La esfinge de Egipto, la Gran Pirámide y la Atlántida
En 1964, una revista de estudios orientales había publicado un artículo que trataba de una relación entre la Gran Pirámide y el Cinturón de Orión. Un egiptólogo llamado Alexander Badawy había pedido a la astrónoma norteamericana Virginia Trimble, que le ayudase a verificar su teoría de que el «pozo de ventilación» meridional de la Cámara del Rey señalaba directamente a Orión cuando se construyó la Gran Pirámide, hacia el 2550 a. de C. Virginia Trimble, basada en sus cálculo, pudo decir a Badawy que, en efecto, el pozo de ventilación señalaba directamente al Cinturón de Orión hacia el 2550 a. de C. Una persona lo bastante delgada como para acostarse en el pozo de ventilación hubiera visto cómo el cinturón de Orión pasaba directamente por encima de ella todas las noches. Por supuesto, pasarían otras estrellas, cientos de ellas… pero ninguna de semejante magnitud. Si las pirámides de Gizeh representaban las tres estrellas del Cinturón de Orión -Zeta, Epsilón y Delta-, ¿no era posible que otras pirámides representasen a otras estrellas de Orión? De hecho, Robert Bauval se dio cuenta de que la pirámide de Nebka, en Abu Ruwash, correspondía a la estrella situada en el pie izquierdo del Cazador; y la pirámide de Zawyat al-Aryan a la estrella que estaba en su hombro derecho. Desde luego, si otras dos pirámides hubieran completado la forma de «reloj de arena», la prueba hubiese sido concluyente, pero, por desgracia, estas dos pirámides o bien nunca se habían construido o hacía ya mucho tiempo que habían desaparecido bajo la arena.
Pero ¿qué significaba todo ello? Badawy había supuesto que el pozo del sur de la Cámara del Rey no era un respiradero, sino un canal cuya misión era dirigir el alma del faraón muerto hacia Orión, donde se convertiría en dios. Dicho de otro modo, la ceremonia ritual consistente en liberar el alma del faraón de su cuerpo tendría lugar cuando el pozo, como si fuera un cañón de un arma de fuego, apuntase a Orión, y el alma del faraón iría volando hasta allí como un proyectil. Una cosa preocupaba a Bauval. Los cálculos de Virgina Trimble parecían indicar que el cañón del arma de fuego apuntaba a la estrella situada en el centro del Cinturón de Orión -la que correspondía a la pirámide de Kefrén- cuando debería haber apuntado a la estrella meridional, Zeta Orionis, que correspondía a la Gran Pirámide. Este problema lo resolvió finalmente un ingeniero alemán llamado Rudolf Gantenbrink, del que se dijo que había sido contratado para que eliminase la humedad de la pirámide. Gantenbrink había construido un pequeño robot que parecía un tractor y podía subir por los pozos. El robot había revelado que los pozos eran un poco más empinados de lo que había pensado Flinders Petrie. Éste había calculado que el pozo del sur tenía un ángulo de 44 grados 30 minutos, cuando en realidad era de 45 grados. Esta nueva medición significó que el cañón del arma de fuego apuntaba directamente a Zeta Orionis… aunque un siglo más tarde de lo que generalmente se cree. Si Bauval estaba en lo cierto, la pirámide se construyó entre el 2475 y el 2400 a. de C.
Robert Bauval es un ingeniero y escritor, nacido el 5 de marzo de 1948 en Alejandría, Egipto, de padres de origen belga. Fue educado en el colegio para muchachos ingleses La escuela de Alejandria, en Egipto, y en el Colegio franciscano en Buckinghamshire, Reino Unido. Su familia fue expulsada de Egipto durante el gobierno de Gamal Abdel Nasser. Ha pasado la mayor parte de su tiempo viviendo y residiendo en otros países del Oriente Medio y África. Ingeniero civil, desde muy joven se interesó por la egiptología y en la década de 1980 inició una investigación sobre las Pirámides de Egipto que intentaba combinar la astronomía y la historia. Ha publicado numerosos artículos sobre este tema y varios de sus hallazgos han sido presentados en el British Museum. Está dedicado desde 1979 al estudio del significado de las pirámides. Interesado ya no tanto en el cómo, sino en el porqué fueron construidas, y cuál pudo haber sido el origen de la majestuosa e imponente presencia en el desierto de las Pirámides, de su compleja estructura, su tamaño y su vocación de eternidad. Con los años se unió a Adrian Gilbert y la combinación de sus esfuerzos dio como resultado la investigación publicada y documentada de las conclusiones que se plantean, titulada El misterio de Orión (The Orion Mystery, Unlocking the Secrets of the Pyramids) publicado en 1994, acerca de la correlación de las construcciones piramidales del Antiguo Egipto con respecto a la observación estelar.
El misterio de Orión es su primer libro, en el cual explica su teoría sobre la Correlación de Orión con respecto a su posible influencia astronómica sobre la ubicación de las Pirámides en el desierto de Guiza. Bauval es conocido especialmente por su teoría sobre la Correlación de Orión (TCO). Esta teoría establece una relación entre la pirámides egipcias de la IV dinastía, en la meseta de Guiza, y el alineamiento de ciertas estrellas de la constelación de Orión llamada comúnmente Cinturón de Orión o las Tres Marías. Una noche, mientras trabajaba en Arabia Saudí, fue con su familia y un amigo a las dunas arenosas del desierto de Arabia para realizar un trabajo de campo. Su amigo le señaló la Constelación de Orión y mencionó que Mintaka, la estrella más pequeña y oriental del Cinturón de Orión, estaba ligeramente desviada de las demás. Bauval estableció una conexión entre el trazado de las tres estrellas principales del Cinturón de Orión, y la posición de las tres pirámides principales de la necrópolis de Guiza. Esta teoría ha inspirado los libros y otras de otros autores como Javier Sierra. Sierra y Bauval trabajaron juntos en el estudio de una hipotética Edad De Oro de la Humanidad, situada en el pasado más remoto, que debió extinguirse unos 10.500 a. C. y que fue el origen de todas las civilizaciones que conocemos.
Las hipótesis de Robert Bauval han sido rechazadas por arqueólogos e historiadores, considerándolas una forma de pseudociencia. Se ha discutido especialmente su afirmación sobre la supuesta existencia hace unos 12.500 años de una civilización progenitora avanzada y actualmente olvidada, que podría identificarse con la legendaria Atlántida, aunque no con ese nombre. No obstante algunos egiptólogos han aceptado la idea general de la posible existencia de cierta correlación astronómica, que podría haber sido representada y situada sobre ciertas estructuras y orientaciones de los monumentos del Antiguo Egipto, aunque no las correlaciones defendidas por Bauval y otros autores. En particular, la Teoría de la Correlación de Orión con las pirámides de Guiza no ha sido aceptada. Sin embargo, algunas ideas de Robert Bauval han sido defendidas por algunos científicos como el Dr. I.E.S. Edwards, que en una declaración de 1992 afirmó: “En mi opinión (Bauval) ha hecho varios descubrimientos interesantes”. Sin embargo, el propio Bauval reconoce que al realizar esta declaración, Edwards no conocía directamente el material utilizado para desarrollar sus teorías: “Probablemente no hubiera mostrado su apoyo a ideas tan controvertidas como vincular a Guiza con fechas como 10.500 o 11.500 a. C”.
En el año 2007, el escritor e investigador Scott Creighton ofreció una corroboración sustancial de la Teoría de la Correlación de Orión, mostrando que dos pirámides de las Reinas, coincidían con la posición de las estrellas del Cinturón de Orión, hace 13.000 años. La obra de Creighton muestra que las pirámides situadas en el sudoeste de la meseta de Guiza, imitan el alineamiento de las estrellas de Orión hacia el 10.500 a. C., y con el paso del tiempo rotaron 90º, y hacia el 2.500 a. C. estaban situadas en la misma alineación de las pirámides: La pirámide de Jufu (Keops), también conocida como la Gran Pirámide, la pirámide de Jafra (Kefrén) y la relativamente pequeña pirámide de Menkaura (Micerino). De esta forma las pirámides de Reyes y Reinas muestran el movimiento pendular de las estrellas del Cinturón de Orión. La obra de Creighton también explica por qué el faraón Kefrén o Jafra, que tuvo cinco esposas conocidas, no construyó pirámides para sus reinas tras su tumba en el centro de la llanura. Como marcadores del movimiento de las estrellas sólo es necesario marcar la situación inicial y final del movimiento pendular de la Constelación de Orión. No hay necesidad de construir marcadores intermedios, y por lo tanto, la pirámide de Kefrén carece de pirámides de Reinas. También en el año 2007 Creighton presentó una hipótesis que muestra cómo utilizando las posiciones de las estrellas de la constelación de Orión pueden obtenerse fácilmente las dimensiones (largo y ancho) de las tres grandes pirámides de Guiza.
La curiosidad de Bauval se centró en los «pozos de ventilación» de la Cámara de la Reina. En realidad, eran pozos que no podían ser respiraderos, toda vez que estaban cerrados por ambos extremos. Con la ayuda de un ordenador Bauval calculó en qué dirección apuntaba el pozo del sur de la Cámara de la Reina al construirse la pirámide. Sus conjeturas se vieron confirmadas: el pozo apuntaba a Sirio, la estrella de Isis. Lo que empezaba a aparecer era una idea muy convincente sobre la real finalidad de la Gran Pirámide. No era una tumba, sino un edificio ritual -una especie de templo- cuya misión era mandar el alma del faraón Keops volando a Zeta Orionis -que los egipcios llamaban al-Nitak-, donde reinaría eternamente con el nombre de Osiris. ¿Y cuál era la finalidad de la Cámara de la Reina? Basándose en que su pozo estaba alineado con Sirio, Bauval creía que era una cámara ritual para una parte anterior de la ceremonia: aquella en la que el hijo del faraón muerto ejecutaba un ritual llamado «la apertura de la boca», cuyo fin era devolverle la vida al faraón. Tenía que abrir la boca empleando un instrumento llamado «la azuela sagrada», que estaba hecho de hierro meteórico. En el antiguo Egipto el hierro era un metal rarísimo y sólo se encontraba en los meteoritos. Como llegaba de los cielos, los egipcios creían que los huesos de los dioses estaban hechos de hierro. En las ilustraciones de esta ceremonia el rey aparece con el falo en erección, toda vez que una parte de la ceremonia consistía en que el rey copulase con la diosa Isis. De ahí la alineación del pozo con Sirio, la estrella de Isis.
Sirio, o Sirius en su denominación latina, es el nombre propio de la estrella Alfa Canis Maioris (α CMa, también Alfa Canis Majoris), la más brillante de todo el cielo nocturno vista desde la Tierra, situada en la constelación del hemisferio celeste sur Canis Maior. Esta estrella tan notable, que es en realidad una estrella binaria, es muy conocida desde la antigüedad. Por ejemplo, en el Antiguo Egipto, la salida heliaca de Sirio marcaba la época de las inundaciones del Nilo, y ha estado presente en civilizaciones tan dispares como la griega y la polinesia. En ocasiones, y coloquialmente, Sirio es llamada «Estrella Perro» a raíz de la constelación a la que pertenece. Debido a ciertas irregularidades en la órbita del sistema Sirio formado por ambas estrellas, se ha sugerido la presencia de una tercera estrella, Sirio C, una presunta enana roja con un quinto de la masa del Sol y tipo espectral M5-9, en una órbita elíptica de seis años alrededor de Sirio A. Este objeto aún no ha sido observado y se discute su existencia real.
Dada su calidad de estrella excepcionalmente vistosa, Sirio se encuentra presente desde tiempos prehistóricos en la mitología, las religiones y las costumbres de numerosas culturas. Sirio, estrella conocida en el Antiguo Egipto como Sopdet, Sothis o Sethis (en griego: Σῶθις , Sothis), aparece ya en los primeros registros astronómicos simbolizada por un perro, origen del ulterior nombre del Can Mayor. Durante la época del Imperio Medio de Egipto, el pueblo egipcio basaba su calendario en el orto heliaco de Sirio, esto es, el primer día en que se hace visible por occidente de madrugada, justo antes de la salida del Sol y después de haberse alejado suficientemente del brillo del Sol. La importancia de este hecho reside en que marcaba el inicio de la temporada anual de crecida del río Nilo, antes del solsticio estival, después de una ausencia de setenta días en los cielos nocturnos. El jeroglífico de Sothis muestra una estrella de cinco puntas y un triángulo. Sothis era identificado con la gran diosa Isis, que formaba parte, junto a su esposo Osiris y su hijo Horus, de un triteísmo, mientras que ese periodo de setenta días en los que Sirio no se veía en el cielo simbolizaba el paso de Isis y Osiris por el duat, el inframundo egipcio. De un modo similar, para los chibchas de la actual Colombia la salida heliaca de Sirio anunciaba el comienzo de la temporada de lluvias.
Orión, (el Cazador), es una constelación prominente, quizás la mejor conocida del cielo. Sus estrellas brillantes y visibles desde ambos hemisferios hacen que esta constelación sea reconocida universalmente (visible durante el invierno en el hemisferio norte, verano en hemisferio sur). Orión se encuentra cerca de la constelación del río Eridanus y apoyado por sus dos perros de caza Canis Maior y Canis Minor peleando con la constelación del Tauro. En la mitología griega Orión fue un gigante que, según algunas versiones, nació de los orines de los dioses Zeus, Poseidón y Hermes. Otra leyenda cuenta que Orión acosaba a las Pléyades, hijas del titán Atlas, por lo que Zeus las colocó en el cielo. Todavía parece que, en el cielo, Orión continúa persiguiendo a las Pléyades. En la Mitología egipcia la estrella de Orion estaba asociada al dios Osiris (estrella Sirio). Brasseur creía que existió una antigua civilización de navegantes mucho antes de que aparecieran las primeras ciudades en el Oriente Medio y que sus marineros llevaron su cultura a todo el mundo. Charles Etienne Brasseur, conocido como Brasseur de Bourbourg (1814 – 1874) fue un sacerdote francés considerado uno de los pioneros en el estudio de la arqueología, la etnología y la historia precolombina de Mesoamérica. También creía que formaba parte de su religión el culto a Sirio, la estrella perro, lo cual se anticipaba a los descubrimientos que Marcel Griaule y Germaine Dieterlen hicieron entre la tribu africana de los dogon en el decenio de 1930.
La ineludible relación entre Sirio y el calendario egipcio ha ocasionado que, con el tiempo, Sirio y el conocido como ciclo sotíaco (también sotiaco, sothiaco o sótico) se hayan convertido también en un importante elemento que ayude a determinar con mayor exactitud la cronología del Antiguo Egipto, puesto que los antiguos egipcios no utilizaron un único sistema para fechar. Por otra parte, este método no está exento de inconvenientes y ello ha conllevado la aparición de algunos detractores que prefieran recurrir a otros sistemas. El ciclo sotiaco es el periodo de 1461 años de 365 días exactos (del calendario egipcio, en el juliano son 1460 años de 365,25 días) que tarda la salida heliaca de Sirio en coincidir de nuevo con el comienzo del año nuevo, el primer día del mes Thoth, descoordinación que viene acarreada porque el año egipcio no coincidía con el sidéreo. Gracias a la conservación de algunos restos arqueológicos que hacen referencia al orto heliaco de Sirio y de los que se conoce a qué dinastía pertenecen, como una tabla de marfil del faraón Dyer, se puede fijar una referencia a partir de la cual datar los acontecimientos sucedidos en el Antiguo Egipto.
En Sumeria, alrededor del tercer milenio antes de Cristo, Sirio adoptó ya papeles centrales en la religión sumeria. Como estrella de referencia para el calendario, y bajo la denominación MULKAK.SI.SÁ, cumplía una importante función en el ciclo agrícola; y con el nombre de MULKAK.TAG.GA (flecha del cielo) Sirio era considerada como una divinidad principal pero subordinada a la «estrella dominante de Dios sobre el resto de objetos celestes», Venus, que era adorada como la diosa Inanna. Finalmente, en la procesión de Akitu —año nuevo— Sirio recibía sus correspondientes ofrendas. Más tarde, y prácticamente sin cambios en lo que representaba, para los asirios y los babilonios Sirio suponía además, según las tablas de arcilla MUL.APIN, la señal para especificar los años bisiestos. La civilización de la Antigua Grecia observó que la aparición de Sirio anunciaba los cálidos y secos veranos mediterráneos, y por tanto temían que marchitara las plantas, que debilitara a los hombres y que excitara a las mujeres.
Debido a su brillo, la titilación de Sirio era más apreciable en las condiciones atmosféricas variables de principios del verano, lo cual indicaba, para los observadores griegos, ciertas emanaciones que provocaban su influencia maligna. Las personas que sufrían sus efectos eran denominadas αστροβόλητος (astrobólētos, «golpeadas por la estrella»). En la literatura se califica a la estrella como «ardiente» o «llameante». La temporada posterior a la aparición de Sirio pasó a ser conocida como los «días del perro». Los habitantes de Ceos, isla del archipiélago de las Cícladas, en el mar Egeo, ofrecían sacrificios a Sirio y a Zeus para que llevaran brisas frescas, y esperarían la reaparición de la estrella en verano. Si se elevaba clara, presagiaba buena fortuna, pero, por otro lado, si se alzaba brumosa o borrosa, vaticinaba (o más bien emanaba) pestilencia. Algunas monedas del siglo III a. C. recuperadas de la isla presentan perros o estrellas de los que surgen rayos, lo que destaca la relevancia de Sirio. También en Grecia, el astrónomo y matemático Aristarco de Samos consideró a la estrella por su brillo un sol.
Posteriormente, los romanos celebraban la puesta de Sirio el 25 de abril sacrificando para la diosa Robigo un perro junto con incienso, vino y una oveja, con objeto de proteger ese año las cosechas de enfermedades como la roya del trigo a causa de las emanaciones malvadas de la estrella. Asimismo, los romanos denominaron «canicŭla» (canícula) a los «días del perro» griegos, cultismo latino que se ha conservado en el idioma español y que retiene su significado, el cual se refiere a los días de mayor calor, lo que en España sucede hoy en día en el mes de agosto, aunque esta época de altas temperaturas antes tenía lugar tras el orto heliaco de Sirio; este desplazamiento temporal se debe a la precesión de los equinoccios. Claudio Ptolomeo de Alejandría, en el siglo II, cartografió las estrellas en los libros séptimo y octavo de su Almagesto, un tratado astronómico que contiene el catálogo estelar más completo de la antigüedad. En él, Ptolomeo usó Sirio como localización del meridiano central terrestre. Curiosamente, dibujó Sirio como una de las seis estrellas rojas, algo que hoy se sabe que no es cierto, pero que sin embargo fue un tema controvertido para los astrónomos durante mucho tiempo.Las otras cinco estrellas rojas son de clase M y K, como por ejemplo Arturo, en la constelación del Boyero, y Betelgeuse, en Orión.
En otro lugar del mundo, Polinesia, las estrellas más brillantes eran importantes para la navegación entre los miles de islas y atolones del océano Pacífico. Bajas, junto al horizonte, servían de brújulas estelares que ayudaban a los marineros a trazar su rumbo hacia su destino final. Adicionalmente, funcionaban como marcadores de latitud; en el caso de Sirio, coincide con la latitud del archipiélago de Fiji, en 17º S, de manera que sobrepasaba las islas cada noche. Para los polinesios el mapa de los cielos nocturnos no era el mismo que el de romanos y griegos. En su firmamento, Sirio pertenecía a una constelación llamada Manu, en la que hacía las veces de cuerpo de un gran pájaro cuyas puntas de las alas no eran otras que Canopus al sur y Proción al norte, otras dos estrellas notables, las cuales dividían la noche polinesia en dos hemisferios. De la misma forma en que la aparición de Sirio antes de la aurora anunciaba el verano para los griegos, para el pueblo maorí señalaba el comienzo del invierno, en su lengua llamado Takurua, nombre que designaba tanto a la estación como a Sirio. Su punto culminante en el solsticio invernal era día de fiesta en Hawái —archipiélago que, sin embargo, ya se encuentra en el hemisferio norte terrestre, pero a baja latitud—, donde era conocido como Ka’ulua, «Reina del cielo», aunque no es este su único nombre a lo largo del Pacífico, pues recibía otros como Tau-ua en las islas Marquesas, Rehua en Nueva Zelanda y Aa y Hoku-Kauopae en la propia Hawái.
En el siglo XVIII, el influyente filósofo prusiano Immanuel Kant reflexionó sobre Sirio y, a causa del rutilante centelleo de la estrella en el cielo europeo, donde no pueden verse rivales inmediatas en brillo como Canopus, Alfa Centauri o Achernar, pensó que sería el centro de gravitación del universo alrededor del cual rotarían el resto de objetos celestes. Existe un grupo étnico de Mali, los dogones, al que se le atribuye poseer conocimientos tradicionales sobre Sirio que teóricamente serían imposibles de adquirir sin la utilización de un telescopio. Según los libros Entretiens avec Ogotemmêli y Le renard pâle, del antropólogo francés Marcel Griaule (1898 – 1956), este pueblo no sólo conocía el periodo orbital de cincuenta años de Sirio y de su pequeño astro compañero antes que los astrónomos europeos y estadounidenses, sino que también hacían referencia a una posible tercera estrella en el sistema. Sirio A es conocida como Sigi tolo, Sirio B como Po tolo y la tercera estrella como Emme ya tolo. El libro de Robert K. G. Temple de 1976 The Sirius Mystery, en el que se asocia a los dogones con extraterrestres, les acredita además el conocimiento del sistema joviano descubierto por Galileo Galilei de las cuatro mayores lunas de Júpiter y también el conocimiento de los anillos de Saturno.
Tales nociones astronómicas no pasaron desapercibidas y generaron polémica y especulación. Partiendo de un artículo del año 1978 de la publicación Skeptical Inquirer, es posible que este extraordinario entendimiento del sistema Sirio fuera consecuencia de contaminación cultural, algo de lo que más recientemente se ha acusado a los propios etnógrafos, explicación que por el contrario parece demasiado simplista para otros. Noah Brosch, en su libro Sirius Matters, propuso que dicha transferencia cultural astronómica al pueblo dogón tuvo lugar en 1893, cuando una expedición francesa que pretendía contemplar un eclipse visitó su región. Otros posibles culpables de esa supuesta contaminación cultural podrían haber sido misioneros en el año 1930, antes de las primeras investigaciones de Marcel Griaule con los dogones.
Colin Henry Wilson (nacido el año 1931 en Leicester), es un escritor del Reino Unido, así como un destacado filósofo. Los principales temas de su obra son la criminalidad y el misticismo. Nacido y educado en Leicester, Reino Unido, dejó los estudios a los 16 años. Trabajó en fábricas y varias ocupaciones y leía en su tiempo libre. Cuando tenía 24 años, publicó The Outsider (1956), que examina el papel del “proscrito” social en varias obras literarias y figuras culturales, donde examina a Albert Camus, Jean-Paul Sartre, Ernest Hemingway, Hermann Hesse, Fyodor Dostoyevsky, William James, T. E. Lawrence, Vaslav Nijinsky y Vincent Van Gogh, y donde Wilson discute su percepción de la alienación social en su obra. El libro fue un éxito de ventas y ayudó a popularizar el existencialismo en Gran Bretaña. Sin embargo, el elogio de la crítica fue breve. Colin Wilson se convirtió en uno de los Jóvenes Iracundos de la literatura británica. Contribuyó a Declaration, una antología de manifiestos escritos por escritores existencialistas, con Protest: The Beat Generation and the Angry Young Men. Wilson y sus amigos Bill Hopkins y Stuart Holroyd, fueron un subgrupo más interesados en los “valores religiosos” que en la política liberal o socialista. Los críticos de la izquierda pronto los consideraron fascistas; el comentarista Kenneth Allsop los llamo “los jueces”.
Tras el éxito inicial de la primera obra de Colin Wilson, los críticos rechazaron Religion and the Rebel (1957). La revista Time publicó una reseña con una crítica muy negativa. Tras The Outsider las obras de Wilson se concentraron en los aspectos positivos de la psicología humana, así como el valor de la experiencia y la estrechez de la conciencia. Admiraba al psicólogo humanista Abraham Maslow y mantuvo correspondencia con él. Wilson escribió The War Against Sleep: The Philosophy of Gurdjieff sobre la vida, el trabajo y la filosofía de G. I. Gurdjieff –una introducción accesible al místico greco-armenio en 1980. A lo largo de su obra discute que el enfoque existencialista sobre la derrota o la náusea proporciona una representación parcial de la realidad y que no existe una razón particular para aceptarla. Wilson considera que la percepción cotidiana es afectada por la intensidad del momento y que no puede ser aceptada para mostrar la verdad sobre la realidad. La razón a posteriori tiene la ventaja evolutiva de que nos impide dejarnos llevar por completo por la maravilla o las emociones del momento. Para vivir de forma correcta necesitamos acceder a algo más que a las percepciones cotidianas. Wilson cree que las experiencias de placer y significado son tan reales como nuestras experiencias sobre la angustia, y debido a la experiencia del momento, son más reales. La experiencia puede cultivarse mediante la concentración, la atención, la relajación y ciertos tipos de trabajo. Wilson afirma que la criminalidad compulsiva es la manifestación de un intento patológico de conseguir la experiencia del placer mediante la violencia. Esto impulsa al criminal a mayores extremos de violencia o a un deseo de ser capturado.
Colin Wilson ha escrito obras sobre temas metafísicos y ocultistas. En 1971 publicó The Occult: A History (reeditado en España por Arcano Books en 2006, bajo el título Lo Oculto), realizando una exégesis de Aleister Crowley, G. I. Gurdjieff, Helena Petrovna Blavatsky, la cábala, la magia primitiva, Franz Anton Mesmer, Gregor Rasputin, Daniel Dunglas Home y Paracelso (entre otros). También escribió una biografía especialmente objetiva de Crowley: Aleister Crowley: The Nature of the Beast, así como biografías de otros visionarios espirituales o psicológicos como Gurdjieff, C. G. Jung, Wilhem Reich, Rudolf Steiner, y P. D. Ouspensky. Originalmente Colin Wilson se concentró en el desarrollo de lo que llamaba la “Facultad X”, que incrementaba la percepción y proporcionaba habilidades como la telepatía o la percepción energética. En sus obras posteriores sugiere la posibilidad de la existencia de vida tras la muerte y de los espíritus, que personalmente analiza como miembro del “Ghost Club”. También ha escrito obras eruditas sobre la criminalidad, enciclopedias y estudios sobre crímenes en serie. También está interesado en la vida y época de Jack el Destripador, y en los crímenes sexuales en general. En sus obras de ficción Colin Wilson explora sus ideas del potencial humano, principalmente en historias de intriga y ciencia ficción, e incluso varias obras sobre los Mitos de Cthulhu.
Desde 1960 gran parte de su obra de ficción, así como sus trabajos eruditos, se han interesado en la psicología criminal, especialmente en los asesinos en serie. Sin embargo también ha escrito ciencia ficción de tendencia más filosófica, incluyendo la aclamada serie de Spider-World. En The Strength to Dream (1961), Wilson atacó a H. P. Lovecraft, considerándolo un “enfermo” y un “mal escritor” que “rechazaba la realidad” –pero a regañadientes elogió la historia de Lovecraft “En la noche de los tiempos” como una buena obra de ciencia ficción. August Derleth, irritado por el ataque de Wilson a Lovecraft en The Strenght to Dream, desafió a Wilson a escribir una historia de los Mitos de Cthulhu, que daría lugar a The Mind Parasites –donde expone algunas de sus ideas filosóficas. Wilson también critica a Lovecraft en Order of Assassins (1972) y en el prefacio de The Philosopher’s Stone (1969). Su relato El regreso de los Lloigor (1969/1974) también está relacionado con los Mitos de Cthulhu –el personaje central de relato trabajo en el libro real del Manuscrito Voynich, pero también descubre una versión medieval árabe del Necronomicón, así como su novela The Tomb of the Old Ones (2002).
En una de las obras de Wilson Colin, “El Mensaje Oculto De La Esfinge”, en que se basa este artículo, el autor se inspiró al leer el libro “Serpiente en el cielo”, de John West, del que escribió una crítica y en el que encontró un pasaje que le impresionó. Fue el que habla de la grave erosión del cuerpo de la Gran Esfinge de Gizeh, que se debe a la acción del agua y no del viento y la arena. La confirmación de que la Esfinge fue erosionada por el agua bastaría para echar por tierra todas las cronologías de la historia de la civilización que se consideran válidas; obligaría, revaluar drásticamente la suposición del «progreso», es decir la suposición en que se basa la totalidad de la educación moderna. Sería difícil encontrar una sola y sencilla cuestión que tuviera consecuencias más importantes. Según el punto de vista habitual, las tres pirámides de Gizeh las construyeron tres faraones diferentes para utilizarlas como tumbas. Pero si representaban las estrellas del Cinturón de Orión, entonces toda su planta debía de haberse trazado mucho antes de que empezara a construirse la Gran Pirámide. ¿Cuándo?
Para comprender cómo abordó Bauval este problema, debemos volver a la precesión de los equinoccios, es decir, el temblor del eje de la tierra que ocasiona el cambio de su posición en relación con las estrellas, un grado a lo largo de 72 años y un círculo completo cada 26.000 años aproximadamante. En lo que se refería a Orión, este temblor hace que la constelación se desplace hacia arriba en el cielo durante 13.000 años y que luego vuelva a bajar. Pero durante el desplazamiento la constelación también se inclina un poco. Dicho de otra forma, el reloj de arena gira siguiendo las manecillas del reloj, luego gira al revés. Bauval observó que la única vez que la pauta de las pirámides en el suelo es un reflejo perfecto de las estrellas del Cinturón de Orión -en lugar de estar inclinada hacia un lado- fue en 10450 a. de C. Éste es también su punto más bajo en el cielo. Después de esto, empezó a subir otra vez de nuevo, y alcanzará su punto más elevado hacia el año 2550 d. de C. En el año 10450 a. de C. fue como si el cielo fuese un enorme espejo en el cual el curso del Nilo se «reflejaba» como la Vía Láctea; y las pirámides de Gizeh, como el Cinturón de Orión.
Al llegar a este punto de su libro, El misterio de Orión, Bauval hace una pregunta cuyo atrevimiento -después de tantos capítulos de precisos argumentos científicos y matemáticos- produce perplejidad. «¿Era la necrópolis de Gizeh, y específicamente, la Gran Pirámide y sus pozos, un gran marcador de tiempo, una especie de reloj estelar que tenía la misión de señalar las épocas de Osiris y, sobre todo, su Primera Vez?». Los egipcios daban a esta «Primera Vez» de Osiris el nombre de Zep Tepi, que fue la ocasión en la que los dioses confraternizaron con los seres humanos… el equivalente del mito griego de la Edad de Oro. La fecha 10450 a. de C. no significa nada para los historiadores, ya que es «prehistórica», más o menos la época en que aparecieron los primeros agricultores en el Oriente Medio. Pero Bauval nos recuerda que hay una fecha en la mitología, una sola, que se le acerca de manera razonable. Según el Timeo de Platón, cuando el estadista griego Solón visitó Egipto hacia el año 600 a. de C., los sacerdotes egipcios le contaron la historia de la destrucción de la Atlántida, acaecida unos nueve mil años antes, y de cómo se había hundido debajo de las olas. Generalmente no se daba ningún crédito a dicha historia porque también contaba cómo los atlantes habían luchado contra los atenienses y la verdad era que, por lo que se sabe, Atenas aún no se había fundado en aquel tiempo, es decir, en el 9600 a. de C. Sin embargo -como sabemos-, la historia de la Atlántida ha perseguido la imaginación de los europeos desde entonces.
Bauval señala que en el Timeo Platón no sólo da cuenta de la crónica que hace Solón de la Atlántida, sino que también dice que Dios hizo «almas en número igual al de las estrellas, y las repartió, cada alma para una estrella diferente, y quien bien viviera durante el tiempo que le correspondiese volvería a la habitación de su estrella consorte». Sin duda esto hace pensar en un concepto típicamente egipcio. Después de correr el riesgo de ofender a los egiptólogos planteando el asunto de la Atlántida, Bauval va más lejos y menciona que el clarividente Edgar Cayce afirmó que los planos de la Gran Pirámide se trazaron hacia 10400 a. de C. Es divertido observar que la autoridad en esta materia a la que cita no es otra que Mark Lehner, el archienemigo de la tesis de West referente a la Esfinge. Parece ser que Lehner era (y posiblemente sigue siendo) financiado por la Cayce Foundation y que empezó su carrera como seguidor de Cayce; en The Egyptian Heritage, Lehner arguyó que los «acontecimientos de la Atlántida» en el antiguo Egipto (es decir, la llegada de los atlantes) probablemente ocurrieron en el 10400 a. de C. De todos modos, Lehner desdeñó luego estas divagaciones de sus primeros tiempos y volvió a la ortodoxia. En la actualidad se le considera el principal experto mundial en las pirámides.
Edgar Cayce es una figura extraña y desconcertante. Nacido en una granja de Kentucky en 1877, parece que fue un niño bastante normal, exceptuando una extraña habilidad: podía dormir con la cabeza apoyada en un libro y despertar sabiendo todo lo que en él se decía. Al dejar la granja, se casó y empezó a trabajar de vendedor, aunque siempre había albergado la ambición de ser predicador. A los 21 años de edad su voz desapareció súbitamente, y el hecho de que volviera al ser hipnotizado pero desapareciese de nuevo al despertar inducía a pensar que el problema era más mental que físico. Que, de hecho, Cayce anhelaba inconscientemente dejar su empleo de vendedor. Al ser hipnotizado otra vez por un hombre llamado Al Layne, Cayce diagnosticó certeramente su propio problema y recetó su cura. Layne decidió entonces consultar con Cayce -sometido otra vez a hipnosis- sobre sus propios problemas médicos y Cayce le explicó cómo había que tratarlos. Al despertar y examinar las notas que Layne había tomado, insistió en que nunca había oído hablar de la mayoría de los términos médicos que constaban en ellas.
Cayce descubrió entonces que poseía la habilidad de diagnosticar enfermedades -y recetar la cura correspondiente- cuando se hallaba en trance hipnótico y su celebridad se extendió. En 1923, cuando tenía unos 45 años de edad, un día se escandalizó al enterarse de que durante uno de sus trances había predicado la doctrina de la reencarnación. Pese a ser cristiano devoto y ortodoxo, llegó a aceptar la idea de que los seres humanos renacen una y otra vez. Cuando se hallaba describiendo la vida pasada de un chico de 14 años, Cayce declaró que éste había vivido en la Atlántida hacia el 10000 a. de C. Desde entonces hasta el final de su vida, Cayce continuó «viendo» fragmentos de la historia relativos a la Atlántida. Algunos de estos comentarios parecían pensados para enfurecer a los escépticos y sembrar dudas incluso en el más imparcial de los estudiosos del pasado. Según Cayce, la Atlántida ocupaba en el océano Atlántico un lugar que iba desde el mar de los Sargazos hasta las Azores, y tenía una civilización floreciente que databa del 200000 a. de C. La civilización de los atlantes estaba muy desarrollada y poseía alguna clase de «piedra de cristal» que servía para atrapar los rayos del sol; también conocía la fuerza del vapor, el gas y la electricidad.
Por desgracia, debido a su prosperidad acabaron convirtiéndose en gente codiciosa y corrupta, merecedora de la destrucción que finalmente se abatió sobre ella. Esto ocurrió en varios períodos, uno hacia el 15600 a. de C. y el último alrededor del 10000 a. de C. Para entonces, los atlantes estaban dispersos por Europa y América del Sur. Sus archivos, según afirmó Cayce, se encontrarán en tres partes del mundo, una de las cuales es Gizeh o Guiza. Predijo que la Atlántida empezaría a subir otra vez, en la zona de Bimini, en 1968 y 1969. También predijo que en una cámara situada debajo de la Esfinge se encontrarían documentos que probarían la existencia de la Atlántida. El biógrafo de Cayce, Jess Starn, ha afirmado que su «promedio de aciertos, en lo que se refiere a las predicciones, era increíblemente elevado, próximo al cien por cien», pero los hechos no lo confirman. Es verdad que unas cuantas de las afirmaciones que hizo estando en trance han resultado fantásticamente acertadas: tales como la de que en otro tiempo el Nilo fluía hacia el oeste (los estudios geológicos han demostrado que en otro tiempo desembocaba en el lago Chad, a medio camino entre el Nilo actual y el océano Atlántico), que una comunidad conocida por el nombre de «los esenios» vivía cerca del mar Muerto (lo verificaron los pergaminos del mar Muerto, descubiertos dos años después de su muerte), y que dos presidentes norteamericanos morirían durante su mandato (Roosevelt y Kennedy).
Pero los críticos señalan la absoluta vaguedad de muchas de sus profecías, y el hecho de que tantas de ellas sencillamente no dieron nunca en el blanco. Cuando en 1938 le preguntaron si habría una guerra en la que se verían envueltos los Estados Unidos entre 1942 y 1944, desperdició una oportunidad magnífica de probar sus credenciales proféticas y respondió que dependía de si había un deseo de paz. Al preguntársele cuál podía ser la causa de tal guerra, replicó: «El egoísmo», lo cual parece una simplificación excesiva si se tiene presente el antisemitismo de Hitler y su deseo de ver cómo la raza aria conquistaba el mundo. Le hicieron preguntas sobre China y Japón y explicó que «el principio de la fe cristiana avanzará en medio de los tumultos que forman parte de los acontecimientos…», lo cual también se aleja tanto de la realidad que debe considerarse un fallo total. A las preguntas sobre Rusia respondió con una vaguedad excepcional y se limitó a declarar que los «tumultos» continuarían hasta que se autorizasen la libertad de expresión y el derecho al culto religioso. Al preguntársele sobre el papel de Gran Bretaña, Cayce replicó con oscuridad délfica: «Cuando sus actividades se dispongan de tal manera que se tengan en consideración todas las fases, Gran Bretaña podrá controlar el mundo para la paz…» , lo que también debe contarse como un fallo. Algunas de las profecías más alarmantes de Cayce eran que la Tierra se vería sometida a un período de cataclismos entre 1958 y el fin del siglo XX; que Los Ángeles, San Francisco y Nueva York serían destruidos, a la vez que Japón desaparecería debajo del Pacífico.
La investigación psíquica, al parecer, está sometida a una curiosa limitación a la que podríamos llamar «la ley de James», en honor del filósofo William James, que declaró que siempre parece haber pruebas suficientes para convencer a los creyentes y nunca suficientes para convencer a los escépticos. Todos los grandes psíquicos y clarividentes se han apuntado éxitos suficientes para probar su autenticidad y fracasos suficientes para probar que son muy falibles. Salta a la vista que Cayce no es ninguna excepción. Forzoso es reconocer que en este punto del presente libro Cayce es una digresión. Bauval hace sólo una referencia breve y pasajera a él… y a los «acontecimientos de la Atlántida» en El misterio de Orión. Sin embargo, la curiosa coincidencia de la fecha (10400 a. de C.) plantea una pregunta importante: ¿por qué los constructores de las pirámides de Gizeh las dispusieron de manera que reflejasen la posición del Cinturón de Orión en el 10450 a. de C.? Es difícil no estar de acuerdo con Bauval cuando afirma que deseaban indicar esta fecha como momento importante de su historia: probablemente como el principio de su época, su «Génesis».
La construcción de las pirámides de Gizeh duró como mínimo tres generaciones: Keops, Kefrén y Menkaura, y los trabajos ocuparon alrededor de un siglo. Parece, pues, que Kefrén y Menkaura las construyeron siguiendo unos planos. Es posible que estos planos los trazaran Keops y sus sacerdotes. Pero como ha demostrado Bauval, cabe argüir que los planos existieron desde el principio: el 10450 a. de C. Hay pruebas de que las grandes catedrales góticas se proyectaron siglos antes de que se constru-yeran; Bauval sugiere que lo mismo ocurrió en el caso de las pirámides de Gizeh. Y si aceptamos los argumentos de West y Schoch según los cuales la erosión de la Esfinge se debió al agua, entonces parece probable que West acierte al asignar a la Esfinge la fecha del 10450 a. de C. Pongamos por caso, pues, que es verdad que tanto West como Bauval están en lo cierto. Supongamos que los supervivientes de alguna catástrofe llegaron a Egipto a mediados del XI milenio a. de C. y trataron de reconstruir en el exilio un fragmento de su cultura perdida. Empiezan tallando la parte delantera de la Esfinge en una afloramiento de piedra caliza dura en las orillas del Nilo. Estaba orientada a la salida del sol en el equinoccio de primavera (o vernal). En algún período posterior, proceden a excavar la piedra caliza debajo de la Esfinge y a tallar el cuerpo de león.
¿Por qué un león? Porque, según sugiere Graham Hancock, la edad en que se construyó la Esfinge era la Edad de Leo. Hemos visto que el temblor del eje de la Tierra -que causa la precesión de los equinoccios- significa que se mueve como la manecilla que indica las horas en un reloj y señala una constelación diferente cada 2.160 años. Graham Hancock, nacido en Edimburgo en 1950 es licenciado en sociología y en la actualidad se dedica a la escritura de libros sobre ocultismo y misterios del mundo. Se le considera uno de los creadores de la llamada Teoría de la correlación de Orión, en la que se afirma que las pirámides representan al Cinturón de Orión. La Correlación de Orión es una conjetura formulada por Robert Bauval y Adrian Gilbert a mediados de los años 90, en su libro The Orion Mystery, Unlocking the Secrets of the Pyramids (El Misterio de Orión, descubriendo los secretos de las pirámides). Estos autores afirman que las pirámides de Guiza representan la imagen del cinturón de Orión en la superficie terrestre basándose en los supuestos conocimientos de los autores de la astronomía egipcia aplicados al diseño y emplazamiento de las pirámides, considerando estas construcciones como enormes tumbas orientadas hacia las estrellas (dioses) para un mejor paso de los faraones a una vida después de la muerte, de acuerdo a la religión del Antiguo Egipto. Sólo los autodenominados investigadores heterodoxos han aceptado esta teoría.
La Edad de Leo duró del 10970 al 8810 a. de C. Hancock remacha su argumento preguntando si es coincidencia que en la Era de Piscis (la nuestra) el símbolo del cristianismo sea un pez, que en la precedente Era de Aries encontremos carneros sacrificados en el Antiguo Testamento y un renacimiento del dios carnero Amón en Egipto, mientras que en la anterior Era de Tauro los egipcios rendían culto a Apis, el toro, y el culto del toro floreció en la Creta minoica. De manera que estos protoegipcios empezaron a proyectar su gran templo celeste en el XI milenio a. de C. y continuaron durante los siguientes mil años y pico, construyendo probablemente el Templo de la Esfinge y el Templo del Valle con los bloques gigantescos que sacaron de alrededor de la Esfinge. También es posible que construyeran el Oseirión cerca de Abydos y otros muchos monumentos que luego desaparecieron debajo de la arena. En tal caso, parece increíble que no llegaran a empezar el complejo de las pirámides. Hancock señala que la mitad inferior de la pirámide de Kefrén está construida con «bloques ciclópeos», mientras que más arriba, hacia la mitad, los bloques son más pequeños, lo que tal vez sugiera que se empezó en una etapa muy anterior. West también hace el siguiente comentario: «En el lado oriental de la pirámide de Kefrén los bloques son especialmente enormes y llegan a medir 6,4 metros de longitud y 30 centímetros de espesor…».
Pero si se construyó parte de la pirámide de Kefrén, parece poco probable que la Gran Pirámide se quedase en simple proyecto. El corazón de la Gran Pirámide, según dice Iodden Edwards en The Pyramids of Egypt consiste en «un núcleo de roca cuyo tamaño no puede determinarse con precisión». Puede que se tratara de un túmulo de tamaño considerable, posiblemente un «túmulo sagrado». Posiblemente la cámara inferior también se excavó en la roca en aquel tiempo, formando una especie de cripta. Y si las pirámides tenían por finalidad reflejar las estrellas del Cinturón de Orión, entonces parece más probable que también se empezara a construir la tercera pirámide, la de Menkaura. Incluso es posible que ésta fuera otro túmulo sagrado en este lugar.¿Por qué razón estos protoegipcios no continuarían trabajando hasta terminar la totalidad de las tres pirámides? La sugerencia obvia es que si sólo un pequeño grupo de ellos llegó a Egipto -quizá unos cien-, entonces sencillamente fue porque carecían de recursos humanos. Lo que necesitaban, en primer lugar, era sencillamente un centro religioso, el equivalente de la basílica de San Pedro de Roma o la catedral de San Pablo de Londres. La Esfinge y el túmulo sagrado -o túmulos sagrados- proporcionarían dicho centro.
Pero Robert Bauval y Graham Hancock han ofrecido una sugerencia mucho más interesante y verosímil. Una sugerencia que se basa en simulaciones creadas con un ordenador de los cielos de Egipto entre los años 10500 y 2500 a. de C. No tenemos ninguna manera de adivinar lo que pudo suceder entre estas dos fechas. Pocas civilizaciones florecen durante más de unos cuantos miles de años y, por ende, parece poco probable que esta civilización protoegipcia durase hasta los tiempos de los faraones. Puede que como civilización ni siquiera llegase hasta el VI o el V milenio a. de C., momento en que (según la Encyclopaedia Britannica) la gente de la edad de piedra empezó a llegar al valle del Nilo y a cultivarlo. La idea de que las culturas de la edad de piedra (la tasiense, la badariense y la nagadiense) pudieran coexistir con los restos de la cultura protoegipcia sugiere que los protoegipcios no eran nada más que un vestigio sacerdotal que tal vez vivía, al igual que los esenios de una era posterior, en algún equivalente de las cuevas del mar Muerto, y conservaron su conocimiento del mismo modo que los monasterios de la Edad de las Tinieblas conservaron el saber europeo.
I. E. S. Edwards publicó por primera vez The Pyramids of Egipt en 1947, pasando a ser la obra clásica en esta materia por excelencia. Edwards falleció en octubre de 1996, a los 87 años, después de convertirse en experto en Tutankamón y haber formado parte del equipo del Museo Británico entre 1955 y 1974. Hay cierto número de indicios de la existencia de esta casta sacerdotal -que a veces recibe el nombre de los Compañeros de Osiris– en los milenios comprendidos entre 10500 y 2500 a. de C. Lo que sí sabemos es que quizá Egipto ya empezó a unirse y formar una nación en el 4000 a. de C. Una obra llamada el Papiro de Turín -que por desgracia sufrió graves desperfectos cuando la enviaron al Museo de Turín sin haberla embalado de forma apropiada- menciona nueve dinastías de reyes de Egipto anteriores a Menes. Antes, según dice, Egipto era gobernado por dioses y semidioses y puede que estos últimos fueran alguna casta sacerdotal. La Piedra de Palermo menciona 120 reyes antes de Menes. Manetón, el sacerdote egipcio del siglo III a. de C., también produjo una lista que se remonta a una lejana época de dioses y abarca casi 25.000 años.
Lo que parece claro, si Schwaller de Lubicz está en lo cierto, es que llegó un momento en que los «semidioses» o sacerdotes se convirtieron en los mentores de la temprana civilización faraónica, a la que enseñaron geometría, ciencia y medicina. René Adolphe Schwaller es conocido como Schwaller de Lubicz y Aor, este último su nombre iniciático. Nace el 30 de diciembre de 1887 en Aisnieres (Francia), viviendo su juventud en Strasbourg, donde su padre ejercía como farmacéutico. Estudió química y sirvió a la Sociedad Teosófica durante dos años. Schwaller de Lubicz llegó a radicarse en Egipto en 1938 y durante los siguientes 15 años estudió el simbolismo de los templos, en particular el de Luxor, encontrando lo que consideró pruebas de que los antiguos egipcios fueron el último ejemplo de sinarquía porque fueron gobernados por un grupo de iniciados de elite. Pero ¿eran mentores en algún sentido práctico? Si lo eran, entonces tenemos que resolver algunos difíciles enigmas históricos.
Alrededor de un siglo antes de Keops, el faraón Zoser construyó un impresionante complejo funerario en Sakkara, del cual formaba parte la famosa Pirámide Escalonada. Supervisó la construcción el legendario arquitecto Imhotep, que era también el gran visir de Zoser y probablemente sumo sacerdote. Los griegos le llamaban Asclepio y le nombraron dios de la medicina. Parece muy posible que fuera descendiente de la Nueva Raza. La Pirámide Escalonada empezó a construirse como mastaba -es decir, una tumba de ladrillos de barro recubierta de estuco- y luego fueron agrandándola literalmente de escalón en escalón, hasta que alcanzó seis pisos de altura. Parece que inspiró en los egipcios del Imperio Antiguo la idea de construir pirámides. Dos generaciones después de Zoser llegó el faraón Snofru (o Snefru), el padre de Keops, que, según creían los antiguos egipcios, ordenó construir una pirámide en Meidum (de hecho, ahora se cree que la pirámide la construyó Hunit, el último faraón de la III dinastía), que parece inacabada. Lo único que ahora sigue en pie es una enorme torre cuadrada (en dos etapas) en la cima de lo que parece ser una colina. Hasta 1974 no señaló un físico alemán llamado Kurt Mendelssohn por qué la pirámide está inacabada: se derrumbó antes de que la terminasen, y probablemente causó muchísimos muertos. La «colina» sobre la que parece alzarse es un montón de escombros.
El faraón empezó construyendo una pirámide de siete pisos, y luego añadió un octavo piso. En este momento se decidió convertirla en la que es casi seguro que fue la primera pirámide lisa, para lo cual añadieron bloques de relleno y una capa de gruesas piedras de revestimiento. Es probable que la mala calidad del trabajo fuera la causa de que una de las piedras de revestimiento se saliera de su sitio por efecto del empuje lateral acumulado y las restantes debieron de derrumbarse como una avalancha en cuestión de segundos. Mendelssohn arguye que ésta es la razón por la cual otra pirámide, la Pirámide Acodada de Dashur, cambia de ángulo de inclinación en su mitad. Es muy probable que también la construyera Snefru y el hecho de que su ángulo se vuelva menos empinado sugiere que su arquitecto había sacado una lección provechosa del desastre anterior. El argumento central de Mendelssohn es que las pirámides no se construyeron con la intención de que fueran tumbas, sino para unir a muchas tribus en un estado-nación encomendándoles una tarea común. Es un argumento interesante, pero da la impresión de ser la teoría de un liberal moderno que fue alumno de Einstein (como es el caso de Mendelssohn), más que la de un egiptólogo. ¿Por qué Snofru no les ordenó que hicieran algo más práctico, como, por ejemplo, construir una presa en el Nilo o graneros inmensos? La intuición nos dice que fuera cual fuese la finalidad de las pirámides, tenía algo que ver con la religión egipcia.
El fracaso de Meidum parece contradecir la teoría de Schwaller según la cual la rápida aparición de la civilización faraónica se debió al legado que había recibido de la Atlántida. Aun reconociendo que la habilidad demostrada en la construcción de la Gran Pirámide induce a pensar en una civilización antigua y muy avanzada, seguimos teniendo derecho a preguntar: ¿dónde se encontraban los atlantes cuando el arquitecto de Snefru empezó a dar muestras de su incompetencia? No obstante, la respuesta podría ser sencilla. Si los constructores de la Esfinge habían vivido durante miles de años tan aislados como los monjes la Edad de las Tinieblas, es mas que probable que perdieran sus habilidades de constructores y tuviesen que aprenderlas de nuevo desde el principio. Entonces, ¿por qué habría que suponer que desempeñaron algún papel en el Egipto faraónico? ¿Acaso no es concebible que desapareciesen de la faz de la tierra y dejaran sólo una biblioteca de papiros llenos de moho que pocas personas podían descifrar? ¿Por qué deberíamos suponer que salieron de su aislamiento y empezaron a interpretar un papel práctico en la religión de los faraones?
Pues, para empezar, hay una prueba intrigante: Embarcaciones. En mayo de 1954 un arqueólogo llamado Kamal el-Mallakh descubrió un pozo rectangular en el lado meridional de la Gran Pirámide: 31,4 metros de longitud y 5,3 metros de profundidad. A 1,8 metros de profundidad había un techo formado por enormes bloques de piedra caliza, algunos de los cuales pesaban 15 toneladas. Debajo de este techo yacía una embarcación desmantelada construida con madera de cedro. Se procedió a reconstruirla -se necesitaron catorce años- y el resultado fue una embarcación de 43,6 metros de eslora, grande como las que llevaron a los vikingos a la otra orilla del Atlántico. John West dice de ella que era «una embarcación mucho más marinera que cualquiera de las que Colón hubiese podido utilizar». Thor Heyerdahl discrepa y, refiriéndose a esta misma embarcación en Las expediciones Ra, dice que «el casco aerodinámico se hubiera venido abajo en su primer encuentro con las olas del océano». Dice también que se construyó para «pompa y ceremonia» y para que el faraón la utilizase en la otra vida. Sin embargo, también reconoce que «la había construido de acuerdo con unas pautas arquitectónicas que las principales naciones marineras del mundo nunca superaron. Había construido su frágil embarcación fluvial de acuerdo con una pauta creada por los constructores de barcos de un pueblo que poseía una larga y sólida tradición de navegar en mar abierto».
Ahora bien, Heyerdahl precisamente debería reconocer el proyecto de una embarcación marinera al verlo. De hecho, sostiene que estos primitivos egipcios pudieron haber cruzado el Atlántico a bordo de un barco construido con cañas de papiro. Pero difícilmente puede decirse de él que lo demostrara, ya que su barco de papiro estaba virtualmente sumergido cuando llegó a Barbados. Obviamente, esto plantea una pregunta fundamental. Si el barco de Khufu se construyó «de acuerdo con una pauta creada por los constructores de barcos de un pueblo que poseía una larga y sólida tradición de navegar en mar abierto», ¿quiénes eran estos constructores de barcos? En Egipto hubo muy poca madera hasta que empezaron a importarse grandes cantidades en las postrimerías de la III dinastía: Snefru, el padre de Khufu, construyó una flota de 60 barcos. Pero no puede decirse que los egipcios de las primeras dinastías fueran un pueblo con una larga tradición de navegar en mar abierto. Después de todo, habían sido nómadas hacía sólo unos cuantos siglos, según la historia ortodoxa.
Cuando Graham Hancock estuvo en Abydos se acordó de otra faceta de este misterio al ver todo un cementerio de embarcaciones enterradas en un lugar del desierto situado a unos 12 kilómetros del Nilo. No había menos de una docena de barcos, algunos de ellos de cerca de 22 metros de eslora. Esto representa sólo más o menos la mitad de la eslora del barco de Khufu, aunque hay que tener en cuenta que datan de cinco siglos antes. Hancock cita un artículo del Guardian (21 de diciembre de 1991) que afirma que tienen 5000 años de antigüedad. También en este caso se trata de barcos marineros y no de barcos destinados a navegar por el Nilo. Suponiendo que sea verdad que estos barcos -y otro que se encontró en un segundo pozo cerca de la Gran Pirámide- fueran objetos puramente rituales y destinados a que los usara el faraón muerto, ¿de dónde sacaron los antiguos egipcios el proyecto de los mismos?
Según Schwaller de Lubicz -y West-, la respuesta es la siguiente: de los supervivientes de la Atlántida que llegaron en barcos. Pero ¿hay alguna prueba del uso de barcos marineros antes de la época de los faraones? Da la casualidad de que la hay. En 1966, un profesor norteamericano de historia de la ciencia llamado Charles H. Hapgood causó una gran polémica con un libro titulado Maps of the Ancient Sea Kings. La razón resulta clara al ver el título del último capítulo: «Una civilización que desapareció», que empieza así: Los datos que presentan los mapas antiguos parecen sugerir la existencia en tiempos remotos, antes del nacimiento de las culturas conocidas, de una verdadera civilización, una civilización de tipo avanzado, que o bien se hallaba localizada en una región pero tenía comercio con el mundo entero, o era una cultura mundial en el sentido real de la palabra. Esta cultura, al menos en algunos aspectos, estaba más avanzada que las civilizaciones de Grecia y Roma. En geodesia, ciencia náutica y cartografía estaba más avanzada que cualquier cultura conocida antes del siglo XVIII de la era cristiana. Hasta el siglo XVIII no creamos un medio práctico de encontrar la longitud. Fue en el siglo XVIII cuando por primera vez medimos con exactitud la circunferencia de la Tierra. Hasta el siglo XIX no empezamos a enviar barcos a explorar los mares árticos o antárticos y sólo entonces comenzamos a explorar el fondo del Atlántico. Los mapas indican que algunos pueblos antiguos hicieron todas estas cosas.
Fue una desgracia para Hapgood que durante el año siguiente, 1967, estos mismos mapas antiguos figurasen de forma prominente en un libro titulado Recuerdos del futuro, de Erich von Däniken, cuya intención era demostrar que probaban que en épocas remotas seres procedentes del espacio exterior habían visitado la Tierra. Däniken preguntaba cómo, en caso contrario, pudo el hombre antiguo examinar tan minuciosamente la costa de América del Sur y los polos Norte y Sur, sin haberlos visto nunca desde el aire. Las numerosas inexactitudes de Von Däniken y el carácter sensacionalista de sus teorías causaron una reacción violenta entre los estudiosos serios, que decidieron que todo el asunto era un cúmulo de absurdos. Y al denunciarse las inexactitudes de Von Däniken (por ejemplo, multiplicar el peso de la Gran Pirámide por cinco), empezó a circular la idea de que toda la cuestión de los «mapas de los antiguos reyes del mar» era un mito desacreditado. Esto era totalmente falso. Al cabo de más de un cuarto de siglo de su publicación, los datos que da el libro de Hapgood siguen siendo tan sólidos como siempre.
En septiembre de 1956, Hapgood se hallaba profundamente enfrascado en el estudio de otro misterio, el de las grandes glaciaciones, cuando oyó hablar de un enigma intrigante que parecía tener alguna relación con sus investigaciones. El 26 de agosto de 1956 se había celebrado un debate radiofónico en torno a un mapa antiguo llamado «el mapa de Piri Re’is», que había pertenecido a un pirata turco al que habían decapitado en 1554. Un grupo de respetables académicos y científicos habían dado su aprobación a la idea de que el citado mapa parecía mostrar el Polo Sur tal como era antes de que lo cubriese el hielo. La polémica había surgido porque aquel mismo año un oficial de la marina turca había regalado a la oficina hidrográfica de la marina norteamericana una copia del mapa de Piri Re’is, cuyo original había aparecido en el palacio de Topkapi de Estambul en 1929. Estaba pintado en un pergamino y fechado en 1513, y mostraba el océano Atlántico, con una pequeña parte de la costa de África a la derecha y toda la costa de América del Sur a la izquierda. Y al pie del mapa, había algo que parecía la Antártida.
El experto en cartografía de la oficina hidrográfica, W. I. Walters, se hizo cargo del mapa y se lo mostró a un amigo suyo, el capitán Arlington H. Mallery, que se dedicaba al estudio de antiguos mapas vikingos. Después de estudiarlo en su domicilio, Mallery hizo la sorprendente afirmación de que creía que el mapa mostraba la costa de la Antártida tal como era antes de que la cubriese una gruesa capa de hielo. Parecía mostrar ciertas bahías de la tierra de la Reina Maud, tal como eran antes de que se helaran. En 1949 una expedición organizada por Noruega, Suecia y Gran Bretaña había efectuado sondeos con equipo sonar a través del hielo -que en algunos puntos tenía un espesor de casi dos kilómetros- y descubierto aquellas bahías desaparecidas hacía tanto tiempo. Ya era asombroso que un mapa del siglo XVI mostrara la Antártida, que no había sido descubierta hasta 1818. Pero que mostrara la Antártida tal como era en tiempos prehistóricos parecía absurdo. Así lo habían afirmado algunos estudiosos indignados y por eso el grupo de expertos se había reunido en la universidad de Georgetown, en Washington, D. C., para defender a Mallery. Todo esto interesó vivamente a Hapgood, porque llevaba tiempo arguyendo que los casquetes de hielo polares se habían formado con bastante rapidez -a lo largo de miles de años en vez de millones- y hacían que la tierra temblase y los continentes se desplazaran. También había sugerido que grandes masas de hielo desprendido causaban grandes catástrofes y que la última de éstas había ocurrido alrededor de mil quinientos años antes, cuando la Antártida estaba 4.000 kilómetros y pico más cerca del ecuador.
Hapgood se puso en comunicación con el capitán Mallery, que le pareció un hombre sincero y honrado. Se enteró por él de que la Biblioteca del Congreso ya poseía facsímiles del mapa de Piri Re’is antes de que el oficial turco regalara una copia a la oficina hidrográfica, y que tenía muchos más mapas del mismo tipo. Eran los llamados «portulanos» -que significa «de puerto a puerto»- y los utilizaban los navegantes de la Edad Media. Y Hapgood se sorprendió al enterarse de que los estudiosos conocían estos mapas desde hacía siglos pero que nunca nadie les había prestado mucha atención. Decidió entonces hacer que sus alumnos del Keene State College, en Nueva Hampshire, llevaran a cabo un estudio completo de los mapas. ¿Por qué nadie les había prestado mucha atención? En primer lugar, porque los habían trazado navegantes medievales y se suponía que estarían llenos de errores e inexactitudes. ¿Para qué iba alguien a tomarse la molestia de compararlos con mapas más modernos? Pero como mínimo un estudioso -E. E. Nordenskiold, que recopiló un atlas de portulanos en 1889- estaba convencido de que se basaban en cartas que databan de mucho antes de la Edad Media. Eran demasiado exactos para ser obra de marineros medievales. Asimismo, las cartas que databan del siglo XVI no mostraban ningún avance respecto de las del siglo XIV, lo cual inducía a pensar que unas y otras se basaban en mapas más antiguos.
Asimismo, Nordenskiold también señaló que los portulanos eran más exactos que los mapas del gran geógrafo y astrónomo Ptolomeo, que trabajó en Alejandría alrededor de 150 d. de C. ¿Era posible que un marinero corriente pudiese superar a Ptolomeo, a menos que dispusiera de mapas antiguos para guiarse? Los estudiantes de Hapgood decidieron que la forma más sencilla de abordar el problema era ponerse en el lugar de los cartógrafos originales (o, en algunos casos, el cartógrafo, porque a menudo parecía que muchos mapas posteriores estuviesen basados en la misma carta original). Como sabe todo el mundo, el primer problema que surge al crear un mapa estriba en que el mundo es un globo y un papel plano forzosamente tergiversará sus proporciones. En 1569, Gerhard Mercator resolvió el problema «proyectando» el globo sobre una superficie plana y dividiéndolo en latitud y longitud. Es el método que todavía utilizamos. Pero esto se debe a que conocemos todo el globo. ¿Cómo acometería la tarea un cartógrafo antiguo que tal vez sólo conocía su propio país?
Los estudiantes decidieron que la forma sensata sería elegir algún centro para el mapa, trazar un círculo a su alrededor, luego subdividir este círculo en varios segmentos, como un pastel: dieciséis parecían tener sentido. Luego, si tenían que extenderse más allá del círculo, probablemente pegarían cuadrados al borde de cada «trozo». Piri Re’is había reconocido que su mapa era una combinación de veinte mapas en uno solo y que a menudo había permitido que se solaparan… o no se solaparan. Así, mostraba el río Amazonas dos veces, pero había omitido más de 1.400 kilómetros de la costa de América del Sur. Hapgood y sus alumnos tenían que utilizar la razón -por así decirlo- para volver a los veinte mapas originales. La primera pregunta era: ¿dónde estaba el «centro» original? Después de estudiar mucho el asunto, sacaron la conclusión de que estaba fuera del mapa, pero que probablemente se encontraba en Egipto. Alejandría parecía el lugar más indicado. Hapgood pidió a un amigo suyo que era matemático que tratase de encontrar la respuesta empleando la trigonometría (por suerte, nadie le había dicho que los expertos opinaban que las cartas no se basaban en la trigonometría). Encontrar la solución necesitó tres años.
Cuando finalmente resultó obvio que el lugar que andaban buscando tenía que estar situado en el Trópico de Cáncer, se dieron cuenta de que sólo una ciudad antigua parecía satisfacer los requisitos: Siena, que ahora se llama Asuán y es el emplazamiento de la moderna presa. Siena, en el Alto Egipto, tiene una distinción interesante: fue el lugar desde donde el erudito griego Eratóstenes, jefe de la Biblioteca de Alejandría, había calculado el tamaño de la Tierra hacia el 200 a. de C. Eratóstenes oyó decir por casualidad que el 21 de junio de todos los años, el sol se reflejaba en el fondo de cierto pozo profundo que había en Siena: es decir, estaba directamente sobre él, de tal modo que las torres no proyectaban ninguna sombra. Pero en Alejandría sí la proyectaban. Lo único que tenía que hacer era medir la longitud de una sombra en Alejandría el mediodía del 21 de junio y calcular a partir de ello el ángulo que formaban los rayos de sol al caer sobre la torre. Resultó que era de siete grados y medio. Y dado que la Tierra es un globo, la distancia de Siena a Alejandría debía de ser siete grados y medio de la circunferencia de la Tierra. Como sabía que la distancia de Siena a Alejandría era de 5000 estadios (800 kilómetros y pico), el resto era fácil: siete grados y medio cabe cuarenta y ocho veces en 360, de modo que la circunferencia de la Tierra tenía que ser 500 veces 848: 38.616 kilómetros. En realidad se acerca más a 40.225 kilómetros, pero Eratóstenes se aproximó de forma asombrosa.
Ahora bien, Eratóstenes había cometido un pequeño error consistente en aumentar la circunferencia de la Tierra en cuatro grados y medio. Hapgood descubrió que si tenía en cuenta este error, el mapa de Piri Re’is resultaba todavía más exacto. Era, pues, virtualmente seguro que el mapa se basaba en antiguos modelos griegos inspirados en Eratóstenes. Pero Hapgood pensó que es poco probable que cuando hicieron sus mapas los geógrafos de Alejandría salieran en barco para ver los lugares que aparecían en ellos. Era casi seguro que utilizaban mapas más antiguos… y entonces introducían el error. Así pues, los mapas más antiguos debían de ser aún más exactos que los de Alejandría. A un tutor de uno de los últimos Ptolomeos, Agatárquides de Gnido, le dijeron que la longitud de la base de la gran pirámide era una octava parte de un minuto de un grado. Y a partir de esto es posible calcular que los constructores de las pirámides sabían que la cir- cunferencia de la Tierra era de poco menos de 40.225 kilómetros, cifra que es aún más exacta que el cálculo que hizo Eratóstenes. En vista de ello, no nos queda ninguna duda de que los antiguos egipcios no sólo sabían que la Tierra era un globo, sino que conocían también su tamaño con un margen de error de unos cuantos kilómetros.
Evidentemente, diríase que esto indica una de dos cosas: o bien los egipcios poseían una marina capaz de circunnavegar el globo, tenían acceso a información de alguien que sí poseía tal marina, o de-los astronautas o dioses procedentes de las estrellas. Pero ya hemos visto que uno de los primeros faraones en poseer una marina fue Snefru, padre de Keops, y apenas habría tiempo para que sus barcos dieran la vuelta al mundo y trazaran mapas detallados antes de que se construyese la pirámide (con sus pozos para embarcaciones). Margaret Murray señala que algunos miembros de la población del Egipto predinástico -los gerzeenses (hacia 3500 a. de C.) pintaban barcos al decorar su cerámica; pero en estos barcos hay remeros y parece poco probable que los gerzeenses (posiblemente cretenses) dieran la vuelta al mundo remando. Así que nos queda la posibilidad de que hubiera navegantes que cruzaran los océanos mucho antes del Egipto dinástico.
¿Cuánto tiempo antes? El mapa de la Tierra de la Reina Maud, en el Polo Sur, que hizo Piri Re’is muestra unas bahías antes de que el hielo las cubriese, y Hapgood calculó que la última vez que la Antártida estuvo libre de hielo fue en algún momento anterior al 4000 a. de C. Las muestras del núcleo que tomó la expedición antártica de Byrd en 1949 indicaron que el último período cálido en la Antártida terminó entonces. Los indicios son que empezó más o menos en el 13000 a. de C. Alguien había trazado mapas de la Antártida hace como mínimo seis mil años, y es posible que mucho antes. Pero un mapa no sirve para nada sin algo escrito en él, y la fecha oficial de la invención de la escritura es hacia el 3500 a. de C. (en Sumeria). Asimismo, la cartografía es un arte complejo que requiere conocimientos de trigonometría y geometría. Además, parece que estamos postulando la existencia de una civilización muy desarrollada antes del 4000 a. de C. Y dado que las civilizaciones tardan mucho tiempo en desarrollarse, parece posible que estemos hablando de miles de años antes de la fecha indicada.
En noviembre de 1959, Hapgood concertó una visita a la Biblioteca del Congreso para examinar otros portulanos. Al entrar en la sala de conferencias, quedó impresionado al ver que había literalmente cientos de mapas. Pasó días examinándolos y descubrió que muchos de ellos mostraban un continente meridional. (De hecho, Mercator también lo había mostrado… pero sólo porque creía que estaba allí y no porque lo conociera.) Al ver un mapa trazado por un hombre que se llamaba Oronteus Finaeus en 1531, quedó súbitamente paralizado. El mapa no sólo mostraba el Polo Sur completo, como visto desde el aire, sino que, además, se parecía de modo sorprendente al Polo Sur que vemos en los mapas modernos. Mostraba las mismas bahías sin el hielo, ríos que fluían hacia el mar e incluso montañas que actualmente se encuentran bajo el hielo. Había un sólo problema. Oronteus Finaeus había dibujado una Antártida demasiado grande. Entonces Hapgood descubrió algo que parecía ser la explicación. Por algún motivo extraño, Oronteus había trazado un círculo pequeño en medio de su Antártida y le había puesto el nombre de Círculo Antártico.
El verdadero círculo antártico va alrededor de la Antártida, en el mar. Entonces Hapgood se dio cuenta de que el círculo que había dibujado en su propio mapa para representar el paralelo 80 estaba en el centro de su versión de tamaño normal de la Antártida, justo donde Oronteus había trazado su propio Círculo Antártico. Era obvio que algún copista anterior del mapa original había confundido el paralelo 80 con el Círculo Antártico y le había dado el nombre que no le correspondía. El resultado de semejante error sería mostrar la Antártida unas cuatro veces mayor de lo que era… justo lo que había hecho Oronteus Finaeus. Hapgood también sacó la conclusión de que los errores en el mapa mostraban que Oronteus Finaeus lo había construido partiendo de gran número de mapas más pequeños y solapados. Su razonamiento volvía a señalar la existencia de mapas mucho más antiguos… y más exactos. Parecía ineludible sacar la conclusión de que algún cartógrafo había trazado el mapa de la Antártida en los tiempos en que en ella no había hielo. Asimismo, la minuciosidad del mapa indicaba que el cartógrafo había pasado algún tiempo allí. La conclusión lógica parecía ser que se trataba, en realidad, de un habitante de la Antártida en los tiempos en que era cálida y habitable… y posiblemente tenía una marina capaz de dar la vuelta al mundo.
Esto concordaba con la teoría que Hapgood venía desarrollando desde principios del decenio de 1950 y que había propuesto en un libro titulado Earth’s Shifting Crust (1959), cuyos datos impresionaron tanto a Einstein, que escribió un prefacio para el mismo. La finalidad del libro había sido explicar los cambios bruscos en el clima de la Tierra … lo que un paleontólogo ha llamado «súbitas e inexplicables revoluciones climáticas», que a menudo llevan aparejadas grandes extinciones de especies como los mamuts. El mamut de Beresovka, que fue hallado en Siberia en 1901, se había helado cuando estaba erguido con alimentos en la boca y plantas de primavera -entre las que había ranúnculos- en el estómago. Hapgood dedica un capítulo entero a estas «grandes extinciones». La teoría de Hapgood era que la corteza de la Tierra se parece bastante a la tela que se forma en la superficie del jugo de carne al enfriarse y puede verse empujada literalmente de un lado a otro por las grandes masas de hielo de los polos. Hasta el decenio de 1960 no se percataron los científicos de la existencia de las placas tectónicas de la Tierra, y Hapgood las tuvo en cuenta en una edición posterior de su libro titulado The Path of the Pole.
Su argumento seguía siendo que el hielo podía hacer que la corteza entera de la Tierra -placas tectónicas y todo- se moviera como una sola masa. Cita pruebas científicas de que en otro tiempo la bahía de Hudson estaba en el Polo Norte y cita también un estudio del magnetismo de las rocas británicas que se hizo en 1954 e indica que en otro tiempo las islas Británicas se encontraban más de tres mil kilómetros más al sur. Científicos soviéticos han afirmado que el Polo Norte estaba en un punto tan meridional como son los 55 grados de latitud hace sesenta millones de años, y que se encontraba en el Pacífico, al sudoeste del sur de California, hace trescientos millones de años. Asimismo, en otro tiempo la India y África estaban cubiertas por una capa de hielo mientras que Siberia se libró de ello, lo cual es incomprensible. Hapgood hace la siguiente pregunta: ¿no es posible que una glaciación no cubra toda la Tierra simultáneamente, sino sólo las partes que penetran en las regiones polares? Y luego arguye que, antes del último «acontecimiento catastrófico» de hace 15.000 años, el continente antártico se encontraba cuatro mil kilómetros y pico más al norte. Así que Hapgood no se llevó ninguna sorpresa al encontrar en el mapa de Oronteus Finaeus indicios de que en otro tiempo en el Polo Sur no había hielo y probablemente había en él ciudades y puertos.
Un mapa turco de 1559, cinco años antes de que naciera Shakespeare, muestra el mundo desde una «proyección» septentrional, como si estuviera inmóvil en el aire sobre el Polo Norte. También en este caso la exactitud es increíble. Pero puede que su rasgo más interesante sea que Alaska y Siberia parecen estar unidas. Dado que esta proyección muestra un globo con forma de corazón, con Alaska en un lado del «hoyuelo» y Siberia en el otro, esto podría indicar meramente que el cartógrafo no tenía espacio para mostrar el estrecho de Bering, que separa los continentes. Si no es así, las consecuencias que pueden sacarse son asombrosas; existía realmente un puente de tierra en un pasado remoto,… pero puede que haga ya 12.000 años. Otros portulanos antiguos eran igualmente notables por su exactitud, como el portulano de Dulcert, que data de 1339. Se nota que el cartógrafo poseía un conocimiento exacto de una zona que va de Galway a la cuenca del Don en Rusia. Otros mostraban el Egeo salpicado de islas que en la actualidad no existen -es de suponer que el hielo las ahogó al fundirse-, un mapa del sur de Gran Bretaña trazado con exactitud pero sin Escocia y con indicios de glaciares, y una Suecia parcialmente helada aún.
Un mapa de la Antártida que Philippe Buache, el cartógrafo francés del siglo XVIII, publicó en 1737 la muestra dividida en dos islas, una grande y otra pequeña, con una considerable extensión de agua entre ellas. El reconocimiento efectuado en 1958 demostró que esto es correcto. En los mapas modernos la antártida aparece como una masa sólida. Hasta Oronteus Finaeus la mostró así. De ello se deduce que Buache utilizó mapas que eran mucho más antiguos que los que usó Oronteus Finaeus… posiblemente miles de años más antiguos. Tal vez lo más interesante que descubrió Hapgood sea un mapa de China que encontró en Science and Civilization in China, de Needham, y que data de 1137 y está tallado en piedra. Gracias al estudio del mapa de Piri Re’is y de otros portulanos europeos, Hapgood estaba al corriente del «error de longitud» que ya hemos mencionado; ahora quedó asombrado al encontrarlo en este mapa de China. Si estaba en lo cierto, entonces también los chinos conocían los mapas «originales» en que se basaba el de Piri Re’is.
Todo esto explica por qué Hapgood sacó la sorprendente conclusión de que antes del 4000 a. de C. había en la Tierra una civilización marítima, mundial y floreciente y que su probable centro estaba en el continente antártico, donde en aquel tiempo no había hielo. En el último capítulo de Maps of the Ancient Sea Kings, Hapgood dice: «Cuando era joven tenía yo una fe sencilla en el progreso. Me parecía imposible que una vez el hombre hubiera pasado por un hito del progreso en una dirección, pudiese pasar de nuevo por él en la dirección contraria. Una vez inventado el teléfono, seguiría estando inventado. Si civilizaciones pasadas se habían desvanecido, era só-lo porque no habían aprendido el secreto del progreso. Pero la ciencia significaba progreso permanente, sin volver atrás…». Y ahora los indicios de esta «civilización desvanecida» parecían contradecir aquella conclusión. Cita al historiador S. R. K. Clanville, que dice (en The Legacy of Egypt): «Puede ser, como sospechan algunos, que la ciencia que vemos como los albores de la historia documentada no fuera ciencia en sus albores, sino que represente los restos de la ciencia de alguna gran civilización que todavía no ha sido localizada».
Hapgood, por supuesto, no menciona la Atlántida, ya que hubiera sido un riesgo demasiado grande para su reputación académica. Sin embargo, sus lectores difícilmente pueden evitar que la historia de la Atlántida haga acto de presencia en su pensamiento. Después de todo, parece como si la gran catástrofe de hace quince mil años de que habla Hapgood pudiera haber sido el principio del desastre que, según Platón, sepultó el continente. El problema, como hemos visto, es que la crónica de la Atlántida que hace Platón es difícil de aceptar. En el Timeo nos dice que los atlantes combatían agresivamente contra Europa en el 9600 a. de C. y que la conquistaron hasta Italia a la vez que conquistaban el norte de África hasta Libia. Fueron los atenienses quienes, según Platón, continuaron luchando solos y finalmente vencieron a los atlantes,. después de lo cual las indundaciones sepultaron tanto la Atlántida como Atenas. Pero dado que la investigación arqueológica no muestra ninguna señal de ocupación del emplazamiento de Atenas antes del 3000 a. de C. (momento en que, al parecer, había un asentamiento neolítico bastante avanzado en el lugar de la Acrópolis), los expertos lo consideran un mito más que historia. Aunque algunas de las sorpresas que hemos encontrado en la historia antigua de Egipto y de otras zonas, como la Troya de Heinrich Schliemann, inducen a pensar que no deberíamos formarnos una opinión definitiva.
En su diálogo fragmentario Critias, del cual sólo se conservan .unas cuantas páginas, Platón nos dice que los atlantes eran grandes ingenieros y arquitectos. Su capital estaba construida en una colina y rodeada de franjas concéntricas de tierra y agua, unidas por túneles lo suficientemente grandes como para permitir el paso de barcos. En la ciudad, cuyo diámetro era de 17 kilómetros y pico, había templos consagrados al dios del mar, Poseidón, o Neptuno, y palacios, así como extensos puertos y muelles. Un canal de unos 90 metros de anchura y unos 30 de profundidad comunicaba el círculo de agua más exterior con el mar. Detrás de la ciudad había una llanura rectangular de alrededor de 480 por 320 kilómetros en la cual los agricultores cultivaban los alimentos con que se abastecía la ciudad. Rodeaban esta llanura montañas que descendían hasta el mar y estaban llenas de poblados, lagos y ríos. Platón da muchos detalles relativos a la arquitectura -incluso menciona el color de las piedras de los edificios- y los refectorios comunales con fuentes de agua caliente y fría hacen pensar en una de las fantasías utópicas de H. G. Wells.
Pero a resultas del cruzamiento -es de suponer que con inmigrantes-, los atlantes empezaron paulatinamente a alejarse de sus orígenes divinos y a portarse mal. Zeus decidió entonces que necesitaban una lección que los «metiese en vereda» y convocó una reunión de los dioses… En este punto el fragmento se interrumpe y nos perdemos el resto de la historia, que en otro tiempo continuaba en un tercer diálogo. Los encargados de la edición Böllingen de Platón explican que éste se hallaba «descansando su mente… inventando un cuento de hadas, la isla más maravillosa que cupiera imaginar». Pero si su intención era crear una fábula o un cuento de hadas, el motivo no está claro; parece mucho más probable que se trate de una historia antigua que Sócrates contó a Platón. Y si era una obra de ficción, ¿por qué incluyó Platón su primera crónica breve de la Atlántida en su Timeo, su crónica de la creación del universo, que Benjamin Jowett calificó de «el mayor esfuerzo de la mente humana por concebir el mundo en su totalidad…» si se trataba meramente de un cuento de hadas?
En la segunda mitad del siglo XIX, barcos de las marinas británica, francesa, alemana y norteamericana empezaron a efectuar sondeos del fondo del Atlántico y descubrieron la «cordillera de la mitad del Atlántico», que, como su nombre indica, es una cadena de montañas que va desde Islandia hasta casi el círculo polar antártico, que en determinado punto tiene una anchura de 965 kilómetros. Ésta ha resultado ser una región donde hay mucha actividad volcánica. El descubrimiento causó gran sensación, lo cual es comprensible, y llamó la atención de un miembro del Congreso de los Estados Unidos que se llamaba Ignatius Donnelly, al que L. Sprague de Camp ha calificado de «tal vez el hombre más erudito que jamás se haya sentado en la Cámara de Representantes». Al perder su escaño en 1870, cuando contaba 39 años de edad, Donnelly se retiró para escribir Atlantis: The Antediluvian World, basándose en extensos estudios que llevó a cabo en la Biblioteca del Congreso. El libro salió doce años más tarde y se vendió mucho desde el primer momento. El éxito era merecido; el libro refleja un gran saber e incluso hoy es tan ameno como cuando se escribió. Donnelly muestra amplios conocimientos de mitología y antropología, y cita en griego y hebreo. Estudia leyendas que hablan de una inundación y proceden de diversas partes del mundo, de Egipto a México, y señala sus similitudes, y arguye que antiguas civilizaciones sudamericanas como, por ejemplo, los incas y los mayas presentan un parecido interesante con civilizaciones de la Europa antigua.
Su sugerencia de que las Azores pueden ser las cimas de las montañas de algún continente sumergido impresionó tanto a Gladstone, el primer ministro británico, que intentó -sin conseguirlo- persuadir al gabi-nete británico a destinar fondos para mandar un barco en busca de la Atlántida. Al igual que Schwaller de Lubicz, llamó la atención de Donnelly la rapidez con que la civilización egipcia parece haber alcanzado un alto grado de desarrollo; y también al igual que Schwaller, sugirió que era debido a que el origen de su civilización estaba en la Atlántida. En su libro Lost Continents (1954), L. Sprague de Camp afirma que «la mayoría de las exposiciones de hechos que hace Donnelly… o bien eran erróneas cuando las hizo, o las han refutado descubrimientos posteriores». Sin embargo, su lista de errores de Donnelly -tales como sus opiniones sobre la civilización egipcia- no hace más que poner de relieve que Donnelly tenía un olfato muy bueno para encontrar indicios interesantes del pasado.
Fue una una desgracia para la incipiente ciencia de la «atlantología» que tropezase con el mismo problema con que tropezaría Hapgood al publicar Maps of the Ancient Sea Kings y verse incluido en la misma categoría que Erich von Däniken y otros defensores de la teoría de los «astronautas de la antigüedad». Cinco años antes de que apareciera Atlantis, de Donnelly, una «ocultista» rusa llamada Helena Blavatski había publicado una obra enorme sobre mitología antigua titulada Isis sin velo, que obtuvo un inesperado éxito de venta. Una de sus mil quinientas páginas se ocupa brevemente de la Atlántida y declara que sus habitantes eran «mediums naturales» cuya inocencia infantil había hecho de ellos presa fácil de algún ente malévolo que los convirtió en una nación de practicantes de la magia negra; empezaron una guerra que llevó a la destrucción de la Atlántida. Madame Blavatski murió en Londres en 1891, después de fundar la Sociedad Teosófica. Su última y enorme obra, La Doctrina Secreta, pretendía ser un comentario de una obra religiosa titulada Las estancias de Dyzan, supuestamente escrito en la Atlántida. Según Madame Blavatski, la actual raza humana es la quinta raza de seres inteligentes de la Tierra. Su predecesora inmediata eran los atlantes.
Un destacado teósofo que se llamaba W. Scott-Elliot escribió seguidamente una obra titulada The Story of Atlantis (1896), que se hizo muy popular. Scott-Elliot afirmaba haber adquirido su conocimiento directamente gracias a que era capaz de leer los «registros akásicos», es decir, los anales de la historia de la Tierra que se encuentran grabados en una especie de «éter psíquico» y a los que pueden acceder las personas poseedoras de sensibilidad psíquica. Más adelante escribiría un libro parecido sobre Lemuria, otro «continente perdido» que se supone que estaba situado en el Pacífico. Donnelly había señalado que hay indicios de que Australia es la única parte visible de un continente que se extendía desde África hasta el Pacífico, y el zoólogo L. P. Sclater lo bautizó con el nombre de Lemuria, señalando que la existencia de lémures desde África hasta Madagascar parecía sugerir la existencia de una masa continental continua.
Uno de los teósofos más influyentes a finales del siglo pasado y comienzos del actual fue el austríaco Rudolf Steiner, que en 1904 produjo una obra titulada From the Akasic Records, que describía la evolución de la raza humana. Al igual que Madame Blavatski, Steiner afirmaba que el hombre empezó como un ser completamente etéreo que ha ido adquiriendo solidez con cada paso de su evolución. Los lémures eran la tercera raza y los atlantes, la cuarta. Al igual que Platón, Steiner declara que los atlantes se volvieron cada vez más corruptos y materialistas, y que su utilización de fuerzas destructivas dio lugar a la catástrofe, que Steiner sitúa alrededor de 8000 a. de C., que causó la desaparición de la Atlántida debajo de las olas. Debido a la adopción de la Atlántida por los ocultistas, todo lo relacionado con ella cayó en el descrédito. En el decenio de 1920, el director de un periódico escocés, un tal Lewis Spence, trató de dar marcha atrás a esta tendencia volviendo al método puramente histórico de Donnelly en The Problem of Atlantis (1924) . Presentó argumentos a favor de la existencia de un gran continente atlántico en el mioceno (hace entre 25 y 5 millones de años) que se desintegró y dio origen a una serie de islas, dos de las cuales, las mayores, se encontraban cerca de la costa de España. Otra isla llamada Antillia estaba en la región de las Indias Occidentales. El continente oriental empezó a desintegrarse hace unos 25.000 años y desapareció hace unos 10.000.
Antillia continuó existiendo hasta tiempos más recientes. El hombre de Cromañón llegó de la Atlántida y exterminó a la estirpe europea del hombre de Neandertal hace alrededor de 25.000 años. Atlantes posteriores, el llamado «hombre aziliense», fundaron las civilizaciones de Egipto y Creta, mientras que otros atlantes huyeron hacia el oeste y se convirtieron en los mayas. Al igual que tantos teóricos de la Atlántida, Spence se obsesionó con su tema y obras posteriores, como por ejemplo Will Europe Follow Atlantis? y The Occult Sciences in Atlantis, muestran un descenso de los niveles de rigor intelectual. A finales del decenio de 1960, un arqueólogo griego, el profesor Angelos Galanopoulos, propuso la sorprendente teoría de que la Atlántida era la isla de Santorin, situada al norte de Creta. La isla saltó en pedazos hacia el 1500 a. de C. a causa de una tremenda explosión volcánica que probablemente también destruyó la mayoría de las islas griegas y las llanuras costeras de Grecia y Creta. Pero ¿cómo podía la pequeña isla de Santorini ser el enorme continente de la Atlántida que describe Platón, con su llanura interior de 480 kilómetros y pico? Galanopoulos sugiere que el escriba sencillamente multiplicó las cifras por diez… y que esto también es aplicable a las fechas: los 9.000 años antes de Platón en realidad deberían ser 900 (es decir, hacia el 1300 a. de C.). Galanopoulos dice que sin duda un canal de unos 90 metros de anchura y unos 30 de profundidad es absurdo; unos 9 de anchura y unos 3 de profundidad parecen más razonables.
La principal objeción que cabe poner a esta teoría es que Platón afirma claramente que la Atlántida estaba más allá de las Columnas de Hércules: Gibraltar. Galanopoulos arguye que dado que Hércules llevó a cabo la mayoría de sus trabajos en Grecia, las Columnas de Hércules podrían ser los dos promontorios más meridionales de Grecia. Pero Platón también dice que los atlantes ejercían su dominio sobre el país hasta Egipto y el mar Tirreno y, por supuesto, ninguno de los dos lugares se encuentra dentro de los promontorios griegos. Pese a estas objeciones, la Junta de Turismo de Santorini ha aprovechado plenamente la teoría para colocar carteles afirmando que la isla es la Atlántida original. En 1968 , pareció como si fuera a cumplirse la profecía de Edgar Cayce en el sentido de que la Atlántida volvería a subir en 1968 y 1969 . Un guía de pescadores llamado Bonefish Sam llevó al arqueólogo y explorador submarino doctor J. Manson Valentine a un lugar donde había una formación regular de piedras enormes bajo el agua, que parecía obra del hombre. Valentine sacó la conclusión de que era parte de un camino ceremonial que llevaba a algún lugar sagrado y que lo había construido «la gente que hizo las grandes esferas de América Central, las enormes plataformas de Baalbek en el Líbano, Malta en el Mediterráneo, Stonehenge en Inglaterra, las murallas de Ollantaytambo en Perú, las avenidas de menhires en Bretaña, las ruinas colosales de Tiahuanaco en Bolivia y las estatuas de la isla de Pascua: se trataba de una raza prehistórica que podía transportar y colocar piedras ciclópeas de una manera que sigue siendo un misterio para nosotros».
Cuando le dijeron que Edgar Cayce había profetizado que la Atlántida reaparecería cerca de Bimini, Valentine se llevó una sorpresa y quedó impresionado. Durante un tiempo el «camino de Bimini» dio lugar a numerosas especulaciones y una expedición encabezada por el doctor David Zink se pasó meses estudiando las piedras. Sin embargo, los resultados no fueron concluyentes. Aunque un bloque de construcción estriado y una cabeza estilizada que pesaba más de 90 kilos parecían contradecir a los escépticos que declaraban que los bloques eran formaciones naturales, jamás se descubrieron pruebas concluyentes que vincularan el camino a una civilización desaparecida; puede que las piedras sean simplemente restos que datan de los últimos mil años. No es extraño, pues, que Hapgood no tuviera ninguna intención de exponerse a que se burlasen de él si mencionaba la Atlántida. Años mas tarde demostraría un valor notable al publicar un libro titulado Voices of Spirit, que era una serie de entrevistas -o, mejor dicho, «sesiones»- con el medium Elwood Babbitt, en las cuales, según parece, Hapgood pudo sostener conversaciones con -entre otros personajes: Nostradamus, la reina Isabel I de Inglaterra, William Wordsworth, Abraham Lincoln, Gandhi, John F. Kennedy, Albert Einstein y Adlai Stevenson.
Para entonces, no obstante, Hapgood ya se había jubilado y no le importaba lo que el mundo académico pensara de él. El libro es el medio que le sirve para expresar su convencimiento de que el siguiente paso en la evolución del hombre se dará dentro del reino de lo psíquico y paranormal. No obstante, la idea de Hapgood en el sentido de que la cortezá de la Tierra quizá era capaz de «deslizarse» intrigó a un joven canadiense llamado Randy Flemming, que vivía en la Columbia Británica. En el decenio de 1970, mientras esperaba noticias sobre si había obtenido un puesto de bibliotecario en la universidad de Victoria, Flemming decidió distraerse escribiendo una novela de ciencia ficción sobre la Atlántida en el año 10000 a. de C. Decidió que el lugar donde actualmente está la Antártida sería un buen emplazamiento para la Atlántida. Una vez hubo obtenido el empleo, encontró Maps of the Ancient Sea Kings, de Hapgood, y vio el mapa de la Antártida sin hielo, que le recordó inmediatamente el mapa de la Atlántida que dibujara el arqueólogo jesuita del siglo XVII Atanasius Kircher. Flemming empezó a estudiar seriamente la Atlántida, con la ayuda de la biblioteca de la universidad. La tarea adelantó mucho cuando su esposa, Rose -también bibliotecaria-, le dio un ejemplar del National Atlas of Canada que revelaba que en el norte del Yukón y en algunas islas árticas no había hielo durante la última glaciación.
Fue mientras daba vueltas a esta curiosa anomalía cuando oyó hablar de la teoría de Hapgood sobre la corteza móvil de la Tierra. Cuando vio que la teoría de Hapgood situaba el continente antártico 4.000 kilómetros y pico más cerca del ecuador hacia el 15000 a. de C., salió de la biblioteca «dando saltos de alegría». De pronto parecía que su novela de ciencia ficción estuviera basada en hechos. Flemming empezó a trabajar en un artículo para la revista Antrhopological Journal of Canada sobre el problema de por qué la agricultura parece haber empezado en todo el mundo alrededor del 9000 a. de C. Su propia sugerencia era que «el desplazamiento cortical de la tierra» de que hablaba Hapgood ocurrió en algún momento anterior al 9000 a. de C. e hizo que grandes extensiones del mundo pasaran a ser inhabitables, a la vez que atrapaba en pequeñas zonas a gentes que normalmente se habrían desplazado de un sitio a otro. Dado que los alimentos naturales no tardarían en escasear en tales condiciones, se vieron obligados a aprender a cultivar sus propios alimentos..También escribió a Hapgood para hablar de Earth’s Shifting Crust, y Hapgood, que no sabía que Flemming ya lo había leído, le envió un ejemplar de su Maps of the Ancient Sea Kings.
Por aquel entonces -1977- los Flemming tuvieron la romántica idea de combinar sus apellidos -Flemming y De’Ath- para formar uno solo: Flem-Ath. Más adelante, Randy Flemming reconocería con tristeza que «parece que el resultado principal ha sido que nos perdiéramos en todos los sistemas de archivo de la burocracia canadiense». Con gran temeridad, los Flem-Ath decidieron que tenían que trasladarse a Londres, para poder continuar sus investigaciones en el Museo Británico. Fue un período muy fructífero que terminó con el regreso de la pareja a Canadá en el decenio de 1980 y la continuación de los estudios de la «corteza móvil de la Tierra» que les permitieron escribir When the Sky Fell Down (1995). Colin Wilson se enteró de la existencia de los Flem-Ath durante una entrevista que mantuvo con John West en Nueva York en 1994. Les escribió y al cabo de un tiempo recibió una copia del manuscrito de When the Sky Fell Down. El punto de partida de los Flem-Ath era Platón. No sólo las crónicas de la Atlántida, sino también el comentario que hace en Las leyes, en el sentido de que la agricultura mundial tuvo su origen en las regiones elevadas después de que una gran inundación catastrófica destruyera todas las ciudades de las tierras bajas. Platón, por supuesto, ya había dado la fecha de la destrucción de la Atlántida: 9600 a. de C.
Los Flem-Ath señalan que el botánico soviético Nikolai Ivanovitch recogió más de cincuenta mil plantas silvestres de todo el globo y sacó la conclusión de que procedían de ocho centros de origen, todos ellos situados en cordilleras. También señalan que la moderna crónica científica del origen de la agricultura da una fecha de aproximadamente el mismo período. Uno de los principales lugares de origen era el lago Titicaca, en Perú, el lago de agua dulce más alto del mundo. Curiosamente, otra zona montañosa conocida como lugar de origen de la agricultura más o menos en la misma época se encuentra en las tierras altas de Tailandia, exactamente en las antípodas del lago Titicaca. De hecho, la teoría de Hapgood había señalado con exactitud estos dos lugares como zonas de estabilidad después del gran cataclismo que formaba parte de su teoría. «Después de cientos de miles de años viviendo de la caza y la recolección, la humanidad empezó a experimentar con la agricultura en lugares opuestos de la Tierra al mismo tiempo. ¿Es esto verosímil sin la intervención de alguna fuerza exterior?»
Egipto había sido tropical antes del desplazamiento de la corteza; ahora pasó a ser templado. Y lo mismo, según Hapgood, ocurrió en Creta, Sumeria, la India y China. Todos estos lugares se convirtieron en sitios donde floreció la civilización. En las páginas siguientes los Flem-Ath hablan de los mitos sobre catástrofes de muchas tribus de amerindios: los utes, los kutenai, los okanagan, los a’a’tam, los cahto, los cheroquis y los araucanos de Perú. Todos ellos tienen leyendas que hablan de terremotos violentos seguidos de inundaciones que causaron desastres generalizados. Los utes cuentan la historia de cómo el dios liebre disparó una flecha mágica contra el sol y lo hizo saltar en pedazos y entonces hubo terremotos e inundaciones que sumergieron la Tierra. Muchas leyendas parecidas sugieren que una gran catástrofe fue precedida de algún cambio en la faz del sol que le dio aspecto de haberse roto en pedazos. Un cronista español cuenta el terror que se apoderó de los incas al producirse un eclipse de sol… a la vez que otro comenta que los araucanos huyen corriendo a las tierras altas siempre que hay un temblor de tierra.
Existen también numerosas leyendas de supervivencia que se parecen a la historia del arca de Noé. Los haida del noroeste de Canadá tienen un mito sobre una inundación que es virtualmente idéntico al de Sumeria, en el Oriente Medio. En todos los rincones del mundo se cuenta la misma historia. El sol se desvía de su órbita regular. El cielo se desploma. La Tierra sufre terremotos que la desencajan y desgarran. Y finalmente una gran ola de agua sumerge el globo. Los supervivientes de semejante calamidad hacían todo lo posible por evitar que volviese a suceder. Vivían en una época de magia. Era natural y necesario inventar estratagemas complejos para apaciguar al dios sol y controlar u observar su órbita. De ahí, según los Flem-Ath, el gran número de extrañas costumbres mágicas relacionadas con el sol que los antropólogos han observado en todo el mundo. Los Flem-Ath examinan a continuación los indicios de que muchas zonas de la Tierra se creía que estaban enterradas en las profundidades del hielo durante la última glaciación. Huesos de lobo encontrados en Noruega al norte del círculo polar ártico revelaron que esta zona debía de tener un clima templado hace 42.000 años, cuando se supone que era asolada por una glaciación. «De las treinta y cuatro especies que sabemos que vivían en Siberia antes del 9600 a. de C., entre las que había mamuts, ciervos gigantes, hienas y leones de las cavernas, veintiocho se habían adaptado al clima templado», lo cual indica que Siberia era entonces un lugar mucho más cálido que hoy.
En aquel tiempo, dos inmensas capas de hielo se extendían de un lado a otro de Canadá. Sin embargo, tenemos indicios de que había un corredor sin hielo entre ellas. ¿Por qué? La respuesta de Hapgood es que en aquel tiempo el golfo de México estaba en el este y el Yukón, en el oeste, de modo que el sol fundía la nieve a lo largo de dicho corredor tan rápidamente como caía. Los Flem-Ath citan indicios de que un desplazamiento de la corteza terrestre hacia el 91600 a. de C. empujó Europa al interior del círculo polar ártico, mientras que otro que tuvo lugar alrededor del 50600 a. de C. hizo que América del Norte entrase en la zona polar. Los Flem-Ath sostienen que todo esto indica que la Antártida actual es el lugar donde se encontraba la legendaria Atlántida. También citan los datos que proporciona el mapa de Hapgood para reforzar su teoría. Algún movimiento de la corteza terrestre empezó hacia 15000 a. de C. y culminó con un violento cataclismo en el 9600 a. de C., la época en que, según Platón, la Atlántida y también Atenas sufrieron catástrofes.
¿Y cómo encontró Atanasius Kircher, el jesuita del siglo XVII, el mapa de la Atlántida que por primera vez llamó la atención de Randy Flemming a causa de su gran parecido con la Antártida? En el primer volumen de su obra enciclopédica Mundus subterraneus, publicada en 1665, Kircher afirmó que el mapa que había descubierto en sus investigaciones lo robaron de Egipto los invasores romanos. El original del mapa no se ha encontrado, pero parece improbable que un erudito jesuita lo inventase, especialmente en una obra científica. Como señalan los Flem-Ath, tanto la forma como el tamaño del mapa concuerdan notablemente con la Antártida tal como la conocemos ahora por los sondeos sísmicos.O, incluso, con la Antártida como se muestra ahora en la mayoría de los globos terráqueos. Para Graham Hancock, la teoría de la Antártida que propusieron los Flem-Ath fue una especie de liberación. Llevaba unos cuantos meses trabajando en su libro sobre el problema de una civilización perdida cuando recibió una carta de dimisión de su investigador. La carta explicaba que, a su modo de ver, la búsqueda no tenía el menor sentido, toda vez que tal civilización tendría que ser enorme … al menos 3.200 kilómetros y pico de lado a lado, con ríos y montañas, y una historia considerable de desarrollo a largo plazo. No había en el mundo ninguna masa continental conocida en la que pudiera caber tal civilización.
En cuanto a la idea de que podía encontrarse bajo las aguas del Atlántico, actualmente tenemos mapas detallados del fondo del océano Atlántico y no hay ninguna señal de un continente perdido. Lo mismo cabe decir del fondo de los océanos Pacífico e Índico. Así pues, a pesar de los indicios de alguna civilización anterior -tales como los que contienen los mapas de Hapgood-, parecía no haber ningún lugar donde pudieran estar ocultos sus restos. De hecho, la respuesta estaba en Hapgood y en la creencia que expresa en Maps of the Ancient Sea Kings: que los mapas de la Antártida prueban que alguien que vivía en el continente, en una época en la que no había hielo en él, debió de encargarse de trazar mapas del mismo. Sin embargo, difícilmente se puede culpar a Graham Hancock por no haber sacado la conclusión obvia. Hizo falta la decisión fortuita de Randy Flemming, la de escribir una novela de ciencia ficción en la cual -a modo de hipótesis puramente novelesca- suponía que la Antártica era la Atlántida, para poner en marcha la serie de razonamientos encadenados que le condujeron al descubrimiento.
En cuanto a por qué el propio Hapgood no dio a su «civilización perdida» el nombre de la Atlántida, la respuesta es que -aparte de su deseo de no exponerse a las burlas de sus colegas universitarios- opinaba que el nombre de la civilización perdida no tenía importancia. En una carta de agosto de 1977 dijo a los Flemming: «Bien puede ser que después de examinar este libro (Maps of the Ancient Sea Kings) decidan ustedes no insistir tanto en la Atlántida, esto es, en los mitos, porque el libro contiene suficientes pruebas concluyentes para sostenerse por sus propios méritos». Lo cual, por supuesto, es verdad. Pero lo cierto es que Hapgood no había estudiado los abundantes indicios de los mitos sobre catástrofes de todo el mundo, ni los indicios materiales de lugares como Tiahuanaco. De haber estudiado todo esto, tal vez hubiese decidido que valía la pena soportar unas cuantas burlas a cambio de poder decir que era el primero en asociar sus mapas antiguos con la palabra prohibida…
excelente artìculo
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Comentarios por mariana | julio 9, 2012 |
Extraordinario, muy bueno
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Comentarios por Eduardo | julio 19, 2012 |
estoy asombrado y anonadado, yo creo que estan apuntando a algo, una ciencia exacta. Yo creo que conm todos los años de desarrollo k tenemos encima y no seriamos capazes de cortar una piedra igual de ninguna piramide y mucho menos de apilarlas asi en armonia
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Comentarios por israel goez mansilla | noviembre 14, 2012 |
Excelente trabajo de investigación a fondo y planteado de una manera muy interesante, entré a tu post buscando confirmar un dato, pero no pude soltarlo hasta que lo terminé, te felicito. Yo he escrito sobre los mapas de Piri Reiss y aunque hace mucho que me interesa la Atlántida y he hecho amplias investigaciones, apenas voy a empezar a escribir sobre el tema, aunque desde un punto de vista un poco diferente. Saludos
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Comentarios por serunserdeluz | febrero 17, 2013 |
Reblogged this on HISTORIA, CIENCIA, AZTECAS, MITO, CALENDARIO, ANTROPOLOGÍA and commented:
Una gran riqueza de datos sobre los temas sobre los que yo también escribo, aunque con un punto de vista un poco diferente, de todos modos, me parece muy interesante esta publicación
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Comentarios por serunserdeluz | febrero 17, 2013 |
Gracias. Prometo mirar tu blog
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Comentarios por oldcivilizations | febrero 17, 2013 |
Espero tu visita, saludos
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Comentarios por serunserdeluz | febrero 18, 2013
Reblogged this on infosaludtic and commented:
Muy interesante!!
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Comentarios por rebetec | febrero 17, 2013 |
Interesante compilación de teorías, pero todo lo que se dice de la Atlántida, y cómo se relaciona con las Pirámides y la Esfinge, etc., incluso hasta lo que se dice fue dicho por Platón, es todo falso o erróneo. Por ejemplo, se afirma en el artículo lo siguiente: «cuando el estadista griego Solón visitó Egipto hacia el año 600 a. de C., los sacerdotes egipcios le contaron la historia de la destrucción de la Atlántida, acaecida unos nueve mil años antes…»
Primero, Solón visitó Egipto entre el 580 y el 570 A.C, pero bueno, admitiremos ese pequeño error de entre veinte y treinta años de más, pero lo que si no podemos admitir es lo de que «los sacerdotes egipcios le contaron la historia de la destrucción de la Atlántida, acaecida unos nueve mil años antes», porque es ¡no es cierto! Como vengo demostrando desde hace casi veinte años, en ningún momento los sacerdotes egipcios usan la cifra de 9000 años para referirse a la fecha de la destrucción de la Atlántida, sino solamente para fijar la antigüedad de la ciudad de Atenas y los atenienses mismos. La fecha de la antigüedad de Atlantis no se da ni una sola vez, y la destrucción de Atlantis, se ubica en el Critias 110a-b y 112b, en los tiempos en que reinaban en Atenas los reyes del linaje de los Cecrópidas, y poco antes del cataclismo del Deucalión. Para los griegos antiguos, la época de los Cecrópidas y de el cataclismo de Deucalión, se fijaban entre el 1580 y el 1530 A.C. En números redondos, entre el 1600 y el 1500 A.C. o sea, finales de la Edad del Bronce.
Además, tales 9000 años para la fundación de Atenas y 8000 para al fundación de Sais, que es lo que claramente se lee en los textos en griego (los cuales he estudiado directamente, es decir, en los códices y manuscritos), ni siquiera serían años griegos o solares como los nuestros, sino egipcios de uno o dos meses contados como si fueran años, según los cálculos o sistemas (diakosmoseos) de calendarios de los sacerdotes de Sais (como se precisa en el Timeo 23), y según Eudoxo, el mayor astrónomo y matemático, experto en sistemas de calendarios egipcios -precisamente- y discípulo de Platón, que convivió con los mismos egipcios por muchos años, estos años de los egipcios de Sais, eran ciclos de dos meses lunares (mêna) contados como si fueran ciclos de un año (eniauton), por tanto, los 9000 años lunares no serían más que 18000 meses lunares de treinta días, por tanto, no más de 1500 años, que sumados a la fecha en que Solón habló con los sacerdotes egipcios, no rebasarían el 2080 A.C. Por lo que tales 9000 años, según el sistema o regulaciones o cálculos (diakosmoseos) registrado en los archivos de Sais, equivaldrían a unos 1500 años antes, y esa era la antigüedad de la fundación de Atenas, mientras que la de Sais, según el mismo sistema de años lunares egipcios, era de 8000 años que serían en años solares griegos, unos 1333 años antes de la conversación con Solón, o sea, que Sais habría sido fundada en el 1913 A.C.
Ahora bien, suponiendo incluso (aún sin fundamento ni motivo alguno) que Eudoxo hubiera mentido, y que realmente estos años de los sacerdotes egipcios de Sais fueran iguales que los años de los griegos, o sea, como los nuestros, de doce meses, aún en tal caso, la cifra de los 9000 años sólo se da para fijar la antigüedad de la fundación de Atenas, o sea, del pueblo ateniense, es decir, la cantidad de años que habían pasado desde que fue fundada la primera Atenas hasta unos mil años antes de la conversación (como se dice en el Timeo 23) cuando entonces surgió la guerra entre los Atlantes y los pueblos del interior del Mediterráneo, especialmente contra la fracción greco-egipcia, tal como leeemos en griego el Griego Clásico de Platón, en el Critias 108e, «Recordemos que la suma (o totalidad) de años transcurrido había sido de 9000, cuando entonces surgió la guerra entre los pueblos de fuera de las Columnas de Hércules (del Atlántico) y los pueblos del interior (del Mediterráneo)…»
Todos los detalles de estas demostraciones que he venido haciendo durante casi veinte años podéis verificarlas personalmente, con toda precisión, mediante la exposición de las fuentes primarias extraídas directamente de los códices y manuscritos en cualquiera de mis más recientes libros donde trato este asunto, como, por ejemplo, el Tomo I del Epitome de la Atlántida Histórico-Científica (www.AtlantidaHistorica.com), el libro ATLANTIS CHRONOLOGIA – Antigüedad y Tiempos de la Atlántida (Atlantología Histórico-Científica) de Georgeos Díaz-Montexano ( http://www.amazon.es/dp/B00C2DQ3K4 ) o Eudoxo de Cnido y las fuentes egipcias sobre la cronología de la Atlántida (ATLANTOLOGIA HISTORICO-CIENTIFICA) de Georgeos Díaz-Montexano ( http://www.amazon.es/dp/B00A946FA6 ).
Bueno, de todo lo demás que se dice sobre la Atlántida, según las profecías y videncias de Cayce, pues sobraría explicar nada. Mientras que todo el mundo sepa que son solo eso, supuestas visiones, sueños, contactos espirituales, etc, y no fuentes históricas antiguas, creo que es suficiente, aunque si me gustaría aclarar que es una completa falacia, el asumir y hasta dar por sentado que Atlantis fue la cuna de Egipto y que fue quien enseñó a los egipcios a construir pirámides, por cuanto no existe en ninguna de las fuentes primarias sobre la historia de la Atlántida nada que hable de que construyeran pirámides ni de que hubieran sido los fundadores o progenitores de la civilización egipcia. Entiendo que cualquiera puede pensar lo que le vengan en gana, y hasta lanzar cualquier especulación o hipótesis, pero al menos que se deje bien claro, que no existe ni una sola fuente antigua sobre la Atlántida que acredite que esta hubiese construido pirámides ni que fuera la progenitora o maestra tecnológica de los egipcios.
Otra de las grandes mentiras en este artículo (que simplemente la han tomado de otro autor moderno) es la siguiente:
«…¿Y cómo encontró Atanasius Kircher, el jesuita del siglo XVII, el mapa de la Atlántida que por primera vez llamó la atención de Randy Flemming a causa de su gran parecido con la Antártida? En el primer volumen de su obra enciclopédica Mundus subterraneus, publicada en 1665, Kircher afirmó que el mapa que había descubierto en sus investigaciones lo robaron de Egipto los invasores romanos. El original del mapa no se ha encontrado, pero parece improbable que un erudito jesuita lo inventase, especialmente en una obra científica…»
Pues bien, como ya demostré mediante un estudio directo desde el texto en Latín de Mundus Subterraneus, de Kircher, eso es ¡completamente falso¡. No solo no dice Kircher nada de que el mapa fuera egipcio ni que lo hubieran sustraído y llevado a Roma, sino que claramente dice que es una reconstrucción suya, o sea, un mapa dibujado por el mismo, siguiendo la descripción de la Atlántida, según lo que leyó en Platón. O sea, una mera reconstrucción paleogeográfica de cómo él creía que había sido la Atlántida y dónde había estado emplazada, por tanto, un mapa dibujado por él mismo, para ilustrar su hipótesis o interpretación sobre la Atlántida que Platón describió.
Pueden ver mi lbro al respecto, o bien descargarse la versión gratuita, en PDF, aquí: http://www.youblisher.com/p/252351-Athanasius-Kircher-Atlantis/
Un cordial saludo,
Georgeos
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Comentarios por Georgeos Díaz-Montexano | agosto 4, 2013 |
Gracias por su extenso comentario y por las aportaciones que hace. En mis artículos no pretendo estar en posesión de la verdad, ya que cuando hablamos de antigüedades de varios miles de años disponemos de poca información. Lo que intento es hacer referencia a distintas teorías y vestigios para intentar dar una visión (entre otras posibles) de la prehistoria.
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Comentarios por oldcivilizations | agosto 4, 2013 |
No se merecen las gracias. Yo también cumplo con mi deber como investigador que busca la verdad, esté donde esté, sea cual sea, y caiga quien caiga… En este caso, era mi deber señalar tales errores y falacias, que asumo -siempre de buena fe- son el producto del desconocimiento del autor o de la extrema fe del mismo en otro autor y, por ello, no se verificaron las fuentes. Pero no asumo, de entrada, ninguna intencionalidad en quererse falsear la historia. Gracias por su amable y respetuosa respuesta. Tiene mi respeto también. Y si en algún momento le interesara que apareciera aquí también algunas de mi investigaciones o hipótesis, sólo tiene que decírmelo, o simplemente tomarlo sin mas de mi website (sólo usándolo tal cual, sin modificación, y citando la fuente con enlace). Será un placer.
Un cordial saludo,
Georgeos
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Comentarios por Georgeos Díaz-Montexano | agosto 4, 2013 |
También le agradezco su amabilidad y la información aportada, que creo enriquece y corrige algunos aspectos de la información del artículo. En efecto, en mis artículos me baso en investigadores o escritores que, en principio, me merecen cierto nivel de confianza, aún teniendo en cuenta la dificultad en las investigaciones del pasado remoto. Voy a leer la información que ha publicado, así como su libro. Y tomo nota de su ofrecimiento de tomar información de su website, usándola tal cual, sin modificación, y citando la fuente con enlace.
Saludos cordiales,
Manel
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Comentarios por oldcivilizations | agosto 5, 2013 |
Apasionante lectura.
A todas las personas interesadas en esta «Civilización Perdida» les aconsejo que busquen una serie de 3 documentales realizados por Graham Hancock, «En busca de la civilización perdida». En ella aparece también Robert Bauval.
En los tres capítulos va desgranando y relacionando diversas localizaciones de la tierra, como las pirámides, Angkor Wat, la isla de Pascua y las piramides sumergidas de Yonaguni con el año 10.450 A.C. y la configuración estelar del cielo en esa era.
¿Cómo es posible que Angkor, Pascua, las pirámides de Gizeh y Yonaguni estén separadas justo por los 72º precesionales? ¿Extraterrestres? ¿Civilización Avanzada? ¿Atlántida? ¿Seres multidimensionales?
Lo que más me ha sorprendido de esta lectura es que la Atlántida pueda estar escondida debajo de toneladas de hielo. La mejor, si no la única forma de esconder una civilización antigua a los ojos de todas las civilizaciones posteriores.
Gracias por toda la información que comparte en este blog.
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Comentarios por MLGV | junio 12, 2014 |
[…] La esfinge de Egipto, la Gran Pirámide y la Atlántida […]
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Pingback por viryam | Mensajes de la Atlántida en EGIPTO | diciembre 12, 2018 |