Oldcivilizations's Blog

Antiguas civilizaciones y enigmas

La esfinge de Egipto, la Gran Pirámide y la Atlántida


En   1964,    una   revista   de estudios  orientales  había  publicado   un   artículo  que  trataba  de  una  relación entre la Gran Pirámide y el Cinturón de Orión. Un   egiptólogo llamado Alexander Badawy había pedido a la astrónoma norteamericana   Virginia   Trimble,   que le ayudase a verificar su teoría de   que   el   «pozo   de   ventilación»   meridional   de   la   Cámara   del   Rey   señalaba directamente a Orión cuando se construyó la Gran Pirámide, hacia el 2550 a. de   C.   Virginia   Trimble, basada en sus cálculo,  pudo   decir  a Badawy   que,   en   efecto,   el   pozo   de   ventilación   señalaba directamente al Cinturón de Orión hacia el 2550 a. de C. Una   persona   lo   bastante   delgada   como   para   acostarse   en   el   pozo   de ventilación hubiera visto cómo el cinturón de Orión pasaba directamente por encima   de   ella   todas   las   noches.   Por   supuesto,   pasarían   otras   estrellas, cientos de ellas… pero ninguna de semejante magnitud. Si   las   pirámides   de   Gizeh  representaban   las   tres   estrellas   del   Cinturón de   Orión   -Zeta,   Epsilón   y   Delta-,   ¿no   era   posible   que   otras   pirámides representasen a otras estrellas de Orión? De hecho, Robert Bauval se dio cuenta de que la pirámide de Nebka, en Abu Ruwash, correspondía a la estrella situada en el pie izquierdo del Cazador; y la pirámide de Zawyat al-Aryan a la estrella que   estaba   en   su   hombro   derecho.   Desde   luego,   si   otras   dos   pirámides hubieran   completado   la   forma   de   «reloj   de   arena»,   la   prueba   hubiese   sido concluyente, pero, por desgracia, estas dos pirámides o  bien nunca  se habían   construido   o   hacía   ya   mucho   tiempo   que   habían   desaparecido   bajo   la arena.

Pero   ¿qué   significaba   todo   ello?   Badawy   había   supuesto   que   el   pozo del   sur   de   la   Cámara   del   Rey   no   era   un   respiradero,   sino   un   canal   cuya misión era dirigir el alma del faraón muerto hacia Orión, donde se convertiría en   dios.   Dicho   de   otro   modo,   la   ceremonia   ritual   consistente   en   liberar   el alma del faraón de su cuerpo tendría lugar cuando el pozo, como si fuera un cañón   de   un   arma   de   fuego,   apuntase   a   Orión,   y   el   alma   del   faraón   iría volando hasta allí como un proyectil. Una   cosa   preocupaba   a   Bauval.   Los   cálculos   de   Virgina   Trimble parecían   indicar   que   el   cañón   del   arma   de   fuego   apuntaba   a   la   estrella situada en el centro del Cinturón de Orión -la que correspondía a la pirámide de   Kefrén-   cuando   debería   haber   apuntado   a   la   estrella   meridional,   Zeta Orionis,   que   correspondía   a   la   Gran   Pirámide.   Este   problema   lo   resolvió finalmente  un  ingeniero  alemán  llamado  Rudolf  Gantenbrink,  del  que  se  dijo que   había   sido   contratado   para   que   eliminase   la   humedad   de   la   pirámide. Gantenbrink   había   construido   un   pequeño   robot   que   parecía   un   tractor   y podía   subir   por   los   pozos.   El   robot   había   revelado   que   los   pozos   eran   un poco   más   empinados   de   lo   que   había   pensado   Flinders   Petrie.   Éste   había calculado   que   el   pozo   del   sur   tenía   un   ángulo   de   44   grados   30   minutos, cuando   en   realidad   era   de   45   grados.   Esta   nueva   medición   significó   que   el cañón del arma de fuego apuntaba directamente a Zeta Orionis… aunque un siglo   más   tarde   de   lo   que   generalmente   se   cree.   Si   Bauval   estaba   en   lo cierto, la pirámide se construyó entre el 2475 y el 2400 a. de C.

 

Robert Bauval es un ingeniero y escritor, nacido el 5 de marzo de 1948 en Alejandría, Egipto, de padres de origen belga. Fue educado en el colegio para muchachos ingleses La escuela de Alejandria, en Egipto, y en el Colegio franciscano en Buckinghamshire, Reino Unido. Su familia fue expulsada de Egipto durante el gobierno de Gamal Abdel Nasser. Ha pasado la mayor parte de su tiempo viviendo y residiendo en otros países del Oriente Medio y África. Ingeniero civil, desde muy joven se interesó por la egiptología y en la década de 1980 inició una investigación sobre las Pirámides de Egipto que intentaba combinar la astronomía y la historia. Ha publicado numerosos artículos sobre este tema y varios de sus hallazgos han sido presentados en el British Museum. Está dedicado desde 1979 al estudio del significado de las pirámides. Interesado ya no tanto en el cómo, sino en el porqué fueron construidas, y cuál pudo haber sido el origen de la majestuosa e imponente presencia en el desierto de las Pirámides, de su compleja estructura, su tamaño y su vocación de eternidad. Con los años se unió a Adrian Gilbert y la combinación de sus esfuerzos dio como resultado la investigación publicada y documentada de las conclusiones que se plantean, titulada El misterio de Orión (The Orion Mystery, Unlocking the Secrets of the Pyramids) publicado en 1994, acerca de la correlación de las construcciones piramidales del Antiguo Egipto con respecto a la observación estelar.

 

El misterio de Orión es su primer libro, en el cual explica su teoría sobre la Correlación de Orión con respecto a su posible influencia astronómica sobre la ubicación de las Pirámides en el desierto de Guiza.  Bauval es conocido especialmente por su teoría sobre la Correlación de Orión (TCO). Esta teoría establece una relación entre la pirámides egipcias de la IV dinastía, en la meseta de Guiza, y el alineamiento de ciertas estrellas de la constelación de Orión llamada comúnmente Cinturón de Orión o las Tres Marías. Una noche, mientras trabajaba en Arabia Saudí, fue con su familia y un amigo a las dunas arenosas del desierto de Arabia para realizar un trabajo de campo. Su amigo le señaló la Constelación de Orión y mencionó que Mintaka, la estrella más pequeña y oriental del Cinturón de Orión, estaba ligeramente desviada de las demás. Bauval estableció una conexión entre el trazado de las tres estrellas principales del Cinturón de Orión, y la posición de las tres pirámides principales de la necrópolis de Guiza. Esta teoría ha inspirado los libros y otras de otros autores como Javier Sierra. Sierra y Bauval trabajaron juntos en el estudio de una hipotética Edad De Oro de la Humanidad, situada en el pasado más remoto, que debió extinguirse unos 10.500 a. C. y que fue el origen de todas las civilizaciones que conocemos.

Las hipótesis de Robert Bauval han sido rechazadas por arqueólogos e historiadores, considerándolas una forma de pseudociencia. Se ha discutido especialmente su afirmación sobre la supuesta existencia hace unos 12.500 años de una civilización progenitora avanzada y actualmente olvidada, que podría identificarse con la legendaria Atlántida, aunque no con ese nombre. No obstante algunos egiptólogos han aceptado la idea general de la posible existencia de cierta correlación astronómica, que podría haber sido representada y situada sobre ciertas estructuras y orientaciones de los monumentos del Antiguo Egipto, aunque no las correlaciones defendidas por Bauval y otros autores. En particular, la Teoría de la Correlación de Orión con las pirámides de Guiza no ha sido aceptada. Sin embargo, algunas ideas de Robert Bauval han sido defendidas por algunos científicos como el Dr. I.E.S. Edwards, que en una declaración de 1992 afirmó: “En mi opinión (Bauval) ha hecho varios descubrimientos interesantes”. Sin embargo, el propio Bauval reconoce que al realizar esta declaración, Edwards no conocía directamente el material utilizado para desarrollar sus teorías: “Probablemente no hubiera mostrado su apoyo a ideas tan controvertidas como vincular a Guiza con fechas como 10.500 o 11.500 a. C”.

En el año 2007, el escritor e investigador Scott Creighton ofreció una corroboración sustancial de la Teoría de la Correlación de Orión, mostrando que dos pirámides de las Reinas, coincidían con la posición de las estrellas del Cinturón de Orión, hace 13.000 años.  La obra de Creighton muestra que las pirámides situadas en el sudoeste de la meseta de Guiza, imitan el alineamiento de las estrellas de Orión hacia el 10.500 a. C., y con el paso del tiempo rotaron 90º, y hacia el 2.500 a. C. estaban situadas en la misma alineación de las pirámides: La pirámide de Jufu (Keops), también conocida como la Gran Pirámide, la pirámide de Jafra (Kefrén) y la relativamente pequeña pirámide de Menkaura (Micerino). De esta forma las pirámides de Reyes y Reinas muestran el movimiento pendular de las estrellas del Cinturón de Orión. La obra de Creighton también explica por qué el faraón Kefrén o Jafra, que tuvo cinco esposas conocidas, no construyó pirámides para sus reinas tras su tumba en el centro de la llanura. Como marcadores del movimiento de las estrellas sólo es necesario marcar la situación inicial y final del movimiento pendular de la Constelación de Orión. No hay necesidad de construir marcadores intermedios, y por lo tanto, la pirámide de Kefrén carece de pirámides de Reinas. También en el año 2007 Creighton presentó una hipótesis que muestra cómo utilizando las posiciones de las estrellas de la constelación de Orión pueden obtenerse fácilmente las dimensiones (largo y ancho) de las tres grandes pirámides de Guiza.

La   curiosidad   de   Bauval   se   centró  en   los   «pozos   de ventilación»   de   la   Cámara   de   la   Reina.   En   realidad,   eran   pozos   que   no podían   ser   respiraderos,   toda   vez   que   estaban   cerrados   por   ambos   extremos.   Con   la   ayuda   de   un   ordenador   Bauval   calculó   en   qué   dirección apuntaba el pozo del sur de la Cámara de la Reina al construirse la pirámide. Sus conjeturas se vieron confirmadas: el pozo apuntaba a Sirio, la estrella de Isis. Lo   que   empezaba   a   aparecer   era   una   idea   muy   convincente   sobre la real finalidad   de   la   Gran   Pirámide.  No   era   una   tumba,   sino   un   edificio   ritual   -una especie   de   templo-   cuya   misión   era   mandar   el   alma   del   faraón   Keops volando   a   Zeta   Orionis   -que   los   egipcios   llamaban   al-Nitak-,   donde   reinaría eternamente con el nombre de Osiris. ¿Y   cuál   era   la   finalidad   de   la  Cámara   de   la   Reina?   Basándose  en   que su   pozo   estaba   alineado   con   Sirio,   Bauval   creía   que   era   una   cámara   ritual para una parte anterior de la ceremonia: aquella en la que el hijo del faraón muerto   ejecutaba   un   ritual   llamado   «la   apertura   de   la   boca»,   cuyo   fin   era devolverle   la   vida   al   faraón.   Tenía   que   abrir   la   boca   empleando   un instrumento   llamado   «la   azuela   sagrada»,   que   estaba   hecho   de   hierro meteórico.  En   el   antiguo   Egipto   el   hierro   era   un   metal   rarísimo   y   sólo   se encontraba en los meteoritos. Como llegaba de los cielos, los egipcios creían que los huesos de los dioses estaban hechos de hierro. En las ilustraciones de esta ceremonia el  rey aparece  con  el  falo en erección, toda vez  que una parte  de  la  ceremonia  consistía en  que el  rey  copulase  con la  diosa  Isis. De ahí la alineación del pozo con Sirio, la estrella de Isis.

 

Sirio, o Sirius en su denominación latina, es el nombre propio de la estrella Alfa Canis Maioris (α CMa, también Alfa Canis Majoris), la más brillante de todo el cielo nocturno vista desde la Tierra, situada en la constelación del hemisferio celeste sur Canis Maior. Esta estrella tan notable, que es en realidad una estrella binaria, es muy conocida desde la antigüedad. Por ejemplo, en el Antiguo Egipto, la salida heliaca de Sirio marcaba la época de las inundaciones del Nilo, y ha estado presente en civilizaciones tan dispares como la griega y la polinesia. En ocasiones, y coloquialmente, Sirio es llamada «Estrella Perro» a raíz de la constelación a la que pertenece. Debido a ciertas irregularidades en la órbita del sistema Sirio formado por ambas estrellas, se ha sugerido la presencia de una tercera estrella, Sirio C, una presunta enana roja con un quinto de la masa del Sol y tipo espectral M5-9, en una órbita elíptica de seis años alrededor de Sirio A. Este objeto aún no ha sido observado y se discute su existencia real.

Dada su calidad de estrella excepcionalmente vistosa, Sirio se encuentra presente desde tiempos prehistóricos en la mitología, las religiones y las costumbres de numerosas culturas. Sirio, estrella conocida en el Antiguo Egipto como Sopdet, Sothis o Sethis (en griego: Σῶθις , Sothis), aparece ya en los primeros registros astronómicos simbolizada por un perro, origen del ulterior nombre del Can Mayor.  Durante la época del Imperio Medio de Egipto, el pueblo egipcio basaba su calendario en el orto heliaco de Sirio, esto es, el primer día en que se hace visible por occidente de madrugada, justo antes de la salida del Sol y después de haberse alejado suficientemente del brillo del Sol. La importancia de este hecho reside en que marcaba el inicio de la temporada anual de crecida del río Nilo, antes del solsticio estival, después de una ausencia de setenta días en los cielos nocturnos. El jeroglífico de Sothis muestra una estrella de cinco puntas y un triángulo. Sothis era identificado con la gran diosa Isis, que formaba parte, junto a su esposo Osiris y su hijo Horus, de un triteísmo, mientras que ese periodo de setenta días en los que Sirio no se veía en el cielo simbolizaba el paso de Isis y Osiris por el duat, el inframundo egipcio. De un modo similar, para los chibchas de la actual Colombia la salida heliaca de Sirio anunciaba el comienzo de la temporada de lluvias.

 

Orión, (el Cazador), es una constelación prominente, quizás la mejor conocida del cielo. Sus estrellas brillantes y visibles desde ambos hemisferios hacen que esta constelación sea reconocida universalmente (visible durante el invierno en el hemisferio norte, verano en hemisferio sur). Orión se encuentra cerca de la constelación del río Eridanus y apoyado por sus dos perros de caza Canis Maior y Canis Minor peleando con la constelación del Tauro. En la mitología griega Orión fue un gigante que, según algunas versiones, nació de los orines de los dioses Zeus, Poseidón y Hermes. Otra leyenda cuenta que Orión acosaba a las Pléyades, hijas del titán Atlas, por lo que Zeus las colocó en el cielo. Todavía parece que, en el cielo, Orión continúa persiguiendo a las Pléyades. En la Mitología egipcia la estrella de Orion estaba asociada al dios Osiris (estrella Sirio). Brasseur creía que existió una antigua civilización de navegantes mucho antes de que aparecieran las primeras ciudades en el Oriente Medio y que sus marineros llevaron su cultura a todo el mundo. Charles Etienne Brasseur, conocido como Brasseur de Bourbourg (1814 – 1874) fue un sacerdote francés considerado uno de los pioneros en el estudio de la arqueología, la etnología y la historia precolombina de Mesoamérica. También creía que formaba parte de su religión el culto a Sirio, la estrella perro, lo cual se anticipaba a los descubrimientos que Marcel Griaule y Germaine Dieterlen hicieron entre la tribu africana de los dogon en el decenio de 1930.

La ineludible relación entre Sirio y el calendario egipcio ha ocasionado que, con el tiempo, Sirio y el conocido como ciclo sotíaco (también sotiaco, sothiaco o sótico) se hayan convertido también en un importante elemento que ayude a determinar con mayor exactitud la cronología del Antiguo Egipto, puesto que los antiguos egipcios no utilizaron un único sistema para fechar. Por otra parte, este método no está exento de inconvenientes y ello ha conllevado la aparición de algunos detractores que prefieran recurrir a otros sistemas. El ciclo sotiaco es el periodo de 1461 años de 365 días exactos (del calendario egipcio, en el juliano son 1460 años de 365,25 días) que tarda la salida heliaca de Sirio en coincidir de nuevo con el comienzo del año nuevo, el primer día del mes Thoth, descoordinación que viene acarreada porque el año egipcio no coincidía con el sidéreo. Gracias a la conservación de algunos restos arqueológicos que hacen referencia al orto heliaco de Sirio y de los que se conoce a qué dinastía pertenecen, como una tabla de marfil del faraón Dyer, se puede fijar una referencia a partir de la cual datar los acontecimientos sucedidos en el Antiguo Egipto.

En Sumeria, alrededor del tercer milenio antes de Cristo, Sirio adoptó ya papeles centrales en la religión sumeria. Como estrella de referencia para el calendario, y bajo la denominación MULKAK.SI.SÁ, cumplía una importante función en el ciclo agrícola; y con el nombre de MULKAK.TAG.GA (flecha del cielo) Sirio era considerada como una divinidad principal pero subordinada a la «estrella dominante de Dios sobre el resto de objetos celestes», Venus, que era adorada como la diosa Inanna. Finalmente, en la procesión de Akitu —año nuevo— Sirio recibía sus correspondientes ofrendas. Más tarde, y prácticamente sin cambios en lo que representaba, para los asirios y los babilonios Sirio suponía además, según las tablas de arcilla MUL.APIN, la señal para especificar los años bisiestos. La civilización de la Antigua Grecia observó que la aparición de Sirio anunciaba los cálidos y secos veranos mediterráneos, y por tanto temían que marchitara las plantas, que debilitara a los hombres y que excitara a las mujeres.

Debido a su brillo, la titilación de Sirio era más apreciable en las condiciones atmosféricas variables de principios del verano, lo cual indicaba, para los observadores griegos, ciertas emanaciones que provocaban su influencia maligna. Las personas que sufrían sus efectos eran denominadas αστροβόλητος (astrobólētos, «golpeadas por la estrella»). En la literatura se califica a la estrella como «ardiente» o «llameante». La temporada posterior a la aparición de Sirio pasó a ser conocida como los «días del perro». Los habitantes de Ceos, isla del archipiélago de las Cícladas, en el mar Egeo, ofrecían sacrificios a Sirio y a Zeus para que llevaran brisas frescas, y esperarían la reaparición de la estrella en verano. Si se elevaba clara, presagiaba buena fortuna, pero, por otro lado, si se alzaba brumosa o borrosa, vaticinaba (o más bien emanaba) pestilencia. Algunas monedas del siglo III a. C. recuperadas de la isla presentan perros o estrellas de los que surgen rayos, lo que destaca la relevancia de Sirio. También en Grecia, el astrónomo y matemático Aristarco de Samos consideró a la estrella por su brillo un sol.

Posteriormente, los romanos celebraban la puesta de Sirio el 25 de abril sacrificando para la diosa Robigo un perro junto con incienso, vino y una oveja, con objeto de proteger ese año las cosechas de enfermedades como la roya del trigo a causa de las emanaciones malvadas de la estrella. Asimismo, los romanos denominaron «canicŭla» (canícula) a los «días del perro» griegos, cultismo latino que se ha conservado en el idioma español y que retiene su significado, el cual se refiere a los días de mayor calor, lo que en España sucede hoy en día en el mes de agosto, aunque esta época de altas temperaturas antes tenía lugar tras el orto heliaco de Sirio; este desplazamiento temporal se debe a la precesión de los equinoccios. Claudio Ptolomeo de Alejandría, en el siglo II, cartografió las estrellas en los libros séptimo y octavo de su Almagesto, un tratado astronómico que contiene el catálogo estelar más completo de la antigüedad. En él, Ptolomeo usó Sirio como localización del meridiano central terrestre. Curiosamente, dibujó Sirio como una de las seis estrellas rojas, algo que hoy se sabe que no es cierto, pero que sin embargo fue un tema controvertido para los astrónomos durante mucho tiempo.Las otras cinco estrellas rojas son de clase M y K, como por ejemplo Arturo, en la constelación del Boyero, y Betelgeuse, en Orión.

En otro lugar del mundo, Polinesia, las estrellas más brillantes eran importantes para la navegación entre los miles de islas y atolones del océano Pacífico. Bajas, junto al horizonte, servían de brújulas estelares que ayudaban a los marineros a trazar su rumbo hacia su destino final. Adicionalmente, funcionaban como marcadores de latitud; en el caso de Sirio, coincide con la latitud del archipiélago de Fiji, en 17º S, de manera que sobrepasaba las islas cada noche. Para los polinesios el mapa de los cielos nocturnos no era el mismo que el de romanos y griegos. En su firmamento, Sirio pertenecía a una constelación llamada Manu, en la que hacía las veces de cuerpo de un gran pájaro cuyas puntas de las alas no eran otras que Canopus al sur y Proción al norte, otras dos estrellas notables, las cuales dividían la noche polinesia en dos hemisferios. De la misma forma en que la aparición de Sirio antes de la aurora anunciaba el verano para los griegos, para el pueblo maorí señalaba el comienzo del invierno, en su lengua llamado Takurua, nombre que designaba tanto a la estación como a Sirio. Su punto culminante en el solsticio invernal era día de fiesta en Hawái —archipiélago que, sin embargo, ya se encuentra en el hemisferio norte terrestre, pero a baja latitud—, donde era conocido como Ka’ulua, «Reina del cielo», aunque no es este su único nombre a lo largo del Pacífico, pues recibía otros como Tau-ua en las islas Marquesas, Rehua en Nueva Zelanda y Aa y Hoku-Kauopae en la propia Hawái.

En el siglo XVIII, el influyente filósofo prusiano Immanuel Kant reflexionó sobre Sirio y, a causa del rutilante centelleo de la estrella en el cielo europeo, donde no pueden verse rivales inmediatas en brillo como Canopus, Alfa Centauri o Achernar, pensó que sería el centro de gravitación del universo alrededor del cual rotarían el resto de objetos celestes. Existe un grupo étnico de Mali, los dogones, al que se le atribuye poseer conocimientos tradicionales sobre Sirio que teóricamente serían imposibles de adquirir sin la utilización de un telescopio. Según los libros Entretiens avec Ogotemmêli y Le renard pâle, del antropólogo francés Marcel Griaule (1898 – 1956), este pueblo no sólo conocía el periodo orbital de cincuenta años de Sirio y de su pequeño astro compañero antes que los astrónomos europeos y estadounidenses, sino que también hacían referencia a una posible tercera estrella en el sistema. Sirio A es conocida como Sigi tolo, Sirio B como Po tolo y la tercera estrella como Emme ya tolo. El libro de Robert K. G. Temple de 1976 The Sirius Mystery, en el que se asocia a los dogones con extraterrestres, les acredita además el conocimiento del sistema joviano descubierto por Galileo Galilei de las cuatro mayores lunas de Júpiter y también el conocimiento de los anillos de Saturno.

Tales nociones astronómicas no pasaron desapercibidas y generaron polémica y especulación. Partiendo de un artículo del año 1978 de la publicación Skeptical Inquirer, es posible que este extraordinario entendimiento del sistema Sirio fuera consecuencia de contaminación cultural, algo de lo que más recientemente se ha acusado a los propios etnógrafos, explicación que por el contrario parece demasiado simplista para otros. Noah Brosch, en su libro Sirius Matters, propuso que dicha transferencia cultural astronómica al pueblo dogón tuvo lugar en 1893, cuando una expedición francesa que pretendía contemplar un eclipse visitó su región. Otros posibles culpables de esa supuesta contaminación cultural podrían haber sido misioneros en el año 1930, antes de las primeras investigaciones de Marcel Griaule con los dogones.

Colin Henry Wilson (nacido el año 1931 en Leicester), es un escritor del Reino Unido, así como un destacado filósofo. Los principales temas de su obra son la criminalidad y el misticismo. Nacido y educado en Leicester, Reino Unido, dejó los estudios a los 16 años. Trabajó en fábricas y varias ocupaciones y leía en su tiempo libre. Cuando tenía 24 años, publicó The Outsider (1956), que examina el papel del “proscrito” social en varias obras literarias y figuras culturales, donde examina a Albert Camus, Jean-Paul Sartre, Ernest Hemingway, Hermann Hesse, Fyodor Dostoyevsky, William James, T. E. Lawrence, Vaslav Nijinsky y Vincent Van Gogh, y donde Wilson discute su percepción de la alienación social en su obra. El libro fue un éxito de ventas y ayudó a popularizar el existencialismo en Gran Bretaña. Sin embargo, el elogio de la crítica fue breve. Colin Wilson se convirtió en uno de los Jóvenes Iracundos de la literatura británica. Contribuyó a Declaration, una antología de manifiestos escritos por escritores existencialistas, con Protest: The Beat Generation and the Angry Young Men. Wilson y sus amigos Bill Hopkins y Stuart Holroyd, fueron un subgrupo más interesados en los “valores religiosos” que en la política liberal o socialista. Los críticos de la izquierda pronto los consideraron fascistas; el comentarista Kenneth Allsop los llamo “los jueces”.

Tras el éxito inicial de la primera obra de Colin Wilson, los críticos rechazaron Religion and the Rebel (1957). La revista Time publicó una reseña con una crítica muy negativa. Tras The Outsider las obras de Wilson se concentraron en los aspectos positivos de la psicología humana, así como el valor de la experiencia y la estrechez de la conciencia. Admiraba al psicólogo humanista Abraham Maslow y mantuvo correspondencia con él. Wilson escribió The War Against Sleep: The Philosophy of Gurdjieff sobre la vida, el trabajo y la filosofía de G. I. Gurdjieff –una introducción accesible al místico greco-armenio en 1980. A lo largo de su obra discute que el enfoque existencialista sobre la derrota o la náusea proporciona una representación parcial de la realidad y que no existe una razón particular para aceptarla. Wilson considera que la percepción cotidiana es afectada por la intensidad del momento y que no puede ser aceptada para mostrar la verdad sobre la realidad. La razón a posteriori tiene la ventaja evolutiva de que nos impide dejarnos llevar por completo por la maravilla o las emociones del momento. Para vivir de forma correcta necesitamos acceder a algo más que a las percepciones cotidianas. Wilson cree que las experiencias de placer y significado son tan reales como nuestras experiencias sobre la angustia, y debido a la experiencia del momento, son más reales. La experiencia puede cultivarse mediante la concentración, la atención, la relajación y ciertos tipos de trabajo. Wilson afirma que la criminalidad compulsiva es la manifestación de un intento patológico de conseguir la experiencia del placer mediante la violencia. Esto impulsa al criminal a mayores extremos de violencia o a un deseo de ser capturado.

Colin Wilson ha escrito obras sobre temas metafísicos y ocultistas. En 1971 publicó The Occult: A History (reeditado en España por Arcano Books en 2006, bajo el título Lo Oculto), realizando una exégesis de Aleister Crowley, G. I. Gurdjieff, Helena Petrovna Blavatsky, la cábala, la magia primitiva, Franz Anton Mesmer, Gregor Rasputin, Daniel Dunglas Home y Paracelso (entre otros). También escribió una biografía especialmente objetiva de Crowley: Aleister Crowley: The Nature of the Beast, así como biografías de otros visionarios espirituales o psicológicos como Gurdjieff, C. G. Jung, Wilhem Reich, Rudolf Steiner, y P. D. Ouspensky. Originalmente Colin Wilson se concentró en el desarrollo de lo que llamaba la “Facultad X”, que incrementaba la percepción y proporcionaba habilidades como la telepatía o la percepción energética. En sus obras posteriores sugiere la posibilidad de la existencia de vida tras la muerte y de los espíritus, que personalmente analiza como miembro del “Ghost Club”. También ha escrito obras eruditas sobre la criminalidad, enciclopedias y estudios sobre crímenes en serie. También está interesado en la vida y época de Jack el Destripador, y en los crímenes sexuales en general. En sus obras de ficción Colin Wilson explora sus ideas del potencial humano, principalmente en historias de intriga y ciencia ficción, e incluso varias obras sobre los Mitos de Cthulhu.

Desde 1960 gran parte de su obra de ficción, así como sus trabajos eruditos, se han interesado en la psicología criminal, especialmente en los asesinos en serie. Sin embargo también ha escrito ciencia ficción de tendencia más filosófica, incluyendo la aclamada serie de Spider-World. En The Strength to Dream (1961), Wilson atacó a H. P. Lovecraft, considerándolo un “enfermo” y un “mal escritor” que “rechazaba la realidad” –pero a regañadientes elogió la historia de Lovecraft “En la noche de los tiempos” como una buena obra de ciencia ficción. August Derleth, irritado por el ataque de Wilson a Lovecraft en The Strenght to Dream, desafió a Wilson a escribir una historia de los Mitos de Cthulhu, que daría lugar a The Mind Parasites –donde expone algunas de sus ideas filosóficas. Wilson también critica a Lovecraft en Order of Assassins (1972) y en el prefacio de The Philosopher’s Stone (1969). Su relato El regreso de los Lloigor (1969/1974) también está relacionado con los Mitos de Cthulhu –el personaje central de relato trabajo en el libro real del Manuscrito Voynich, pero también descubre una versión medieval árabe del Necronomicón, así como su novela The Tomb of the Old Ones (2002).

 

En una de las obras de Wilson Colin, “El Mensaje Oculto De La Esfinge”, en que se basa este artículo, el autor se inspiró al leer el libro “Serpiente en el cielo”,  de John West, del que escribió una crítica y en el que encontró un pasaje que le impresionó. Fue el que habla de la grave erosión del cuerpo de la Gran Esfinge de Gizeh, que se debe a la acción del agua y no del viento y la arena. La confirmación de que la Esfinge fue erosionada por el agua bastaría para echar por tierra todas las cronologías de la historia de la civilización que se consideran válidas; obligaría, revaluar drásticamente la suposición del «progreso», es decir la suposición en que se basa la totalidad de la educación moderna. Sería difícil encontrar una sola y sencilla cuestión que tuviera consecuencias más importantes. Según el punto   de   vista   habitual,   las   tres   pirámides   de   Gizeh   las   construyeron   tres faraones   diferentes   para   utilizarlas   como   tumbas.   Pero   si   representaban   las estrellas   del   Cinturón   de   Orión,   entonces   toda   su   planta   debía   de   haberse trazado   mucho   antes   de   que   empezara   a   construirse   la   Gran   Pirámide. ¿Cuándo?

Para   comprender   cómo   abordó  Bauval   este   problema,   debemos   volver a la precesión de los equinoccios, es decir, el temblor del eje de la tierra que ocasiona el cambio de su posición en relación con las estrellas, un grado a lo largo   de   72   años   y   un   círculo   completo   cada   26.000   años aproximadamante.   En   lo   que   se refería   a   Orión,   este   temblor   hace   que   la   constelación   se   desplace   hacia arriba   en   el   cielo   durante   13.000   años   y   que   luego   vuelva   a   bajar.   Pero durante el desplazamiento la constelación también se inclina un poco. Dicho de otra forma, el reloj de arena gira siguiendo las manecillas del reloj, luego gira al revés. Bauval   observó   que   la   única   vez   que   la   pauta   de   las   pirámides   en   el suelo es un reflejo perfecto de las estrellas del Cinturón de Orión -en lugar de estar   inclinada   hacia   un   lado-   fue   en   10450   a.   de   C.   Éste   es   también   su punto   más   bajo   en   el   cielo.   Después   de   esto,   empezó   a   subir   otra   vez   de nuevo,   y   alcanzará   su   punto   más   elevado   hacia   el   año   2550   d.   de   C.   En   el año 10450 a. de C. fue como si el cielo fuese un enorme espejo en el cual el curso   del   Nilo   se  «reflejaba»  como   la  Vía   Láctea;   y   las   pirámides   de  Gizeh, como el Cinturón de Orión.

Al llegar a este punto de su libro,   El misterio de Orión,   Bauval hace una pregunta   cuyo   atrevimiento   -después   de   tantos   capítulos   de   precisos argumentos   científicos   y   matemáticos-   produce   perplejidad.   «¿Era   la necrópolis   de   Gizeh,   y   específicamente,   la   Gran   Pirámide   y   sus   pozos,   un gran marcador de tiempo, una especie de reloj estelar que tenía la misión de señalar las épocas de Osiris y, sobre todo, su Primera Vez?». Los   egipcios   daban   a   esta   «Primera   Vez»   de   Osiris   el   nombre   de   Zep  Tepi,   que  fue  la  ocasión en  la  que  los  dioses  confraternizaron  con los  seres humanos… el equivalente del mito griego de la Edad de Oro. La fecha 10450 a. de C. no significa nada para los historiadores, ya que es   «prehistórica»,   más   o   menos   la   época   en   que   aparecieron   los   primeros agricultores   en   el   Oriente   Medio.   Pero   Bauval   nos   recuerda   que   hay   una fecha   en   la   mitología,   una   sola,   que   se   le   acerca   de   manera   razonable. Según   el   Timeo   de   Platón,   cuando   el   estadista   griego   Solón   visitó   Egipto hacia el año 600 a. de C., los sacerdotes egipcios le contaron la historia de la destrucción de la Atlántida, acaecida unos nueve mil años antes, y de cómo se   había   hundido   debajo   de   las   olas.   Generalmente   no   se   daba   ningún crédito   a   dicha   historia   porque   también   contaba   cómo   los   atlantes   habían luchado   contra   los   atenienses   y   la   verdad   era   que, por lo que se sabe,   Atenas   aún   no   se   había fundado   en   aquel   tiempo,   es   decir,   en   el   9600   a.   de   C.   Sin   embargo   -como sabemos-,   la   historia   de   la   Atlántida   ha   perseguido   la   imaginación   de   los europeos desde entonces.

Bauval señala que en el   Timeo   Platón no sólo da cuenta de la crónica que hace Solón de la Atlántida, sino que también dice que Dios hizo «almas  en número igual al de las estrellas, y las repartió, cada alma para una estrella diferente,  y   quien   bien   viviera   durante   el   tiempo   que   le   correspondiese volvería a la habitación de su estrella consorte». Sin duda esto hace pensar en un concepto típicamente egipcio. Después de correr el riesgo de ofender a los egiptólogos planteando el asunto   de   la   Atlántida,   Bauval   va   más   lejos   y   menciona   que   el   clarividente Edgar   Cayce   afirmó   que   los   planos   de   la   Gran   Pirámide   se   trazaron   hacia 10400   a.   de   C.   Es   divertido   observar   que   la   autoridad   en   esta   materia   a   la que   cita   no   es   otra   que   Mark   Lehner,   el   archienemigo   de   la   tesis   de   West referente   a   la   Esfinge.   Parece   ser   que   Lehner   era   (y   posiblemente   sigue siendo)   financiado   por   la   Cayce   Foundation   y   que   empezó   su   carrera   como seguidor   de   Cayce;   en   The   Egyptian   Heritage,   Lehner   arguyó   que   los «acontecimientos de la Atlántida» en el antiguo Egipto (es decir, la llegada de los   atlantes)   probablemente   ocurrieron   en   el   10400   a.   de   C. De todos modos, Lehner   desdeñó   luego   estas   divagaciones   de   sus   primeros tiempos   y   volvió   a   la   ortodoxia.  En   la   actualidad   se   le   considera   el   principal experto mundial en las pirámides.

 

Edgar   Cayce   es   una   figura   extraña   y   desconcertante.   Nacido   en   una granja   de   Kentucky   en   1877,   parece   que   fue   un   niño   bastante   normal, exceptuando una extraña habilidad: podía dormir con la cabeza apoyada en un libro y despertar sabiendo todo lo que en él se decía. Al dejar la granja, se casó   y   empezó   a   trabajar   de   vendedor,   aunque   siempre   había   albergado   la ambición   de   ser   predicador.   A   los   21   años   de   edad   su   voz   desapareció súbitamente,   y   el   hecho   de   que   volviera   al   ser   hipnotizado   pero desapareciese   de   nuevo   al   despertar   inducía   a   pensar   que   el   problema   era más   mental   que   físico.   Que,   de   hecho,   Cayce   anhelaba   inconscientemente dejar   su   empleo   de   vendedor.   Al   ser   hipnotizado   otra   vez   por   un   hombre llamado   Al   Layne,   Cayce   diagnosticó   certeramente   su   propio   problema   y recetó   su   cura.   Layne   decidió   entonces   consultar   con   Cayce   -sometido   otra vez   a   hipnosis-   sobre   sus   propios   problemas   médicos   y   Cayce   le   explicó cómo había que tratarlos. Al despertar y examinar las notas que Layne había tomado,   insistió   en   que   nunca   había   oído   hablar   de   la   mayoría   de   los términos médicos que constaban en ellas.

Cayce   descubrió   entonces   que   poseía   la   habilidad   de   diagnosticar enfermedades   -y   recetar   la   cura   correspondiente-   cuando   se   hallaba   en trance hipnótico y su celebridad se extendió. En 1923, cuando tenía unos 45 años de edad, un día se escandalizó al enterarse de que durante uno de sus trances había predicado la doctrina de la   reencarnación.   Pese   a   ser   cristiano   devoto   y   ortodoxo,   llegó   a   aceptar   la idea de que los seres humanos renacen una y otra vez. Cuando se hallaba describiendo la vida pasada de un chico de 14 años, Cayce  declaró  que éste  había  vivido  en la  Atlántida  hacia el  10000  a.  de C. Desde   entonces   hasta   el   final   de   su   vida,   Cayce   continuó   «viendo» fragmentos   de   la   historia   relativos   a   la   Atlántida.   Algunos   de   estos comentarios   parecían   pensados   para   enfurecer   a   los   escépticos   y   sembrar dudas   incluso   en   el   más   imparcial   de   los   estudiosos   del   pasado.   Según Cayce, la Atlántida ocupaba en el océano Atlántico un lugar que iba desde el mar de los Sargazos hasta las Azores, y tenía una civilización floreciente que databa   del   200000   a.   de   C.   La   civilización   de   los   atlantes   estaba   muy desarrollada   y   poseía   alguna   clase   de   «piedra   de   cristal»   que   servía   para atrapar   los   rayos   del   sol;   también   conocía   la   fuerza   del   vapor,   el   gas   y   la electricidad.

Por desgracia, debido a su prosperidad acabaron convirtiéndose en  gente  codiciosa y  corrupta,  merecedora de  la  destrucción que  finalmente se   abatió   sobre   ella.   Esto   ocurrió   en   varios   períodos,   uno   hacia   el   15600   a. de C. y el último alrededor del 10000 a. de C. Para entonces,  los atlantes estaban   dispersos   por   Europa   y   América   del   Sur.   Sus   archivos,   según   afirmó Cayce, se encontrarán en tres partes del mundo, una de las cuales es Gizeh o Guiza. Predijo que la Atlántida empezaría a subir otra vez, en la zona de Bimini, en  1968   y   1969.   También   predijo   que   en   una   cámara   situada   debajo   de   la Esfinge   se   encontrarían   documentos   que   probarían   la   existencia   de   la Atlántida. El   biógrafo   de   Cayce,   Jess   Starn,   ha   afirmado   que   su   «promedio   de aciertos, en lo que se refiere a las predicciones, era increíblemente elevado, próximo   al   cien   por   cien»,   pero   los   hechos   no   lo   confirman.   Es   verdad   que unas  cuantas   de  las  afirmaciones  que  hizo  estando   en  trance  han  resultado fantásticamente  acertadas:  tales  como   la  de  que  en  otro   tiempo  el  Nilo  fluía hacia   el   oeste   (los   estudios   geológicos   han   demostrado   que   en   otro   tiempo desembocaba   en   el   lago   Chad,   a   medio   camino   entre   el   Nilo   actual   y   el océano   Atlántico),   que   una   comunidad   conocida   por   el   nombre   de   «los esenios»   vivía   cerca   del   mar   Muerto   (lo   verificaron   los   pergaminos   del   mar Muerto,   descubiertos   dos   años   después   de   su   muerte),   y   que   dos presidentes   norteamericanos   morirían   durante   su   mandato   (Roosevelt   y Kennedy).

Pero los críticos señalan la absoluta vaguedad de muchas de sus profecías,   y   el   hecho   de   que   tantas   de   ellas   sencillamente   no   dieron   nunca en el blanco. Cuando en 1938 le preguntaron si habría una guerra en la que se   verían   envueltos   los   Estados   Unidos   entre   1942  y   1944,  desperdició   una oportunidad magnífica de probar sus credenciales proféticas y respondió que dependía   de   si   había   un   deseo   de   paz.   Al   preguntársele   cuál   podía   ser   la causa de tal guerra, replicó: «El egoísmo», lo cual parece una simplificación excesiva   si   se   tiene   presente   el   antisemitismo   de   Hitler   y   su   deseo   de   ver cómo la raza aria conquistaba el mundo. Le hicieron preguntas sobre China y Japón y explicó que «el principio de la fe cristiana avanzará en medio de los tumultos   que   forman   parte   de   los   acontecimientos…»,   lo   cual   también   se aleja   tanto   de   la   realidad   que   debe   considerarse   un   fallo   total.   A   las   preguntas sobre  Rusia  respondió  con  una  vaguedad  excepcional   y  se   limitó   a  declarar que   los   «tumultos»   continuarían   hasta   que   se   autorizasen   la   libertad   de expresión   y   el   derecho   al   culto   religioso.   Al   preguntársele   sobre   el   papel   de Gran Bretaña, Cayce replicó con oscuridad délfica: «Cuando sus actividades se dispongan de tal manera que se tengan en consideración todas las fases, Gran Bretaña podrá controlar el mundo para la paz…» , lo que también debe contarse como un fallo. Algunas   de   las   profecías   más   alarmantes   de   Cayce   eran   que   la   Tierra se   vería   sometida   a   un   período   de   cataclismos   entre   1958   y   el   fin   del   siglo XX; que   Los   Ángeles,   San   Francisco   y   Nueva   York   serían   destruidos,   a   la   vez que Japón desaparecería debajo del Pacífico.

 

La   investigación psíquica,   al   parecer,   está   sometida   a   una   curiosa   limitación   a   la   que podríamos   llamar   «la   ley   de   James»,   en   honor   del   filósofo   William   James, que declaró que siempre parece haber pruebas suficientes para convencer a los creyentes y nunca suficientes para convencer a los escépticos. Todos los grandes   psíquicos   y   clarividentes   se   han   apuntado   éxitos   suficientes   para probar   su   autenticidad   y   fracasos   suficientes   para   probar   que   son   muy falibles. Salta a la vista que Cayce no es ninguna excepción. Forzoso   es   reconocer   que   en   este   punto   del   presente   libro   Cayce   es una   digresión.  Bauval   hace   sólo   una   referencia   breve   y   pasajera   a   él…   y   a los   «acontecimientos   de   la   Atlántida»   en   El   misterio   de   Orión.   Sin   embargo, la   curiosa   coincidencia   de   la   fecha   (10400   a.   de   C.)   plantea   una   pregunta importante:   ¿por   qué   los   constructores   de   las   pirámides   de   Gizeh   las dispusieron de manera que reflejasen la posición del Cinturón de Orión en el 10450 a. de C.? Es difícil no estar de acuerdo con Bauval cuando afirma que deseaban   indicar   esta   fecha   como   momento   importante   de   su   historia: probablemente como el principio de su época, su «Génesis».

La   construcción   de   las   pirámides   de   Gizeh   duró   como   mínimo   tres generaciones: Keops, Kefrén y Menkaura, y los trabajos ocuparon alrededor de un siglo. Parece, pues, que Kefrén y Menkaura las construyeron siguiendo unos   planos.   Es   posible   que   estos   planos   los   trazaran   Keops   y   sus sacerdotes.   Pero   como   ha   demostrado   Bauval,   cabe   argüir   que   los   planos existieron   desde   el   principio:   el   10450   a.   de   C.   Hay   pruebas   de   que   las grandes catedrales góticas se proyectaron siglos antes de que se constru-yeran;   Bauval   sugiere   que   lo   mismo   ocurrió   en   el   caso   de   las   pirámides   de Gizeh. Y   si   aceptamos   los   argumentos   de   West  y   Schoch   según  los   cuales   la erosión de la Esfinge se debió al agua, entonces parece probable que West acierte al asignar a la Esfinge la fecha del 10450 a. de C. Pongamos por caso, pues, que es verdad que tanto West como Bauval están  en  lo   cierto.  Supongamos  que  los   supervivientes   de  alguna  catástrofe llegaron a Egipto a mediados del XI milenio a. de C. y trataron de reconstruir en   el   exilio   un   fragmento   de   su   cultura   perdida.   Empiezan   tallando   la   parte delantera   de   la   Esfinge   en   una   afloramiento   de   piedra   caliza   dura   en   las orillas   del   Nilo.   Estaba   orientada   a   la   salida   del   sol   en   el   equinoccio   de primavera   (o   vernal).   En   algún   período   posterior,   proceden   a   excavar   la piedra caliza debajo de la Esfinge y a tallar el cuerpo de león.

 

¿Por qué un león? Porque, según sugiere Graham Hancock, la edad en que se construyó la Esfinge era la Edad de Leo. Hemos visto que el temblor del eje de la Tierra -que causa la precesión de los equinoccios- significa que se   mueve   como   la   manecilla   que   indica   las   horas   en   un   reloj   y   señala   una  constelación   diferente   cada   2.160   años. Graham Hancock, nacido en Edimburgo en 1950 es licenciado en sociología y en la actualidad se dedica a la escritura de libros sobre ocultismo y misterios del mundo. Se le considera uno de los creadores de la llamada Teoría de la correlación de Orión, en la que se afirma que las pirámides representan al Cinturón de Orión. La Correlación de Orión es una conjetura formulada por Robert Bauval y Adrian Gilbert a mediados de los años 90, en su libro The Orion Mystery, Unlocking the Secrets of the Pyramids (El Misterio de Orión, descubriendo los secretos de las pirámides). Estos autores afirman que las pirámides de Guiza representan la imagen del cinturón de Orión en la superficie terrestre basándose en los supuestos conocimientos de los autores de la astronomía egipcia aplicados al diseño y emplazamiento de las pirámides, considerando estas construcciones como enormes tumbas orientadas hacia las estrellas (dioses) para un mejor paso de los faraones a una vida después de la muerte, de acuerdo a la religión del Antiguo Egipto. Sólo los autodenominados investigadores heterodoxos han aceptado esta teoría.

La   Edad   de   Leo   duró   del   10970   al 8810   a.   de   C.   Hancock   remacha   su   argumento   preguntando   si   es coincidencia   que  en   la   Era   de   Piscis   (la   nuestra)   el   símbolo   del   cristianismo sea   un   pez,   que   en   la   precedente   Era   de   Aries   encontremos   carneros sacrificados   en   el   Antiguo   Testamento   y   un   renacimiento   del   dios   carnero Amón   en   Egipto,   mientras   que   en   la   anterior   Era   de   Tauro   los   egipcios rendían culto a Apis, el toro, y el culto del toro floreció en la Creta minoica. De   manera   que   estos   protoegipcios   empezaron   a   proyectar   su   gran templo celeste en el XI milenio a. de C. y continuaron durante los siguientes mil   años   y   pico,   construyendo   probablemente   el   Templo   de   la   Esfinge   y   el Templo del Valle con los bloques gigantescos que sacaron de alrededor de la Esfinge. También es posible que construyeran el Oseirión cerca de Abydos y otros muchos monumentos que luego desaparecieron debajo de la arena. En tal caso, parece increíble que no llegaran a empezar el complejo de las pirámides. Hancock señala que la mitad inferior de la pirámide de Kefrén está   construida   con   «bloques   ciclópeos»,   mientras   que   más   arriba,   hacia   la mitad, los bloques son más pequeños, lo que tal vez sugiera que se empezó en una etapa muy anterior. West también hace el siguiente comentario: «En el lado oriental de la pirámide de Kefrén los bloques son especialmente enormes y llegan a medir 6,4 metros de longitud y 30 centímetros de espesor…».

 

Pero   si   se   construyó   parte   de   la   pirámide   de   Kefrén,   parece   poco probable que la Gran Pirámide se quedase en simple proyecto. El corazón de la   Gran   Pirámide,   según   dice   Iodden   Edwards   en   The   Pyramids   of   Egypt  consiste   en   «un   núcleo   de   roca   cuyo   tamaño   no   puede   determinarse   con precisión».   Puede   que   se   tratara   de   un   túmulo   de   tamaño   considerable, posiblemente un «túmulo sagrado». Posiblemente la cámara inferior también se  excavó en  la  roca  en  aquel tiempo, formando una  especie  de  cripta. Y  si las pirámides tenían por finalidad reflejar las estrellas del Cinturón de Orión, entonces   parece   más   probable   que   también   se   empezara   a   construir   la tercera   pirámide,   la   de   Menkaura.   Incluso   es   posible   que   ésta   fuera   otro túmulo sagrado en este lugar.¿Por qué razón estos protoegipcios no continuarían trabajando hasta terminar la totalidad de las tres pirámides? La   sugerencia   obvia   es   que   si   sólo   un   pequeño   grupo   de   ellos   llegó   a Egipto   -quizá   unos   cien-,   entonces   sencillamente   fue   porque   carecían   de recursos   humanos.   Lo   que   necesitaban,   en   primer   lugar,   era   sencillamente un centro religioso, el equivalente de la basílica de San Pedro de Roma o la  catedral de San Pablo de Londres. La Esfinge y el túmulo sagrado -o túmulos sagrados- proporcionarían dicho centro.

Pero Robert Bauval y Graham Hancock han   ofrecido   una   sugerencia   mucho   más   interesante   y   verosímil.   Una sugerencia   que   se   basa   en   simulaciones   creadas   con   un   ordenador   de   los cielos de Egipto entre los años 10500 y 2500 a. de C. No   tenemos   ninguna   manera   de   adivinar   lo   que   pudo   suceder   entre estas dos fechas. Pocas civilizaciones florecen durante más de unos cuantos miles   de   años   y,   por   ende,   parece   poco   probable   que   esta   civilización protoegipcia   durase   hasta   los   tiempos   de   los   faraones.   Puede   que   como civilización ni siquiera llegase hasta el VI o el V milenio a. de C., momento en que   (según   la   Encyclopaedia   Britannica)   la   gente   de   la   edad   de   piedra empezó a llegar al valle del Nilo y a cultivarlo. La idea de que las culturas de la edad de piedra (la tasiense, la badariense y la nagadiense) pudieran coexistir   con   los   restos   de   la   cultura   protoegipcia   sugiere   que   los   protoegipcios no   eran   nada   más   que   un   vestigio   sacerdotal   que   tal   vez   vivía,   al   igual   que los esenios de una era posterior, en algún equivalente de las cuevas del mar Muerto, y conservaron su conocimiento del mismo modo que los monasterios de la Edad de las Tinieblas conservaron el saber europeo.

I. E. S. Edwards publicó por primera vez  The Pyramids of Egipt  en 1947, pasando a ser la obra clásica   en   esta   materia   por   excelencia.   Edwards   falleció   en   octubre   de   1996,   a   los   87   años, después de  convertirse  en experto en  Tutankamón y haber  formado parte del equipo del Museo Británico entre 1955 y 1974. Hay   cierto   número   de   indicios   de   la existencia   de   esta   casta   sacerdotal   -que   a   veces   recibe   el   nombre   de   los Compañeros de Osiris– en los milenios comprendidos entre 10500 y 2500 a. de C. Lo   que   sí   sabemos   es   que   quizá   Egipto   ya   empezó   a   unirse   y   formar una nación en el 4000 a. de C. Una obra llamada el Papiro de Turín -que por desgracia   sufrió   graves   desperfectos   cuando   la   enviaron   al   Museo   de   Turín sin   haberla   embalado   de   forma   apropiada-   menciona   nueve   dinastías   de reyes   de   Egipto   anteriores   a   Menes.   Antes,   según   dice,   Egipto   era gobernado por dioses y semidioses y puede que estos últimos fueran alguna casta   sacerdotal.   La   Piedra   de   Palermo   menciona   120   reyes   antes   de Menes.  Manetón,  el  sacerdote  egipcio  del  siglo  III  a.  de  C.,  también  produjo una lista que se remonta a una lejana época de dioses y abarca casi 25.000 años.

Lo   que   parece   claro,   si   Schwaller   de   Lubicz   está   en   lo   cierto,   es   que llegó   un   momento   en   que   los   «semidioses»   o   sacerdotes   se   convirtieron   en los   mentores   de   la   temprana   civilización   faraónica,   a   la   que   enseñaron geometría, ciencia y medicina. René Adolphe Schwaller es conocido como Schwaller de Lubicz y Aor, este último su nombre iniciático. Nace el 30 de diciembre de 1887 en Aisnieres (Francia), viviendo su juventud en Strasbourg, donde su padre ejercía como farmacéutico. Estudió química y sirvió a la Sociedad Teosófica durante dos años. Schwaller de Lubicz llegó a radicarse en Egipto en 1938 y durante los siguientes 15 años estudió el simbolismo de los templos, en particular el de Luxor, encontrando lo que consideró pruebas de que los antiguos egipcios fueron el último ejemplo de sinarquía porque fueron gobernados por un grupo de iniciados de elite. Pero   ¿eran   mentores   en   algún   sentido   práctico?   Si   lo   eran,   entonces tenemos que resolver algunos difíciles enigmas históricos.

 

Alrededor   de   un   siglo   antes   de   Keops,   el   faraón   Zoser   construyó   un impresionante   complejo   funerario   en   Sakkara,   del   cual   formaba   parte   la famosa   Pirámide   Escalonada.   Supervisó   la   construcción   el   legendario arquitecto   Imhotep,   que   era   también   el   gran   visir   de   Zoser   y   probablemente sumo sacerdote. Los griegos le llamaban Asclepio y le nombraron dios de la medicina. Parece muy posible que fuera descendiente de la Nueva Raza. La Pirámide   Escalonada   empezó   a   construirse   como   mastaba   -es   decir,   una tumba   de   ladrillos   de   barro   recubierta   de   estuco-   y   luego   fueron agrandándola   literalmente   de   escalón   en   escalón,   hasta   que   alcanzó   seis pisos  de   altura.   Parece   que   inspiró   en   los   egipcios   del   Imperio   Antiguo  la idea de construir pirámides. Dos   generaciones   después   de   Zoser   llegó   el   faraón   Snofru   (o   Snefru), el padre de Keops, que, según creían los antiguos egipcios, ordenó construir una   pirámide   en   Meidum   (de   hecho,   ahora   se   cree   que   la   pirámide   la construyó Hunit, el último faraón de la III dinastía), que parece inacabada. Lo único que ahora sigue en pie es una enorme torre cuadrada (en dos etapas) en   la   cima   de   lo   que   parece   ser   una   colina.   Hasta   1974  no   señaló  un  físico alemán   llamado   Kurt   Mendelssohn   por   qué   la   pirámide   está   inacabada:   se derrumbó   antes   de   que   la   terminasen,   y   probablemente   causó   muchísimos muertos.   La   «colina»   sobre   la   que   parece   alzarse   es   un   montón   de escombros.  

El   faraón   empezó   construyendo   una   pirámide   de   siete   pisos, y  luego   añadió   un   octavo   piso.   En   este   momento   se   decidió   convertirla   en   la que   es   casi   seguro   que   fue   la   primera   pirámide   lisa,   para   lo   cual   añadieron bloques   de   relleno   y   una   capa   de   gruesas   piedras   de   revestimiento.   Es probable   que   la   mala   calidad   del   trabajo   fuera   la   causa   de   que   una   de   las piedras   de   revestimiento   se   saliera   de   su   sitio   por   efecto   del   empuje   lateral acumulado y las restantes debieron de derrumbarse como una avalancha en cuestión de segundos. Mendelssohn   arguye   que   ésta   es   la   razón   por   la   cual   otra   pirámide,   la Pirámide Acodada de Dashur,  cambia de ángulo  de inclinación en  su  mitad. Es   muy   probable   que   también   la   construyera   Snefru   y   el   hecho   de   que   su ángulo   se   vuelva   menos   empinado   sugiere   que   su   arquitecto   había   sacado una lección provechosa del desastre anterior. El   argumento   central   de   Mendelssohn   es   que   las   pirámides   no   se construyeron con la intención de que fueran tumbas, sino para unir a muchas tribus   en   un   estado-nación   encomendándoles   una   tarea   común.   Es   un argumento   interesante,   pero   da   la   impresión   de   ser   la   teoría   de   un   liberal moderno   que   fue   alumno   de   Einstein   (como   es   el   caso   de   Mendelssohn), más   que   la   de   un   egiptólogo.   ¿Por   qué   Snofru   no   les   ordenó   que   hicieran algo   más   práctico,   como,   por   ejemplo,   construir   una   presa   en   el   Nilo   o graneros inmensos? La intuición nos dice que fuera cual fuese la finalidad de las pirámides, tenía algo que ver con la religión egipcia.

El fracaso de Meidum parece contradecir la teoría de Schwaller según la cual   la   rápida   aparición   de   la   civilización   faraónica   se   debió   al   legado   que había recibido de la Atlántida. Aun reconociendo que la habilidad demostrada en   la   construcción   de   la   Gran   Pirámide   induce   a   pensar   en   una   civilización antigua y muy avanzada, seguimos teniendo derecho a preguntar: ¿dónde se encontraban   los   atlantes   cuando   el   arquitecto   de   Snefru   empezó   a   dar muestras de su incompetencia? No obstante, la respuesta podría ser sencilla. Si los constructores de la Esfinge habían vivido durante miles de años tan aislados como los monjes la Edad de las Tinieblas, es mas que probable que perdieran sus habilidades de constructores y tuviesen que aprenderlas de nuevo desde el principio. Entonces, ¿por qué habría que suponer que desempeñaron algún papel en   el   Egipto   faraónico?   ¿Acaso   no   es   concebible   que  desapareciesen   de  la faz  de  la tierra  y  dejaran  sólo una  biblioteca  de  papiros  llenos  de  moho  que pocas   personas   podían   descifrar?   ¿Por   qué   deberíamos   suponer   que salieron de su aislamiento y empezaron a interpretar un papel práctico en la religión de los faraones?

Pues, para empezar, hay una prueba intrigante: Embarcaciones. En   mayo   de   1954   un   arqueólogo   llamado   Kamal   el-Mallakh   descubrió un  pozo  rectangular  en  el  lado  meridional  de  la   Gran  Pirámide:  31,4  metros de longitud y 5,3 metros de profundidad. A 1,8 metros de profundidad había un   techo   formado   por   enormes   bloques   de   piedra   caliza,   algunos   de   los cuales pesaban 15 toneladas. Debajo de este techo yacía una embarcación desmantelada   construida   con   madera   de   cedro.   Se   procedió   a   reconstruirla -se   necesitaron   catorce   años-   y   el   resultado   fue   una   embarcación   de   43,6 metros de eslora, grande como las que llevaron a los vikingos a la otra orilla del Atlántico. John West dice de ella que era «una embarcación mucho más marinera   que   cualquiera   de   las   que   Colón   hubiese   podido   utilizar».   Thor Heyerdahl   discrepa   y,   refiriéndose   a   esta   misma   embarcación   en   Las  expediciones   Ra,   dice   que   «el   casco aerodinámico   se   hubiera   venido   abajo   en   su   primer   encuentro   con   las   olas del   océano».   Dice   también   que   se   construyó   para   «pompa   y   ceremonia»   y para que el faraón la utilizase en la otra vida. Sin embargo, también reconoce que «la había construido de acuerdo con unas pautas arquitectónicas que las principales   naciones   marineras   del   mundo   nunca   superaron.   Había  construido su frágil embarcación fluvial de acuerdo con una pauta creada por  los   constructores   de   barcos   de   un   pueblo   que   poseía   una   larga   y   sólida  tradición de navegar en mar abierto».  

Ahora   bien,   Heyerdahl   precisamente   debería   reconocer   el   proyecto   de una  embarcación  marinera  al  verlo.  De  hecho,  sostiene  que  estos  primitivos egipcios pudieron haber cruzado el Atlántico a bordo de un barco construido con   cañas   de   papiro.   Pero   difícilmente   puede   decirse   de   él   que   lo demostrara,   ya   que   su   barco   de   papiro   estaba   virtualmente   sumergido cuando llegó a Barbados. Obviamente, esto plantea una pregunta fundamental. Si el barco de Khufu se construyó «de acuerdo con una pauta creada por los constructores de   barcos   de   un   pueblo   que   poseía   una   larga   y   sólida   tradición   de   navegar en   mar   abierto»,   ¿quiénes   eran   estos   constructores   de   barcos?   En   Egipto hubo   muy   poca   madera   hasta   que   empezaron   a   importarse   grandes cantidades   en   las   postrimerías   de   la   III   dinastía:   Snefru,   el   padre   de   Khufu, construyó   una   flota   de   60   barcos.   Pero   no   puede   decirse   que   los   egipcios de   las   primeras   dinastías   fueran   un   pueblo   con   una   larga   tradición   de navegar   en   mar   abierto.   Después   de   todo,   habían   sido   nómadas   hacía   sólo unos cuantos siglos, según la historia ortodoxa.

Cuando   Graham   Hancock   estuvo   en   Abydos   se   acordó   de   otra   faceta de  este  misterio   al  ver  todo   un  cementerio   de   embarcaciones  enterradas   en un lugar del desierto situado a unos 12 kilómetros  del  Nilo. No había menos  de una docena de barcos, algunos de ellos de cerca de 22 metros de eslora. Esto representa sólo más o menos la mitad de la eslora del barco de Khufu,  aunque   hay   que   tener   en   cuenta   que   datan   de   cinco   siglos   antes.   Hancock cita un artículo del  Guardian  (21 de diciembre de 1991) que afirma que tienen 5000   años   de   antigüedad.   También   en   este   caso   se   trata   de   barcos marineros y no de barcos destinados a navegar por el Nilo. Suponiendo   que   sea   verdad   que   estos   barcos   -y   otro   que   se   encontró en   un   segundo   pozo   cerca   de   la   Gran   Pirámide-   fueran   objetos   puramente rituales   y   destinados   a   que   los   usara   el   faraón   muerto,   ¿de   dónde   sacaron los antiguos egipcios el proyecto de los mismos?

Según   Schwaller   de   Lubicz   -y   West-,   la   respuesta   es   la   siguiente:   de los supervivientes   de   la   Atlántida   que   llegaron   en   barcos.   Pero   ¿hay   alguna prueba del uso de barcos marineros antes de la época de los faraones? Da la casualidad de que la hay. En   1966,   un   profesor   norteamericano   de   historia   de   la   ciencia   llamado Charles  H.  Hapgood  causó   una   gran   polémica   con   un  libro   titulado   Maps   of  the   Ancient   Sea   Kings.   La   razón   resulta   clara   al   ver   el   título   del   último capítulo: «Una civilización que desapareció», que empieza así: Los   datos   que   presentan   los   mapas   antiguos   parecen   sugerir   la existencia   en   tiempos   remotos,   antes   del   nacimiento   de   las   culturas conocidas,   de   una   verdadera   civilización,   una   civilización   de   tipo avanzado,   que   o   bien   se   hallaba   localizada   en   una   región   pero   tenía comercio con el mundo entero, o era una cultura mundial en el sentido real  de  la  palabra.   Esta  cultura,   al   menos  en  algunos  aspectos,   estaba más   avanzada   que   las   civilizaciones   de   Grecia   y   Roma.   En   geodesia, ciencia náutica y cartografía estaba más avanzada que cualquier cultura conocida antes del siglo XVIII de la era cristiana. Hasta el siglo XVIII no creamos   un   medio   práctico   de   encontrar   la   longitud.   Fue   en   el   siglo XVIII   cuando   por   primera   vez   medimos   con   exactitud   la   circunferencia de   la   Tierra.   Hasta   el   siglo   XIX   no   empezamos   a   enviar   barcos   a explorar   los   mares   árticos   o   antárticos   y   sólo   entonces   comenzamos   a explorar el fondo del Atlántico. Los mapas indican que algunos pueblos antiguos hicieron todas estas cosas.

Fue   una   desgracia   para   Hapgood   que   durante   el   año   siguiente,   1967, estos   mismos   mapas   antiguos   figurasen   de   forma   prominente   en   un   libro titulado  Recuerdos del futuro, de Erich von Däniken, cuya intención era demostrar que probaban que en épocas remotas seres   procedentes   del   espacio   exterior   habían   visitado   la   Tierra.   Däniken preguntaba   cómo,   en   caso   contrario,   pudo   el   hombre   antiguo   examinar   tan minuciosamente   la   costa   de   América   del   Sur   y   los   polos   Norte   y   Sur,   sin haberlos   visto   nunca   desde   el   aire.   Las   numerosas   inexactitudes   de   Von Däniken   y   el   carácter   sensacionalista   de   sus   teorías   causaron   una   reacción violenta entre los estudiosos serios, que decidieron que todo el asunto era un cúmulo de absurdos. Y al denunciarse las inexactitudes de Von Däniken (por ejemplo, multiplicar el peso de la Gran Pirámide por cinco), empezó a circular la idea de que toda la cuestión de los «mapas de los antiguos reyes del mar» era un mito desacreditado. Esto era   totalmente   falso.   Al   cabo   de   más   de   un   cuarto   de   siglo   de   su publicación,  los   datos   que   da   el   libro   de   Hapgood  siguen   siendo   tan   sólidos como siempre.

En septiembre de 1956, Hapgood se hallaba profundamente enfrascado en   el   estudio   de   otro   misterio,   el   de   las   grandes   glaciaciones,   cuando   oyó hablar   de   un   enigma   intrigante   que   parecía   tener   alguna   relación   con   sus investigaciones.   El   26   de   agosto   de   1956   se   había   celebrado   un   debate radiofónico en torno a un mapa antiguo llamado «el mapa de Piri Re’is», que había   pertenecido   a   un   pirata   turco   al   que   habían   decapitado   en   1554.   Un grupo de respetables académicos y científicos habían dado su aprobación a la idea de que el citado mapa parecía mostrar el Polo Sur tal como era antes de que lo cubriese el hielo. La   polémica   había   surgido   porque   aquel   mismo   año   un   oficial   de   la marina   turca   había   regalado   a   la   oficina   hidrográfica   de   la   marina norteamericana   una   copia   del   mapa   de   Piri   Re’is,   cuyo   original   había aparecido en el palacio de Topkapi de Estambul en 1929. Estaba pintado en un   pergamino   y   fechado   en   1513,   y   mostraba   el   océano   Atlántico,   con   una pequeña parte de la costa de África a la derecha y toda la costa de América  del Sur a la izquierda. Y al pie del mapa, había algo que parecía la Antártida.

El experto en cartografía de la oficina hidrográfica, W. I. Walters, se hizo cargo   del   mapa   y   se   lo   mostró   a   un   amigo   suyo,   el   capitán   Arlington   H. Mallery, que se dedicaba al estudio de antiguos mapas vikingos. Después de estudiarlo en su domicilio, Mallery hizo la sorprendente afirmación de que creía   que   el   mapa   mostraba   la   costa   de   la   Antártida   tal   como   era   antes   de que la cubriese una gruesa capa de hielo. Parecía mostrar ciertas bahías de la   tierra  de   la   Reina   Maud,  tal   como  eran   antes   de   que   se   helaran.   En   1949 una   expedición   organizada   por   Noruega,   Suecia   y   Gran   Bretaña   había efectuado   sondeos   con   equipo   sonar   a   través   del   hielo   -que   en   algunos puntos   tenía   un   espesor   de   casi   dos   kilómetros-   y   descubierto   aquellas bahías desaparecidas hacía tanto tiempo. Ya era asombroso que un mapa del siglo XVI mostrara la Antártida, que no   había   sido   descubierta   hasta   1818.   Pero   que   mostrara   la   Antártida   tal como   era   en   tiempos   prehistóricos   parecía   absurdo.   Así   lo   habían   afirmado algunos   estudiosos   indignados   y   por   eso   el   grupo   de   expertos   se   había reunido   en   la   universidad   de   Georgetown,   en   Washington,   D.   C.,   para defender a Mallery. Todo esto interesó vivamente a Hapgood, porque llevaba tiempo arguyendo que los casquetes de hielo polares se habían formado con bastante   rapidez   -a   lo   largo   de   miles   de   años   en   vez   de   millones-   y   hacían que   la   tierra   temblase   y   los   continentes   se   desplazaran.   También   había sugerido   que   grandes   masas   de   hielo   desprendido   causaban   grandes catástrofes   y   que   la   última   de   éstas   había   ocurrido   alrededor   de   mil quinientos   años   antes,   cuando   la   Antártida   estaba   4.000   kilómetros   y   pico más cerca del ecuador.

Hapgood   se   puso   en   comunicación   con   el   capitán   Mallery,   que   le pareció   un  hombre   sincero   y   honrado.   Se   enteró   por   él   de   que   la  Biblioteca del   Congreso   ya   poseía   facsímiles   del   mapa   de   Piri   Re’is   antes   de   que   el oficial  turco  regalara una  copia a  la  oficina hidrográfica, y  que  tenía  muchos más   mapas   del   mismo   tipo.   Eran   los   llamados   «portulanos»   -que   significa «de   puerto   a   puerto»-   y   los   utilizaban   los   navegantes   de   la   Edad   Media.   Y Hapgood   se   sorprendió   al   enterarse   de   que   los   estudiosos   conocían   estos mapas   desde   hacía   siglos   pero   que   nunca   nadie   les   había   prestado   mucha atención. Decidió entonces hacer que sus alumnos del Keene State College, en Nueva Hampshire, llevaran a cabo un estudio completo de los mapas. ¿Por   qué   nadie   les   había   prestado   mucha   atención?   En   primer   lugar, porque los habían trazado navegantes medievales y se suponía que estarían llenos   de   errores   e   inexactitudes.   ¿Para   qué   iba   alguien   a   tomarse   la molestia de compararlos con mapas más modernos? Pero   como   mínimo   un   estudioso   -E.   E.   Nordenskiold,   que   recopiló   un atlas   de   portulanos   en   1889-   estaba   convencido   de   que   se   basaban   en cartas que databan de mucho antes de la Edad Media. Eran demasiado exactos   para   ser   obra   de   marineros   medievales.   Asimismo,   las   cartas   que databan del siglo XVI no mostraban ningún avance respecto de las del siglo XIV,   lo   cual   inducía   a   pensar   que   unas   y   otras   se   basaban   en   mapas   más antiguos.  

Asimismo,   Nordenskiold   también   señaló   que   los   portulanos   eran más   exactos   que   los   mapas   del   gran   geógrafo   y   astrónomo   Ptolomeo,   que trabajó en Alejandría alrededor de 150 d. de C. ¿Era posible que un marinero corriente   pudiese   superar   a   Ptolomeo,   a   menos   que   dispusiera   de   mapas antiguos para guiarse? Los   estudiantes   de   Hapgood   decidieron   que   la   forma   más   sencilla   de abordar el problema era ponerse en el lugar de los cartógrafos originales (o, en   algunos   casos,   el   cartógrafo,   porque   a   menudo   parecía   que   muchos mapas   posteriores   estuviesen   basados   en   la   misma   carta   original).   Como sabe todo el mundo, el  primer problema que surge al  crear un mapa estriba en que el mundo es un globo y un papel plano forzosamente tergiversará sus proporciones.   En   1569,   Gerhard   Mercator   resolvió   el   problema «proyectando» el globo sobre una superficie plana y dividiéndolo en latitud y longitud.   Es   el   método   que   todavía   utilizamos.   Pero   esto   se   debe   a   que conocemos  todo  el   globo.  ¿Cómo   acometería  la   tarea  un  cartógrafo   antiguo que tal vez sólo conocía su propio país?

Los   estudiantes   decidieron   que   la   forma   sensata   sería   elegir   algún centro   para   el   mapa,   trazar   un   círculo   a   su   alrededor,   luego   subdividir   este círculo   en   varios   segmentos,   como   un   pastel:   dieciséis   parecían   tener sentido. Luego, si tenían que extenderse más allá del círculo, probablemente pegarían cuadrados al borde de cada «trozo». Piri Re’is había reconocido que su mapa era una combinación de veinte mapas en uno solo y que a menudo había permitido que se solaparan… o no se  solaparan.  Así, mostraba el río Amazonas  dos veces, pero había  omitido más   de   1.400   kilómetros   de   la   costa   de   América   del   Sur.   Hapgood   y   sus alumnos tenían que utilizar la razón -por así decirlo- para volver a los veinte mapas originales. La primera pregunta era: ¿dónde estaba el «centro» original? Después de estudiar  mucho el  asunto, sacaron la  conclusión  de  que  estaba fuera  del mapa,  pero que probablemente se encontraba en Egipto.  Alejandría parecía el   lugar   más   indicado.   Hapgood   pidió   a   un   amigo   suyo   que   era   matemático que   tratase   de   encontrar   la   respuesta   empleando   la   trigonometría   (por suerte, nadie le había dicho que los expertos opinaban que las cartas no se basaban   en   la   trigonometría).   Encontrar   la   solución   necesitó   tres   años.

Cuando finalmente resultó obvio que el lugar que andaban buscando tenía que estar situado en el Trópico de Cáncer, se dieron cuenta de que sólo una ciudad   antigua   parecía   satisfacer   los   requisitos:   Siena,   que   ahora   se   llama Asuán y es el emplazamiento de la moderna presa.  Siena,   en   el   Alto   Egipto,   tiene   una   distinción   interesante:   fue   el   lugar  desde   donde   el   erudito   griego   Eratóstenes,   jefe   de   la   Biblioteca   de Alejandría, había calculado el tamaño de la Tierra hacia el 200 a. de C. Eratóstenes   oyó   decir   por   casualidad   que   el   21   de   junio   de   todos   los años,   el   sol   se   reflejaba   en   el   fondo   de   cierto   pozo   profundo   que   había   en  Siena: es decir, estaba directamente sobre él, de tal modo que las torres no proyectaban ninguna sombra. Pero en Alejandría sí la proyectaban. Lo único que   tenía   que   hacer   era   medir   la   longitud   de   una   sombra   en   Alejandría   el mediodía del 21 de junio y calcular a partir de ello el ángulo que formaban los rayos de sol al caer sobre la torre. Resultó que era de siete grados y medio.  Y dado que la Tierra es un globo, la distancia de Siena a Alejandría debía de ser siete grados y medio de la circunferencia de la Tierra. Como sabía que la distancia de Siena a Alejandría era de 5000 estadios (800 kilómetros y pico), el   resto   era  fácil:   siete   grados   y  medio   cabe   cuarenta   y  ocho   veces  en   360, de   modo   que   la   circunferencia   de   la   Tierra   tenía   que   ser   500   veces   848: 38.616  kilómetros.  En  realidad  se   acerca  más   a  40.225 kilómetros, pero Eratóstenes se aproximó de forma asombrosa.

Ahora   bien,   Eratóstenes   había   cometido   un   pequeño   error   consistente en   aumentar   la   circunferencia   de   la   Tierra   en   cuatro   grados   y   medio. Hapgood   descubrió   que   si   tenía   en   cuenta   este   error,   el   mapa   de   Piri   Re’is resultaba todavía más exacto. Era, pues, virtualmente seguro que el mapa se basaba en antiguos modelos griegos inspirados en Eratóstenes.        Pero Hapgood pensó que es poco probable que cuando hicieron sus mapas   los   geógrafos   de   Alejandría   salieran   en   barco   para   ver   los   lugares   que aparecían   en   ellos.   Era   casi   seguro   que   utilizaban   mapas   más   antiguos…   y entonces   introducían   el   error.   Así   pues,   los   mapas   más   antiguos   debían   de ser   aún   más   exactos   que   los   de   Alejandría. A un tutor de uno de los últimos Ptolomeos, Agatárquides de Gnido, le dijeron que la longitud de la base de la gran pirámide   era   una  octava   parte   de  un   minuto   de  un   grado.   Y   a   partir   de   esto es  posible calcular que los constructores de las pirámides sabían que la cir- cunferencia   de   la   Tierra   era   de   poco   menos   de   40.225   kilómetros,   cifra   que es aún más exacta que el cálculo que hizo Eratóstenes. En vista de ello, no nos queda ninguna duda de que los antiguos egipcios no sólo sabían que la Tierra era un globo, sino que conocían también su tamaño con un margen de error de unos cuantos kilómetros.

Evidentemente,   diríase   que   esto   indica   una   de   dos   cosas:   o   bien   los egipcios   poseían   una   marina   capaz   de   circunnavegar   el   globo,     tenían acceso   a   información   de   alguien   que   sí   poseía   tal   marina, o de-los   astronautas o dioses  procedentes   de   las   estrellas.  Pero   ya  hemos  visto que uno de los primeros faraones en poseer una marina fue Snefru, padre de Keops,   y   apenas   habría   tiempo   para   que   sus   barcos   dieran   la   vuelta   al mundo y trazaran mapas detallados antes de que se construyese la pirámide (con   sus   pozos   para   embarcaciones).   Margaret   Murray   señala   que   algunos miembros   de   la   población   del   Egipto   predinástico   -los   gerzeenses   (hacia 3500 a. de C.) pintaban barcos al decorar su cerámica; pero en estos barcos hay remeros y parece poco probable que los gerzeenses (posiblemente cretenses) dieran la vuelta al mundo remando. Así que nos queda la posibilidad de   que   hubiera   navegantes   que   cruzaran   los   océanos   mucho   antes   del Egipto dinástico.

¿Cuánto   tiempo   antes?   El   mapa   de   la   Tierra   de   la   Reina   Maud,   en   el Polo   Sur,   que   hizo   Piri   Re’is   muestra   unas   bahías   antes   de   que   el   hielo   las cubriese, y Hapgood calculó que la última vez que la Antártida estuvo libre de hielo   fue   en   algún   momento   anterior   al   4000   a.   de   C.  Las   muestras   del núcleo   que   tomó   la   expedición   antártica   de   Byrd   en   1949   indicaron   que   el último   período   cálido   en   la   Antártida   terminó   entonces.   Los   indicios   son   que empezó más o menos en el 13000 a. de C.  Alguien había trazado mapas de  la Antártida hace como mínimo seis mil años, y es posible que mucho antes. Pero un mapa no sirve para nada sin algo escrito en él, y la fecha oficial de la invención de la escritura es hacia el 3500 a. de C. (en Sumeria). Asimismo, la cartografía es un arte complejo que requiere conocimientos de trigonometría y   geometría.   Además,   parece   que   estamos   postulando   la   existencia   de   una civilización   muy   desarrollada   antes   del   4000   a.   de   C.   Y   dado   que   las civilizaciones   tardan   mucho   tiempo   en   desarrollarse,   parece   posible   que estemos hablando de miles de años antes de la fecha indicada.

En   noviembre   de   1959, Hapgood   concertó   una   visita   a   la   Biblioteca   del Congreso para examinar otros portulanos. Al entrar en la sala de conferencias,   quedó   impresionado   al   ver   que   había   literalmente   cientos   de   mapas. Pasó   días   examinándolos   y   descubrió   que   muchos   de   ellos   mostraban   un continente meridional. (De hecho, Mercator también lo había mostrado… pero sólo porque  creía que estaba  allí y  no  porque  lo conociera.)  Al  ver  un  mapa trazado   por   un   hombre   que   se   llamaba   Oronteus   Finaeus   en   1531,   quedó súbitamente   paralizado.   El   mapa   no   sólo   mostraba   el   Polo   Sur   completo, como   visto   desde   el   aire,   sino   que,   además,   se   parecía   de   modo sorprendente   al   Polo   Sur   que   vemos   en   los   mapas   modernos.   Mostraba   las mismas   bahías   sin  el   hielo,   ríos   que  fluían   hacia   el   mar   e   incluso   montañas que actualmente se encuentran bajo el hielo. Había   un   sólo   problema.   Oronteus   Finaeus   había   dibujado   una Antártida demasiado grande. Entonces Hapgood descubrió algo que parecía ser   la   explicación.   Por   algún   motivo   extraño,   Oronteus   había   trazado   un círculo   pequeño   en   medio   de   su   Antártida   y   le   había   puesto   el   nombre   de Círculo Antártico.

El verdadero círculo antártico va alrededor de la Antártida, en   el   mar.   Entonces   Hapgood   se   dio   cuenta   de   que   el   círculo   que   había dibujado   en   su   propio   mapa   para   representar   el   paralelo   80   estaba   en   el centro de su versión de tamaño normal de la Antártida, justo donde Oronteus había   trazado   su   propio   Círculo   Antártico.   Era   obvio   que   algún   copista anterior   del   mapa   original   había   confundido   el   paralelo   80   con   el   Círculo Antártico y  le  había  dado el  nombre  que no  le  correspondía. El resultado  de  semejante error sería mostrar la Antártida unas cuatro veces mayor de lo que era…  justo  lo que había  hecho Oronteus  Finaeus.  Hapgood también  sacó  la conclusión  de   que  los   errores   en   el   mapa   mostraban   que  Oronteus   Finaeus lo   había   construido   partiendo   de   gran   número   de   mapas   más   pequeños   y solapados. Su razonamiento volvía a señalar la existencia de mapas mucho más antiguos… y más exactos. Parecía   ineludible   sacar   la   conclusión   de   que   algún   cartógrafo   había trazado el mapa de la Antártida en los tiempos en que en ella no había hielo. Asimismo, la minuciosidad del mapa indicaba que el cartógrafo había pasado algún   tiempo   allí.   La   conclusión   lógica   parecía   ser   que   se   trataba,   en realidad,   de   un   habitante   de   la  Antártida   en   los   tiempos   en   que   era   cálida   y habitable… y posiblemente tenía una marina capaz de dar la vuelta al mundo.

Esto concordaba con la teoría que Hapgood venía desarrollando desde principios   del   decenio   de   1950   y   que   había   propuesto   en   un   libro   titulado Earth’s   Shifting   Crust   (1959),   cuyos   datos   impresionaron   tanto   a   Einstein, que escribió un prefacio para el mismo. La finalidad del libro había sido explicar los cambios bruscos en el clima de la Tierra … lo que un paleontólogo ha llamado «súbitas e inexplicables revoluciones climáticas», que a menudo llevan   aparejadas   grandes   extinciones   de   especies  como   los   mamuts.   El mamut   de   Beresovka,   que   fue   hallado   en   Siberia   en   1901,   se   había   helado cuando   estaba   erguido   con   alimentos   en   la   boca   y   plantas   de   primavera -entre   las   que   había   ranúnculos-   en   el   estómago.   Hapgood   dedica   un capítulo entero a estas «grandes extinciones». La teoría de Hapgood era que la corteza de la Tierra se parece bastante a la tela que se forma en la superficie del jugo de carne al enfriarse y puede  verse   empujada   literalmente   de   un   lado   a   otro   por   las   grandes   masas   de hielo de los polos. Hasta el decenio de 1960 no se percataron los científicos  de la existencia de las placas tectónicas de la Tierra, y Hapgood las tuvo en  cuenta en una edición posterior de su libro titulado   The Path of the Pole.   

Su argumento seguía siendo que el hielo podía hacer que la corteza entera de la Tierra   -placas   tectónicas   y   todo-   se   moviera   como   una   sola   masa.   Cita pruebas   científicas   de   que   en   otro   tiempo   la   bahía   de   Hudson   estaba   en   el Polo Norte y cita también un estudio del magnetismo de las rocas británicas que   se   hizo   en   1954   e   indica   que   en   otro   tiempo   las   islas   Británicas   se encontraban más de tres mil kilómetros más al sur. Científicos soviéticos han afirmado que el Polo Norte estaba en un punto tan meridional como son los 55 grados de latitud hace sesenta millones de años, y que se encontraba en el   Pacífico,   al   sudoeste   del   sur   de   California,   hace   trescientos   millones   de años.   Asimismo,   en   otro   tiempo   la   India   y   África   estaban   cubiertas   por   una capa de hielo mientras que Siberia se libró de ello, lo cual es incomprensible. Hapgood   hace   la   siguiente   pregunta:   ¿no   es   posible   que   una   glaciación   no cubra   toda   la   Tierra   simultáneamente,   sino   sólo   las   partes   que   penetran   en las   regiones   polares?  Y   luego  arguye  que,  antes   del  último  «acontecimiento catastrófico»   de   hace   15.000   años,   el   continente   antártico   se   encontraba cuatro mil kilómetros y pico más al norte. Así que Hapgood no se llevó ninguna sorpresa al encontrar en el mapa de Oronteus Finaeus indicios de que en otro tiempo en el Polo Sur no había hielo y probablemente había en él ciudades y puertos.

Un mapa turco de 1559, cinco años antes de que naciera Shakespeare, muestra   el   mundo   desde   una   «proyección»   septentrional,   como   si   estuviera inmóvil en el aire sobre el Polo Norte. También en este caso la exactitud es increíble. Pero puede que su rasgo más interesante sea que Alaska y Siberia parecen estar unidas. Dado que esta proyección muestra un globo con forma de   corazón,   con   Alaska   en   un   lado   del   «hoyuelo»   y   Siberia   en   el   otro,   esto podría indicar meramente que el cartógrafo no tenía espacio para mostrar el estrecho   de   Bering,   que   separa   los   continentes.   Si   no   es   así,   las consecuencias   que   pueden   sacarse   son   asombrosas;   existía   realmente   un puente   de   tierra   en   un   pasado   remoto,…   pero   puede   que   haga   ya   12.000 años. Otros portulanos antiguos eran igualmente notables por su exactitud, como  el   portulano   de   Dulcert,  que   data   de   1339.  Se   nota   que  el   cartógrafo  poseía un conocimiento exacto de una zona que va de Galway a la cuenca del Don en Rusia. Otros mostraban el Egeo salpicado de islas que en la actualidad no existen   -es   de   suponer   que   el   hielo   las   ahogó   al   fundirse-,   un   mapa   del   sur de   Gran   Bretaña   trazado   con   exactitud   pero   sin   Escocia   y   con   indicios   de glaciares, y una Suecia parcialmente helada aún.

Un mapa de la Antártida que Philippe Buache, el cartógrafo francés del siglo   XVIII,   publicó   en   1737   la   muestra   dividida   en   dos   islas,   una   grande   y otra   pequeña,   con   una   considerable   extensión   de   agua   entre   ellas.   El reconocimiento   efectuado   en   1958   demostró   que   esto   es   correcto.   En   los mapas   modernos   la   antártida   aparece   como   una   masa   sólida.   Hasta Oronteus Finaeus la mostró así. De ello se deduce que Buache utilizó mapas que   eran   mucho   más   antiguos   que   los   que   usó   Oronteus   Finaeus… posiblemente miles de años más antiguos. Tal   vez   lo   más   interesante   que   descubrió   Hapgood   sea   un   mapa   de China que encontró en  Science and Civilization in China,  de Needham, y que data   de   1137   y   está   tallado   en   piedra.   Gracias   al   estudio   del   mapa   de   Piri Re’is y de otros portulanos europeos, Hapgood estaba al corriente del «error de   longitud»   que   ya   hemos   mencionado;   ahora   quedó   asombrado   al encontrarlo en este mapa de China. Si estaba en lo cierto, entonces también los   chinos   conocían   los   mapas   «originales»   en   que   se   basaba   el   de   Piri Re’is.

Todo esto explica por qué Hapgood sacó la sorprendente conclusión de que   antes   del   4000   a.   de   C.   había   en   la   Tierra   una   civilización   marítima, mundial   y   floreciente   y   que   su   probable   centro   estaba   en   el   continente antártico,   donde   en   aquel   tiempo   no   había   hielo.   En   el   último   capítulo   de Maps   of   the   Ancient   Sea   Kings,   Hapgood   dice:   «Cuando   era   joven   tenía   yo una fe sencilla en el progreso. Me parecía imposible que una vez el hombre hubiera pasado por un hito del progreso en una dirección, pudiese pasar de nuevo por él en la dirección contraria. Una vez inventado el teléfono, seguiría estando inventado. Si civilizaciones pasadas se habían desvanecido, era só-lo   porque   no   habían   aprendido   el   secreto   del   progreso.   Pero   la   ciencia significaba progreso permanente, sin volver atrás…». Y ahora los indicios de esta «civilización desvanecida» parecían contradecir aquella conclusión. Cita al   historiador  S.  R.   K.  Clanville,   que   dice   (en   The  Legacy  of  Egypt):   «Puede ser, como sospechan algunos, que la ciencia que vemos como los albores de la historia documentada no fuera ciencia en sus albores, sino que represente los   restos   de   la   ciencia   de   alguna   gran   civilización   que   todavía   no   ha   sido localizada».

Hapgood,   por   supuesto,   no   menciona   la   Atlántida, ya que  hubiera   sido   un riesgo   demasiado   grande   para   su   reputación   académica.   Sin   embargo,   sus lectores difícilmente pueden evitar que la historia de la Atlántida haga acto de presencia   en   su   pensamiento.   Después   de   todo,   parece   como   si   la   gran catástrofe de hace quince mil años de que habla Hapgood pudiera haber sido el principio del desastre que, según Platón, sepultó el continente. El   problema,   como   hemos   visto,   es   que   la   crónica   de   la   Atlántida   que hace Platón es difícil de aceptar. En el  Timeo  nos dice que los atlantes combatían agresivamente contra Europa en el 9600 a. de C. y que la conquistaron hasta Italia a la vez que conquistaban el norte de África hasta Libia.   Fueron   los   atenienses   quienes,   según   Platón,   continuaron luchando solos y finalmente vencieron a los atlantes,. después de lo cual las indundaciones   sepultaron   tanto   la   Atlántida   como   Atenas.   Pero   dado   que   la investigación   arqueológica   no   muestra   ninguna   señal   de   ocupación   del emplazamiento   de   Atenas   antes   del   3000   a.   de   C.   (momento   en   que,   al parecer, había un asentamiento neolítico bastante avanzado en el lugar de la Acrópolis), los expertos lo consideran un mito más que historia. Aunque algunas de las sorpresas que hemos encontrado en la historia antigua de Egipto y de otras zonas, como la Troya de Heinrich Schliemann, inducen a pensar que no deberíamos formarnos una opinión definitiva.

En   su   diálogo   fragmentario   Critias,   del   cual   sólo   se   conservan   .unas cuantas páginas, Platón nos dice que los atlantes eran grandes ingenieros y arquitectos.   Su   capital   estaba   construida   en  una   colina  y   rodeada   de  franjas concéntricas de tierra y agua, unidas por túneles lo suficientemente grandes como para permitir el paso de barcos. En la ciudad, cuyo diámetro era de 17 kilómetros y pico, había templos consagrados al dios del mar, Poseidón, o Neptuno, y palacios, así como extensos puertos y muelles. Un canal de unos 90   metros   de   anchura   y   unos   30   de   profundidad   comunicaba   el   círculo   de agua   más   exterior   con   el   mar.   Detrás   de   la   ciudad   había   una   llanura rectangular de alrededor de 480 por 320 kilómetros en la cual los agricultores cultivaban   los   alimentos   con   que   se   abastecía   la   ciudad.   Rodeaban   esta llanura montañas que descendían hasta el mar y estaban llenas de poblados, lagos   y   ríos.   Platón   da   muchos   detalles   relativos   a   la   arquitectura   -incluso menciona el color de las piedras de los edificios- y los refectorios comunales con   fuentes   de   agua   caliente   y   fría   hacen   pensar   en   una   de   las   fantasías utópicas de H. G. Wells.

Pero   a   resultas   del   cruzamiento   -es   de   suponer   que   con   inmigrantes-, los  atlantes  empezaron paulatinamente a  alejarse  de  sus orígenes  divinos  y a   portarse   mal.   Zeus   decidió   entonces   que   necesitaban   una   lección   que   los «metiese en vereda» y convocó una reunión de los dioses… En este punto el fragmento se  interrumpe  y  nos perdemos  el  resto  de  la  historia,  que en  otro tiempo continuaba en un tercer diálogo. Los encargados de la edición Böllingen de Platón explican que éste se hallaba   «descansando   su   mente…   inventando   un   cuento   de   hadas,   la   isla más   maravillosa   que   cupiera   imaginar».   Pero   si   su   intención   era   crear   una fábula   o   un   cuento   de   hadas,   el   motivo   no   está   claro;   parece   mucho   más probable que se trate de una historia antigua que Sócrates contó a Platón. Y si era una obra de ficción, ¿por qué incluyó Platón su primera crónica breve de   la   Atlántida   en   su  Timeo,   su   crónica   de   la   creación   del   universo,   que Benjamin   Jowett   calificó   de   «el   mayor   esfuerzo   de   la   mente   humana   por concebir el  mundo  en su  totalidad…»  si  se  trataba meramente  de  un cuento de hadas?

En   la   segunda   mitad   del   siglo   XIX,   barcos   de   las   marinas   británica, francesa,   alemana   y   norteamericana   empezaron   a   efectuar   sondeos   del fondo   del   Atlántico   y   descubrieron   la   «cordillera   de   la   mitad   del   Atlántico», que,   como   su   nombre   indica,   es   una   cadena   de   montañas   que   va   desde Islandia hasta casi el círculo polar antártico, que en determinado punto tiene una anchura de 965 kilómetros. Ésta ha resultado ser una región donde hay mucha  actividad  volcánica.  El   descubrimiento  causó  gran   sensación,  lo   cual es   comprensible,   y   llamó   la   atención   de   un   miembro   del   Congreso   de   los Estados   Unidos   que   se   llamaba   Ignatius   Donnelly,   al   que   L.   Sprague   de Camp   ha   calificado   de   «tal   vez   el   hombre   más   erudito   que   jamás   se   haya sentado   en   la   Cámara   de   Representantes».   Al   perder   su   escaño   en   1870, cuando   contaba   39   años   de   edad,   Donnelly   se   retiró   para   escribir   Atlantis:  The Antediluvian World,  basándose en extensos estudios que llevó a cabo en la Biblioteca del Congreso. El libro salió doce años más tarde y se vendió mucho   desde   el   primer   momento.   El   éxito   era   merecido;   el   libro   refleja   un gran   saber   e   incluso   hoy   es   tan   ameno   como   cuando   se   escribió.   Donnelly muestra amplios conocimientos de mitología y antropología, y cita en griego y   hebreo.   Estudia   leyendas   que   hablan   de   una   inundación   y   proceden   de diversas   partes   del   mundo,   de   Egipto   a   México,   y   señala   sus   similitudes,   y arguye   que   antiguas   civilizaciones   sudamericanas   como,   por   ejemplo,   los incas y los mayas presentan un parecido interesante con civilizaciones de la Europa   antigua.  

Su   sugerencia   de   que   las   Azores   pueden   ser   las   cimas   de las   montañas   de   algún   continente   sumergido   impresionó   tanto   a   Gladstone, el   primer   ministro   británico,   que   intentó   -sin   conseguirlo-   persuadir   al   gabi-nete   británico   a   destinar   fondos   para   mandar   un   barco   en   busca   de   la Atlántida. Al   igual   que   Schwaller   de   Lubicz,   llamó   la   atención   de   Donnelly   la rapidez con que la civilización egipcia parece haber alcanzado un alto grado de desarrollo; y también al igual que Schwaller, sugirió que era debido a que el origen de su civilización estaba en la Atlántida. En su libro  Lost Continents  (1954), L. Sprague de Camp afirma que «la mayoría de las exposiciones de hechos que hace Donnelly… o bien eran erróneas cuando las hizo, o las han  refutado   descubrimientos   posteriores».   Sin   embargo,   su   lista   de   errores   de Donnelly -tales como sus opiniones sobre la civilización egipcia- no hace más que poner de relieve que Donnelly tenía un olfato muy bueno para encontrar indicios interesantes del pasado.

Fue   una   una   desgracia   para   la   incipiente   ciencia   de   la   «atlantología» que   tropezase   con   el   mismo   problema   con   que   tropezaría   Hapgood   al publicar   Maps   of   the   Ancient   Sea   Kings   y   verse   incluido   en   la   misma categoría   que   Erich   von   Däniken   y   otros   defensores   de   la   teoría   de   los «astronautas   de   la   antigüedad».   Cinco   años   antes   de   que   apareciera Atlantis,   de   Donnelly,   una   «ocultista»   rusa   llamada   Helena   Blavatski   había publicado una obra enorme sobre mitología antigua titulada  Isis sin velo,  que obtuvo   un   inesperado   éxito   de   venta.   Una   de   sus   mil   quinientas   páginas   se ocupa   brevemente   de   la   Atlántida   y   declara   que   sus   habitantes   eran «mediums naturales» cuya inocencia infantil había hecho de ellos presa fácil de algún ente malévolo que los convirtió en una nación de practicantes de la magia   negra;   empezaron   una   guerra   que   llevó   a   la   destrucción   de   la Atlántida. Madame Blavatski murió en Londres en 1891, después de fundar la Sociedad Teosófica. Su última y enorme obra,  La Doctrina Secreta,  pretendía ser un comentario de una obra religiosa titulada   Las estancias de Dyzan,   supuestamente escrito   en   la Atlántida. Según Madame Blavatski, la actual raza humana es la quinta raza de seres inteligentes de la Tierra. Su predecesora inmediata eran los atlantes.

Un   destacado   teósofo   que   se   llamaba   W.   Scott-Elliot   escribió seguidamente una obra titulada  The Story of Atlantis  (1896),  que se hizo muy popular.   Scott-Elliot   afirmaba   haber   adquirido   su   conocimiento   directamente gracias a que era capaz de leer los «registros akásicos», es decir, los anales de   la   historia   de   la   Tierra   que   se   encuentran   grabados   en   una   especie   de «éter   psíquico»   y   a   los   que   pueden   acceder   las   personas   poseedoras   de sensibilidad   psíquica.   Más   adelante   escribiría   un   libro   parecido   sobre Lemuria,  otro  «continente  perdido»  que  se  supone  que   estaba  situado  en  el Pacífico.   Donnelly   había   señalado   que   hay   indicios   de   que   Australia   es   la única   parte   visible   de   un   continente   que   se   extendía   desde   África   hasta   el Pacífico,   y   el   zoólogo   L.   P.   Sclater   lo   bautizó   con   el   nombre   de   Lemuria, señalando   que   la   existencia   de   lémures   desde   África   hasta   Madagascar parecía sugerir la existencia de una masa continental continua.

Uno   de   los   teósofos   más   influyentes   a   finales   del   siglo   pasado   y comienzos   del   actual   fue   el   austríaco   Rudolf   Steiner,   que   en   1904  produjo una   obra   titulada   From   the   Akasic   Records,   que   describía   la   evolución   de   la raza   humana.   Al   igual   que   Madame   Blavatski,   Steiner   afirmaba   que   el hombre   empezó   como  un  ser   completamente   etéreo   que   ha   ido   adquiriendo solidez   con   cada   paso   de   su   evolución.   Los   lémures   eran   la   tercera   raza y  los   atlantes,   la   cuarta.   Al   igual   que   Platón,   Steiner   declara   que   los atlantes   se   volvieron   cada   vez   más   corruptos   y   materialistas,   y   que   su utilización de fuerzas destructivas dio lugar a la catástrofe, que Steiner sitúa alrededor de 8000 a. de C., que causó la desaparición de la Atlántida debajo de las olas. Debido   a   la   adopción   de   la   Atlántida   por   los   ocultistas,   todo   lo relacionado con ella cayó en el descrédito. En el decenio de 1920, el director de   un   periódico   escocés,   un   tal   Lewis   Spence,   trató   de   dar   marcha   atrás   a esta tendencia volviendo al método puramente histórico de Donnelly en   The  Problem  of Atlantis  (1924) Presentó argumentos a  favor de la  existencia  de un   gran   continente   atlántico   en   el   mioceno   (hace   entre   25  y   5   millones   de años) que se desintegró y dio origen a una serie de islas, dos de las cuales,  las mayores, se encontraban cerca de la costa de España. Otra isla llamada Antillia estaba en la región de las Indias Occidentales. El continente oriental empezó   a   desintegrarse   hace   unos   25.000   años   y   desapareció   hace   unos 10.000.  

Antillia   continuó   existiendo   hasta   tiempos   más   recientes.   El   hombre de   Cromañón   llegó   de   la   Atlántida   y   exterminó   a   la   estirpe   europea   del hombre de Neandertal hace alrededor de 25.000  años. Atlantes  posteriores, el llamado «hombre aziliense», fundaron las civilizaciones de Egipto y Creta, mientras   que   otros   atlantes   huyeron   hacia   el   oeste   y   se   convirtieron   en   los mayas. Al igual que tantos teóricos de la Atlántida, Spence se obsesionó con su tema   y   obras   posteriores,   como   por   ejemplo   Will   Europe   Follow   Atlantis?   y  The Occult Sciences in Atlantis,  muestran un descenso de los niveles de rigor intelectual. A   finales   del   decenio   de   1960,   un   arqueólogo   griego,   el   profesor Angelos   Galanopoulos,   propuso   la   sorprendente   teoría   de   que   la   Atlántida era   la   isla   de   Santorin,   situada   al   norte   de   Creta.   La   isla   saltó   en   pedazos hacia   el   1500   a.   de   C.   a   causa   de   una   tremenda   explosión   volcánica   que probablemente   también   destruyó   la   mayoría   de   las   islas   griegas   y   las llanuras   costeras   de   Grecia   y   Creta.   Pero   ¿cómo   podía   la   pequeña   isla   de Santorini   ser   el   enorme   continente   de   la   Atlántida   que   describe   Platón,   con su   llanura   interior   de   480   kilómetros   y   pico?   Galanopoulos   sugiere   que   el escriba   sencillamente   multiplicó   las   cifras   por   diez…   y   que   esto   también   es aplicable   a   las   fechas:   los   9.000   años   antes   de   Platón   en   realidad   deberían ser 900 (es decir, hacia el 1300  a. de C.). Galanopoulos dice que sin duda un canal   de  unos   90  metros   de   anchura  y   unos   30  de   profundidad   es   absurdo; unos 9 de anchura y unos 3  de profundidad parecen más razonables.

La principal objeción que cabe poner a esta teoría es que Platón afirma claramente   que   la   Atlántida   estaba   más   allá   de   las   Columnas   de   Hércules: Gibraltar.   Galanopoulos   arguye   que   dado   que   Hércules   llevó   a   cabo   la mayoría de sus trabajos en Grecia, las Columnas de Hércules podrían ser los dos promontorios más meridionales de Grecia. Pero Platón también dice que los atlantes ejercían su dominio sobre el país hasta Egipto y el mar Tirreno y,  por   supuesto,   ninguno   de   los   dos   lugares   se   encuentra   dentro   de   los promontorios   griegos.   Pese   a   estas   objeciones,   la   Junta   de   Turismo   de Santorini   ha   aprovechado   plenamente   la   teoría   para   colocar   carteles afirmando que la isla es la Atlántida original. En 1968 pareció como si fuera a cumplirse la profecía de Edgar Cayce en el sentido de que la Atlántida volvería a subir en 1968 y 1969 .  Un guía de pescadores llamado Bonefish Sam llevó al arqueólogo y explorador submarino   doctor   J.   Manson   Valentine   a   un   lugar   donde   había   una   formación regular   de   piedras   enormes   bajo   el   agua,   que   parecía   obra   del   hombre. Valentine sacó la conclusión de que era parte de un camino ceremonial que llevaba   a   algún   lugar   sagrado   y   que   lo   había   construido   «la   gente   que   hizo las grandes esferas de América Central, las enormes plataformas de Baalbek en   el   Líbano,   Malta   en   el   Mediterráneo,   Stonehenge   en   Inglaterra,   las murallas   de   Ollantaytambo   en   Perú,   las   avenidas   de   menhires   en   Bretaña, las   ruinas   colosales   de   Tiahuanaco   en   Bolivia   y   las   estatuas   de   la   isla   de Pascua:   se   trataba  de   una  raza   prehistórica   que  podía   transportar  y   colocar piedras   ciclópeas   de   una   manera   que   sigue   siendo   un   misterio   para nosotros».  

Cuando   le   dijeron   que   Edgar   Cayce   había   profetizado   que   la Atlántida   reaparecería   cerca   de   Bimini,   Valentine   se   llevó   una   sorpresa   y quedó impresionado. Durante   un   tiempo   el   «camino   de   Bimini»   dio   lugar   a   numerosas especulaciones   y   una   expedición   encabezada   por   el   doctor   David   Zink   se pasó   meses   estudiando   las   piedras.   Sin   embargo,   los   resultados   no   fueron concluyentes.   Aunque   un   bloque   de   construcción   estriado   y   una   cabeza estilizada que pesaba más de 90 kilos parecían contradecir a los escépticos que   declaraban   que   los   bloques   eran   formaciones   naturales,   jamás   se descubrieron   pruebas   concluyentes   que   vincularan   el   camino   a   una civilización   desaparecida;   puede   que   las   piedras   sean   simplemente   restos que datan de los últimos mil años. No   es   extraño,   pues,   que   Hapgood   no   tuviera   ninguna   intención   de exponerse   a   que   se   burlasen   de   él   si   mencionaba   la   Atlántida.   Años   mas tarde   demostraría   un   valor   notable   al   publicar   un   libro   titulado   Voices   of  Spirit,   que   era   una   serie   de   entrevistas   -o,   mejor   dicho,   «sesiones»-   con   el medium   Elwood   Babbitt,   en   las   cuales,   según   parece,   Hapgood   pudo sostener conversaciones con -entre otros personajes: Nostradamus, la reina Isabel I de Inglaterra, William Wordsworth, Abraham Lincoln, Gandhi, John F. Kennedy,   Albert   Einstein   y   Adlai   Stevenson.  

Para   entonces,   no   obstante, Hapgood ya se había jubilado y no le importaba lo que el mundo académico  pensara   de   él.   El   libro   es   el   medio   que   le   sirve   para   expresar   su convencimiento de que el siguiente paso en la evolución del hombre se dará dentro del reino de lo psíquico y paranormal. No   obstante,   la  idea  de  Hapgood   en   el   sentido   de   que   la  cortezá   de   la Tierra quizá era capaz de «deslizarse» intrigó a un joven canadiense llamado  Randy Flemming, que vivía en la Columbia Británica. En el decenio de 1970, mientras esperaba noticias sobre si había obtenido un puesto de bibliotecario en la universidad de Victoria, Flemming decidió distraerse escribiendo una novela de ciencia ficción sobre la Atlántida en el año 10000 a. de C. Decidió que el lugar donde actualmente está la Antártida sería un buen emplazamiento para la Atlántida. Una   vez   hubo   obtenido   el   empleo,   encontró   Maps   of   the   Ancient   Sea  Kings,  de Hapgood, y vio el mapa de la Antártida sin hielo, que le recordó   inmediatamente   el   mapa   de   la   Atlántida   que   dibujara   el   arqueólogo jesuita   del   siglo   XVII   Atanasius   Kircher.   Flemming   empezó   a   estudiar seriamente   la   Atlántida,   con   la   ayuda   de   la   biblioteca   de   la   universidad.   La tarea adelantó mucho cuando su esposa, Rose -también bibliotecaria-, le dio un   ejemplar   del   National   Atlas   of   Canada   que   revelaba   que   en   el   norte   del Yukón  y en algunas  islas árticas no había  hielo  durante  la última glaciación.

Fue mientras daba vueltas a esta curiosa anomalía cuando oyó hablar de la teoría   de   Hapgood   sobre   la   corteza   móvil   de   la   Tierra.   Cuando   vio   que   la teoría   de   Hapgood   situaba   el   continente   antártico   4.000   kilómetros   y   pico más cerca del ecuador hacia el 15000 a. de C., salió de la biblioteca «dando saltos   de   alegría».   De   pronto   parecía   que   su   novela   de   ciencia   ficción estuviera basada en hechos. Flemming   empezó   a   trabajar   en   un   artículo   para   la   revista Antrhopological   Journal   of   Canada   sobre   el   problema   de   por   qué   la agricultura  parece  haber  empezado  en  todo   el  mundo  alrededor  del  9000  a. de C. Su propia sugerencia era que «el desplazamiento cortical de la tierra» de que hablaba Hapgood ocurrió en algún momento anterior al 9000 a. de C. e   hizo   que   grandes   extensiones   del   mundo   pasaran   a   ser   inhabitables,   a   la vez que atrapaba en pequeñas zonas a gentes que normalmente se habrían desplazado de un sitio a otro. Dado que los alimentos naturales no tardarían en   escasear   en   tales   condiciones,   se   vieron   obligados   a   aprender   a   cultivar sus propios alimentos..También   escribió   a   Hapgood   para   hablar   de   Earth’s   Shifting   Crust,   y Hapgood, que no sabía que Flemming ya lo había leído, le envió un ejemplar de su  Maps of the Ancient Sea Kings.

Por   aquel   entonces   -1977-   los   Flemming   tuvieron   la   romántica   idea   de combinar sus apellidos -Flemming y De’Ath- para formar uno solo: Flem-Ath. Más adelante, Randy Flemming reconocería con tristeza que «parece que el resultado principal ha sido que nos perdiéramos en todos los sistemas de archivo de la burocracia canadiense». Con gran temeridad, los Flem-Ath decidieron que tenían que trasladarse a   Londres,   para   poder   continuar   sus   investigaciones   en   el   Museo   Británico. Fue   un   período   muy   fructífero   que   terminó   con   el   regreso   de   la   pareja   a Canadá   en   el   decenio   de   1980   y   la   continuación   de   los   estudios   de   la «corteza   móvil   de   la   Tierra»   que   les   permitieron   escribir   When   the   Sky   Fell  Down  (1995). Colin Wilson se enteró   de   la  existencia   de   los   Flem-Ath   durante   una   entrevista   que mantuvo con John West en Nueva York en 1994. Les escribió y al cabo de un tiempo recibió una copia del manuscrito de  When the Sky Fell Down.  El punto de  partida   de  los  Flem-Ath  era  Platón. No  sólo  las   crónicas  de  la   Atlántida, sino también el comentario que hace en   Las leyes,   en el sentido de que   la   agricultura   mundial   tuvo  su   origen   en   las   regiones   elevadas   después de que una gran inundación catastrófica destruyera todas las ciudades de las tierras bajas. Platón, por supuesto, ya había dado la fecha de la destrucción de la Atlántida: 9600 a. de C.

Los Flem-Ath señalan que el botánico soviético Nikolai Ivanovitch recogió más de cincuenta mil plantas silvestres de todo el globo   y   sacó   la   conclusión   de   que   procedían   de   ocho   centros   de   origen, todos ellos situados en cordilleras. También señalan que la moderna crónica científica   del   origen   de   la   agricultura   da   una   fecha   de   aproximadamente   el mismo período. Uno de los principales lugares de origen era el lago Titicaca, en Perú, el lago de agua dulce más alto del mundo. Curiosamente,   otra   zona   montañosa conocida   como   lugar   de   origen   de   la   agricultura   más   o   menos   en   la   misma época   se   encuentra   en   las   tierras   altas   de   Tailandia,   exactamente   en   las antípodas del lago Titicaca. De hecho, la teoría de Hapgood había señalado con exactitud estos dos lugares como zonas de estabilidad después del gran cataclismo que formaba parte de su teoría. «Después   de   cientos   de   miles   de   años   viviendo   de   la   caza   y   la recolección,   la   humanidad   empezó   a   experimentar   con   la   agricultura   en lugares   opuestos   de   la   Tierra   al   mismo   tiempo.   ¿Es   esto   verosímil   sin   la intervención de alguna fuerza exterior?»

Egipto   había   sido   tropical   antes   del   desplazamiento   de   la   corteza; ahora   pasó   a   ser   templado.   Y   lo   mismo,   según   Hapgood,   ocurrió   en   Creta, Sumeria,   la   India   y   China.   Todos   estos   lugares   se   convirtieron   en   sitios donde floreció la civilización. En las páginas siguientes los Flem-Ath hablan de los mitos sobre catástrofes de muchas tribus de amerindios: los utes, los kutenai, los okanagan, los   a’a’tam,   los   cahto,   los   cheroquis   y   los   araucanos   de   Perú.   Todos   ellos tienen   leyendas   que   hablan   de   terremotos   violentos   seguidos   de inundaciones   que   causaron   desastres   generalizados.   Los   utes   cuentan   la historia   de   cómo   el   dios   liebre   disparó   una   flecha   mágica   contra   el   sol   y   lo hizo   saltar   en   pedazos   y   entonces   hubo   terremotos   e   inundaciones   que sumergieron   la   Tierra.   Muchas   leyendas   parecidas   sugieren   que   una   gran catástrofe fue precedida de algún cambio en la faz del sol que le dio aspecto de   haberse   roto   en   pedazos.   Un   cronista   español   cuenta   el   terror   que   se apoderó   de   los   incas   al   producirse   un   eclipse   de   sol…   a   la   vez   que   otro comenta   que   los   araucanos   huyen   corriendo   a   las   tierras   altas   siempre   que hay un temblor de tierra.

Existen también numerosas leyendas de supervivencia que se parecen a   la   historia   del   arca   de   Noé.   Los   haida   del   noroeste   de   Canadá   tienen   un mito sobre una inundación que es virtualmente idéntico al de Sumeria, en el Oriente Medio. En todos los rincones del mundo se cuenta la misma historia. El sol se desvía   de   su   órbita   regular.   El   cielo   se   desploma.   La   Tierra   sufre terremotos   que   la   desencajan   y   desgarran.   Y   finalmente   una   gran   ola de agua sumerge el globo. Los supervivientes de semejante calamidad hacían todo lo posible por evitar que volviese a suceder. Vivían en una época   de   magia.   Era   natural   y   necesario   inventar   estratagemas complejos para apaciguar al dios sol y controlar u observar su órbita. De   ahí,   según   los   Flem-Ath,   el   gran   número   de   extrañas   costumbres mágicas relacionadas con el sol que los antropólogos han observado en todo el mundo. Los   Flem-Ath   examinan   a   continuación   los   indicios   de   que   muchas zonas de la Tierra se creía que estaban enterradas en las profundidades del hielo durante la última glaciación. Huesos de lobo encontrados en Noruega al norte del círculo polar ártico revelaron que esta zona debía de tener un clima templado   hace   42.000   años,   cuando   se   supone   que   era   asolada   por   una glaciación.   «De   las   treinta   y   cuatro   especies   que   sabemos   que   vivían   en Siberia   antes   del   9600   a.   de   C.,   entre   las   que   había   mamuts,   ciervos gigantes, hienas y leones de las cavernas, veintiocho se habían adaptado al clima templado», lo cual indica que Siberia era entonces un lugar mucho más cálido que hoy.

En aquel tiempo, dos inmensas capas de hielo se extendían de un lado a otro de Canadá. Sin embargo, tenemos indicios de que había un corredor sin hielo entre ellas. ¿Por qué? La respuesta de Hapgood es que en  aquel tiempo el golfo de México estaba en el este y el Yukón, en el oeste, de modo que el sol fundía la nieve a lo largo de dicho corredor tan rápidamente como caía. Los   Flem-Ath   citan   indicios   de   que   un   desplazamiento   de   la   corteza terrestre   hacia   el   91600   a.   de   C.   empujó   Europa   al   interior   del   círculo   polar ártico, mientras que otro que tuvo lugar alrededor del 50600 a. de C. hizo que América del Norte entrase en la zona polar. Los Flem-Ath sostienen que todo esto indica que la Antártida actual es el   lugar   donde   se   encontraba   la   legendaria   Atlántida.   También   citan   los datos   que   proporciona   el   mapa   de   Hapgood   para   reforzar   su   teoría.  Algún movimiento   de   la   corteza   terrestre   empezó   hacia   15000   a.   de   C.   y   culminó con   un   violento   cataclismo   en   el   9600   a.   de   C.,   la   época   en   que,   según Platón, la Atlántida y también Atenas sufrieron catástrofes.

¿Y   cómo   encontró   Atanasius   Kircher,   el   jesuita   del   siglo   XVII,   el   mapa de  la   Atlántida  que  por  primera  vez  llamó  la   atención  de  Randy  Flemming  a causa de su gran parecido con la Antártida? En el primer volumen de su obra enciclopédica   Mundus   subterraneus,   publicada   en   1665,   Kircher   afirmó   que el   mapa   que   había   descubierto   en   sus   investigaciones   lo   robaron   de   Egipto los   invasores   romanos.   El   original   del   mapa   no   se   ha   encontrado,   pero parece improbable que un erudito jesuita lo inventase, especialmente en una obra   científica.   Como   señalan   los   Flem-Ath,   tanto   la   forma   como   el   tamaño del mapa concuerdan notablemente con la Antártida tal como la conocemos ahora por los sondeos sísmicos.O, incluso, con la Antártida como se muestra ahora en la mayoría de los globos terráqueos.  Para   Graham   Hancock,   la   teoría   de   la   Antártida   que   propusieron   los Flem-Ath   fue   una   especie   de   liberación.   Llevaba   unos   cuantos   meses trabajando   en   su   libro  sobre  el   problema  de   una  civilización  perdida   cuando recibió una carta de dimisión de su investigador. La carta explicaba que, a su modo   de   ver,   la   búsqueda   no   tenía   el   menor   sentido,   toda   vez   que   tal civilización   tendría   que   ser   enorme   …   al   menos   3.200   kilómetros   y   pico   de lado a lado, con ríos y montañas, y una historia considerable de desarrollo a largo plazo. No había en el mundo ninguna masa continental conocida en la que   pudiera   caber   tal   civilización.  

En   cuanto   a   la   idea   de   que   podía encontrarse bajo las aguas del Atlántico, actualmente tenemos mapas detallados   del   fondo   del   océano   Atlántico   y   no   hay   ninguna   señal   de   un continente perdido. Lo mismo cabe decir del fondo de los océanos Pacífico e Índico. Así pues, a pesar de los indicios de alguna civilización anterior -tales como los que contienen los mapas de Hapgood-, parecía no haber ningún lugar donde pudieran estar ocultos sus restos. De   hecho,   la   respuesta   estaba   en   Hapgood   y   en   la   creencia   que expresa   en   Maps   of   the   Ancient   Sea   Kings:   que   los   mapas   de   la   Antártida prueban   que   alguien   que  vivía   en   el   continente,   en  una  época   en   la   que  no había hielo en él, debió de encargarse de trazar mapas del mismo. Sin   embargo,   difícilmente   se puede  culpar   a   Graham   Hancock   por   no haber   sacado   la   conclusión   obvia.  Hizo   falta   la   decisión   fortuita   de   Randy Flemming, la de escribir una novela de ciencia ficción en la cual -a modo de hipótesis   puramente   novelesca-   suponía   que   la   Antártica   era   la   Atlántida, para   poner   en   marcha   la   serie   de   razonamientos   encadenados   que   le condujeron al descubrimiento.

En   cuanto   a   por   qué   el   propio   Hapgood   no   dio   a   su   «civilización perdida» el nombre de la Atlántida, la respuesta es que -aparte de su deseo  de   no   exponerse   a   las   burlas   de   sus   colegas   universitarios-   opinaba   que   el nombre   de   la   civilización   perdida   no   tenía   importancia.   En   una   carta   de agosto   de   1977   dijo   a   los   Flemming:   «Bien   puede   ser   que   después   de examinar   este   libro   (Maps   of   the   Ancient   Sea   Kings)   decidan   ustedes   no insistir   tanto   en   la   Atlántida,   esto   es,   en   los   mitos,   porque   el   libro   contiene suficientes   pruebas   concluyentes   para   sostenerse   por   sus   propios   méritos». Lo   cual,   por   supuesto,   es   verdad.   Pero   lo   cierto   es   que   Hapgood   no   había estudiado   los   abundantes   indicios   de   los   mitos   sobre   catástrofes   de   todo   el mundo,   ni   los   indicios   materiales   de   lugares   como   Tiahuanaco.   De   haber estudiado todo esto, tal vez hubiese decidido que valía la pena soportar unas cuantas   burlas   a   cambio   de   poder   decir   que   era   el   primero   en   asociar   sus mapas antiguos con la palabra prohibida…

febrero 7, 2012 - Posted by | Atlántida, Egipto, Egipto

14 comentarios »

  1. excelente artìculo

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    Comentarios por mariana | julio 9, 2012 | Responder

  2. Extraordinario, muy bueno

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    Comentarios por Eduardo | julio 19, 2012 | Responder

  3. estoy asombrado y anonadado, yo creo que estan apuntando a algo, una ciencia exacta. Yo creo que conm todos los años de desarrollo k tenemos encima y no seriamos capazes de cortar una piedra igual de ninguna piramide y mucho menos de apilarlas asi en armonia

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    Comentarios por israel goez mansilla | noviembre 14, 2012 | Responder

  4. Excelente trabajo de investigación a fondo y planteado de una manera muy interesante, entré a tu post buscando confirmar un dato, pero no pude soltarlo hasta que lo terminé, te felicito. Yo he escrito sobre los mapas de Piri Reiss y aunque hace mucho que me interesa la Atlántida y he hecho amplias investigaciones, apenas voy a empezar a escribir sobre el tema, aunque desde un punto de vista un poco diferente. Saludos

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    Comentarios por serunserdeluz | febrero 17, 2013 | Responder

  5. Reblogged this on HISTORIA, CIENCIA, AZTECAS, MITO, CALENDARIO, ANTROPOLOGÍA and commented:
    Una gran riqueza de datos sobre los temas sobre los que yo también escribo, aunque con un punto de vista un poco diferente, de todos modos, me parece muy interesante esta publicación

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    Comentarios por serunserdeluz | febrero 17, 2013 | Responder

  6. Reblogged this on infosaludtic and commented:
    Muy interesante!!

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    Comentarios por rebetec | febrero 17, 2013 | Responder

  7. Interesante compilación de teorías, pero todo lo que se dice de la Atlántida, y cómo se relaciona con las Pirámides y la Esfinge, etc., incluso hasta lo que se dice fue dicho por Platón, es todo falso o erróneo. Por ejemplo, se afirma en el artículo lo siguiente: «cuando el estadista griego Solón visitó Egipto hacia el año 600 a. de C., los sacerdotes egipcios le contaron la historia de la destrucción de la Atlántida, acaecida unos nueve mil años antes…»

    Primero, Solón visitó Egipto entre el 580 y el 570 A.C, pero bueno, admitiremos ese pequeño error de entre veinte y treinta años de más, pero lo que si no podemos admitir es lo de que «los sacerdotes egipcios le contaron la historia de la destrucción de la Atlántida, acaecida unos nueve mil años antes», porque es ¡no es cierto! Como vengo demostrando desde hace casi veinte años, en ningún momento los sacerdotes egipcios usan la cifra de 9000 años para referirse a la fecha de la destrucción de la Atlántida, sino solamente para fijar la antigüedad de la ciudad de Atenas y los atenienses mismos. La fecha de la antigüedad de Atlantis no se da ni una sola vez, y la destrucción de Atlantis, se ubica en el Critias 110a-b y 112b, en los tiempos en que reinaban en Atenas los reyes del linaje de los Cecrópidas, y poco antes del cataclismo del Deucalión. Para los griegos antiguos, la época de los Cecrópidas y de el cataclismo de Deucalión, se fijaban entre el 1580 y el 1530 A.C. En números redondos, entre el 1600 y el 1500 A.C. o sea, finales de la Edad del Bronce.

    Además, tales 9000 años para la fundación de Atenas y 8000 para al fundación de Sais, que es lo que claramente se lee en los textos en griego (los cuales he estudiado directamente, es decir, en los códices y manuscritos), ni siquiera serían años griegos o solares como los nuestros, sino egipcios de uno o dos meses contados como si fueran años, según los cálculos o sistemas (diakosmoseos) de calendarios de los sacerdotes de Sais (como se precisa en el Timeo 23), y según Eudoxo, el mayor astrónomo y matemático, experto en sistemas de calendarios egipcios -precisamente- y discípulo de Platón, que convivió con los mismos egipcios por muchos años, estos años de los egipcios de Sais, eran ciclos de dos meses lunares (mêna) contados como si fueran ciclos de un año (eniauton), por tanto, los 9000 años lunares no serían más que 18000 meses lunares de treinta días, por tanto, no más de 1500 años, que sumados a la fecha en que Solón habló con los sacerdotes egipcios, no rebasarían el 2080 A.C. Por lo que tales 9000 años, según el sistema o regulaciones o cálculos (diakosmoseos) registrado en los archivos de Sais, equivaldrían a unos 1500 años antes, y esa era la antigüedad de la fundación de Atenas, mientras que la de Sais, según el mismo sistema de años lunares egipcios, era de 8000 años que serían en años solares griegos, unos 1333 años antes de la conversación con Solón, o sea, que Sais habría sido fundada en el 1913 A.C.

    Ahora bien, suponiendo incluso (aún sin fundamento ni motivo alguno) que Eudoxo hubiera mentido, y que realmente estos años de los sacerdotes egipcios de Sais fueran iguales que los años de los griegos, o sea, como los nuestros, de doce meses, aún en tal caso, la cifra de los 9000 años sólo se da para fijar la antigüedad de la fundación de Atenas, o sea, del pueblo ateniense, es decir, la cantidad de años que habían pasado desde que fue fundada la primera Atenas hasta unos mil años antes de la conversación (como se dice en el Timeo 23) cuando entonces surgió la guerra entre los Atlantes y los pueblos del interior del Mediterráneo, especialmente contra la fracción greco-egipcia, tal como leeemos en griego el Griego Clásico de Platón, en el Critias 108e, «Recordemos que la suma (o totalidad) de años transcurrido había sido de 9000, cuando entonces surgió la guerra entre los pueblos de fuera de las Columnas de Hércules (del Atlántico) y los pueblos del interior (del Mediterráneo)…»

    Todos los detalles de estas demostraciones que he venido haciendo durante casi veinte años podéis verificarlas personalmente, con toda precisión, mediante la exposición de las fuentes primarias extraídas directamente de los códices y manuscritos en cualquiera de mis más recientes libros donde trato este asunto, como, por ejemplo, el Tomo I del Epitome de la Atlántida Histórico-Científica (www.AtlantidaHistorica.com), el libro ATLANTIS CHRONOLOGIA – Antigüedad y Tiempos de la Atlántida (Atlantología Histórico-Científica) de Georgeos Díaz-Montexano ( http://www.amazon.es/dp/B00C2DQ3K4 ) o Eudoxo de Cnido y las fuentes egipcias sobre la cronología de la Atlántida (ATLANTOLOGIA HISTORICO-CIENTIFICA) de Georgeos Díaz-Montexano ( http://www.amazon.es/dp/B00A946FA6 ).

    Bueno, de todo lo demás que se dice sobre la Atlántida, según las profecías y videncias de Cayce, pues sobraría explicar nada. Mientras que todo el mundo sepa que son solo eso, supuestas visiones, sueños, contactos espirituales, etc, y no fuentes históricas antiguas, creo que es suficiente, aunque si me gustaría aclarar que es una completa falacia, el asumir y hasta dar por sentado que Atlantis fue la cuna de Egipto y que fue quien enseñó a los egipcios a construir pirámides, por cuanto no existe en ninguna de las fuentes primarias sobre la historia de la Atlántida nada que hable de que construyeran pirámides ni de que hubieran sido los fundadores o progenitores de la civilización egipcia. Entiendo que cualquiera puede pensar lo que le vengan en gana, y hasta lanzar cualquier especulación o hipótesis, pero al menos que se deje bien claro, que no existe ni una sola fuente antigua sobre la Atlántida que acredite que esta hubiese construido pirámides ni que fuera la progenitora o maestra tecnológica de los egipcios.

    Otra de las grandes mentiras en este artículo (que simplemente la han tomado de otro autor moderno) es la siguiente:

    «…¿Y cómo encontró Atanasius Kircher, el jesuita del siglo XVII, el mapa de la Atlántida que por primera vez llamó la atención de Randy Flemming a causa de su gran parecido con la Antártida? En el primer volumen de su obra enciclopédica Mundus subterraneus, publicada en 1665, Kircher afirmó que el mapa que había descubierto en sus investigaciones lo robaron de Egipto los invasores romanos. El original del mapa no se ha encontrado, pero parece improbable que un erudito jesuita lo inventase, especialmente en una obra científica…»

    Pues bien, como ya demostré mediante un estudio directo desde el texto en Latín de Mundus Subterraneus, de Kircher, eso es ¡completamente falso¡. No solo no dice Kircher nada de que el mapa fuera egipcio ni que lo hubieran sustraído y llevado a Roma, sino que claramente dice que es una reconstrucción suya, o sea, un mapa dibujado por el mismo, siguiendo la descripción de la Atlántida, según lo que leyó en Platón. O sea, una mera reconstrucción paleogeográfica de cómo él creía que había sido la Atlántida y dónde había estado emplazada, por tanto, un mapa dibujado por él mismo, para ilustrar su hipótesis o interpretación sobre la Atlántida que Platón describió.

    Pueden ver mi lbro al respecto, o bien descargarse la versión gratuita, en PDF, aquí: http://www.youblisher.com/p/252351-Athanasius-Kircher-Atlantis/

    Un cordial saludo,
    Georgeos

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    Comentarios por Georgeos Díaz-Montexano | agosto 4, 2013 | Responder

    • Gracias por su extenso comentario y por las aportaciones que hace. En mis artículos no pretendo estar en posesión de la verdad, ya que cuando hablamos de antigüedades de varios miles de años disponemos de poca información. Lo que intento es hacer referencia a distintas teorías y vestigios para intentar dar una visión (entre otras posibles) de la prehistoria.

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      Comentarios por oldcivilizations | agosto 4, 2013 | Responder

  8. No se merecen las gracias. Yo también cumplo con mi deber como investigador que busca la verdad, esté donde esté, sea cual sea, y caiga quien caiga… En este caso, era mi deber señalar tales errores y falacias, que asumo -siempre de buena fe- son el producto del desconocimiento del autor o de la extrema fe del mismo en otro autor y, por ello, no se verificaron las fuentes. Pero no asumo, de entrada, ninguna intencionalidad en quererse falsear la historia. Gracias por su amable y respetuosa respuesta. Tiene mi respeto también. Y si en algún momento le interesara que apareciera aquí también algunas de mi investigaciones o hipótesis, sólo tiene que decírmelo, o simplemente tomarlo sin mas de mi website (sólo usándolo tal cual, sin modificación, y citando la fuente con enlace). Será un placer.

    Un cordial saludo,
    Georgeos

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    Comentarios por Georgeos Díaz-Montexano | agosto 4, 2013 | Responder

    • También le agradezco su amabilidad y la información aportada, que creo enriquece y corrige algunos aspectos de la información del artículo. En efecto, en mis artículos me baso en investigadores o escritores que, en principio, me merecen cierto nivel de confianza, aún teniendo en cuenta la dificultad en las investigaciones del pasado remoto. Voy a leer la información que ha publicado, así como su libro. Y tomo nota de su ofrecimiento de tomar información de su website, usándola tal cual, sin modificación, y citando la fuente con enlace.

      Saludos cordiales,

      Manel

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      Comentarios por oldcivilizations | agosto 5, 2013 | Responder

  9. Apasionante lectura.
    A todas las personas interesadas en esta «Civilización Perdida» les aconsejo que busquen una serie de 3 documentales realizados por Graham Hancock, «En busca de la civilización perdida». En ella aparece también Robert Bauval.

    En los tres capítulos va desgranando y relacionando diversas localizaciones de la tierra, como las pirámides, Angkor Wat, la isla de Pascua y las piramides sumergidas de Yonaguni con el año 10.450 A.C. y la configuración estelar del cielo en esa era.

    ¿Cómo es posible que Angkor, Pascua, las pirámides de Gizeh y Yonaguni estén separadas justo por los 72º precesionales? ¿Extraterrestres? ¿Civilización Avanzada? ¿Atlántida? ¿Seres multidimensionales?

    Lo que más me ha sorprendido de esta lectura es que la Atlántida pueda estar escondida debajo de toneladas de hielo. La mejor, si no la única forma de esconder una civilización antigua a los ojos de todas las civilizaciones posteriores.

    Gracias por toda la información que comparte en este blog.

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    Comentarios por MLGV | junio 12, 2014 | Responder

  10. […] La esfinge de Egipto, la Gran Pirámide y la Atlántida […]

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    Pingback por viryam | Mensajes de la Atlántida en EGIPTO | diciembre 12, 2018 | Responder


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