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Antiguas civilizaciones y enigmas

En busca de la Fuente de la Eterna Juventud – Alejandro el Grande y el patriarca Enoc


En este nuevo artículo de la serie “En busca de la Fuente de la Eterna Juventud”, además del tema de la Inmortalidad, se exponen otros como los posibles viajes a un mundo subterráneo y al espacio,  que plantean múltiples reflexiones.   Hijo de la reina Olimpia y (supuestamente) de su marido, el rey Filipo II, Alejandro tuvo como maestro a Aristóteles, que le enseñó todo lo que necesitaba conocer de la antigua sabiduría. Después de una serie de disputas conyugales, Olimpia huyó de la corte con su hijo. Más tarde llegó  la reconciliación, pero al cabo de poco tiempo Filipo fue asesinado y ello llevó a la coronación de Alejandro,  a sus 20 años de edad. A pesar de su corta existencia,  ya que murió a los 33 años,  Alejandro el Grande tuvo una vida llena de conquistas y aventuras, así como una firme voluntad por alcanzar los llamados Confines de la Tierra y desvelar los misterios divinos.

 

Las primeras expediciones militares del joven rey le llevaron hasta Delfos, sede del famoso oráculo, donde escuchó una profecía presagiándole la fama, pero una corta vida. Sin dejarse afectar por esta profecía, Alejandro partió, tal como harían los españoles 1.800 años más tarde. en busca del Agua de la Vida y de la Eterna Juventud. Para conseguirlo dirigió sus pasos hacia el Este, que era de donde habían venido los dioses, tales como Zeus, que salió de Tiro, atravesó el Mediterráneo a nado y llegó a la isla de Creta; Afrodita, que también llegó a la isla desde el mar; Poseidón, que vino desde Asia Menor, trayendo consigo el caballo; o Atenea, que trajo a Grecia el olivo originario de Asia occidental.

Y según los historiadores griegos, que habían influido mucho en Alejandro, las Aguas de la Eterna Juventud  se hallaban en Asia. Entre las obras que había leído figuraba la que se refería a la historia de Cambises, el hijo del rey Ciro, de Persia, que atravesó Siria, Palestina y el desierto de Sinaí para atacar Egipto. Y después de derrotar a los egipcios, Cambises los trató con gran crueldad y profanó el templo del dios Amón. A continuación se dirigió hacia el Sur y atacó a los etíopes. Al describir esos eventos, el famosos historiador Herodoto escribió un siglo antes de Alejandro: “Los espías de Cambises partieron para Etiopía bajo el pretexto de que llevan presentes para el rey, pero su verdadera misión era anotar todo lo que veían y que especialmente observaran si existía en aquel país aquello que es llamado como la Mesa del Sol». Los emisarios persas interrogaron al rey etiope sobre la longevidad de su pueblo. Y confirmando los rumores:” El rey los llevó a una fuente donde, después de que se lavaron, notaron que andaban con la piel blanda y lustrosa, como si hubieran tomado un baño de óleo. Y de la fuente emanaba un perfume como de violetas”. Cuando regresaron, los emisarios ledijeron a Cambises que el agua era tan tenue que nada conseguía flotar en ella, ni madera u otras substancias ligeras; en ella todo se hundía. Y Herodoto concluyó: “Si el relato sobre esa fuente es verdadero, entonces sería el uso del agua que de ella vierte que los hace (a los etíopes) tan longevos”.

La leyenda de la Fuente de la Juventud en Etiopía y la profanación del templo de Amón por parte de Cambises influyeron mucho en las aventuras de Alejandro. La importancia de la profanación del templo de Amón estaba relacionada con los crecientes rumores de que el joven rey no era hijo de Filipo, sino fruto de una unión entre su madre, Olimpia, y el dios egipcio Amón. Las tensas relaciones entre Filipo y Olimpia contribuían a reforzar esta sospecha. Y según los relatos en las obras de Calístenes, un faraón egipcio llamado Nectanebo por los griegos, visitó la corte de Filipo. Se dice que era un mago y adivino, y que secretamente sedujo a la reina Olimpia. Y se dice que fue el dios Amón que la visitó disfrazado de Nectanebo. Por esta razón ella habría dado a luz un semidios, hijo del dios cuyo templo Cambises había profanado. Después de derrotar a los persas en Asia Menor, Alejandro se dirigió hacia Egipto. Esperando fuerte oposición de los gobernantes persas en Egipto, se sorprendió al verlo caer en sus manos sin resistencia. Entendió que era un buen presagio y, sin perder tiempo, Alejandro se dirigió a la sede del oráculo de Amón. Según las leyendas, el mismo dios Amón confirmó su parentesco con el joven rey. Al saberlo, los sacerdotes egipcios honraron a Alejandro como su faraón. A partir de entonces en las monedas de su reino se le presentó como Zeus-Amón, ostentando un tocado con dos cuernos. En su calidad de semidios, Alejandro pasó a considerar su deseo de escapar del destino de los mortales como un derecho.

Posteriormente Alejandro dirigió sus pasos hacia Karnak, centro religioso del dios Amón. Desde el 3.000 a.C., Karnak era un gran centro religioso, con templos, santuarios y monumentos dedicados a Amón. Una de las más impresionantes edificaciones era el templo mandado construir por la reina  Hatshepsut, que vivió unos mil años antes de la época de Alejandro. Esta soberana se decía que era hija de Amón, habiendo nacido de una reina a la que el dios visitó escondido también bajo un disfraz. No se sabe que ocurrió en Karnak, pero en vez de conducir sus tropas en dirección al centro del Imperio Persa, Alejandro escogió una pequeña escolta para que lo acompañaran en una expedición hacia el sur. Todo  el mundo creyó que el rey iba a efectuar un viaje de recreo, buscando los placeres del amor. Y los historiadores de la época intentaron explicar su extraño viaje describiendo a la mujer que se suponía era su objeto del deseo. Una mujer «cuya belleza ningún hombre vivo conseguiría elogiar de manera suficiente«. Se llamaba Candace y era la reina de un país al sur de Egipto, el actual Sudán. Al igual que la historia de Salomón y la reina de Saba, esta vez fue el rey el que viajó hacia la tierra de la reina. Pero en realidad el principal objetivo de Alejandro no era la búsqueda del amor, sino conocer el secreto de la inmortalidad.

Después de una agradable estancia, la reina Candace quiso hacerle un presente de despedida y reveló a Alejandro el secreto de la localización de una «maravillosa caverna donde los dioses se congregan«. Siguiendo sus indicaciones, Alejandro encontró el lugar sagrado: “Él entró con algunos pocos soldados y vio una niebla azulada. Los techos brillaban como iluminados por estrellas. Las formas externas de los dioses estaban físicamente manifestadas; una multitud los servía en silencio. De inicio, él (Alejandro) se quedó sorprendido y asustado, pero permaneció allí para ver lo que acontecía, pues avistó algunas figuras reclinadas cuyos ojos brillaron como rayos de luz”. La visión de las  enigmáticas figuras reclinadas contuvo Alejandro, ya que no sabía si eran dioses o mortales deificados. Entonces una voz, procedente de una de las figuras,  le hizo estremecer: «Saludos, Alejandro, ¿sabes quién soy?”.  Alejandro, asustado, respondió: «No, mi señor». Y la voz añadió: «Soy Sesonchusis, el rey conquistador del mundo, que se unió a las filas de los dioses». Se supone que Sesonchusis era el Faraón Senusert, también conocido como Sesostris I, que reinó en el Siglo XX a.C. Sorprendentemente, Alejandro había encontrado a la persona que buscaba. Pero a pesar de que Alejandro estaba muy sorprendido, los habitantes de la caverna no parecían impresionados. Era como si hubiesen esperado su llegada. Entonces Alejandro  fue invitado a entrar para conocer al «Creador y Supervisor de todo el Universo«. Entró y «vio una niebla brillante como fuego y, sentado en un trono, el dios que una vez había visto siendo adorado por los hombres de Rokôtide, el Señor Serapis«.  

Serapis, para los egipcios User-Hep,  era una deidad sincrética greco-egipcia a la que el faraón Ptolomeo I declaró patrón de Alejandría y dios oficial de Egipto y Grecia, con el propósito de vincular culturalmente a los dos pueblos. Según un texto de Tácito, Sarapis fue el dios de la cercana población de Racotis (Rokôtide) antes de que formara parte de Alejandría. Alejandro potenció el culto de Amón, pero éste gozaba de escaso afecto entre muchos egipcios, pues era el dios de Kush y de los tebanos, que eran antagonistas del Delta del Nilo. Por otra parte, Osiris, Isis y Horus eran venerados y populares en todas partes. Y mientras Ptah, el artesano, dios de la gran capital nativa de Egipto, no resultaba atractivo, el buey Apis, considerado una encarnación de Ptah, había relegado al propio Ptah. La más antigua mención de Sarapis se encuentra en la narración de la muerte de Alejandro, Según ella, Sarapis tenía un templo en Babilonia y era de tal importancia que sólo lo nombra a él al ser consultado el rey agonizante. Por otra parte, el principal dios de Babilonia era Zeus Belus (Baal Marduk), que podría haber sido asimilado a Serapis en esta ocasión. Sin embargo, se sabe que el dios sumerio Ea (ENKI) también era llamado Sarapsi, el dios del océano profundo, del aprendizaje y de la magia, y tenía un templo en la ciudad. Independientemente de si el nombre egipcio de Sarapis proviene realmente del Sarapsi babilónico, la importancia que éste tuvo en los últimos días de Alejandro podría haber determinado la elección del dios egipcio Osiris-Apis para aportar el nombre y las principales características al dios de Alejandría.

Alejandro aprovechó la oportunidad para hablar del asunto de su longevidad: «Señor, ¿cuantos años viviré?” No hubo respuesta y Sesonchusis intentó consolar Alejandro, pues el silencio del dios era suficientemente elocuente. Sesonchusis le contó que, a pesar de haberse unido a las filas de los dioses, «no tuve tanta suerte como tú, ya que nadie se acuerda de mi nombre aunque haya conquistado el mundo entero y subyugado tantos pueblos. Pero tú  poseerás gran fama y tendrás un nombre inmortal aún después de la muerte«. Y terminó confortando a Alejandro con las siguientes palabras: «vivirás al morir, y así no morirás«, queriendo decir que sería inmortalizado en la Historia. Alejandro abandonó las cavernas deprimido y continuó su viaje para buscar consejos de otros sabios en busca de la consecución de su objetivo de escapar al destino de un mortal y de podir seguir los pasos de otros que, antes que él, habían tenido éxito al unirse a los dioses inmortales. Entre aquellos que Alejandro buscaba, y que finalmente encontró, estaba  Enoc, el patriarca bíblico de los tiempos anteriores al Diluvio y bisabuelo de Noé. El encuentro se produjo en un lugar montañoso «donde está situado el Paraíso, la Tierra de los Vivos«, el lugar «en donde viven los santos«. En lo alto de una montaña vio una estructura brillante, de la que  se elevaba hacia el cielo una inmensa escalera construida con 2.500 losas de oro.

En una enorme caverna, Alejandro encontró  estatuas de oro, cada una en su propio nicho, un altar de oro y dos inmensos recipientes de oro, de unos 20 metros de altura. “Sobre un diván próximo se veía la forma reclinada de un hombre envuelto en una colcha bordada con oro y piedras preciosas y,  por encima de él, estaban las ramas de una vid hecha de oro, cuyos racimos de uva estaban formados por joyas”. Allí había un hombre, que se identificó como Enoc, y que le dijo: «No sondees los misterios de Dios«. Atendiendo al aviso, Alejandro se marchó para juntarse con sus tropas, pero no antes de recibir como presente de despedida un racimo de uvas que, milagrosamente, alimentó a todo su ejército. En otra versión de la misma historia, Alejandro encontró a dos personajes: El patriarca Enoc y el profeta Elías, que, según las tradiciones bíblicas, jamás murieron. Este acontecimiento ocurrió cuando el rey atravesaba un desierto. Súbitamente su caballo y él fueron tomados por un «espíritu» (¿??)  que los transportó a un centelleante tabernáculo (caseta o santuario), donde Alejandro vio a dos hombres. Sus rostros brillaban, sus dientes eran más blancos que leche y sus ojos tenían el fulgor de la estrella matutina. Tenían «gran estatura y buena apariencia «. Después de identificarse, le dijeron que «Dios los escondió de la muerte«. También le explicaron que aquel lugar era la «Ciudad del Granero de la Vida«, de donde brotaba la «cristalina Agua de la Vida«. Pero, antes de que Alejandro descubriera más o consiguiera beber el agua, un «carro de fuego» lo arrebató de allí y se encontró de nuevo entre sus tropas. Según la tradición musulmana, mil años después, también el profeta Mahoma fue llevado hacia el cielo montado en su caballo blanco.

¿Debemos considerar el episodio de la caverna de los dioses y otras de las historias sobre Alejandro como pura ficción o estarían basados en hechos históricos? ¿Existió realmente una reina Candace, una ciudad real llamada Shamar o un conquistador como Sesonchusis? Hasta muy recientemente esos nombres eran prácticamente desconocidos para los arqueólogos e historiadores.  No se sabía si habían formado parte de la  realeza egipcia o de una mítica región de África. Los jeroglíficos, en un principio indescifrables, sólo confirmaban la existencia de enigmas que tal vez no pudiesen ser desvelados. Y los relatos de la Antigüedad, transmitidos por griegos y romanos, se convirtieron en oscuras leyendas. Pero en 1798, cuando Napoleón conquistó Egipto, en Europa se comenzó a redescubrir aquella región. Y junto con las tropas de Napoleón llegaron investigadores que removieron la arena del desierto y levantaron el velo del enigma. Y entonces se produjo un hecho crucial: cerca de la población de Rosetta se encontró una placa de piedra con el mismo texto en tres lenguas. Allí estaba la clave para descifrar los jeroglíficos  del antiguo Egipto y los registros de los faraones. En 1820 unos exploradores europeos llegaron hasta Sudán y reportaron la existencia de antiguos monumentos, incluyendo pirámides, en un punto del Nilo llamado Méroe. Y una expedición real de Prusia descubrió impresionantes ruinas en excavaciones realizadas entre 1842 y 1844.

Entre 1912 y 1914, otros arqueólogos encontraron lugares sagrados. Los jeroglíficos indicaron que uno de ellos era llamado Templo del Sol, – tal vez el lugar donde los espías de Cambises habían visto «La Mesa del Sol«. Posteriores excavaciones,  sumadas a datos ya conocidos y la continua traducción de los jeroglíficos, llevaron a  la conclusión  de que el primer milenio a.C existió en aquella región un reino nubio, que era la bíblica tierra de Cuch. Y existió realmente una reina Candace. Las inscripciones revelaron que en sus inicios, el reino nubio era gobernado por una sabia y benevolente reina llamada Candace. Desde entonces, cada vez que una mujer ascendía al trono adoptaba su nombre como símbolo de grandeza. Y también, al sur de Méroe y dentro del territorio de ese reino, había una ciudad llamada Sennar, probablemente la Shamar mencionada en las leyendas de Alejandro. Y en lo que respecta a Sesonchusis, la versión etíope del Calístenes dice que cuando Alejandro viajó a Egipto, él y sus hombres pasaron por un lago lleno de cocodrilos. Allí, un antiguo gobernante había ordenado construir un puente para atravesar el lago. «Había una edificación en el margen del lago y sobre esa edificación quedaba un altar pagano en el cual se leía: ‘Soy Coch, rey del mundo, el conquistador que atravesó este lago’.” ¿Sería ese conquistador un soberano que había reinado sobre Cuch o Nubia? En la versión griega de esa leyenda, el hombre que había hecho el monumento para marcar la travesía del lago, descrito como parte de las aguas del mar Rojo, se llamaba Sesonchusis. De esta manera, Sesonchusis y Coch serían una única persona: un faraón que reinó sobre Egipto y Nubia.

Los monumentos nubios muestran un gobernante recibiendo el Fruto de la Vida, bajo la forma de datileras, de las manos de un «Dios Brillante«. Los registros egipcios hablan de un gran faraón que, a inicios del segundo milenio a.C., fue un gran conquistador. Su nombre era Senusret y veneraba al dios Amón. Los historiadores griegos le atribuyen la conquista de Libia, Arabia, Etiopía, las islas del mar Rojo y grandes partes de Asia, penetrando más al Este de lo que posteriormente hicieron los persas. Él también habría invadido Europa a partir de Asia Menor. Herodoto describió los grandes hechos de ese faraón, a quien llama Sesóstris, indicando que erigía pilares conmemorativos en todos los lugares por los que pasaba: «los pilares que él erigió aún son visibles«. Cuando Alejandro vio el pilar junto al lago, tuvo la confirmación de lo que el historiador griego había registrado la historia de Sesonchusis. Su nombre egipcio significa “Aquellos cuyos nacimientos viven«. Y, por ser un faraón de Egipto, tenía todo el derecho de ir a reunirse con los dioses y vivir para siempre. En la búsqueda del Agua de la Vida era importante tener la seguridad de que la exploración no sería en vano, como les había sucedido a otros en el pasado. Además, si el agua procedía de un paraíso perdido, si encontraba a los que habían estado en él sería un medio para descubrir cómo llegar hasta él.  Por esta razón  Alejandro intentó encontrar a los Antepasados Inmortales. Si realmente los encontró no es lo más relevante. Lo importante es que en los siglos que precedieron a la era cristiana, Alejandro y sus historiadores creían que esos Antepasados Inmortales realmente existían y que en tiempos remotos los hombres podían hacerse inmortales si los dioses lo permitían. Los historiadores de Alejandro cuentan varios relatos en que el joven rey se encontró con Sesonchusis, Elías y Enoc.

No se ha encontrado ninguna descripción de cómo Sesonchusis se volvió inmortal. Lo mismo es válido para Elías, el compañero de Enoc en el Templo Brillante, según una de las versiones de la leyenda de Alejandro. Elías es el profeta bíblico que vivió en Israel el siglo IX a.C., durante el reinado de Acab y Ocozias. Como indica el nombre que adoptó (Eliyah – «Mi Dios es Yahvé«), era un seguidor del dios hebreo, cuyos fieles estaban sufriendo persecución por parte de los seguidores del dios cananeo Baal. Después de retirarse a  un lugar secreto cerca del río Jordán, donde fue instruido por el Señor, Elías recibió «un manto tejido de vellos» y pudo hacer milagros. Cerca de la ciudad fenicia de Sidon, el primer milagro que realizó fue hacer que un poco de aceite y una cuchara de harina alimentasen toda su vida a una viuda que le había dado refugio. Poco después, necesitó pedir a Dios que resucitase al hijo de esa mujer, que acababa de fallecer victima de una grave enfermedad. Elías también podía convocar el Fuego de Dios, que servía para castigar a los que sucumbieron a las tentaciones paganas. Las escrituras dicen que Elías no murió en la Tierra, pues «subió al cielo en un torbellino«. Según las tradiciones judaicas, Elías continúa siendo inmortal y se le invita a visitar los hogares judíos en la víspera de la Pascua. Su ascenso al cielo está descrito en gran detalle en el Antiguo Testamento.

Tal como es contado en Reyes, no fue un acontecimiento inesperado. Al contrario, se trató de una operación perfectamente planeada, cuyo lugar y hora fueron comunicados a Elías con antelación. El lugar elegido quedaba en el valle del Jordán, en el margen izquierdo del río, probablemente  en la misma zona donde Elías fue ordenado como «Hombre de Dios«. Cuando en su último viaje partió de Gilgal, Elías encontró dificultad en librarse de su discípulo Eliseo. Durante el camino, los dos profetas fueron repetidamente interpelados por discípulos menores, «los hijos de los profetas«, que preguntaban si era verdad que aquel día Dios se llevaría a Elías al cielo. El narrador bíblico explica: “He ahí lo que aconteció cuando Dios arrebató Elías al cielo en un torbellino: Elías y Eliseo partieron de Gilgal. Y Elías dijo a Eliseo: ‘Te quedas aquí, pues Yahvé me envió sólo hasta Betel’; Pero Eliseo respondió:’Tan cierto como que Yahvé vive y tú vives, no te dejaré! ‘Y descendieron a Betel. Los hijos de los profetas que vivían en Betel salieron al encuentro de Eliseo y le dijeron:’¿Sabes que hoy Yahvé va a llevar el maestro por sobre tu cabeza?’. Él respondió:’ Sé, pero callaos”. Elías admitió que su destino era Jericó, a los márgenes del río Jordán, y pidió a su compañero se quedara ahí y lo dejara seguir solo. Nuevamente Eliseo rechazó su propuesta e insistió en ir con el profeta. «Y ellos fueron la Jericó. Los hijos de los profetas que vivían en Jericó se aproximaron a Eliseo y le dijeron:’¿Sabes que hoy Yahvé va a llevar a tu maestro por sobre tu cabeza?’.  Él respondió:’Sé, pero callaos». Contrariado en su deseo de proseguir solo, Elías pidió a Eliseo que se quedara en Jericó y lo dejara ir solo hasta el margen del río. Sin embargo, Eliseo rechazó separarse de su maestro. Animados, «cincuenta hombres de los hijos de los profetas fueron también, pero se quedaron parados a la distancia mientras los dos (Elías y Eliseo) se detenían al borde del Jordán«. Entonces Elías tomó su manto, lo enrolló y batió con él en las aguas, que se dividieron de un lado y de otro, de modo que ambos pasaron a pie enjuto.

Después que pasaron al otro margen, Eliseo pidió a Elías que le fuera dado el espíritu santo, pero antes que pudiera oír una respuesta: “Y aconteció que mientras andaban y conversaban he ahí que un carro de fuego y caballos de fuego los separaron uno del otro y Elías subió al cielo en el torbellino. Eliseo miraba y gritaba: ‘!Mi padre! ¡Mi padre! ! El carro y la caballería de Israel! Después no más lo vio…”. Atolondrado, Eliseo se quedó inmóvil por algunos instantes. Después vio el manto que Elías había dejado atrás. Eliseo cogió el manto y volvió al margen del río. Invocando el nombre de Yahvé, batió con él en las aguas y he ahí «que las aguas se dividieron de un lado y de otro y Eliseo atravesó el río«. Y los hijos de los profetas, los discípulos que habían quedado en el margen izquierdo del río, en la llanura de Jericó, «lo vieron a la distancia y dijeron: ‘El espíritu de Elías reposa sobre Eliseo!’; vinieron a su encuentro y se postraron delante de él«. Incrédulos, a pesar de que lo habían visto con sus propios ojos, los cincuenta discípulos no creyeron que Elías hubiese sido llevado al cielo para siempre. El torbellino del Señor podía haberlo arrebatado y lanzado en algún valle o montaña. A despecho de las objeciones de Eliseo, ellos lo buscaron por tres días. Eliseo entonces habló: «¿No había dicho yo que no fuerais?» Ahora, él sabía muy bien cual era la verdad: El Dios de Israel había llevado a Elías al cielo en un carro de fuego. El relato del encuentro de Alejandro con Enoc introdujo en la búsqueda por la inmortalidad a un «antepasado inmortal«, mencionado tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, está en leyendas muy anteriores a la Biblia y ya se conocían cuando ésta fue escrita. Según la Biblia, Enoc fue el séptimo patriarca prediluviano del linaje de Adán a través de Set, para distinguirlo del linaje maldito de Caín. Él era el bisabuelo de Noé, el héroe del diluvio.

El quinto capítulo del Génesis da la lista de las genealogías de esos patriarcas, las edades en que tuvieron a sus primogénitos y la edad en que murieron. Sin embargo, Enoc es una excepción. No existe ninguna mención sobre su muerte. Explicando que él «anduvo con Dios«, el Génesis afirma que, a la edad de 365 años, curiosamente el número de días del año solar, Enoc «desapareció» de la Tierra, «pues Dios lo arrebató«. Los comentaristas judíos frecuentemente citaron fuentes más antiguas que parecían describir el real ascenso al cielo de Enoc, donde fue transformado en Metatrón, el «Príncipe del Semblante» de Dios, y que se quedaba postrado atrás de Su trono. Según esas leyendas, cuando Enoc fue llamado a la casa del Señor, un caballo de fuego vino a recogerlo. En aquella época, el patriarca predicaba virtud al pueblo. Cuando el pueblo vio el caballo flamante descendiendo del cielo, pidió una explicación a Enoc, que les dijo: «Sepan que llegó la hora de dejarlos y subir a los cielos«. Pero, cuando montó el caballo, el pueblo intentó evitar su partida y lo siguieron durante una semana. «Entonces, el séptimo día, un coche de fuego tirado por ángeles y caballos flamantes descendió y arrebató Enoc«.  Mientras el patriarca subía, los ángeles se quejaron al Señor: «¿Como puede un hombre nacido de mujer ascender a los cielos?«. Dios destacó la piedad y devoción de Enoc y abrió para él las Puertas de la Vida y de la Sabiduría, y lo vistió con una ropa magnífica y una corona luminosa. Como en otros casos, las referencias más críticas en las escrituras muchas veces sugieren que el antiguo redactor partía de la hipótesis de que el lector conocía otros textos más detallados sobre el tema en cuestión. Existen menciones explicitas a esos escritos, tales como el «Libro de la Virtud» o «El Libro de las Guerras de Yahvé«, por lo  que se supone deben haber existido realmente, pero seguramente se han perdido.

En el caso de Enoc, el Nuevo Testamento amplía la información, diciendo que el patriarca fue «llevado por Dios a fin de escapar de la muerte» y mencionando el propio testimonio de Enoc, dictado por él antes de ser «arrebatado» para la inmortalidad. La Epístola de San Judas, hablando de las profecías de Enoc, hace referencias a textos escritos por el patriarca. Asimismo, varios escritos cristianos también contienen referencias similares. De hecho, circulan desde el siglo II a.C. diferentes versiones del Libro de Enoc. Cuando durante el siglo XIX fueron analizados los manuscritos, los expertos concluyeron que provenían básicamente de dos fuentes. La primera, llamada Libro Etíope de Enoc, es la traducción al griego de un original en hebreo. La otra, llamada II Enoc, es una traducción de un original griego cuyo título era El Libro de los Secretos de Enoc. Escrito en primera persona, El Libro de los Secretos de Enoc parece explicar claramente la visita a algún tipo de gran nave espacial con distintos compartimentos y comienza en una fecha precisa y en un lugar determinado: “El primer día del primer mes del año 365 yo estaba sólo en mi casa, reposando en mi lecho, y adormecí… Entonces surgieron delante de mí dos hombres muy altos, como yo jamás viera en la Tierra. Tenían el rostro brillante como el sol, los ojos eran como candelas y fuego salía de sus labios. Las ropas que usaban parecían de penas, los pies eran morados. Sus alas era más brillantes que el oro y las manos más blancas que la nieve. Ellos estaban junto a la cabecera y me llamaron por el nombre”. Como Enoc dormía cuando esos extraños seres llegaron, él insiste en decir que se despertó: «Vi claramente esos hombres parados delante de mí«.

El patriarca los saludó, asustado, pero los dos seres lo tranquilizaron: “Alégrate, Enoc, no te asustes. El Dios Eterno nos mandó aquí y hoy tú ascenderás con nosotros al cielo”. Los dos dijeron entonces a Enoc que despertara a su familia y los criados, dándoles órdenes para no buscarlo. El patriarca obedeció, aprovechando la oportunidad para instruir sus hijos sobre el camino de la virtud. Entonces llegó la hora de la partida:”Cuando terminé de hablar con mis hijos, los dos hombres me llamaron, me tomaron en sus alas y me colocaron en las nubes; y he ahí que las nubes se movieron… Subiendo más, vi el aire y, más alto aún, el espacio celeste. Inicialmente ellos me pusieron en el Primer Cielo y me mostraron un mar inmenso mayor que el terrestre”. Ascendiendo al cielo en «nubes que se movían«, Enoc fue transportado al el Primer Cielo, donde «doscientos ángeles gobiernan las estrellas«, y enseguida fueron al sombrío Segundo Cielo. De ahí él fue para el Tercero, donde le mostraron: “Un jardín agradable a la vista, bellos y perfumados árboles y frutos. En medio de él queda un Árbol de la Vida – en el lugar donde Dios reposa cuando viene al paraíso”. Impresionado con la magnificencia del árbol, Enoc intenta describir el Árbol de la Vida con las siguientes palabras: «El es más bello que cualquier cosa ya creada; en todos sus lados parece hecho de oro y carmesí, y es transparente como el fuego«. De las raíces salían cuatro ríos que vertían miel, leche, vino y aceite, y ellos descendían de ese paraíso celeste para el Jardín del Edén haciendo una vuelta en torno a la Tierra. Ese Tercer Cielo y su Árbol de la Vida eran guardados por trescientos ángeles «muy gloriosos» y era allí que quedaba situado el Lugar de los Justos y el Lugar Terrible, donde los malos sufrían torturas.

Subiendo al Cuarto Cielo, Enoc pudo ver luces y varias criaturas formidables, además de la “hueste” del Señor. En el Quinto Cielo, más «huestes»; en el Sexto, «grupos de ángeles que estudian la evolución de las estrellas«. Alcanzando el Séptimo Cielo, donde los mayores ángeles andaban apresuradamente de un lado para el otro, Enoc vio a Dios de lejos, sentado en su trono. Los dos hombres alados y su nube móvil colocaron al patriarca en la frontera del Séptimo Cielo y partieron. Entonces el Señor mandó al ángel Gabriel que fuera a recibirlo y lo trajera a su presencia. Durante 33 días Enoc fue instruido sobre todo el conocimiento y los acontecimientos del pasado y del futuro. Después de ese periodo, un ángel «con fisonomía muy fría» lo devolvió a la Tierra. En total Enoc se ausentó sesenta días de la Tierra. Y este retorno se le permitió para poder enseñar a sus hijos las leyes y mandamientos. Treinta días después, el patriarca fue llevado nuevamente al cielo,  esta vez para siempre. Escrito como testamento personal y como reseña histórica, el ”Libro Etíope de Enoc”, cuyo título original probablemente era “las Palabras de Enoc”, describe no sólo los viajes al cielo sino también un viaje por los cuatro confines de la Tierra. Mientras viajaba a los confines Norte de la Tierra, el patriarca avistó «un grande y glorioso artefacto«, cuya naturaleza no es descrita. Y en ese lugar, así como en los confines Este de la Tierra, vio «tres puertas del cielo dentro del cielo«, a través de los cuáles se veía granizo y nieve.»De ahí fui para los confines sur de la Tierra y allá, por los portales del cielo, salían el rocío y la lluvia”. Enseguida, Enoc fue a ver las puertas occidentales, a través de los cuales pasaban las estrellas siguiendo su curso.

Sin embargo, los principales misterios y secretos del pasado y del futuro sólo fueron revelados la Enoc cuando llegó «por la mitad de la Tierra» y al Este y Oeste de ese punto. El «medio de la Tierra» u ombligo del mundo era el lugar del futuro Templo Sagrado de Jerusalén. En su viaje al Este de ese lugar, Enoc llegó al Árbol del Conocimiento y, hacia el Oeste (¿Atlántida?), le fue mostrado el Árbol de la Vida. En el viaje hacia el Este, Enoc pasó por montañas y desiertos, vio cursos de agua saliendo de picos rocosos cubiertos de nieve y hielo («agua que no corre«) y árboles perfumados. Siguiendo cada vez más hacia el Este, se encontró en las montañas que rodean el mar de Eritrea (mar Rojo y el mar de Arabia) y entonces Zotrel, el ángel que guardaba la entrada al paraíso, le permitió entrar en el Jardín de la Virtud. En este jardín, entre magníficos árboles, avistó el Árbol del Conocimiento. Era tan alto como un pino, con hojas parecidas a la de la algarrobo y frutos como los racimos de una vid. Es curiosa la similitud de esta descripción con la del muérdago, la planta sagrada de los druidas. El ángel que acompañaba a Enoc le explicó que aquél era exactamente el árbol cuyo fruto Adán y Eva habían comido antes de que fueran expulsos del Jardín del Edén. En su viaje hacia el Oeste, Enoc llegó la «una cadena de montañas de fuego, que ardían día y noche» (se supone que era una zona volcánica activa, lo cual puede coincidir con algunas descripciones de la Atlántida). Mas adelante llegó a un valle rodeado por seis montañas separadas por profundas y angostas quebradas. Una séptima montaña se elevaba entre ellas «pareciendo un trono, toda cercada de árboles aromáticos; entre ellas había uno cuyo perfume yo jamás hube sentido… y sus frutos eran como los dátiles de una palmera«. ¿Podría ser una pirámide o zigurat?

El ángel que acompañaba  a Enoc le explicó que la montaña del medio era el trono «donde el Gran Santo, el Señor de la Gloria, el Rey Eterno irá a sentarse cuando viniera a la Tierra«. Y con respecto al árbol, cuyos frutos parecían dátiles, dijo: “Cuanto al árbol perfumado, ningún mortal tiene permiso de tocarlo hasta el Gran Juicio…Sus frutos serán alimento para los electos… Su aroma estará en sus huesos. Y ellos tendrán vida larga en la Tierra”. Fue durante esos viajes que Enoc vio «que los ángeles recibían largos cordones, que cogían sus alas y que partían hacia el Norte«. Cuando preguntó lo que estaba aconteciendo, el ángel acompañante le dijoó: «Ellos partieron para medir… traerán las medidas de los justos para los justos y las cuerdas de los justos para los justos… todas esas medidas revelarán los secretos de la Tierra«. Terminado su viaje por todos los lugares secretos de la Tierra, llegó la hora de Enoc para partir hacia el cielo. Y fue llevado a una «montaña cuya cumbre alcanzaba el cielo» y para un País de las Tinieblas (¿cavernas?). Y ellos (los ángeles) me llevaron a un lugar donde los que allá estaban eran como fuego flamante y, cuando deseaban, aparecían como hombres. Y ellos me llevaron hacia un lugar de tinieblas y para una montaña cuyo pico llegaba al cielo. Y yo vi la cámara de los luminares, los tesoros de las estrellas y del trueno en las grandes profundidades, donde había un arco y flechas flamantes con su aljaba, una espada flamante y todos los rayos”.

En el caso de Alejandro, la inmortalidad escapó de sus manos porque él fue a buscarla en contra de su destino. Sin embargo, Enoc, como después los faraones, viajaba bajo la bendición divina. Por esta razón fue considerado digno de proseguir y por eso «ellos me llevaron al Agua de la Vida«. Continuando adelante, el patriarca llegó a la Casa de Fuego: “Entré hasta aproximarme a una pared hecha de cristales y cercada de lenguas de fuego, lo que me causó miedo. Avancé por entre las llamaradas y llegué cerca de una gran casa hecha de cristales. Las paredes y el suelo eran un mosaico de cristal. El techo parecía el camino de las estrellas y de los rayos, y entre ellos se veían flamantes querubines y su cielo era como agua. Un fuego resplandeciente cercaba las paredes y los portales ardían con fuego. Entré en esa casa y ella era caliente como el fuego y fría como el hielo…Miré hacia dentro de ella y vi un imponente trono. Parecía de cristal y sus ruedas eran como el sol brillante, y hubo la aparición de querubines. Y, por abajo del trono salían ríos de fuego, de modo que no pude mirar atrás de él”.¿Podría tratarse de la descripción de una gran y espectacular nave espacial?

 

Después de alcanzar el «Río de Fuego«, Enoc fue llevado hacia el cielo. Entonces pudo ver toda la Tierra – «las desembocaduras de todos los ríos de la Tierra… todos los marcos de frontera de la Tierra… y los vientos cargando las nubes«.  Una perfecta descripción de la Tierra por parte de alguien que viaja al espacio. Subiendo más, se quedó “donde los vientos que estiran las bóvedas de la Tierra y tienen su estación entre el cielo y la Tierra”. “Vi los vientos del cielo que giran y traen la circunferencia del Sol y de todas las estrellas”. Siguiendo «los caminos de los ángeles«, Enoc llegó a un punto del «firmamento del cielo arriba«, desde el cuál pudo ver «el fin de la Tierra«. Se supone que debía estar a una gran distancia de la Tierra. De ese lugar, consiguió avistar la expansión de los cielos (¿?) y «siete estrellas como grandes montañas centelleantes«, «siete montañas de magníficas piedras«. Del punto donde observaba esos cuerpos celestiales, «tres quedaban para el Este, en la región del fuego celeste«, y fue allí que el patriarca vio «columnas de fuego» subiendo y bajando, erupciones «además de cualquier medida, tanto en anchura como largura«. En el otro lado, los tres cuerpos celestiales estaban «para el Sur» y allí Enoc vio «un abismo, un lugar sin firmamento del cielo sobre él y ninguna tierra firme debajo… un vacío, un lugar preocupante» (¿?). Cuando pidió una explicación al ángel que lo transportaba, oyó: «Allá los cielos fueron completados… es el fin del cielo y de la Tierra, una prisión para las estrellas y huestes del cielo«. (¿Un agujero negro?).  La estrella del medio «llegaba al cielo como el trono de Dios» (¿una galaxia?). Daba la impresión de ser de alabastro «y la cúpula del trono parecía hecha de zafiro«. La estrella era como «un fuego flamante«.

Continuando el relato sobre su sorprendente viaje a los cielos, Enoc dice: «Proseguí hasta donde las cosas eran caóticas y allá vi algo terrible«. Lo que lo impresionó fueron «estrellas del cielo amarradas unas a las otras«. Realmente parece que esté describiendo los bordes de un agujero negro en una galaxia, en donde efectivamente las estrellas se concentran. El ángel explicó: «Son las estrellas del cielo que transgredieron el mandamiento del Señor y están presas aquí hasta que pasen 10 mil años«. El patriarca entonces finaliza su increible historia: «Y yo, Enoc, solo vi la visión, el fin de todas las cosas, y ningún hombre los verá como yo«. Después de recibir todo tipo de conocimientos en el reino celestial, fue devuelto a la Tierra para transmitir esas enseñanzas a los otros hombres. Por un periodo de tiempo no conocido, «Enoc permaneció escondido y ningún hijo de hombre sabía donde él vivía o lo que había sido de él«. Sin embargo, cuando el diluvio se aproximaba, Enoc escribió sus enseñanzas y aconsejó a su bisnieto Noé ser virtuoso y digno de salvación. Cumplida esa obligación, el patriarca una vez más «fue elevado de entre aquellos que habitaban la Tierra. Él fue llevado para lo alto en la Carroza de los Espíritus y desapareció entre ellos«.

Anterior artículo: En busca de la Fuente de la Eterna Juventud – Introducción

 

octubre 21, 2010 - Posted by | Atlántida, Biblia, Egipto, Egipto, enigmas en general, Extraterrestres, Grecia, Historia oculta, India, India, Otras ant. civil., Otros, Otros, Sumer, Sumer | , , , , , , , , ,

9 comentarios »

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  2. La pagina de tu Blog se ha actualizado…

    [..]Articulo Indexado Correctamente en la Blogosfera de Sysmaya[..]…

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    Trackback por Articulo Indexado en la Blogosfera de Sysmaya | octubre 24, 2010 | Responder

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    Comentarios por Robert Moore | noviembre 9, 2010 | Responder

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    Comentarios por trustedproxies | febrero 7, 2012 | Responder


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