como un niño atrapado en el fondo de un pozo. Estaríamos seguros en el fondo de nuestro «pozo gravitatorio», pero el desplazarse a cierta distancia fuera de la cápsula requeriría una gran cantidad de energía porque tendríamos que luchar directamente contra la atracción gravitatoria que aquélla ejerce.

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¿Qué observaría el viajero del tiempo? Los fotones emitidos por los observadores distantes se precipitarían hacia la cápsula, por lo que adquiriría energía en su recorrido como un objeto al caer. Cuando los fotones atraviesan las ventanas de la cápsula, contienen cuatro veces más energía que la que tenían cuando fueron emitidos. Si esos fotones tenían inicialmente una longitud de onda de 0,3 metros, el viajero los recibiría con un cuarto de 0,3 metros de longitud de onda. En lugar de la oscilación de 1 ciclo por nanosegundo original, registraría 4 ciclos en el mismo tiempo. El viajero, por tanto, percibiría que el reloj de los observadores distantes funciona cuatro veces más rápido que el suyo, y ante sus ojos vería pasar la historia del universo cuatro veces más deprisa de lo normal, como una película a cámara rápida. Tanto el viajero como los observadores distantes estarían de acuerdo en que el primero envejece cuatro veces más despacio que los segundos. Tal como indicó el astrónomo Thomas Gold, de Cornell, el viajero del tiempo y los observadores distantes envejecen de forma distinta porque sus situaciones no son simétricas. El viajero está en el fondo de un pozo gravitatorio y ellos no. La perspectiva del viajero del tiempo sería como la descrita por H.G. Wells. Vería que una vela fuera de la cápsula se consume muy deprisa, pero su llama le parecería blanquiazul en lugar de rojiza, ya que los fotones que entran en su máquina están desplazados hacia el azul, el extremo del espectro correspondiente a las longitudes de onda más cortas. De hecho, muchos de los fotones emitidos por la llama experimentarían un corrimiento hacia la región ultravioleta. Tras envejecer cincuenta años, el viajero del tiempo podría expandir la cápsula esférica que le rodea y luego desmantelarla. Saldría de su máquina del tiempo sólo cincuenta años mayor, pero a su alrededor habrían transcurrido doscientos años. Si quisiéramos viajar al futuro todavía más deprisa, bastaría con contraer nuestra esfera ligeramente, llevándola más cerca aún del tamaño crítico para el que se forma un agujero negro. Pero existe un límite. El problema, según explicaban los físicos Alan Lightman, Bill Press, Richard Price y Saul Teukolsky en su libro de 1975 sobre la relatividad, es que, incluso con el material más robusto posible, existe un límite para el tamaño que puede adoptar una cápsula autosoportada sin que colapse. La cápsula ha de tener un diámetro al menos un 4% superior al requerido para formar un agujero negro. En este caso, el viajero del tiempo envejecería cinco veces más despacio que los de fuera. Así pues, la velocidad máxima a la que un viajero del tiempo podría trasladarse al futuro en este tipo de máquina sería de cinco años por año, y no debería acercarse demasiado a esta velocidad límite, porque si la cápsula colapsara, crearía un agujero negro. La cápsula se comprimiría inexorablemente hasta alcanzar un tamaño inferior al de un núcleo atómico, triturando a sus ocupantes. Esta clase de máquina del tiempo no está mal si no pretendemos ir más allá de nuestro sistema solar o si sólo queremos curiosear el mundo dentro de un par de siglos y estuviésemos dispuestos a gastar cincuenta años en el empeño.

El Tao Té-King, atribuido a Lao-Tsé, dice que «un viaje de miles de kilómetros comienza siempre con un primer paso». El primer vuelo de los hermanos Wright fue de apenas cuarenta metros. La primera transmisión de radio se limitó a cruzar una habitación. tal vez ya hay viajeros del tiempo entre nosotros. El primer paso está dado. Los astronautas experimentan el efecto de envejecer un poco menos que el resto de nosotros. Como el cosmonauta ruso Sergei Avdeyev estuvo en órbita un total de 748 días durante sus tres viajes espaciales, es alrededor de un cincuentavo de segundo más joven que si hubiera permanecido en la Tierra todo el tiempo. Esto es consecuencia de la interacción entre dos efectos. En primer lugar, un reloj en reposo con respecto a la Tierra, pero situado a la altura de la estación orbital Mir, avanzaría ligeramente más deprisa que uno que se hallara sobre la superficie terrestre. El hecho se debe a que la Mir se encuentra más arriba en el pozo gravitatorio que es la Tierra. Pero el segundo y más importante efecto tiene su explicación en que el astronauta ha estado viajando a más de veintiocho mil kilómetros por hora y, por ello, su reloj ha funcionado más despacio que si hubiera permanecido estacionario respecto a la superficie terrestre. Su velocidad orbital fue el 0,00254% de la velocidad orbital de la luz. El retraso en su reloj fue muy pequeño, pero real. Avdeyev es nuestro más importante viajero del tiempo hasta la fecha. Otros astronautas han viajado también al futuro. Por ejemplo, Story Musgrave, que participó en la reparación del telescopio espacial Hubble, pasó un total de 53,4 días en órbita, con lo que es más de un milisegundo más joven que si se hubiera quedado en casa. Los astronautas que fueron a la Luna viajaron aún más deprisa que Avdeyev, pero sus viajes duraron pocos días, por lo que el efecto total en el tiempo fue menor. Avdeyev ha viajado al futuro unos 0,02 segundos. No es mucho, pero es un paso. Un viaje de miles de años comienza siempre con una fracción de segundo. Si sólo queremos ver el pasado en lugar de visitarlo, el asunto es sencillo. Lo estamos haciendo todos los días debido a que la velocidad de la luz es finita. Si observamos Alfa Centauro, que está a cuatro años luz de nosotros, no la vemos como es hoy, sino como era hace cuatro años. De la estrella Sirio, a nueve años luz de la Tierra, contemplamos el brillo que tenía hace nueve años. Cuando observamos la galaxia de Andrómeda, que se halla a dos millones de años luz, la vemos como era hace dos millones de años, época en la que el Homo Habilis poblaba la Tierra. Contemplamos el lejano cúmulo de galaxias Coma tal cual era hace trescientos cincuenta millones de años, cuando los anfibios empezaban a arrastrarse fuera de los océanos terrestres. El cuásar 3C273 está a más de dos mil millones de años luz de nosotros. Michael Strauss y. Xiao-Hui Fan, de Princeton, han descubierto recientemente un cuásar muy lejano, situado a más de doce mil millones de años luz de la Tierra.

Cuanto más lejos miremos, más atrás en el tiempo veremos. Los premios Nobel Asno Penzias y Bob Wilson son los científicos que han ido más lejos escudriñando el pasado. Descubrieron la radiación cósmica de fondo, constituida por fotones en la banda de las microondas que nos bombardean desde todas las direcciones del espacio y que son un residuo de la más temprana infancia del universo. Esos fotones llegan directamente a nosotros desde hace trece mil millones de años, cuando el universo se supone que tenía tan sólo trescientos mil años. Nuestros telescopios son, en cierto sentido, máquinas del tiempo que permiten a los astrónomos conocer qué aspecto tenía el universo en diferentes épocas. Cuando un astrónomo observa una galaxia en proceso de formación es como si un paleontólogo pudiera contemplar hoy la vida real de los dinosaurios. Una supernova que estalle en una lejana galaxia aparecerá en el periódico de hoy, cuando su luz nos alcanza, aunque el suceso haya tenido lugar hace millones de años. Pero también podríamos desear ver sucesos pasados ocurridos en la Tierra. Incluso eso es posible. Cuando nos miramos en un espejo, en realidad estamos viendo una versión ligeramente más joven de nosotros mismos. Empleando luz visible, ¿cuál es la mayor distancia hacia el pasado que podemos observar desde la Tierra? Los astronautas del proyecto Apolo dejaron algunos reflectores en la Luna. Un reflector de esquina consta de tres espejos unidos de modo que formen ángulos rectos dos a dos, como el suelo y las dos paredes en un rincón de una habitación. Si se dirige un haz de luz hacia un reflector de esquina, el haz se reflejará sucesivamente en los tres espejos y regresará exactamente en la dirección en la que llegó. Así pues, hoy día los científicos de la Tierra pueden hacer rebotar rayos láser en los catadióptricos de la Luna y recuperarlos de vuelta. Nuestro satélite se halla, en promedio, a unos trescientos noventa mil kilómetros de distancia, lo que equivale a 1,3 segundos luz, de modo que el viaje de ida y vuelta dura 2,6 segundos. Cuando esos científicos observan el retomo de la señal láser en sus telescopios, están presenciando un suceso, el envío de un pulso de luz láser, que tuvo lugar en la Tierra 2,6 segundos antes. Están, por lo tanto, contemplando el pasado terrestre. Aunque no podamos «ver» las ondas de radio, éstas también nos permiten contactar con el pasado. El radiotelescopio Goldstone de California hizo rebotar una señal de radar en los anillos de Saturno. La duración total del viaje para la señal fue de 2,4 horas. Cuando fue recibida de vuelta, los astrónomos estaban en realidad detectando su emisión desde la Tierra 2,4 horas antes. Supongamos que quisiéramos observar la Tierra tal como era hace un año, Bastaría con situar un enorme reflector de esquina a medio año luz de nosotros y dirigir hacia él un potente telescopio. Los satélites espías situados a más de trescientos kilómetros de altura pueden distinguir las matrículas de los coches que circulan por las calles. Desde trescientos kilómetros de distancia, un telescopio de 1,8 metros de diámetro puede diferenciar objetos menores de 8 centímetros, lo que constituye la mejor resolución posible desde el espacio debido a la refracción variable de la atmósfera terrestre.

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Con un telescopio así, desde trescientos kilómetros de distancia podríamos reconocer a una estrella de rock en medio de un estadio abarrotado. Si hiciéramos el telescopio diez veces más grande, podríamos ver la misma escena con igual claridad desde una distancia diez veces mayor. El telescopio capturará al mismo ritmo los fotones procedentes de dicho suceso, con lo que dispondremos de una vista igual de nítida. Supongamos ahora que en un punto adecuado de nuestro sistema solar construimos un enorme telescopio con un diámetro cuarenta veces superior al del Sol y que lo orientamos hacia nuestro reflector de esquina gigante, ubicado a medio año luz de la Tierra. Dispondríamos entonces de una vista, con una calidad similar, de un concierto de rock que tuvo lugar hace un año en nuestro planeta. Sin duda sería un proyecto muy costoso, si tomamos como referencia el coste del telescopio espacial Hubble. En el espacio existen ya reflectores que, teóricamente, podrían devolvemos fotones procedentes del pasado terrestre. Se trata de los agujeros negros. La luz que entra en un agujero negro no sale jamás debido a la inmensa fuerza de gravedad. Pero la luz que viaja en sus inmediaciones podría curvarse 180 grados y regresar a la Tierra. El agujero negro Cisne X-1, cuya masa es probablemente siete veces la de nuestro Sol, se encuentra a ocho mil años luz de distancia. En principio, un fotón emitido en la Tierra en el año 12.000 a. C. podría haber viajado hasta ese agujero negro y, tras haberlo rodeado haciendo un giro en U, haber enfilado la Tierra para regresar a ella justamente en el año 2000. Esto proporcionaría una vista del mundo en el año 12.000 a. C., probablemente antes del hundimiento de la Atlántida. Desgraciadamente el agujero negro es muy pequeño, por lo que la fracción de todos los fotones emitidos por la Tierra que llegan hasta él es diminuta y la de los que realmente regresan, más diminuta aún. Si hacemos números, llegamos a la conclusión de que es probable que ni un solo fotón de los emitidos por nuestro planeta haya regresado tras alcanzar Cisne X-1 en toda la historia de ambos astros. Otra posibilidad de contemplar nuestro propio pasado, sugerida por el físico ruso Andrei Sajarov, está basada en la idea de que el universo podría estar curvado sobre sí mismo de alguna forma peculiar. Haciendo un símil, una hoja plana de papel obedece a los principios de la geometría euclídiana, pero podemos arrollarla y pegar dos de sus bordes para crear un cilindro. Si fuésemos un planilandés que habitara en ese cilindro, podríamos continuar pensando que vivimos sobre una superficie plana porque la suma de los ángulos de un triángulo seguiría siendo 180 grados. Pero si caminásemos a lo largo de una circunferencia del cilindro, sin cambiar de dirección, regresaríamos al punto de partida.

El universo podría ser una versión tridimensional de ese fenómeno, un recinto gigante dispuesto de tal modo que si intentásemos escapar de él por la parte superior, apareceríamos en la inferior. Si lo hiciéramos por la izquierda, apareceríamos por la derecha, y si nos «saliésemos» por atrás, iríamos a parar a la zona delantera. La luz que viajara desde nuestra galaxia hacia el frente reaparecería por detrás y continuaría viajando hacia delante hasta llegar otra vez al punto de partida, tras haber dado la vuelta completa al universo. En un universo así, la luz daría vueltas en tres dimensiones una y otra vez, presentando muchas imágenes de nuestra galaxia. Esas imágenes múltiples estarían situadas en los nodos de una red. Tendríamos la impresión de vivir en un universo infinito formado por muchas copias del recinto básico, apiladas en tres dimensiones como contenedores en un inmenso almacén. La imagen más próxima de nuestra galaxia se hallaría a una distancia igual a la dimensión más corta del recinto. En 1980 Gott investigó estos modelos de universo, y estableció ciertos límites en lo relativo a la distancia a la que podría hallarse la imagen más cercana de nuestra galaxia. Observaciones recientes han permitido afinar esos límites. Al parecer, si el universo estuviera cerrado sobre sí mismo de esa curiosa manera, la imagen más próxima de nuestra galaxia estaría, probablemente, a unos cinco mil millones de años luz de nosotros, como mínimo. Si así fuera y pudiéramos identificar nuestra galaxia entre los miles de millones existentes, cabría verla en una época, de hace cinco mil millones de años, en la que ni siquiera se había formado la Tierra. Neil Cornish, de la Universidad del Estado de Montana, Glenn Starkman, de la Case Westem Reserve University, y David Spergel, de Princeton, han señalado recientemente que dicha posibilidad podría ser comprobada mediante observaciones de la radiación cósmica de fondo. Los fotones en la banda de las microondas que la constituyen provienen de una «cáscara» esférica que tiene un radio de trece mil millones de años luz, lo más lejos que podemos ver hoy día. Si el universo fuese en realidad un recinto de dimensiones más pequeñas, ese radio de trece mil millones de años luz «se saldría» por la parte superior del recinto y volvería a entrar por la inferior, haciendo que la esfera se intersecara. La intersección de dos esferas es siempre un círculo; en este caso, la esfera de la radiación de fondo reingresaría en el recinto y se intersecaría ella misma en pares de círculos. Así pues, en el mapa de las fluctuaciones del fondo de microondas deberían aparecer parejas de círculos idénticos. Este patrón sería fácilmente reconocible, de manera estadística, en un mapa detallado y completo de la radiación cósmica de fondo.

Supongamos que, en vez de limitarnos a contemplar el pasado, quisiéramos viajar a él. Según la teoría especial de la relatividad, cuanto más deprisa nos movamos, acercándonos a la velocidad de la luz, más despacio avanzarán nuestros relojes. Si pudiéramos alcanzar la velocidad de la luz, nuestros relojes se detendrían. Y si pudiéramos superarla, en principio podríamos ir hacia atrás en el tiempo. Desgraciadamente, todo parece indicar que no podemos movemos más deprisa que la luz. La relatividad especial demuestra que la velocidad de la luz es un límite absoluto en el universo para nuestra nave espacial. Pero según la teoría de la gravitación de Einstein, conocida como relatividad general, bajo ciertas condiciones, el espacio-tiempo puede curvarse de tal modo que aparezcan atajos, lo que permitiría adelantar a un rayo de luz y regresar al pasado. Kip Thorne y sus colaboradores han propuesto la idea de tomar un atajo que lleve hacia atrás al pasado a gran velocidad a través de un agujero de gusano: un túnel teórico que atraviesa en línea recta un área en la que el espacio se curva. Tomando un atajo así podríamos llegar a nuestro destino antes que un rayo de luz que cruzara el espacio curvado. En ese caso, al llegar, si mirásemos hacia el punto de partida a través de dicho espacio, nos veríamos a nosotros mismos preparándonos para salir. De hecho, si quisiéramos, podríamos incluso regresar al pasado y ver cómo nos marchábamos. La relatividad general permite escenarios bastante enrevesados: como salir de viaje y volver al momento y lugar de donde salimos, justo a tiempo de estrechar nuestra propia mano a modo de despedida. Una famosa historia sobre Einstein describe una ocasión en la que entabló conversación con un tipo en el Instituto de Estudios Avanzados de Princeton. Durante la charla, el hombre extrajo de repente un librito del bolsillo de su abrigo y escribió algo. «¿Qué es eso?», le preguntó Einstein. «Oh», respondió su interlocutor, «es un cuaderno que siempre llevo conmigo. Así, cada vez que se me ocurre una buena idea, la anoto antes de que se me olvide». «Nunca me hizo falta algo así», replicó Einstein. «En mi vida sólo he tenido tres buenas ideas». Una de ellas se le ocurrió en 1907, que más tarde calificaría como «la idea más feliz» de su vida. Einstein cayó en la cuenta de que un observador en la Tierra y otro en una nave espacial sometida a aceleración experimentarían las mismas sensaciones. Veamos por qué. Galileo afirmó que un observador que dejara caer dos bolas de diferente masa las vería golpear el suelo al mismo tiempo. Si un observador que viajase en una nave sometida a aceleración en el espacio interestelar realizara el mismo experimento, en principio estas bolas flotarían inmóviles en el espacio, pero como la nave estaría acelerando, el suelo las alcanzaría, golpeándolas a la vez.

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La solución de la cuerda cósmica en movimiento es lo suficientemente enrevesada como para permitirnos viajar en sentido contrario alrededor de las dos cuerdas móviles, avanzando siempre hacia el futuro, y seguir llegando a casa en el momento de partir. Esto sólo es posible porque el espacio-tiempo es curvo y no obedece las leyes de la geometría euclídea. ¿Por qué no nos han invadido los turistas del futuro? Se debe, simplemente, a que nadie ha construido una máquina del tiempo todavía. Dicho de otra manera, si se construyera una máquina del tiempo en el año 3000, alguien podría hacer uso de ella para ir desde el año 3002 hasta el año 3001, pero nunca podría regresar a 2001, ya que el año es anterior al de la construcción de la máquina. Las máquinas del tiempo basadas en cuerdas cósmicas, o las de Kip Thorne basadas en agujeros de gusano, que implican una torsión del espacio-tiempo, incluyen regiones espacio-temporales en las que el viaje en el tiempo no es posible. Si hasta la fecha no se ha fabricado ninguna máquina de esa clase, quienes hoy día nos hallemos en la Tierra no podremos visitar nuestro pasado. Por otra parte, todos los sucesos de los que tenemos noticia se hallan dentro de nuestro cono de luz pasado, antes también de la región del viaje en el tiempo. Así pues, no hubo viajeros del tiempo que presenciaran el asesinato de Kennedy en 1963. Y al igual que ese importante suceso, también nosotros pertenecemos a un espacio-tiempo anterior al de la creación de la primera máquina del tiempo, por lo que ningún viajero del tiempo puede visitarnos. No obstante, los trabajos de Cutler muestran que, aunque los observadores examinen cuidadosamente su propio pasado y no encuentren en él evidencia alguna de la existencia de viajeros del tiempo, el hecho no les permite concluir que nunca se cruzarán con ellos en el futuro. En cualquier momento, un observador podría cruzar un horizonte de Cauchy y encontrarse de repente en una región donde los viajes en el tiempo son posibles y en la que los viajeros del futuro hicieran su inesperada aparición. Supongamos que queremos construir una máquina del tiempo basada en cuerdas cósmicas, pero no tenemos la suerte de encontrar en nuestro universo dos cuerdas cósmicas infinitamente largas cruzándose a la velocidad requerida. A lo mejor lo que encontramos es un gran bucle formado por una cuerda cósmica. Este bucle sería como una banda elástica gigantesca y oscilante, sometida a una tensión tan grande que podría cerrarse de golpe en cualquier momento. Una supercivilización podría manipular gravitatoriamente un bucle de esa clase haciendo volar naves espaciales masivas cerca de él hasta que adquiriera la rotación adecuada y adoptara la forma oportuna. Si el bucle original tuviera ya la configuración correcta, colapsaría y, al hacerlo, dos tramos rectos del bucle pasarían uno junto a otro a la velocidad suficiente para crear una máquina del tiempo.

Un bucle de cuerda cósmica lo bastante grande como para permitirnos rodearlo una vez y viajar hacia atrás en el tiempo un año debería tener más de la mitad de la masa-energía de una galaxia. Pero existe un problema más grave aún, ya que un bucle así de masivo se haría tan compacto al colapsar que habría una alta probabilidad de que formara un agujero negro. Un agujero negro es una trampa cósmica. Podemos entrar, pero no podemos salir. Normalmente, cuando lanzamos una pelota al aire, acaba cayendo al suelo. Pero, si la lanzamos a una velocidad superior a los cuarenta mil kilómetros por hora, la velocidad de escape de la Tierra, no regresará. Los astronautas que viajan a la Luna deben alcanzar esa velocidad. La velocidad de escape es la clave para entender los agujeros negros. Si pudiéramos comprimir la masa de la Tierra hasta conseguir que tuviese un tamaño más pequeño, su velocidad de escape crecería. Si llegara a medir tan sólo 5,6 centímetros, su velocidad de escape se haría mayor que la de la luz. Pero como no hay nada que pueda moverse a mayor velocidad, nada podría escapar de nuestra Tierra comprimida, por lo que nuestro planeta se habría convertido en un agujero negro. En esta situación, la gravedad haría que la Tierra continuara colapsándose hasta formar una singularidad: un punto de densidad y curvatura infinitas. En realidad, los efectos cuánticos limitarían la densidad de la singularidad a unos 5 x 1093 gramos por centímetro cúbico, pero aun así sería más pequeña que un núcleo atómico. Alrededor de esa diminuta singularidad habría sólo espacio curvado y vacío y, englobando todo, un horizonte de sucesos esférico. Todo lo que suceda en el interior de esa esfera de 5,6 centímetros permanecerá oculto para cualquier observador externo, pues la luz emitida en su interior es incapaz de escapar. El tamaño del horizonte de sucesos de un agujero negro depende de su masa. Un agujero negro con una masa tres mil millones de veces la de nuestro Sol, tal como el observado por el telescopio espacial Hubble en el núcleo de la galaxia M87, tiene un horizonte de sucesos de cincuenta y seis mil millones de kilómetros de circunferencia, unas cincuenta y dos horas luz. Supongamos que un profesor de universidad quisiera investigar un agujero negro no giratorio de tres mil millones de masas solares. El profesor podría quedarse a salvo fuera del agujero negro, a 34,2 días luz de distancia, y enviar dentro a su alumno ayudante. A medida que el infortunado auxiliar va penetrando, transmite vía radio sus observaciones. Su mensaje es: «Las cosas están yendo mal!». El ayudante transmite la palabra «yendo» justo al cruzar el horizonte de sucesos; hasta ese momento no ha ocurrido nada malo. Al ayudante le lleva dieciocho meses alcanzar dicho horizonte, según su reloj, y no observa nada anormal al cruzarlo. Ninguna señal le advierte del peligro. Pero, una vez lo atraviesa, inicia un viaje sin retorno. Ya no importa lo que haga porque es atraído inexorablemente hacia la singularidad que hay en el centro del agujero negro. El espacio-tiempo en su interior se halla tan curvado que la singularidad se adueña por completo del futuro del pobre auxiliar, a quien le es tan imposible evitarla como a nosotros eludir el próximo lunes.

Otro supuesto viajero en el tiempo es un tal Andrew Carlssin, un hombre citado el 28 de enero de 2003 por el FBI por violaciones a la Security and Exchange Commission (SEC), una institución independiente del gobierno de Estados Unidos encargada de vigilar el cumplimiento de las leyes federales del mercado de valores, la regulación de las bolsas de valores y el mercado de opciones de Estados Unidos. Carlssin fue interrogado por haber realizado 126 operaciones con acciones de alto riesgo y haber tenido éxito en cada una de ellas. Efectivamente, Carlssin fue interrogado por los agentes bajo la sospecha de abuso de información privilegiada. Las sospechas comenzaron cuando la SEC se enteró de que Carlssin consiguió aumentar de forma inexplicable su patrimonio en efectivo por un valor inicial de 800 dólares a 350 millones de dólares en sólo dos semanas. Andrew Carlssin invirtió en 126 operaciones bursátiles de alto riesgo sin ni siquiera cometer un error, cuando los mayores operadores de bolsa de Wall Street sufrieron grandes pérdidas económicas debido a una extraordinaria volatilidad del mercado. Por esta razón, cuando Carlssin tuvo una ganancia extraordinaria en 126 decisiones de Bolsa, los especuladores bursátiles comenzaron a sospechar que algo raro ocurría con el señor Carlssin. Durante su interrogatorio en presencia del FBI, Carlssin, que por aquel año contaba con 44 años de edad, explicó cómo obtuvo su riqueza. Dijo que era un viajero en el tiempo. El FBI, poco después de su interrogatorio, dijo textualmente: «Todavía estamos tratando de averiguar la fuente de información de donde Carlssin saca su información privilegiada. Él permanecerá en la cárcel hasta que se obtenga dicha información«. Durante cuatro horas de interrogatorio, Carlssin dijo que él era un hombre que venía del año 2256. Carlssin dijo: «Yo no puedo ayudarme a mí mismo, y he estado tratando de parecer natural, haciéndome perder un poco de dinero aquí y un poco allá. Pero parece que me he dejado llevar por el ambiente«. Carlssin afirmó que vino del año 2256 y que, en aquella fecha, se tenía conocimiento de la volatilidad del mercado de valores actual. Además era algo normal que cualquier persona que conociese la historia del mercado de valores pudiese aprovecharlo a su favor. Para probar su confesión, Carlssin proporcionó predicciones sobre la fecha exacta de la Invasión de Irak, y les dijo que sería el 20 de marzo de 2003, que efectivamente fue la fecha exacta. Carlssin también se ofreció a informar sobre el paradero de Osama Bin Laden y sobre una cura para el sida, pero los agentes no quisieron escucharlo más. Lo único que Carlssin quería era ser libre  y poder regresar a su máquina del tiempo para volver hasta su tiempo. Cuando se le preguntó sobre la ubicación de su máquina del tiempo, Carlssin se negó o a dar la ubicación exacta de la misma o de hablar de cómo funcionaba, según dijo por temor a que esa tecnología pudiese caer en manos equivocadas. Por supuesto el FBI no se creyó la historia de Carlssin.

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Sin embargo, una fuente del SEC reconoció que nadie pudo rastrear el origen de Carlssin antes de diciembre del año 2002. Es como si Carlssin nunca hubiera existido antes de esa fecha. Se fijó una fianza de un millón de dólares por Carlsslin que fue pagada por un desconocido. Sin embargo, la historia no se detuvo allí. Después del interrogatorio siguió detenido varias semanas, hasta que fue dejado en libertad y seguido por el FBI. Poco después Carlssin desapareció y tanto el SEC como el FBI negaron poco después que llegasen a atrapar a Carlssin. Su abogado dijo que Carlssin debía reunirse con él para una audiencia en la corte el  día 2 de abril de 2003, pero Carlssin no se presentó a la citación judicial. El 29 de abril de 2003 Carlsslin fue entrevistado por teléfono y dijo que se encontraba en Toronto, Canadá, creando una empresa. La historia sobre las respuestas de Carlssin durante el interrogatorio fue publicada en un tabloide de noticias semanal de Estados Unidos, el Weekly World News del 25 de febrero de 2003, que posteriormente fue citado por los principales medios de comunicación. En un artículo posterior, del 29 de abril de 2003, el Weekly World News escribió que entrevistaron por teléfono a Carlssin, y que Carlssin les dijo que estaba en Toronto para la creación de una empresa que iba a cotizar en la Bolsa en el 2007. Carlssin admitió que el 29 de marzo de 2003 fue puesto en libertad por el FBI, gracias al pago de una fianza de 1 millón de dólares por parte de un desconocido que no dio su nombre. En el momento de su arresto en 2003, Carlssin tenía 44 años. Sin embargo, dijo que no envejecía en absoluto. Cuando se le preguntó qué había hecho durante los años en los que había estado en paradero desconocido, respondió: «Sin comentarios«. Y sobre el revuelo levantado por su caso, Carlssin declaró: «El tiempo lo es todo y todo sucede de acuerdo con el tiempo. Ahora estoy aquí. Así que ahora este es mi tiempo«. Muchas personas no creen que se pueda viajar en el tiempo. Pero algunos físicos, como Ronald Mallet, creen que es posible. Mallet predijo que en 10 años la gente podría crear una máquina del tiempo que se podría utilizar para viajar a través del tiempo. Hasta el día de hoy, la extraña historia de Carlssin, el supuesto viajero del tiempo, sigue siendo un completo misterio.  Resumiendo, el enigmático personaje que dijo llamarse Andrew Carlssin, partiendo de un capital inicial de 800 dólares, consiguió un margen de beneficios que superó los 350 millones de dólares en sólo dos semanas. Cada inversión que realizó sufrió una inesperada e inexplicable subida de valor. O alguien le avisó a Carlssin o era realmente un viajero del tiempo. Hasta el día de hoy, la extraña historia de Carlssin, sigue siendo un completo misterio pese a haber pasado ya doce años desde que confesó al FBI que viajó hasta nuestra época para realizar operaciones de Bolsa que conocía de antemano y, de esta manera, acaparar una gran fortuna.

En 1999, los físicos Sören Holst, de la Universidad de Estocolmo, y Hans-Jürgen Matschull, de la Universidad Johann Gutenberg, situada en la ciudad alemana de Mainz, descubrieron una solución exacta de las ecuaciones de Einstein en un escenario de dimensiones reducidas, como el caso de Planilandia-, en el marco de la cual tendría podría construirse una máquina del tiempo oculta en el interior de un agujero negro giratorio, y un planilandés podría viajar al pasado dentro de dicho agujero y emerger después en un universo diferente. En 1988, Kip Thorne y sus colegas de Caltech, Mike Morris y Ulvi Yurtsever, mostraron la manera de realizar viajes al pasado por medio de agujeros de gusano. Los agujeros de gusano son túneles que conectan dos regiones distantes del espacio-tiempo. Pensemos en el agujero que un gusano hace en una manzana; el gusano puede ir más deprisa de un lado a otro a través del agujero que arrastrándose sobre la superficie curva exterior. Podría existir un agujero de gusano que tuviera una entrada cerca de la Tierra y la otra junto a Alfa Centauro. De este modo, habría dos formas de viajar a un planeta en la vecindad de dicha estrella. Una sería tomar la ruta larga normal, que se extiende 4 años luz en el espacio ordinario; otra sería saltar a través del agujero de gusano, lo que quizá representaría un viaje de apenas pocos metros. ¿Qué aspecto tendría ese agujero de gusano? Un, agujero negro se parece a una gran bola de color negro mate, pero el agujero de gusano, suponiendo que el túnel sea corto, se asemeja más bien a una de esas bolas plateadas que cuelgan de un árbol de Navidad y que reflejan todo el entorno que las rodea. Sin embargo, no sería la habitación lo que veríamos reproducido en ella, sino los alrededores de Alfa Centauro. Si saltamos al interior de esa bola iremos a parar, como Alicia en el país de las maravillas, a un lugar completamente distinto, a un jardín de un planeta próximo a Alfa Centauro, tal vez. Una vez allí, si contemplamos de nuevo la bola veremos nuestro lugar de partida. El agujero de gusano constituye una puerta de doble sentido. Un rayo de luz tarda alrededor de cuatro años en alcanzar Alfa Centauro desde la Tierra si viaja a través del espacio ordinario. Pero podemos adelantarnos a él si tomamos el atajo del agujero de gusano. Como con las cuerdas cósmicas, siempre que podamos adelantar a un rayo de luz mediante un atajo, el viaje al pasado es posible. Si encontrásemos un agujero de gusano Tierra-Alfa Centauro, podríamos zambullirnos en él desde la. Tierra, pongamos en el año 3000, y emerger en Alfa Centauro. Pero ¿cuándo? No apareceríamos en el año 3000, sino, quizás, en 2990. Asimismo, si emergiéramos en el año 2990 en Alfa Centauro, podríamos regresar a la Tierra al 99,5% de la velocidad de la luz y llegar a ella unos cuatro años más tarde, en 2994. Es decir, estaríamos de vuelta seis años antes de nuestra partida. Podríamos hacer tiempo en la Tierra durante esos seis años y acudir a nuestra propia partida en el año 3000. Habríamos realizado un viaje en el tiempo a un suceso de nuestro propio pasado.

Supongamos, por el contrario, que las dos bocas de entrada-salida estuvieran sincronizadas. Como Alfa Centauro y la Tierra no se mueven a gran velocidad la una respecto a la otra, los observadores situados en ambos lugares podrían sincronizar sus relojes y ponerse de acuerdo sobre el tiempo. Al zambullirnos en el agujero de gusano el 1 de enero de 3000, emergeríamos en Alfa Centauro exactamente en la misma fecha. En este caso no habría viaje en el tiempo. Thorne y sus colegas afirmaron que las dos bocas podrían ser desincronizadas arrastrando en círculo la boca ubicada en la Tierra a una velocidad próxima a la de la luz. Esto podría lograrse acercando una nave espacial de masa a dicha boca y dejando simplemente que ésta «cayera» por gravedad hacia la nave. Cuando la nave comenzase a acelerar, la boca del agujero de gusano la seguiría. De esta forma sería preciso que la boca se moviera a velocidades de hasta el 99,5% de la velocidad de la luz. Comenzando el 1 de enero de 3000, si nos llevásemos la boca del agujero hasta un punto situado a 2,5 años luz de aquí y la trajéramos de regreso, todo ello al 99,5% de la velocidad de la luz, los observadores de la Tierra verían que ese viaje de ida y vuelta de cinco años luz de recorrido habría durado unos cinco años. La boca estaría otra vez en el mismo sitio el 10 de enero de 3005. Imaginemos a un astronauta dotado de un reloj y sentado en la mitad del túnel del agujero de gusano. Los observadores de la Tierra verían que ese reloj va muy despacio, diez veces más lento que el de ellos, dado que ven el ir y venir del astronauta, junto con la boca, al 99,5% de la velocidad de la luz. En este punto es necesario recordar que la relatividad especial señala que los relojes en movimiento avanzan más despacio. Un reloj que se mueva al 99,5% de la velocidad de la luz en un viaje de ida y vuelta como ése, marcharía diez veces más despacio que uno que se hallara en la Tierra. Cuando el agujero de gusano regresa a la Tierra, el astronauta ha envejecido sólo medio año desde la partida, es decir, 5 años dividido por 10. Mientras tanto, la boca del agujero cercana a Alfa Centauro no se ha movido, ya que nada ha tirado de ella. Por otra parte, la longitud del túnel no se altera en todo el viaje, y siempre mide 3 metros. Como la masa y la energía del túnel no cambian, las ecuaciones de Einstein nos dicen que su geometría tampoco lo hará. Tendrá siempre la misma longitud. Sólo cambiarán los lugares que interconecta. Aguardamos hasta que la boca del agujero de gusano próxima a la Tierra regrese, el 19 de enero de 3005 en la Tierra, y saltamos a su interior. Tras recorrer 1,5 metros, encontramos al astronauta. Habrá envejecido sólo 6 meses durante el viaje, por lo que su reloj marcará el 1 de julio de 3000. Si avanzamos 1,5 metros más emergeremos junto a Alfa Centauro, donde también es el 1 de julio de 3000. ¿Por qué? Porque, visto desde la estrella, el astronauta no se ha movido y su reloj, que ha avanzado 6 meses desde el comienzo, sigue sincronizado con los relojes de aquélla. Tras aparecer junto a Alfa Centauro el 1 de julio de 3000, si tomamos una nave espacial que viaje al 99,5% de la velocidad de la luz por el espacio ordinario, podemos hacer el camino de vuelta en poco más de cuatro años y llegar a la Tierra el 8 de julio de 3004. Regresaríamos casi 6 meses antes de nuestra partida. Bastaría con esperar pacientemente hasta el 1 de enero de 3005 y entonces podríamos decirnos adiós a nosotros mismos. De nuevo estaríamos visitando un suceso de nuestro pasado.

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En este caso, al igual que en el de las cuerdas cósmicas en movimiento, hay un momento antes del cual el viaje en el tiempo es imposible. Si viviéramos en la Tierra en el año 3005, podríamos usar la máquina del tiempo para visitar la Tierra en el año 3004, pero no en el año 2001, porque pertenece a una época anterior a la de la existencia de la máquina. Nadie que se halle en la Tierra en el año 2001 podrá ver viajero del tiempo, pero quien se encuentre en nuestro planeta en el año 3004 se podría tropezar perfectamente con alguno. Una vez las bocas del agujero de gusano han sido suficientemente desincronizadas, el viaje en el tiempo es posible. Más tarde, en el año 3500 tal vez, si procediéramos a mover la boca del agujero que hay en el lado de Alfa Centauro, podríamos volver a sincronizar las bocas, lo que cerraría la época de los viajes en el tiempo. De este modo destruiríamos la máquina que construimos. Sólo se puede utilizar mientras existe. Hace falta material exótico para mantener abierto un agujero de gusano, lo que permite que un viajero pueda atravesarlo. Los rayos de luz que convergen en la boca cercana a la Tierra pasan a través del agujero y se difunden al salir por la de Alfa Centauro. Esto se debe a los efectos repulsivos originados por la materia con densidad de energía negativa, una sustancia a la que tendríamos que añadirle energía para conseguir que ésta vuelva a ser cero. Sorprendentemente existen efectos cuánticos que producen, de forma real, una densidad de energía negativa. Por ello, Thorne y sus colaboradores confían en que una supercivilización futura pueda hacer uso de tales efectos para mantener abierto un agujero de gusano. Otro problema por resolver es cómo situar las bocas de un agujero de gusano en los lugares deseados. Tal vez existan ya agujeros de gusano microscópicos que conecten muchos lugares y tiempos en el espacio-tiempo. Una supuesta supercivilización podría ser capaz de aumentar el tamaño de uno de ellos hasta lograr que una nave espacial pasara a través de él. Dado que los agujeros de gusano se mantienen abiertos gracias a la materia de densidad de energía negativa, son estables, evitan las singularidades que implica el teorema de Tipler y pueden dar lugar a una máquina del tiempo sin el riesgo de formar un agujero negro. No obstante, siguen estando sujetos a efectos cuánticos que pueden perturbar su funcionamiento. El agujero de gusano tiene una alternativa gemela. Se trata del motor de distorsión. En Star Trek, la tripulación de la nave Enterprise utilizaba un motor de distorsión para alterar el espacio, a fin de poder viajar entre las estrellas a velocidades superiores a la de la luz. El físico mexicano Miguel Alcubierre se tomó la idea en serio y mostró cómo podría funcionar un motor de distorsión, para lo cual empleó lo principios de la relatividad general. En este caso, tomaríamos un camino de cuatro años luz entre la Tierra y Alfa Centauro y curvaríamos ese espacio de tal modo que la distancia entre ambas a través del «canal» resultante sería de sólo diez metros.

Parece que Gene Roddenberry, el creador de Star Trek, no andaba muy descaminado al incluir en la serie todos esos episodios de viajes en el tiempo. Sin embargo, el físico ruso Sergei Krasnikov demostró por desgracia que, en la práctica, el motor de distorsión del Enterprise no permitiría abrir un camino hacia un lugar arbitrario, como sucede en la serie. El camino tendría que ser previamente trazado por naves que avanzaran más despacio que la luz. El Enterprise se asemejaría más a un tren viajando a lo largo de raíles preexistentes que a un todo terreno moviéndose a voluntad. Una supercivilización futura tal vez podría tender canales de distorsión entre estrellas para que las naves viajasen a través de ellos como si de ferrocarriles galácticos se tratara, o bien establecer conexiones basadas en agujeros de gusano. Una red de canales de distorsión sería quizá más fácil de crear, pues sólo es necesario alterar el espacio existente en lugar de establecer nuevos agujeros que conecten regiones distantes. Como todos los métodos propuestos tienen sus inconvenientes, consideremos una idea más para comunicarnos con el pasado. Se trataría de los taquiones, unas hipotéticas partículas que se mueven a una velocidad superior a la de la luz. Pero, ¿no habíamos dicho que nada puede viajar más deprisa que la luz? Es cierto, las partículas normales como esas de las que estamos hechos, protones, neutrones y electrones, han de moverse más despacio que la luz. En caso contrario violaríamos el postulado de Einstein de que todos los observadores deben poder considerarse a ellos mismos en reposo. Y los fotones siempre viajan a la velocidad de la luz a través del vacío. Pero imaginemos, como hicieron los físicos S. Tanaka, O.M.P. Bilaniuk, V.K. Deshpande y E.C.G. Sudarshan, a comienzos de los años sesenta, que tenemos una partícula que viaja siempre más deprisa que la luz. El físico estadounidense Gerald Feinberg la denominó taquión, del griego tachys, que significa «veloz». Dado que los taquiones pueden adelantar a los rayos de luz tanto a la ida como a la vuelta, con la ayuda de un astronauta amigo podríamos utilizar taquiones para enviar una señal a nuestro propio pasado. Esa era la idea básica que Gregory Benford desarrollaba en su relato de ciencia-ficción Cronopaisaje, de 1980.  Pero, ¿funcionaría esto en la realidad? Los taquiones pueden ser compatibles con la relatividad especial, pero en las ecuaciones de la relatividad general dan lugar a problemas. Un taquión tendría que verse acompañado de ondas gravitatorias al igual que un avión que supera la velocidad del sonido produce un estampido sónico. En 1974, utilizando conjuntamente un resultado obtenido en 1972 por FC. Jones y la  propia solución de Gott a las ecuaciones de campo de Einstein para un taquión en un contexto diferente, se llega a la conclusión de que un taquión debería emitir un cono de radiación gravitatoria como si dejara una estela tras él. La emisión haría que el taquión perdiera energía y, debido a la peculiar naturaleza de la partícula, se acelerara, alcanzando velocidades aún más altas.

Siguiendo el punto de vista de Jones, la línea de universo del taquión a través del espacio-tiempo adoptaría la forma de un amplio arco. Contemplaríamos las dos ramas ascendentes del arco como un taquión y un antitaquión aproximándose el uno al otro a una velocidad superior a la de la luz, moviéndose cada vez más deprisa a medida que se acercaran, hasta finalmente alcanzar una velocidad infinita al colisionar y aniquilarse mutuamente en lo alto del arco. Debido a esa curvatura en su línea de universo, los taquiones estarían la mayor parte del tiempo moviéndose a una velocidad apenas superior a la de la luz, con lo que no podrían ser empleados para enviar energía o información más deprisa que la luz más allá de una distancia microscópica. Un día, John Wheeler, de Princeton, telefoneó a Richard Feynman y le espetó: «Ya sé por qué todos los electrones tienen la misma masa. ¡Son todos el mismo electrón!». La idea de Wheeler era que un positrón, la «antipartícula» o partícula de idéntica masa y carga opuesta que forma pareja con el electrón, podía ser contemplado como un electrón viajando hacia atrás en el tiempo. Wheeler pensaba que todos los electrones del universo podrían formar parte de una larguísima línea de universo que zigzagueara adelante y atrás en el tiempo muchas veces. Cada «zig» se manifestaría como un electrón, y cada «zag», como un positrón. Los ángulos entre zigs y zags corresponderían a la creación o aniquilación de un par electrón- positrón. Para que la idea funcione, el número de positrones y electrones en el universo debería ser aproximadamente el mismo en todo momento. Por desgracia, parece que en la actualidad hay muchos más electrones que positrones. En cualquier caso, la idea de que los positrones puedan ser considerados electrones viajando hacia atrás en el tiempo al parecer es válida y fue utilizada por Feynman en sus diagramas para la electrodinámica cuántica, en el marco de unos trabajos que le hicieron merecedor del Premio Nobel. Sería necesario una sucesión de acontecimientos muy poco probables para que el método permitiera viajar al pasado.  El viaje al pasado parece, como mínimo, difícil. Se requerirían condiciones extremas para intentar un proyecto de esta clase. Una máquina del tiempo para visitar el pasado no es algo que podríamos construir en nuestro propio garaje. Como ya ha manifestado Kip Thorne, sólo estaría al alcance de una supercivilización futura.

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Pero los físicos se afanan en explorar las posibilidades del viaje en el tiempo ya que es importante estudiar los límites de las leyes físicas bajo condiciones extremas. Los físicos insisten en destacar que el propio universo en sus orígenes era un acelerador de esta clase. Al comienzo de su carrera científica, Stephen Hawking se percató de que ciertos teoremas relativos a las singularidades que existen en el centro de los agujeros negros podrían ser aplicables al universo primitivo. A través de los estudios de las modernas cosmologías inflacionarias llegamos a la conclusión de que en el universo primitivo tuvo que haber horizontes de sucesos como los de los agujeros negros, los cuales nos separarían de regiones distantes, para siempre fuera de nuestro alcance. Un mejor conocimiento de los parámetros físicos asociados a los agujeros negros nos podría ayudar a entender lo que sucedió en el universo primitivo. Una lógica similar es aplicable a las máquinas del tiempo. Para comprobar si las leyes físicas permiten viajar al pasado, es imprescindible explorar situaciones extremas. Un lugar natural para una máquina del tiempo sería el interior de un agujero negro. La curvatura espaciotemporal era asimismo extrema en los comienzos del universo; ¿existió también allí una máquina del tiempo? Si así fue, esto podría explicar su origen. Un artículo de Li-Xin Li fue publicado en la Physical Review. Trataba sobre un problema expuesto por Stephen Hawking. Los efectos cuánticos siempre conspirarían para impedir el viaje en el tiempo. El ejemplo concreto se refería al viaje en el tiempo mediante un agujero de gusano. Las ondas que circularan entre las dos bocas del agujero podrían desarrollar una densidad infinita en el estado cuántico, cerrando la máquina del tiempo antes de que comenzara a operar. Li-Xin Li proponía una ingeniosa solución, que consistía en colocar una esfera reflectante entre las dos bocas para reflejar las ondas y detener así la acumulación infinita de energía. Li-Xin Li era una de las escasas personas en el mundo capaces de realizar esos complejos cálculos cuánticos y, más importante aún, que era alguien con ideas originales y, por si fuera poco, estaba interesado en los viajes en el tiempo. Li-Xin Li era una gran promesa y finalmente fue admitido en el Departamento de Astrofísica de Princeton. Ello recordaba la carta que el profesor G.H. Hardy recibió de un joven indio llamado S. Ramanujan. En el sobre había algunos notables teoremas que el remitente había logrado demostrar. Hardy había mostrado la carta de Ramanujan a Littlewood, diciéndole que aquellos teoremas tenían que proceder de un matemático de primera fila. De ese modo, Ramanujan fue invitado a asistir al Trinity College. Juntos, Hardy y Ramanujan elaboraron uno de los teoremas más notables de la teoría de números, la fórmula para estimar con precisión el número de formas distintas mediante las que es posible obtener una suma dada.

En cierta ocasión en la que Ramanujan se encontraba enfermo, Hardy fue a visitarlo y, casualmente, le comentó: «He venido en taxi. Por cierto, que tenía un número muy estúpido: 1.729». «Qué va a ser estúpido», replicó Ramanujan. «Se trata de un número muy interesante: es el más pequeño que puede ser expresado de dos maneras distintas como suma de dos cubos». En efecto, 1.729 = 13 + 123 = 103 + 93 !Asombroso! Tal vez se podría utilizar el viaje en el tiempo para explicar el origen del universo. Pero para ello era necesario resolver previamente una importante cuestión: encontrar un estado cuántico para el universo primitivo en el que el viaje en el tiempo fuera posible. Se supone que el vacío normal tiene densidad y presión nulas. Pero la mecánica cuántica nos dice que un espacio vacío no tiene por qué ser siempre un vacío con densidad de energía nula. En 1948, el físico holandés Hendrik Casimir observó que si colocamos dos placas conductoras muy juntas, el espacio entre ellas constituye un vacío con densidad de energía negativa, es decir, la cantidad de energía por centímetro cúbico es, realmente, inferior a cero. Tendríamos que añadir energía al sistema para que ésta fuera nula. La materia con densidad de energía negativa es algo muy especial. Abre la puerta a soluciones en la relatividad general que van desde los agujeros de gusano a los motores de distorsión. De hecho, Morris, Thome y Yurtsever han diseñado un agujero de gusano que aprovecha el efecto Casimir para mantener el túnel abierto. Para que funcione, este túnel ha de tener una circunferencia de mil millones de kilómetros. Cada una de las bocas debería estar cubierta por una placa de Casimir esférica, eléctricamente cargada. Las placas tendrían que estar separadas tan sólo pocos centímetros a través de un corto túnel que conectara ambas bocas. Desde luego, la construcción de un agujero de gusano así sería una colosal obra de ingeniería. La masa total en juego es doscientos millones de veces la del Sol. Los astronautas que desearan pasar a través del agujero de gusano tendrían que evitar ser calcinados por la radiación, desplazada hacia el azul, que estaría incidiendo sobre las placas y deberían abrir una trampilla en cada una de éstas, a su debido tiempo, para cruzarlas. No es un asunto nada fácil, pero al menos el vacío de Casimir crea esa posibilidad.  Los vacíos son también importantes para las cuerdas cósmicas. En el interior de una cuerda cósmica debe existir un estado de vacío con una densidad de energía positiva y una presión negativa en sentido longitudinal, lo que crea esa tensión a lo largo de la cuerda que la convierte en algo parecido a una banda elástica. Dentro de una cuerda cósmica, por tanto, hay un estado muy peculiar de vacío de alta energía.

Los estados de vacío desempeñan otro papel fundamental en la investigación sobre los viajes en el tiempo; un papel que también aparece en los estudios sobre el universo primitivo. Stephen Hawking pensaba que el estado de vacío podía estallar al intentar entrar en una máquina del tiempo, alterando la geometría del espacio-tiempo, creando una singularidad y malogrando nuestro ansiado viaje al pasado. Las ideas de Hawking sobre este tema se basan en lo que podría suceder en un espacio de Misner, un espacio-tiempo en el que originalmente no existe máquina del tiempo alguna, pero que desarrolla a la larga una región de viaje en el tiempo. Dicha región está separada de la que no permite dicho viaje por un horizonte de Cauchy, igual que en la solución basada en cuerdas cósmicas. Podemos imaginar el espacio de Misner como una habitación infinita limitada por una pared frontal y una pared trasera. Nosotros viviríamos entre las dos paredes. Hay una puerta en cada una. Al salir por la puerta delantera entraríamos inmediatamente en la misma habitación desde la puerta trasera. El espacio de Misner está, por lo tanto, arrollado sobre sí mismo como un cilindro: las paredes delantera y trasera son en realidad las dos caras de un mismo tabique. Si esta clase de espacio nos produce claustrofobia, las cosas pueden ser aún peores. Notamos que las dos paredes se están acercando la una a la otra. De hecho, se mueven a una velocidad constante y chocarán en el futuro, pongamos, en una hora. Es como estar atrapados en el compactador de basura de La Guerra de las Galaxias (las paredes se aproximan inexorablemente y nosotros nos hallamos en medio). Sin embargo, en el espacio de Misner es posible escapar. Basta con salir por la puerta delantera; como ya sabemos, volveremos a entrar en la misma habitación por la puerta de atrás. Ahora saldremos de nuevo por la puerta delantera y así una y otra vez. Como la distancia entre las paredes se va haciendo más pequeña, cada vez que atravesemos la habitación ganaremos velocidad con respecto a ella. De este modo pasaremos por la habitación una y otra vez, cada vez más deprisa. En poco tiempo, la pared delantera se nos acercará casi a la velocidad de la luz. Como la habitación entera se mueve más y más rápido respecto a nosotros, según la relatividad especial cada vez nos resultará más estrecha. Por otra parte, las paredes estarán realmente más cerca entre sí en cada ocasión. La combinación de ambos efectos hará que atravesemos la habitación un número infinito de veces en un tiempo finito, medido por nuestro reloj. ¿Adónde iremos a parar? Pues a una región de viaje en el tiempo, tras cruzar un horizonte de Cauchy. Ya no estaremos ni en nuestra habitación ni en el estado de Kansas, sino en un espacio-tiempo muy peculiar. La nueva región se parecerá a una hoja de papel en la que el pasado se halla abajo y el futuro, en la parte superior, y la cual habremos arrollado y pegado sus bordes. Podremos visitar los mismos sucesos repetidamente. El espacio de Misner es, desde luego, un tanto extraño, pero el cálculo de lo que en él sucede es relativamente sencillo. A menudo se toma como arquetipo de un espacio-tiempo en el que se crea una máquina del tiempo, como en los casos de los agujeros de gusano y las cuerdas cósmicas.

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Los físicos William Hiscock y Deborah Konkowski, de la Universidad del estado de Montana, calcularon el tipo de vacío que sería aplicable a un espacio de Misner. Partieron del estado cuántico correspondiente al vacío normal y analizaron lo que pasaría si el recinto donde se halla aquél fuera enrollado y sus paredes delantera y trasera, pegadas la una a la otra. Resulta que las paredes actuarían entonces como placas de Casimir paralelas, por lo que Hiscock y Konkowski encontraron que dentro del recinto existiría un vacío de Casimir con densidad de energía negativa. Como ya hemos visto, si salimos de un recinto así por la parte delantera entraríamos automáticamente por la parte posterior. Y, conforme atravesamos el recinto una y otra vez, éste se hace progresivamente más angosto. La distancia entre ambas paredes, el perímetro del cilindro, es cada vez más pequeña. Cuanto más cerca está una pared de otra, más delgado es el cilindro y más negativa se hace la densidad de energía del vacío. Finalmente, justo antes de que saltemos a la región del viaje en el tiempo, dicha densidad crece exponencialmente hasta convertirse en un infinito negativo; lo cual produce una curvatura infinita del espacio, una singularidad, lo que a su vez podría impedir nuestro acceso a la región del viaje en el tiempo. Este hallazgo animó a Stephen Hawking a proponer su conjetura de la protección de la cronología. O sea, el hecho de que las leyes físicas parezcan siempre conspirar para impedir el viaje al pasado. Si el vacío cuántico crece exponencialmente en todos los casos, creando una singularidad cuando estamos a punto de entrar en una región del viaje en el tiempo, y a ello se unen otros efectos indeseables anteriormente mencionados, esa clase de regiones nunca serían accesibles para nosotros. En la película Atrapado en el tiempo, el personaje interpretado por Bill Murray revivía una y otra vez el mismo día, que resultaba ser el Día de la marmota (el 2 de febrero). Todas las noches se acostaba y dormía hasta que sonaba el despertador a las 6:00. Para su consternación, descubría reiteradamente que eran las seis de la mañana del Día de la marmota y que volvía a estar donde había comenzado. El espacio-tiempo de la marmota resulta simplemente de «pegar» las 6:00 del martes con las 6:00 del miércoles, formando un cilindro. En ese espacio-tiempo, cuando llegamos a las 6:00 del miércoles nos hallamos de nuevo en las 6:00 del martes. Nuestra línea de universo es una hélice que va rodeando el cilindro a medida que revivimos, una y otra vez, el mismo día. Si viviéramos ochenta años, equivalentes a 29.220 días, nuestra línea de universo rodearía el cilindro 29.220 veces y, a medida que envejeciéramos, nos encontraríamos con 29.219 copias de nosotros mismos que abarcarían desde un bebé hasta un respetable anciano.

Li-Xin Li halló que un vacío normal que envolvería el espacio-tiempo cilíndrico de la marmota tendría una densidad de energía y una presión positivas. La densidad de energía y la presión serían pequeñas y, por lo tanto, no alterarían demasiado la geometría. No tendría lugar un crecimiento exponencial de la densidad de energía. Ningún estallido cuántico del vacío interferiría el viaje en el tiempo en las situaciones en las que dicho viaje siempre ha estado presente. En el espacio-tiempo de la marmota, el viaje en el tiempo está disponible en todas partes, por lo que todo suceso puede ser visitado de nuevo. No hay un horizonte de Cauchy que separe una región del viaje en el tiempo de otra en la que dicho viaje no es posible. Aun así, el vacío que Li-Xin Li encontró en el espacio-tiempo de la marmota era muy similar al que Hiscock y Konkowski habían hallado en la región del viaje en el tiempo del espacio de Misner. Li-Xin Li afirmó que había observado que, en una geometría dada, hay más de un estado de vacío posible, y en lugar de partir del vacío normal, comenzó sus cálculos desde el denominado vacío de Rindler.  El vacío de Rindler es el estado de vacío medido por observadores acelerados. Para entenderlo, debemos saber ante todo que un astronauta que haga funcionar los motores de su nave espacial, acelerándola en el seno de un vacío normal, detecta fotones. Esa radiación térmica es una radiación que no es visible si no se está acelerado. ¿De dónde vienen esos fotones? Su energía procede del vacío normal. La energía que el astronauta «toma prestada» del vacío le hace observar un vacío con una densidad de energía inferior a cero, un estado de vacío llamado vacío de Rindler. El vacío de Rindiler tiene una densidad de energía y una presión negativas, que contrarrestan exactamente la densidad de energía y presión positivas de la radiación observada por el mismo astronauta. De este modo, la densidad de energía total y la presión total son nulas, tal como corresponde al estado de vacío normal que mediría un observador no acelerado. El astronauta detecta fotones, nosotros no.  Un vacío de Rindler en la región del viaje en el tiempo da lugar a una densidad de energía y a una presión negativas. Pero como el espacio-tiempo está arrollado en la dirección tiempo, se añaden a ello una densidad de energía y una presión positivas, tal como ocurría en el espacio-tiempo de la marmota. Con los parámetros adecuados, ambos efectos casi se cancelan mutuamente, dejando un vacío con densidad de energía y presión nulas, como el vacío normal. Para que así sea, las paredes delantera y trasera del espacio de Misner deben acercarse la una a la otra al 99,9993% de la velocidad de la luz.

Se trataba de una ingeniosa solución. Ese vacío arrollado de Rindler tenía densidad de energía y presión nulas a todo lo largo del espacio de Misner, tanto en la región del viaje en el tiempo como en la que el viaje no es posible, y resolvía, por lo tanto, las ecuaciones de Einstein de manera exacta. Era una solución autoconsistente, ya que la geometría, que incluía el viaje en el tiempo, generaba el vacío cuántico adecuado. Y ese estado de vacío, mediante las ecuaciones de Einstein, producía a su vez la geometría de partida. La solución constituía un contraejemplo de peso a la conjetura de la protección de la cronología, ya que se refería al propio ejemplo que había llevado a formularla. La solución podía ser adaptada para producir un estado de vacío autoconsistente con destino al modelo de universo primitivo, con viaje en el tiempo incluido. En un ejemplar de Classical and Quantum Gravity apareció un nuevo artículo de Michael J. Cassidy, alumno de Stephen Hawking, en el que se demostraba que tenía que existir un estado de vacío para el espacio de Misner que tuviera densidad y presión nulas en todos los puntos. Cassidy había llegado a esta conclusión razonando sobre el vacío existente alrededor de una cuerda cósmica. No sabía de qué estado se trataba, sino que simplemente afirmaba que tenía necesariamente que existir y ser diferente del que habían usado Hiscock y Konkowski. Por otra parte, este estado aparecía cuando las paredes delantera y trasera se aproximaban entre ellas al 99,9993% de la velocidad de la luz. Pero el viaje en el tiempo, debido a su gran complejidad, es un proyecto para una supercivilización. El viaje al futuro requiere una civilización que ya esté habituada a los viajes interestelares. El viaje al pasado estaría al alcance de una civilización capaz de controlar las fuentes de energía de toda una galaxia. Tal vez haya mil millones de planetas habitables en la nuestra. Una supercivilización que hubiera colonizado la galaxia entera podría tener una población mil millones de veces mayor que la de la Tierra, aunque sería mil millones de veces menos frecuente que cualquier otra que se hallan confinada en su planeta de origen o, en caso contrario, dominaría el conjunto de observadores inteligentes del universo. Y nosotros deberíamos pertenecer a ella. Somos observadores inteligentes, entes conscientes dotados de razonamiento abstracto. Hasta donde sabemos, nuestra especie es la primera sobre la Tierra que pueda ser calificada así. Se supone que los chimpancés, las marsopas, las cucarachas o las bacterias no se plantean cuestiones como «¿Cuánto durará mi especie?».

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Como observadores inteligentes, nuestra ubicación en el universo tiene que ser especial en el sentido de pertenecer al subconjunto de lugares habitables. El catedrático de Princeton Robert Dicke razonó que, como observadores inteligentes, sería probable que nos encontrásemos a unos diez mil millones de años del big bang. Si hubiera transcurrido mucho menos tiempo, las estrellas no habrían podido producir el carbono necesario para fabricar desde una bacteria hasta un ser humano. Y si hubiera transcurrido mucho más, las estrellas se habrían consumido y el universo sería bastante más inhóspito. La aplicación del principio copernicano admite que nos hallamos en una época especial de nuestro universo, precisamente porque somos observadores inteligentes. Pero, entre esos observadores inteligentes, no deberíamos ser especiales. Cabe esperar, pues, que estemos situados al azar en la lista cronológica de todos los observadores inteligentes de nuestro universo. Por otra parte, deberíamos pensar que pertenecemos a una época del universo en la que la población de observadores inteligentes es alta, pues la mayoría de éstos viven en esa época. Si las civilizaciones inteligentes perduraran para siempre, entonces casi todos los observadores inteligentes vivirían en un futuro lejano, después de que las estrellas se hubieran consumido. Esto no significa que no pueda haber vida inteligente en ese futuro, sino simplemente que un porcentaje significativo de toda la vida inteligente tiene lugar en la época actual de combustión de las estrellas, cuando nuestro universo es más habitable. Podría haber algunas formas de vida inteligente en un futuro remoto, pero seguramente serían poco comunes. En caso contrario, es probable que fuésemos una de ellas. Del mismo modo, el principio copernicano no implica que no pueda haber supercivilizaciones, sino que sólo establece que serían infrecuentes. Durante una comida en Los Alamos en 1950, el notable físico Enrico Fermi planteó una famosa cuestión sobre los extraterrestres: «¿Dónde están?». Según el principio copernicano, una fracción significativa del conjunto de observadores inteligentes del universo debe de permanecer aún en su planeta de origen, como nosotros. Si no fuera así, seríamos especiales. Así de simple. Quien opine que la colonización espacial debería ser un hecho común, se tendría que preguntar: «¿Por qué yo no soy un colono espacial?». Quien piense que la mayoría de los observadores inteligentes del universo son computadoras conscientes de sí mismas o seres creados mediante ingeniería genética, debería cuestionarse: «¿Por qué yo no soy una computadora inteligente o un ser creado de forma artificial?». !O tal vez lo somos! Nuestro Universo es un lugar enorme, quizás infinito, y las eventuales especies inteligentes podrían tener mucho más éxito que la nuestra. Pero la mayoría, posiblemente, no lo tienen. El principio copernicano indica que probablemente pertenezcamos a una especie inteligente que en la actualidad tenga una población superior a la media. Esto es así por la misma razón por la que es probable que hayamos nacido en un país con una población superior al promedio. Por el sencillo motivo que la mayor parte de los observadores inteligentes se hallarán en ese caso. Así pues, en términos poblacionales, será probable que la nuestra sea una de las más grandes y exitosas especies inteligentes.

El porcentaje de civilizaciones como la nuestra que finalmente se conviertan en supercivilizaciones con una población enorme tiene que ser extremadamente pequeño. En caso contrario, lo más probable es que perteneciésemos a alguna. Una supercivilización estaría capacitada para hacer cosas extraordinarias, pero no es probable que la nuestra alcance ese nivel. Algunas especies inteligentes podrían desarrollar los viajes en el tiempo para visitar el futuro lejano o incluso el pasado, pero la mayoría seguramente no. El viaje en el tiempo es difícil. Si estuviera al alcance de la mayor parte de los observadores inteligentes del universo, pero no al nuestro, seríamos especiales. Esto no significa que el viaje en el tiempo sea imposible, sino que, en el mejor de los casos, sería infrecuente. Como ya observó Darwin, la mayoría de las especies no alcanzan su máximo potencial. Ciertos peces ponen hasta un millón de huevos, pero la mayor parte de éstos no llegan a convertirse en adultos. Del mismo modo, la mayoría de las especies no dejan otras que les sucedan. En algunas de las grandes extinciones en la Tierra han llegado a desaparecer el 90% de las especies de aquella época. Las cosas no suelen funcionar tan bien como podrían razonablemente hacerlo. Este es precisamente el motivo por el que a mucha gente le gustaría viajar al pasado, para cambiar cosas que no fueron como debieron ser, desde salvar a un ser querido hasta eliminar a Hitler antes de que llegase al poder. La vida es a menudo trágica. La inteligencia ofrece la posibilidad de alcanzar un poder y una longevidad enormes, pero ese potencial sólo se realizaría en raras ocasiones. En caso contrario nuestra situación sería muy atípica. La vida inteligente tiene, en principio, un gran potencial. Pero, al ser tan compleja, resulta frágil en la práctica. Hemos acumulado una historia de tan sólo doscientos mil años sobre un minúsculo planeta perdido en este gigantesco universo que ya tiene a sus espaldas trece mil millones de años. No somos demasiado poderosos; sólo controlamos fuentes de energía que son diminutas comparadas simplemente con nuestro Sol. Y, aparentemente, no podemos presumir de una larga longevidad pasada. Pero en ese breve periodo hemos conseguido también algo extraordinario. Hemos descifrado muchas cosas sobre el universo y sobre las leyes físicas. Sabemos que el universo era mucho más pequeño en el pasado, en relación con su tamaño actual; tenemos ciertas ideas sobre cómo se formaron las galaxias y sobre cómo la Tierra llegó hasta aquí; y somos lo suficientemente inteligentes como para haber descubierto cuál es nuestra posición en el cosmos. Ese nivel de conocimiento es notable, Y si somos capaces de entender esas cosas, un porcentaje razonable del conjunto de los observadores inteligentes también las comprenderá. Pero es precisamente en términos de conocimiento, más que de longevidad o poder, en los que cabría esperar que un observador inteligente destacara. La capacidad para plantear preguntas parece traer consigo cierta habilidad para responderlas. Pero esta premisa no nos proporciona más tiempo. Esta es la esencia del informe desde el futuro. Algo que deberíamos saber sobre el tiempo es que disponemos de muy poco. «Humanidad, no malgastes el tiempo, dispones de muy poco. Ese es el secreto del viajero del tiempo«.

Fuentes:

  • Richard Gott – Los Viajes en el Tiempo
  • Margaret Cheney – Tesla Man out of Time
  • David Deutsch – Física Cuántica de los Viajes a través del Tiempo
  • Tim Swartz – Los Diarios Perdidos de Nikola Tesla
  • John Titor – John Titor, un Viajero en el Tiempo
  • Adolfo Perez Agusti – H.G. Wells y la Máquina del Tiempo
  • Daniel Verón y Alberto Seoane  (Contacto con la Creación) – John Titor y Andrew Carlssin, ¿viajeros del tiempo?

julio 7, 2015 - Posted by | Ciencia, enigmas en general, Reflexiones

2 comentarios »

  1. La filosofía detrás de los viajes en el tiempo tiene muchísimas lagunas biológicas al enfocarse solo en los fenómenos físicos. Si viajas solo diez años al pasado, rejuveneces o te repites dos veces con diferentes edades? y si vas al futuro mueres y vives al mismo tiempo? Creo que es una tontería filosofar sobre esas cosas antes de resolver el enigma de la muerte.

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    Comentarios por Solrac | julio 8, 2015 | Responder

    • Totalmente de acuerdo. Pero si la complejidad de los viajes en el tiempo es enorme, la de la muerte es muchísimo más compleja. Si tuviésemos que esperar a despejar el enigma de la muerte (que posiblemente nunca lo consigamos) antes de analizar otros temas, tal vez no podríamos filosofar sobre nada. De todas maneras, en este blog he publicado artículos sobre la vida después de la muerte, que considero un tema muy interesante.

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      Comentarios por oldcivilizations | julio 8, 2015 | Responder


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