Oldcivilizations's Blog

Antiguas civilizaciones y enigmas

¿Qué sabemos realmente sobre la antigüedad de la Tierra y de los seres humanos?


Antes se recomienda leer el artículo “Eras geológicas de la Tierra”.

Helena Blavatsky, también conocida como Madame Blavatsky, cuyo nombre de soltera era Helena von Hahn y luego de casada Helena Petrovna Blavátskaya, (1831 – 1891), fue una escritora, ocultista y teósofa rusa. Fue también una de las fundadoras de la Sociedad Teosófica y contribuyó a la difusión de la Teosofía moderna. Sus libros más importantes son Isis sin velo y La Doctrina Secreta, escritos en 1875 y 1888, respectivamente. En sus escritos, de gran erudición, se refirió a una serie de civilizaciones antiguas, algunas de ellas perdidas, que han servido de inspiración a escritores posteriores que han tratado estos temas. Me he basado en algunos de sus escritos para redactar este artículo. Cuando H.P. Blavatsky escribió la Doctrina Secreta a finales del siglo XIX, muchas de sus afirmaciones resultaban sorprendentes al oído de la pujante ciencia moderna de su época. Ha pasado algo más de un siglo y desde entonces la misma ciencia ha evolucionado de manera tal, que ha modificado sus esquemas y mentalidad en la rápida marcha de los nuevos descubrimientos. Algunos de ellos reivindicaron afirmaciones vertidas en los escritos de la Doctrina Secreta decenas de años antes. Y puede que otros, más recientes y futuros, lo hagan igualmente con otras de aquellas enseñanzas defendidas por la que fuera considerada como una de las grandes esotéricas de su época.

Son numerosos los comentarios de Helena Blavatsky referidos a la historia natural de la Tierra en relación con antiguos continentes desaparecidos, arcaicas formas de vida y otros aspectos de cambios geológicos acaecidos durante millones de años. Todo ello le acarreó críticas a pesar de que, ya entonces, estaba suficientemente claro que la Tierra tenía bastante más antigüedad que los cuatro mil años bíblicos y que debíamos contar por millones. Los nuevos sistemas de datación desarrollados durante el siglo XX ampliaron tanto los tiempos, que empezamos a hablar de cientos de millones. Se conoció mejor la antigua fauna y flora de pasadas eras geológicas y la historia de nuestro planeta abrió algo más la espesa niebla que ocultaba su desconocido pasado. Sólo el hombre y su origen se estancaron  en esta carrera. Se le asignaron algunos cientos de miles de años más y sigue pendiente de un supuesto mono que evolucionó vertiginosamente, de modo misterioso, en medio de una imponente glaciación y que, no conforme con vivir en zona cálida, irrumpió entre los hielos, habitó en cuevas, se hizo carnívoro y aprendió a dibujar excelentemente. También, de misteriosa manera, su laringe comenzó a articular palabras, la columna se enderezó y sus manos se convirtieron en delicados instrumentos de precisión.

Todo ello en un tiempo récord de poco más de un millón de años.  No obstante, el concepto sobre nuestro planeta ha variado considerablemente en los últimos años. No solamente el estudio de ecosistemas biológicos nos hablan de la Tierra como de un ente vivo que mantiene su propio equilibrio vital, sino que también los ritmos periódicos que se suceden en ella manifiestan el latir constante de un ser vivo. Momentos de intensa actividad geológica y etapas en que parece reposar plácidamente, se suceden a lo largo de prolongados periodos geológicos. Sabemos de antiquísimos y remotos tiempos donde continentes, mares, montañas y llanuras se distribuían de forma muy diferente a la actual. También los climas, la flora y la fauna han variado considerablemente a lo largo de la evolución del planeta. Uno de los aspectos del latir vital de nuestro planeta son precisamente estas etapas rítmicas de desgaste y renovación que experimenta periódicamente la corteza terrestre. La piel de la Tierra sufre renovaciones periódicas al igual que la de sus criaturas. Nos dice Helena Blavatsky en la Doctrina Secreta: “Así como la tierra necesita reposo y renovación, nuevas fuerzas y un cambio de suelo, lo mismo le sucede al agua. De aquí se origina una nueva distribución periódica de la tierra y el agua, cambios de climas, etc., acarreado todo por revoluciones geológicas y terminando por un cambio final en el eje de la Tierra”.

Recordando a los antiguos filósofos estoicos, que a su vez lo recogieron de enseñanzas más antiguas, todo suceso responde a las leyes de finalidad y necesidad. Suceden por algo y para algo. Las enseñanzas tradicionales, considerando a la Tierra como ser vivo y en evolución junto a todas sus criaturas, nos hablan de una necesidad de renovación periódica en la Tierra, que es una de las causas a las que se deben sus diferentes transformaciones geológicas. Es una apreciación general y bastante evidente que los periodos glaciales tienen una coincidencia con los movimientos orogénicos que levantan cadenas montañosas y elevan antiguos fondos marinos. Sabemos de la existencia de cuatro grandes movimientos orogénicos: Huroniano, acaecido en el Precámbrico, Caledoniano en el Silúrico, Herciniano en el Pérmico y Alpino en el Pleistoceno. También la existencia de cuatro grandes periodos glaciales sucedidos al final de cada uno de los movimientos orogénicos. Es decir: cuatro etapas de grandes transformaciones que terminan con un periodo glacial. Cada una de estas etapas ha estado marcada por un cambio evolutivo en la fauna y flora del planeta que ampliamente lo pobló en los periodos cálidos y tranquilos; si bien hay especies, sobre todo los insectos, que han sobrevivido sin evolución a lo largo de las edades, la mayoría han sufrido fuertes modificaciones o han desaparecido para dar paso a otras nuevas. ¿Debemos dar la razón a la Doctrina Secreta cuando nos afirma que El globo entero entra periódicamente en convulsiones, habiendo sufrido cuatro? Evidentemente, sí. La Teoría de la Tectónica de Placas puede darnos aceptables razones sobre los plegamientos pero ninguna hasta ahora ha dado con la causa de los grandes periodos glaciales, que se han sucedido a intervalos en el planeta.

La orogénesis es la formación o rejuvenecimiento de montañas y cordilleras causada por la deformación compresiva de regiones más o menos extensas de litosfera continental. El desarrollo y aceptación de la teoría de la Tectónica de Placas a partir de la década de 1960 ofreció un nuevo marco teórico para la comprensión de este enigma. Hasta entonces se consideraba que las grandes cordilleras se levantan sobre todo con materiales sedimentarios acumulados en grandes cuencas marginales a los continentes, a las que se llama geosinclinales. Se observa precisamente en el carácter sedimentario pero deformado de las formaciones rocosas de las más altas cumbres montañosas. Lo que faltaba en esas teorías tectónicas era una explicación satisfactoria del origen de las inmensas fuerzas de compresión necesarias para convertir un geosinclinal en un orógeno. La Teoría de la Tectónica de Placas explica el levantamiento como un efecto derivado de la convergencia de placas litosféricas. La convergencia arranca cuando la litosfera oceánica se rompe, generalmente junto al margen continental, en el lado externo de un geosinclinal. Consiste durante mucho tiempo en la subducción de esa litosfera oceánica bajo el margen continental, para terminar frecuentemente con una fase en la que la convergencia termina dando lugar a la colisión de dos fragmentos continentales. Mientras se trata de subducción, la orogénesis produce cordilleras ricas en fenómenos volcánicos, como  es el caso de los Andes. Cuando se alcanza, si es que ocurre, la fase de colisión, los orógenos que se forman son muy extensos y abruptos, con escasa actividad volcánica, tal como sucede con el Himalaya o los Alpes. Desde finales de los años 90 se ha desarrollado la idea de que el crecimiento del orógeno y su deformación interna es sensible a la distribución superficial de la erosión, controlada por el clima. Pero no existe aún consenso sobre la relevancia de este efecto.

La litosfera que subduce es invariablemente de tipo oceánico y arrastra y deforma los materiales acumulados en un geosinclinal, los cuáles subducen en parte con la litosfera oceánica, inyectando además, en el manto,  agua, carbonatos y otros materiales que contribuyen a mantener su estado relativamente fluido. En el límite entre las dos placas se encontrará normalmente una fosa oceánica. En la otra placa la litosfera puede ser inicialmente oceánica o directamente continental, y de ello dependen las dos modalidades de orógenos. Uno de ellos son los arcos de islas, que son archipiélagos en arco rodeados, en el lado convexo, por una fosa que marca el límite entre las dos placas. Están formados por islas volcánicas. Las Antillas o las Aleutianas son ejemplos nítidos de esta estructura. Otro caso son las cordilleras marginales. La subducción puede arrancar cuando la compresión rompe la litosfera oceánica junto al borde de un continente, poniendo en marcha una convergencia y una subducción que levantan una cordillera en el borde del continente. El caso más típico aparece representado ahora por los Andes. Las costas de Sudamérica aparecen bordeadas, donde son contiguas a la placa de Nazca, por una extensa fosa oceánica: la fosa del Perú. La orogénesis paratectónicaocurre cuando el movimiento convergente de dos placas tectónicas arrastra un fragmento continental contra otro. Las fuerzas y movimientos predominantes son horizontales (patatectónicos) y de origen propiamente tectónico, con muy pequeña participación de procesos específicamente volcánicos o, más generalmente, magmáticos. Se llama orógenos de colisión a los que se forman por este mecanismo. La orogénesis de tipo paratectónico ha producido el relieve más importante del planeta, el formado por los Himalayas y la Meseta del Tibet, que se han levantado por el choque de la placa que ahora forma la India, después de que se separara de África Oriental, con el continente eurasiático.

En el proceso desapareció el mar de Tetis, del cual el mar Mediterráneo, el mar Negro, el mar Caspio, el mar de Aral o el Lop Nor son sus restos. El océano Tetis o mar de Tetis (de la titánide griega Tetis) era un océano de la era Mesozoica que existió entre los continentes de Gondwana y Laurasia, previamente a la aparición del océano Índico. En 1893, utilizando registros fósiles hallados de los Alpes, África y el Himalaya, el geólogo Eduard Suess propuso la existencia de un mar interior entre los primitivos continentes de Laurasia y Gondwana. Los fósiles, hallados en zonas muy montañosas, eran de criaturas marinas, por lo que era necesaria la existencia de una gran masa de agua que el científico bautizó como mar de Tetis, aludiendo a la diosa griega del mar, Tetis. Más tarde, la teoría de la tectónica de placas refutó gran parte de las proposiciones de Suess. No obstante, determinó la existencia de una gran masa de agua, en época más temprana que la que calculó el científico, pero ocupando la misma zona. Esta extensión fue bautizada como océano Tetis en la moderna teoría de la tectónica de placas en honor a Suess, cuyos conceptos eran aproximados pero visionarios. Hace aproximadamente 250 millones de años, a finales del Pérmico, un nuevo océano comenzó a formarse en el extremo sur de otro océano anterior denominado Paleo-Tetis. Una falla se formó a lo largo del norte de la placa de Cimmeria, al sur de Pangea. A lo largo de los 60 millones de años, esa placa se fue desplazando hacia el norte, empujando el suelo del océano Paleo-Tetis debajo de la superficie de extremo este de Pangea (Laurasia). El resultado fue la formación del océano Tetis, directamente sobre el lugar que ocupaba su antecesor, el océano Paleo-Tetis.

 Cimmeria es un antiguo continente que, antes de separarse, formaba parte del supercontinente Pangea. Fue una placa tectónica que comprendía partes de los actuales territorios de Turquía, Irán, Afganistán, Tíbet y de las regiones de Indochina y Malasia. Pangea era un supercontinente con forma de «C» mirando hacia el este y dentro de la «C» estaba el océano Paleo-Tetis. Dos microcontinentes, que forman parte de la actual China, radicaban en el noreste bordeando el océano Paleo-Tetis. Hace alrededor de 300 millones de años, se inició una dislocación en el este que separó un delgado arco de la parte interior del brazo sur de Pangea. El nuevo microcontinente, que se denominó Cimmeria, incluía lo que a día de hoy es Australia, Antártida, India y África-Arabia. Detrás de este nuevo microcontinente se comenzó a formar un nuevo océano, Tetis. Conforme el océano Tetis se fue ampliando, Cimmeria fue desplazándose al norte hacia Laurasia y el océano Paleo-Tetis disminuyendo. Durante el Jurásico, hace 150 millones de años, Cimmeria, finalmente colisionó con Laurasia. Como resultado, el suelo oceánico se combó bajo esta segunda placa (proceso de subducción) formando la fosa de Tetis. Al tiempo los niveles de agua subieron, cubriendo grandes partes de Europa con mares poco profundos.

En aquella época también se produjo la división de las dos masas de tierra que formaban Pangea, Laurasia y Gondwana, formándose el océano. Distribución de los continentes hace 90 millones de años durante el Cretácico Superior. El océano Atlántico continúa abriéndose. La India se aleja de África y conforme se desplaza al norte va cerrando el océano Tetis y abriendo el océano Índico. Hace unos 100 millones de años, Gondwana comenzó a romperse, empujando África e India hacia el norte, a través de Tetis. Como resultado, el océano se empequeñece, por lo que su denominación para este período es mar de Tetis. Éste existió hasta hace 15 millones de años. Actualmente, India, Indonesia y el océano Índico cubren la mayor parte de la superficie que ocupó este mar y Turquía, Irak y el Tíbet se asientan en Cimmeria. El mar Negro, el Caspio y el Aral son vestigios del mismo. La mayor parte del fondo del océano Tetis desapareció bajo Cimmeria y Laurasia. A medida que la teoría de la deriva continental ha ido siendo ampliada y mejorada, se ha extendido el nombre de Tetis a otros océanos que le precedieron. El Paleo-Tetis, mencionado arriba, existió desde el Silúrico, hace 440 millones de años, hasta el Jurásico. A este le precedió el océano Proto-Tetis, formado hace 600 millones de años.

Las primera evidencias que tenemos de glaciaciones en los continentes primitivos datan del período huroniano, en la transición del Arqueozoico al Proterozoico, entre hace unos 2.700 y 2.300 millones de años. Para algunos, esta glaciación —o glaciaciones, pues al parecer hubo al menos tres fases muy frías—, fue tremenda. Afectó a gran parte de la Tierra y se habría debido al efecto depredador del oxígeno —creado por las cianobacterias— sobre el metano, que por su alta concentración habría sido hasta entonces el principal gas invernadero. Curiosamente, el metano es lo que domina en el satélite de Saturno, Titán. Según Kasting, la concentración de metano en la atmósfera hace 2.300 millones de años pudo ser 1.000 veces superior a la actual. Hay señales geológicas de la glaciación huroniana especialmente en estratos rocosos de la región del Lago Hurón, en Canadá, y también en Sudáfrica. De aquella época se han encontrado tillitas, rocas sedimentarias que agrupan materiales de tamaño muy diferente y que proceden de la cementación de antiguas morrenas glaciales. También han aparecido en estratos geológicos huronianos superficies con estrías, provocadas por la abrasión de la enorme masa de hielo que se movía por encima. Tras las glaciaciones huronianas el clima pasó de nuevo a ser muy cálido, sin que se sepa aún cómo explicar la razón del cambio. Por encima de los estratos glaciales canadienses aparecen algunos tipos de roca, como la caolinita, que se forman en ambientes tropicales. Y durante un largo intervalo de casi mil quinientos millones de años, es decir, durante casi todo el eón Proterozoico, no se encuentran indicios de más glaciaciones.

Veamos qué nos dice Doctrina Secreta al respecto: “… los periodos glaciales se deben a la perturbación del eje”. Asociando esta última afirmación con esta otra: “…acarreado todo por revoluciones geológicas terminando por un cambio final en el eje de la Tierra”, observamos que esta perturbación del eje que se dice ocurrir al final de los grandes movimientos sería la causa de que, al acabar el proceso, sucediera una glaciación. Se supone que previamente a un levantamiento orogénico se producen rupturas, hundimientos, movimientos de las placas, etc. Es decir, el preludio está compuesto de fuertes cataclismos y rupturas que cicatrizan posteriormente. Al final de los trabajos y esfuerzos de la crisis geológica, un silencio de hielo se extiende por el planeta, que reposa. ¿Existe algún dato aportado por la ciencia actual que permita asociar el movimiento del eje con las glaciaciones? La respuesta es afirmativa. De las tres primeras glaciaciones sabemos poco debido a su enorme antigüedad. Se considera que las tres sucedieron en el hemisferio Sur. Sus restos están repartidos por Sudáfrica, Brasil, Australia, India y la Antártida. De la que podemos hablar es de la última conocida, la cuarta, que por su proximidad nos puede aportar mayores datos. Durante un periodo de más de millón y medio de años, los hielos manifestaron un ritmo regular de avances y retrocesos. Esto sugirió la idea al yugoslavo Milutin Milankovich, en 1920, de relacionar los ciclos de la última glaciación con ciertos movimientos de la Tierra, construyendo una teoría matemática de dichos ciclos.  

Según esta teoría, el movimiento de precesión del eje terrestre, que tiene un periodo de entre 19 y 23 mil años, alternadamente, se debe al cabeceo del eje que, como si fuera una peonza, describe un círculo sobre el polo, de manera que el norte geográfico va cambiando sucesivamente hasta volver de nuevo a la posición primitiva. En realidad, debido a este movimiento, la estrella polar va cambiando con el largo periodo del ciclo. Dentro de catorce mil años, por ejemplo, la polar será la estrella Vega, de la constelación de Lira. La velocidad de rotación del eje influiría directamente en la duración del ciclo de precesión. Si disminuye esta velocidad, el cabeceo aumenta. Por otro lado, se produce el movimiento de inclinación del eje respecto a la eclíptica, con un ritmo calculado de cuarenta y un mil años, donde cambia la inclinación de 22º a 24,5º. Se entiende por eclíptica el plano por el que la Tierra se mueve alrededor del Sol, es decir, el plano de la órbita terrestre. El eje de rotación, está más o menos vertical respecto a este plano. Actualmente describe un ángulo de 23,5º. Otro elemento a considerar es la excentricidad de la órbita terrestre, es decir, cambio de la órbita terrestre de más circular a más elíptica con ciclos de entre noventa y cien mil años. Parece que nuestro planeta cambia periódicamente la forma de su órbita. Tal vez también lo hagan los demás planetas. Esto repercute en la mayor o menor cercanía al Sol durante el ciclo anual. Milankovich concluyó que la combinación de estos tres movimientos habría producido los periodos de avances y retrocesos de los hielos en la cuarta glaciación. Tiempo después, el descubrimiento de las pruebas del oxígeno isotópico, permitió descubrir en los fósiles unos ritmos glaciales muy semejantes: cien mil, cuarenta y tres mil y diecinueve mil años; ritmos en que los hielos se extendían para volver a disminuir produciendo etapas de deshielo interglacial, más cálidas, aun dentro de la misma glaciación. Nos resulta evidente la característica cíclica del fenómeno; no sólo en cuanto a la ritmicidad de los grandes periodos glaciales, sino también dentro de los mismos, donde se establecen otros pequeños ritmos.

Como el último deshielo se produjo hace más o menos entre doce y diez mil años, nos encontramos actualmente en una época interglacial. Pero no sabemos si acabó la cuarta glaciación o nos encontramos sólo en uno de sus periodos cálidos. Esta ignorancia resulta del desconocimiento del comportamiento  de una glaciación, ya que no sabemos cuántos periodos interglaciales contendría y de qué tipo sería cada uno. Sea como fuere, existen bastantes evidencias de la relación de las etapas glaciales con los movimientos del eje terrestre, por lo que otra vez hemos de dar la razón a lo que dice la Doctrina Secreta. No obstante, quedan sin explicar las razones que desencadenaron las grandes glaciaciones. Pero siguiendo las sugerencias de las enseñanzas antiguas, tal vez deberíamos indagar en otros movimientos más significativos del eje terrestre. Tal vez haya ciclos mayores en los movimientos del eje que desencadenen los grandes periodos glaciales. Como no puede descartarse la existencia de estos otros ritmos mayores, desconocidos aún para nosotros, es mucho lo que no sabemos pero, respecto a los pequeños ciclos dentro de una glaciación, tenemos una constatación bastante evidente de que la Tierra pasa por etapas sucesivas periódicamente y que este aspecto de su vida repercute significativamente en los cambios y periodos geológicos. La Teoría de la Tectónica de Placas y la deriva continental, dan explicación sobre el por qué la persistencia de los hielos en el hemisferio sur en las tres glaciaciones anteriores. Aunque más bien parte de estos datos para deducir que los continentes se situaban bastante más hacia el sur, de manera que los territorios de la futura Norteamérica, Europa y el norte de Asia eran ecuatoriales. Sólo después de la deriva hacia el norte, estos continentes pudieron helarse. Y esta sería la razón de que los hielos sólo estuvieran presentes en el hemisferio norte desde hace unos diez millones de años.

Hasta aquí todo parece encajar, pero se presentan algunos problemas. Por ejemplo, los restos fósiles encontrados en la Antártida, vestigios del listrosaurio, reptil semejante a un hipopótamo, o los restos del laberintodonte, anfibio extinguido semejante a un cocodrilo,  que se supone sólo vivía  en zonas cálidas o, al menos, templadas. Pero se encontraron los restos de este último a sólo 525 Km del Polo Sur. Tendríamos que pensar que, en una época remota, la Antártida se encontraba, no sólo libre de hielos, sino con clima cálido. Pero, observando el hipotético mapa de Pangea, la Antártida estaba situada demasiado al sur para poder tener un clima cálido. No vemos que la sola deriva continental, sin considerar fuertes cambios en la posición del eje, pueda explicar convenientemente los grandes cambios climáticos. En realidad, ¿cómo se desencadenan los grandes movimientos geológicos? La Doctrina Secreta nos habla de una disminución en la velocidad de la Tierra como causante directa de los cataclismos. Al respecto existe una antigua teoría, hoy poco difundida y menos aceptada, que cree que es éste el motivo de las orogénesis. Se trata de una corrección sobre la teoría de contracciones  formulada por J. Dana en 1847,  que establece la posibilidad de que los plegamientos se efectúen por variaciones en la forma terrestre desde menos esférica a más. Como se sabe, una esfera contiene el mayor volumen en la mínima superficie. Si el volumen no cambia, como así parece haber sucedido, al hacerse la Tierra más esférica, la superficie disminuye y por tanto se arruga, produciéndose a la vez hundimientos en otras partes.

Hoy día los científicos creen que la Tierra ha cambiado su velocidad de rotación, disminuyendo desde tiempos antiguos. Hubo épocas en que el día duraba poco más de cinco horas, otras en que el día duraba aproximadamente veintidós horas y parece que sigue disminuyendo, alargándose los días una milésima de segundo al siglo. Este hecho se piensa que pudo variar la forma de la esfera, más abultada antiguamente en el Ecuador y achatada en los polos, de manera que tenía forma más elipsoide. Hoy en día es menos achatada y más esférica.  De manera que podría ocurrir que la velocidad de la Tierra esté relacionada con las variaciones en su forma y que esto último afecte a la corteza. Como toda teoría, no podemos garantizar su certeza. Y la tectónica de placas da una aceptable explicación a la orogénesis y a los movimientos en la corteza. Las teorías suelen ser fraccionarias y solo dan explicaciones parciales  del enigma. Tal vez exista una tectónica de placas, junto con otros muchos movimientos en nuestro planeta que afectan conjuntamente para producir los cambios geológicos.

En los seres vivos que conocemos, el crecimiento se produce en los extremos de los huesos, de la piel, etc.., que están cercanos a las articulaciones o uniones, que son relativamente cartilaginosos en la infancia pero que van endureciéndose posteriormente, cuando se detiene el crecimiento. Estableciendo una cierta semejanza, la Tierra, que también parece crecer, tiene zonas de crecimiento en su piel externa. Zonas donde se produce nuevo suelo y que responden a grandes grietas situadas en algunas dorsales oceánicas como la Atlántica, lugares que manifiestan una actividad de expansión de la corteza terrestre. También existen otras grietas donde el suelo desaparece, se funde y se renueva, eliminando océanos y cicatrizando posteriormente la grieta con plegamientos montañosos. Pareciera que esta piel de la Tierra está en continuo reciclaje y transformación por las fuerzas ígneas e internas del planeta. De manera que las rocas tienen un larguísimo ciclo que las lleva de la erosión y sedimentación, pasando por transformaciones diversas, a una renovación por el fuego. Como la mayor parte de este proceso sucede en el fondo de los océanos, éstos son más jóvenes que muchas de las tierras emergidas. El proceso es continuo pero parece actuar con mucha mayor fuerza por empujes periódicos, en etapas de febril actividad renovadora.

¿Sería posible que en largos periodos se sumergiesen ciertas tierras precisamente para ser renovadas, emergiendo las que ya han cumplido el proceso? Si añadiéramos a esto un cambio también en la inclinación del planeta, podríamos explicarnos las revoluciones geológicas junto a los cambios climáticos por los que parecen haber pasado distintos continentes. ¿Le tocará su turno de luz y calor a cada nueva tierra emergida? ¿Necesitará el planeta un merecido descanso después de tanto esfuerzo y dormir bajo un manto helado? Según Helena Blavatsky, así como la tierra necesita reposo y renovación, nuevas fuerzas y un cambio de suelo, lo mismo le sucede al agua. De aquí se origina una nueva distribución periódica de la tierra y el agua, cambios de climas, etc. Acarreado todo por revoluciones geológicas y terminando por un cambio final en el eje de la Tierra. La vida de nuestro planeta madre aún nos reserva muchos enigmas sin resolver. No sabemos, por ejemplo, a qué responden las inversiones del campo magnético que se han dado a lo largo de su historia, un cambio del sentido de la polaridad del norte al sur y viceversa,  o los constantes y rítmicos desplazamientos menores del eje magnético. Tampoco por qué este eje magnético y el de rotación no coinciden. ¿Se relaciona el magnetismo terrestre con los cambios geológicos? Los especialistas del futuro tienen en qué ocuparse y creemos que la nueva ciencia desarrollará formas apropiadas para acercarnos a un mejor conocimiento de la vida de nuestra Tierra.

Los egipcios y caldeos atribuían el principio de sus Dinastías  Divinas a aquel período en que la Tierra creadora se hallaba en sus dolores postreros, para dar a luz a sus cordilleras prehistóricas, que después han desaparecido, a sus mares y continentes. Su rostro se hallaba cubierto de “profundas Tinieblas, y en aquel Caos (durante el Secundario) estaba el principio de todas las cosas” que más adelante se desarrollaron en el Globo. Nuestros geólogos han confirmado ahora que hubo tal cataclismo terrestre en los períodos geológicos primitivos, hace algunos cientos de millones de años. En cuanto a la tradición misma, la tienen todos los países y naciones, cada uno bajo su mitología respectiva. Millones de años se han hundido en el Leteo sin dejar otro recuerdo en la  memoria del profano que los pocos milenios de la cronología ortodoxa occidental acerca del origen del Hombre y de la historia de las razas primitivas. En la mitología griega, Lete o Leteo (‘olvido’ u ‘ocultación’) es uno de los ríos del Hades. Beber de sus aguas provocaba un olvido completo. Algunos griegos antiguos creían que se hacía beber de este río a las almas antes de reencarnarlas, de forma que no recordasen sus vidas pasadas. Lete era también una náyade, hija de Eris (‘Discordia’ en la Teogonía de Hesíodo), si bien probablemente sea una personificación separada del olvido más que una referencia al río que lleva su nombre. Algunas religiones mistéricas enseñaban la existencia de otro río, el Mnemósine, cuyas aguas al ser bebidas hacían recordar todo y alcanzar la omnisciencia. A los iniciados se enseñaba que se les daría a elegir de qué río beber tras la muerte y que debían beber del Mnemósine en lugar del Lete. Estos dos ríos aparecen en varios versos inscritos en placas de oro del siglo IV a. C., halladas en Turios, al sur de Italia, y por todo el mundo griego.

El mito de Er, al final de la República de Platón, cuenta que los muertos llegan a la «llanura de Lete», que es cruzada por el río Ameles (‘descuidado’). Había dos ríos llamados Lete y Mnemósine en el altar de Trofonio, en Beocia, de los que los adoradores bebían antes de hacer consultas oraculares con el dios. Entre los autores antiguos se decía que el pequeño río Limia, cerca de Ginzo de Limia (Orense, en España), tenía las mismas propiedades de borrar la memoria que el legendario Lete. En 138 a. C., el general romano Décimo Junio Bruto intentó deshacer el mito, que dificultaba las campañas militares en la zona. Se dice que cruzó el Limia y entonces llamó a sus soldados desde el otro lado, uno a uno, por su nombre. Éstos, asombrados de que su general recordara sus nombres, cruzaron también el río sin temor, acabando así con su fama de peligroso. En La Divina Comedia, de Dante Alighieri,  la corriente del Lete fluye al centro de la Tierra desde su superficie, pero su nacimiento está situado en el Paraíso Terrenal, localizado en la cima de la montaña del Purgatorio. Otra referencia en la literatura clásica, aparece en el elogio a la locura de Erasmo de Rotterdam, en el capitulo XIII del mismo libro. En la obra de teatro Eurídice de Sarah Ruhl, todas las sombras deben beber del Lete y convertirse en algo parecido a piedras, hablando en su inaudible lenguaje y olvidando todo lo del mundo. Este río es un tema central de la obra. Así mismo, en la obra de William Shakespeare, «Hamlet«, se hace mención al rio Leteo.

La Era Cenozoica, Cenozoico o Era Terciaria, una división de la escala temporal geológica, es la era geológica que se inició hace unos 65,5 millones de años y que se extiende hasta la actualidad. Es la tercera y última era del Eón Fanerozoico y sigue a la Era Mesozoica. Su nombre procede del idioma griego y significa «animales nuevos» (de καινός/kainos, «nuevo» y ζωή/zoe, «animal o vida»). El Período Terciario, actualmente no reconocido por la Comisión Internacional de Estratigrafía, comprendía la Era Cenozoica excepto los últimos 2.5 millones de años, cuando se inicia el Período Cuaternario. Durante la Era Cenozoica, la India colisionó con Asia hace más de 45 millones de años, y Arabia colisionó con Eurasia, cerrando el mar de Tetis hace unos 35 millones de años. Como consecuencia de ello, se produce el gran plegamiento alpino que formó las principales cordilleras del Sur de Europa y Asia, como los Pirineos, Alpes e Himalayas. Al Cenozoico también se le llama La era de los mamíferos los que, al extinguirse los dinosaurios, a finales del Cretácico, pasaron a ser la fauna característica. Hace unos 30 millones de años surgieron los primeros primates superiores (los más primitivos estaban ya presentes hace 65 millones de años), aunque el Homo sapiens oficialmente no apareció hasta hace unos doscientos mil años.

Todo depende de las pruebas que se han encontrado de la antigüedad de la raza humana. Si el aun debatido hombre del período Plioceno, o siquiera del Mioceno, fuese el Homo primigenius, entonces la Ciencia tendría razón en fundar su antropología presente (en cuando a la época y clase de origen del Homo sapiens) en la teoría darwinista. Pero si se encontrasen algún día esqueletos de hombres en las capas Eocenas, sin descubrir ningún mono fósil, se probaría de este modo que la existencia del hombre es anterior a la del antropoide. Ahora mismo se están presentando muchas pruebas que demuestran que las épocas asignadas a las fundaciones de ciudades, civilizaciones y otros varios sucesos históricos son mucho más antiguas de lo estimado. El paleontólogo Ed. Lartet, escribe:”No se encuentra en el Génesis ninguna fecha que determine tiempo al nacimiento de la humanidad primitiva. Pero los cronólogos, durante quince siglos, han tratado de obligar a los hechos de la Biblia a estar de acuerdo con sus sistemas. De este modo se han formado no menos de ciento cuarenta opiniones diferentes acerca de la sola fecha de la Creación”. En los últimos años, los arqueólogos han tenido que hacer retroceder los comienzos de la civilización babilónica, en cerca de 3.000 años. En un cilindro depositado por Nabonidus, rey de Babilonia y vencido por Ciro, se habla del descubrimiento de la piedra fundamental que perteneció al templo primitivo construido por Navam-Sin, hijo de Sargon de Accadia, conquistador de Babilonia, que, según Nabonidus, vivió 3.200 años antes de su tiempo.  

 

Helena Blavatsky, en  Isis sin Velo, indica que los que basaban la historia en la cronología de los judíos se equivocaban, porque la relación judía sólo puede seguirse por la computación kabalística, y esto sólo poseyendo la clave. La cronología de George Smith sobre los asirios y caldeos, que la había sincronizado con la de Moisés, aparece como errónea. Y ahora otros asiriólogos posteriores han corroborado esta opinión. Pues mientras George Smith hace reinar a Sargon I (el prototipo de Moisés) en la ciudad de Accadia, alrededor del 1.600 años antes de Cristo, probablemente a causa de su respeto hacia Moisés, a quien la Biblia ubica en el 1571 antes de Cristo, hemos sabido posteriormente que las antiguas opiniones acerca de los primeros anales de Babilonia y de sus religiones han sido modificadas por descubrimientos recientes. El primer Imperio semítico se considera que fue el de Sargon de Accadia, el cual creó una gran biblioteca, protegió la literatura y extendió sus conquistas a través del mar, hasta Chipre. Se sabe ahora que reinó en una época tan remota como 3.750 años antes de Cristo. Los monumentos Accadios encontrados por los franceses en Tel-Ioh deben de ser aún más antiguos, llegando quizá a 4.000 años antes de Cristo.En otras palabras: en el cuarto año de la creación del mundo, según la cronología bíblica, y cuando todavía se supone vivía Adán.

El bien conocido conferenciante de Oxford, Archibald Henry Sayce, observaba en sus  disquisiciones sobre “El Origen y desarrollo de la Religión, según lo que demuestra la de los Antiguos Babilonios”, que: “Las dificultades para buscar sistemáticamente el origen e historia de la religión babilónica eran considerables. Las fuentes de nuestro conocimiento en el asunto eran todas monumentales, siendo muy poca la ayuda que nos proporcionaban los escritores clásicos u orientales. Verdaderamente, era un hecho innegable que el clero babilónico envolvió intencionalmente el estudio de los textos religiosos de un modo tan laberíntico, que presentaba dificultades casi insuperables.   Que ellos confundieron las fechas y especialmente el orden de los sucesos “intencionalmente”, es indudable, y por una razón muy buena: sus escritos y anales eran todos esotéricos. Los sacerdotes babilónicos hicieron lo mismo que los sacerdotes de otras naciones. Sus anales eran sólo para los Iniciados y sus discípulos, y únicamente a estos últimos se les daba la clave del verdadero significado”.

Pero en sus observaciones, el  profesor Sayce explica la dificultad existente: “La biblioteca de Nínive contenía, sobre todo, copias de textos babilónicos más antiguos, y los copistas tomaron de tales tablillas sólo lo que era de interés especial para los  conquistadores asirios, perteneciente a una época comparativamente reciente, lo cual ha aumentado mucho la mayor de nuestras dificultades, a saber: el estar tan frecuentemente a oscuras respecto del tiempo de nuestras pruebas documentales, y el valor preciso de nuestros materiales históricos.  De modo que tenemos el derecho de deducir que nuevos descubrimientos pueden obligar a que retrocedan los tiempos babilónicos tan lejos de los 4.000 años antes de Cristo, que lleguen a parecer  precósmicos  con arreglo a la opinión de todos los adoradores de la Biblia. Si no fuera por un diluvio. ¿Cómo se explica que en la cumbre del Everest se encuentren restos de peces fosilizados o que en el monte Ararat haya depósitos de sales marinas? En algún momento del pasado, este planeta estuvo cubierto por el agua. Algunos piensan que fue hace 5.000 años y otros creen que fue mucho antes. Son tantas y tan variadas las versiones del diluvio en las distintas culturas que incluso en la Biblia se da el caso de dos relatos de la catástrofe”.

Se supone, dada la coincidencia del protagonista (Noé), que se trata de un mismo hecho, que la tradición oral fue puliendo con el transcurso de los años y que los primeros copistas decidieron entremezclar en sus relatos. La versión más antigua data del siglo VIII antes de Cristo. Se lee en el Génesis: “Viendo Yavé la maldad de los hombres, se arrepintió de haber creado al hombre sobre la tierra. Dice Yavé “Exterminaré de sobre la faz de la tierra al hombre que he formado; hombres y animales, reptiles y aves del cielo, todo lo exterminaré; pues me pesa el haberlos creado”. También en el Génesis dijo Yavé a Noé: “Entra en el Arca con toda tu familia, porque solo tú has sido hallado justo en medio de esta generación. De todos los animales puros tomarás siete parejas de cada especie, machos y hembras; también de las aves del cielo siete pares de cada especie, a fin de conservar la especie sobre la tierra”. De esta forma encontramos en la Biblia la odisea de Noé. Pero a continuación vamos a ver como el relato bíblico de Noé y su odisea no son únicos. Y, tal vez, ni siquiera sea el original, ya que hay evidencias que llevan a pensar que fue tomado de otras culturas y adaptado. A mediados del siglo XIX, se iniciaron las excavaciones en Nínive, Y,  de allí, más de 25.000 tablillas de arcilla fueron llevadas al Museo de Londres. Pero en el camino se rompieron y mezclaron, por lo que descifrarlas parecía una tarea imposible, teniendo en cuenta que el lenguaje asirio-babilónico (o sumerio) en el que estaban escritas fue descifrado tiempo después.

La solución la encontró George Smith, un diseñador de billetes,  quien, tras ardua labor, asombró al mundo con su obra “El relato caldeo del diluvio”, publicado en 1872. Se había logrado extraer de Nínive la enorme biblioteca del rey de Babilonia Assurbanipal, que vivió en el siglo VII a.C. y que hizo que sus escribas dejasen para la posteridad las mejores obras de la cultura mesopotámica. Entre lo hallado estaba la Tablilla XI, de 326 líneas, de las cuales más de 200 hablan del diluvio. Encontramos así la epopeya de Gilgamés. Este personaje se refiere a un antepasado que ha alcanzado la inmortalidad y que le refiere su aventura. Uta-Napishtim (es el nombre de este ser inmortal) cuenta a Gilgamés que los dioses Anu (padre de todos), Enlil (el valiente), su consejero Ninurta, el portaestandarte Ennugi y el inspector de canales Ea,  deciden exterminar al género humano. Pero ven virtuoso solo a Uta-Napishtim, a quien ordenan construir una nave, renunciar a sus riquezas y salvar su vida. “Construye -le dicen- una nave de dimensiones proporcionadas, con la misma anchura y altura y mete dentro semilla de toda vida existente”.  Esta nave se especula que tendría una superficie de 3.500 metros cuadrados con 7 pisos, divididos en 9 partes cada uno.  El inmortal Uta-Napishtim le cuenta a Gilgamés: “El dios Shamash me había fijado el momento, por la mañana lloverá salvado y por la tarde trigo; en ese momento entra a la nave y cierra su puerta. El momento había llegado; al amanecer surgió de los cielos una nube negra sobre la que cabalgaban los dioses (¿sería una nave espacial?); de pronto se desató una enorme tempestad que barrió el país. Durante seis días y seis noches sopló el viento, el diluvio y la tempestad. Al séptimo día todo se calmó”.

Y continúa: “Reinaba un enorme silencio, la humanidad se había convertido en barro -sigue contando- abrí una ventana y el resplandor del sol cayó sobre mi mejilla, entonces me puse a llorar. Miré hacia el horizonte y a unas doce leguas vi una montaña que se alzaba sobre las aguas. La nave se detuvo en el monte Nisir, donde estuvo encallada por espacio de siete días. Cuando llegó el séptimo día, hice salir una paloma y la solté. La paloma se fue y no hallando lugar en que posarse, volvió. Hice salir un cuervo y lo solté. El cuervo se fue y vio el desecamiento de las aguas. Comió, revoloteó, graznó y no volvió. Entonces solté a todos los animales, dejándolos en libertad”. Siguieron apareciendo tablillas, no solo en Nínive, sino también en Assur, Uruk, Nippur, Sippar y Ur.  Todas coinciden en el contenido del relato de Uta-Napishtim, aunque los personajes se llaman Atrahasis o Ziusudra.  De todos los relatos, hay un texto (desgraciadamente muy mutilado) encontrado en Hilprecht, correspondiente a la versión babilónica y que se remonta al segundo milenio anterior a nuestra era. Es el más antiguo de los que se tiene conocimiento, aunque todavía queda por encontrar el original sumerio que dio origen a esta copia guardada en la biblioteca del rey Assurbanipal. Se deduce que en la cuenca existente entre los ríos Tigris y Eúfrates, se produjo (unos 3.000 años antes de Cristo), un gran cataclismo en forma de diluvio que quedó ampliamente documentado y que con el tiempo fue transferido a otras culturas por los colonizadores que se afincaron en otras partes de la tierra.

Así habría llegado a Moisés (en el 1.500 a.C.), quien lo recogió de tradiciones orales de antiguos judíos. De esta misma forma habría llegado a Beroso (sacerdote babilonio de Marduk) que lo escribió en el 275 a.C. Posteriormente el relato fue difundido por el historiador griego Alejandro Polistor en el siglo I a.C. y, más tarde, por los relatores romanos: “Una vez muerto Ardates, su hijo Xisutros reinó durante dieciocho sares.  En ese tiempo tuvo lugar el gran cataclismo, cuya historia queda aquí descripta: Durante el sueño se le apareció Cronos, quien le comunicó que el día 15 del mes de Daisios los hombres serían destruidos por un cataclismo. Le ordenó que escondiera en lugar seguro los escritos, enterrándolos en Sippar, la ciudad del Sol, y luego construir una nave en la que debían entrar su familia y amigos más íntimos, con alimentos y bebidas, junto con animales, aves y cuadrúpedos, y después de haberlo preparado todo, navegar. Si alguien preguntaba hacia donde iba, debía responder que hacia los dioses, para rogar que sucedan cosas buenas a los hombres. Obedece las órdenes y construye un barco, de cinco estadios de largo y dos de ancho, y una vez arregladas las cosas, según las instrucciones recibidas, embarcó junto con su mujer, sus hijos y los amigos más íntimos”.  Continúa el relato: “Habiéndose producido el cataclismo y varada la nave, Xisutros soltó algunas aves, que retornaron al barco al no encontrar alimento ni lugar en que posarse. Al cabo de algunos días volvió a soltarlas y volvieron con las patas cubiertas de barro y a la tercera vez, las aves no regresaron. Desembarcó con su mujer, su hija y el piloto de la nave. Erigió un altar en el lugar y realizó un sacrificio a los dioses. Luego desaparecieron. Los que habían quedado en la nave, al ver que no volvían, desembarcaron preocupados, pero solo escucharon su voz que les pedía que fueran piadosos, ya que gracias a esa piedad se habían salvado. El y su familia se habían reunido con los dioses (por eso lo escuchaban pero no lo veían). Les ordenó regresar a Babilonia, desenterrar las escrituras para darlas a conocer a los hombres, fundar nuevas ciudades y erigir templos en honor a los dioses. También les dijo que se encontraban en el país de Armenia”. Beroso termina su relato diciendo: “Aún hay restos de la nave en los montes Cordienos de Armenia y los fragmentos sirven de amuletos contra los males”.

También en Asia quedan vestigios del diluvio universal. En el Vishnu Purana hindú se dice que el Samvartaka volverá a destruir el universo, como ya ocurrió en épocas pasadas; haciendo caer lluvias torrenciales por un período de doce años, hasta que se sumerja toda la tierra y muera así toda la humanidad. Luego vendrá un resurgimiento del cielo y, con ello, nuevamente la vida en el planeta. El Shatapatha Brahmana cuenta como a Manú (se supone que el primer hombre), un pez agradecido por las caricias que le había dispensado, le avisa que se avecina un gran diluvio que terminará con la vida en el planeta. Manú, siguiendo las indicaciones del pez, construyó una embarcación, dentro de la cual esperó a que finalizará la lluvia.  Una vez, terminado el diluvio, la nave se encontraba en la cima de una montaña. Cuando bajaron las aguas, Manú realizó un sacrificio en honor a los dioses, vertiendo manteca y crema agria sobre las aguas. Y al cabo de un año emergió una mujer, conocida como la Hija de Manú, con la que se unió para dar origen a la nueva generación humana. En la cultura china el agua siempre ha estado en relación con el nacimiento de la humanidad. Fue el gran héroe Yü (el domador de las aguas) quien consiguió que la masa líquida se retirara hacia el mar, logrando tierras aptas para el cultivo. De los distintos relatos del diluvio se encuentra el de Fah-le, que fue ocasionado por las crecidas de los ríos en el 2.300 a.C. Pero la más antigua de las tradiciones, cuenta que Nu-wah se salvó junto a su mujer, sus tres hijos y las esposas de éstos, en una embarcación donde dieron cabida a una pareja de cada animal conocido. Tan importante es esta leyenda de Nu-wah que hoy en día se escribe la palabra “nave” en chino, representada por una barca con ocho bocas dentro (en alusión a los ocho seres que se salvaron de la catástrofe).

Probablemente, la doctrina de la destrucción del mundo (pralaya) era ya conocida en los tiempos védicos (Atharva Veda). La conflagración universal (ragnarök), seguida de una nueva creación, forma parte de la mitología germánica. Estos hechos parecen indicar que los indoeuropeos no ignoraban el mito del Fin del Mundo. Recientemente, Stig Wikander ha indicado la existencia de un mito germánico sobre la batalla escatológica en todo similar a los relatos paralelos indios e iranios. Pero a partir de los Brâhmanas y, sobre todo, en los Purânas, los indios desarrollaron laboriosamente la doctrina de las cuatro yugas, las cuatro Edades del Mundo. Lo esencial de esta teoría es la creación y destrucción cíclica del Mundo —y la creencia en la «perfección de los comienzos»—. Como los budistas y los jainas comparten las mismas ideas, se puede sacar la conclusión de que la doctrina de la eterna creación y destrucción del Universo es una idea panindia. Recordemos que un «ciclo» completo termina por una «disolución», un pralaya, que se repite de una manera más radical (mahâpralaya, la «gran disolución») al fin del milésimo ciclo. Según el Mahâbharata y los Purânas, el horizonte se inflamará, siete o doce soles aparecerán en el firmamento, secarán los mares y quemarán la Tierra. El fuego Samvartaka (el Fuego del incendio cósmico) destruirá el Universo por completo. A continuación, un diluviol caerá ininterrumpidamente durante doce años, la Tierra quedará sumergida y la humanidad aniquilada (Visnu Purâna). En el Océano, sentado sobre la serpiente cósmica Çesha, Visnú duerme sumergido en el sueño yoga (Visnu Purâna,). Y luego todo recomenzará de nuevo ad infinitum.

En cuanto al mito de la «perfección de los comienzos», se le reconoce fácilmente en la pureza, inteligencia, beatitud y longevidad de la vida humana durante el krta yuga, la primera edad. En el curso de los yugas siguientes se asiste a una deterioración progresiva, tanto de la inteligencia y de la moral del hombre como de sus dimensiones corporales y su longevidad. El jainismo expresa la perfección de los comienzos y la decadencia ulterior en términos sorprendentes e increíbles. Según Hemacandra, al principio el hombre tenía una estatura de seis millas  (¡!) y su vida duraba cien mil purvas (un purva equiva a 8.400.000 años). Pero al fin del ciclo su estatura alcanza apenas siete codos y su vida no sobrepasa los cien años. Los budistas insisten asimismo en el decrecimiento prodigioso de la duración de la existencia humana desde los ochenta mil años e incluso más. La doctrina india de las edades del Mundo, es decir, la eterna creación, deterioro, destrucción y recreación del Universo, recuerda en cierta medida la concepción primitiva de la renovación anual del Mundo, pero con diferencias importantes. En la teoría india, el hombre no desempeña ningún papel en la recreación periódica del Mundo. En el fondo, el hombre no desea esa eterna recreación, ya que persigue la evasión del ciclo cósmico. Y aún más: los propios dioses no parecen ser auténticos creadores,  sino más bien los instrumentos por medio de los cuales se opera el proceso cósmico. Se ve, pues, que para los hindues no hay un fin radical del Mundo, sino intervalos más o menos largos entre el aniquilamiento de un Universo y la aparición de otro. El «Fin» no tiene sentido más que en lo que concierne a la condición humana. El hombre puede parar el proceso de la transmigración en el que se encuentra arrastrado.

El mito de la perfección de los comienzos está claramente atestiguado en Mesopotamia, entre los israelitas y los griegos. Según las tradiciones babilonias, los reyes antediluvianos reinaron entre diez mil ochocientos y setenta y dos mil años. Por el contrario, los reyes de las primeras dinastías posdiluvianas no sobrepasaron los mil doscientos años. Añadamos que los babilonios conocían asimismo el mito de un Paraíso primordial y habían conservado el recuerdo de una serie de destrucciones y recreaciones sucesivas de la raza humana (siete, probablemente). Los israelitas compartían ideas similares: la pérdida del Paraíso original, el decrecimiento progresivo de la longitud de la vida y el diluvio que destruyó totalmente la humanidad, a excepción de algunos privilegiados. En Egipto, el mito de la perfección de los comienzos no está atestiguado, pero se encuentra la tradición legendaria de la duración fabulosa de la vida de los reyes anteriores a Menes. En Grecia encontramos dos tradiciones míticas distintas pero solidarias: Una es la teoría de las edades del Mundo, que comprendía el mito de la perfección de los comienzos y, otra, la doctrina cíclica. Hesiodo, poeta de la Antigua Grecia,  en su obra Trabajos y días, es el primero que describe la degeneración progresiva de la humanidad en el curso de las cinco edades. La primera, la Edad de Oro, bajo el reino de Cronos, era una especie de Paraíso: los hombres vivían largo tiempo, no envejecían jamás y su existencia se asemejaba a la de los dioses. La teoría cíclica hace su aparición con Heráclito, que tendrá una gran influencia sobre la doctrina estoica del Eterno Retorno. El estoicismo es uno de los movimientos filosóficos que, dentro del periodo helenístico, adquirió mayor importancia y difusión. Fundado por Zenón de Citio en el 301 a. C., adquirió gran difusión por todo el mundo greco-romano, gozando de especial popularidad entre las élites romanas. Su período de preeminencia va del siglo III a. C. hasta finales del siglo II d. C. Tras esto, dio signos de agotamiento que coincidieron con la descomposición social del Alto Imperio romano y el auge del cristianismo.

Ya en Empédocles, filósofo y político democrático griego, se constata la asociación de estos dos temas míticos: las edades del Mundo y el ciclo ininterrumpido de creaciones y destrucciones. No tenemos que discutir las diferentes formas que adoptaron estas teorías en Grecia, sobre todo después de las influencias orientales. Baste recordar que los estoicos tomaron de Heráclito la idea del Fin del Mundo por el fuego (ekpyrosis) y que Platón (Timeo) conocía ya, como una alternativa, el Fin por el Diluvió. Estos dos cataclismos señalaban el ritmo en cierto modo al Gran Año (el magnus annus). Según un texto perdido de Aristóteles (Protrept.), las dos catástrofes tenían lugar en los dos solsticios: la conflagratio en el solsticio de verano y el diluvium en el solsticio de invierno. También las culturas americanas tienen referencias a diluvios. Y tal vez el más significativo sea el de Viracocha, el dios Inca.  Viracocha creó una raza de gigantes, pero luego se arrepintió y decidió hacer hombres a su imagen y semejanza, instruyéndolos en la agricultura y las ciencias. De ello se deduce que los dioses tenían morfología humana. Pero un gran número de estos hombres cayó en tentaciones y vicios, violando los mandamientos de Viracocha; por lo que el dios los maldijo y dispersó, convirtiendo a algunos en piedras, a otros en animales y al resto les envió el “Uno Pachacuti” (diluvio universal), donde murieron todos. 

Un mes antes del diluvio, los animales presintieron la catástrofe, por lo que las llamas y las vicuñas perdieron el apetito y se juntaban a la caída del sol mirando fijamente el cielo. El pastor que las cuidaba, intrigado por esta actitud, las interrogó y fue así que le contaron que dos estrellas se acercarían hasta tocarse y, en ese momento, el mundo quedaría sumergido bajo las aguas. El pastor, muy impresionado por la noticia, no perdió el tiempo y reunió a su familia, juntó abundantes alimentos y reuniendo su rebaño buscó refugio en la cumbre de la montaña Ancasmara. Sesenta días más tarde, cuando cesaron las lluvias, descendió con sus familiares. Estos seres salvados del diluvio, fueron los antepasados de los Incas. Las leyendas Aztecas hablan de cuatro edades, en la primera de las cuales vivieron los gigantes, al igual que en el Génesis bíblico. En uno de los diluvios “Las aguas de arriba se juntaron con las aguas de abajo, borran los horizontes y hacen de todo un océano cósmico sin tiempo”. El segundo diluvio se produce en la cuarta época, mientras gobernaba la diosa del agua. Su universo desapareció bajo las aguas del cielo y los hombres se salvaron convirtiéndose en peces. Los Mayas tienen también su leyenda diluviana llamada Haiyococab (“agua sobre la tierra”). Según las crónicas del obispo católico Bartolomé de las Casas, los indios le llaman Butic que significa “diluvio de muchas aguas”. Pero también hace referencia a un juicio. También creen que vendrá otro diluvio-juicio, pero esta vez de fuego.

Los acadios, babilónicos y sumerios, coinciden en que el arca llegó al Monte Ararat (al igual que el Noé bíblico).  Las demás religiones siempre se refieren a un monte local: así es que los griegos hablan del monte Parnaso, los hindúes del Himalaya y los indios americanos del norte, del monte Keddi Peak, en California. Prácticamente todas las razas y pueblos cuentan entre sus leyendas con la del hombre (por lo general junto a su familia) que, por gracia divina, se salva de un castigo en forma de diluvio que termina con los hombres y los animales. En la mayoría de los casos, salva una pareja de cada especie animal y junto a sus familiares conforma la nueva generación de la raza humana. Se puede decir que es el único acontecimiento que toda la humanidad ha compartido casi al mismo tiempo. Se sabe que más del 75% de la tierra está formada por depósitos sedimentarios. En la India hay de hasta 20 Km. de profundidad.  Y hay un dato sorprendente: los geólogos han encontrado en los depósitos sedimentarios, cantidades de fósiles entre los que aparecen restos humanos, animales, plantas y utensilios, todo mezclado. Se ha llegado a la conclusión que para que se produjese este hecho fue necesaria la presencia de un medio aglutinante, que moviera todo en la misma dirección y que todo quedara en un lugar, para ser sepultado por el aluvión. Los yacimientos petrolíferos, formados por materia orgánica, son otra prueba de esta aglomeración de restos orgánicos.

Incluso se han encontrado fósiles de insectos, en los que no hay huellas de desintegración, lo que habla de una muerte súbita y de un enterramiento casi instantáneo.  Esto es característico de un acontecimiento ocasionado por una gran ola de agua, seguida por un asentamiento de todas las partículas en flotación. Quizás la gran prueba de esta catástrofe sería encontrar la nave que salvó a una familia y a un grupo de animales. La famosa Arca, que dicen las crónicas se encuentra atrapada en la cumbre del Monte Ararat. Esa es, sin duda, la prueba tangible de la existencia de esta leyenda universal que es el diluvio.  Estos relatos demuestran que, aunque cambien los nombres, probablemente estamos hablando de la misma persona.  Xisutros sería el Ziusudra sumerio, lo mismo que el Atrahasis asirio, el Noé bíblico, el pastor Inca, el Manú hindú, el Nu-wah chino y el Uta-Napishtim babilónico. Quizás todos hacen referencia a un único relato, tal vez muy relacionado con sobrevivientes de Atlántida, Lemuria o alguna de las civilizaciones sepultadas por las aguas, allá en los comienzos olvidados de nuestra historia o, para mejor decirlo, de una de nuestras historias.

¿Cuánto habría aprendido la Paleontología si no hubiesen sido destruidas millones de obras? Hablamos de la Biblioteca de Alejandría, que ha sido destruida tres veces. Una, por Julio César, el 48 antes de Cristo; otra, el 390 después de Cristo; y una tercera en el año 640 después de Cristo, por un general del Califa Omar. ¿Qué es esto en comparación con las obras y anales destruidos en las primitivas bibliotecas Atlantes, que  se dice estaban grabados sobre pieles curtidas de gigantescos monstruos antediluvianos? ¿O bien en comparación de la destrucción de los innumerables libros chinos por orden del fundador de la dinastía imperial Tsin, Tsin Shi Hwang-ti, el 213 antes de Cristo? Seguramente las tablillas de barro de la Biblioteca Imperial Babilónica y los inapreciables tesoros de las colecciones chinas no han podido contener jamás datos semejantes a los que hubiera proporcionado al mundo una de las mencionadas pieles grabadas Atlantes.  Pero,  aun con la escasez de datos de que se dispone, la Ciencia ha podido ver la necesidad de hacer retroceder casi todas las épocas Babilónicas.

Sabemos por el profesor Sayce que hasta a las estatuas arcaicas de Tel-Ioh, en la baja Babilonia, les ha sido repentinamente atribuida una fecha contemporánea a la cuarta dinastía de Egipto. Desgraciadamente, las dinastías y pirámides comparten el destino de los períodos geológicos; sus fechas son arbitrarias y dependen de la fantasía de los respectivos hombres de ciencia. Los arqueólogos saben ahora  que las mencionadas estatuas están construidas con diorita verde, que sólo puede encontrarse en la Península del Sinaí. Y  concuerdan en el estilo del arte y en el sistema de medidas empleado, con las estatuas de diorita de los constructores de pirámides de la tercera y cuarta dinastías de Egipto. Por otra parte, la única época posible de una ocupación babilónica de las canteras sinaíticas tiene que establecerse poco después de la terminación de la época en que fueron construidas las pirámides. Y sólo de este modo podemos comprender cómo el nombre de Sinaí pudo haberse derivado del de Sin, el dios lunar babilónico primitivo.  

Esto es muy lógico; pero, ¿cuál es  la fecha asignada a estas dinastías? Las tablas sincrónicas de Sanchoniathon y de Manethon, o lo que quiera que quede de ellas, después que el santo Eusebio pudo manipularlas,  han sido rechazadas; y todavía tenemos que darnos por satisfechos con los cuatro  o cinco mil años antes de Cristo, tan liberalmente concedidos a Egipto. Hay al menos una ciudad sobre la faz de la Tierra a la que se conceden, por lo menos, 6.000 años, y es Eridu. La geología la ha descubierto. Igualmente,  según el profesor Sayce: Ahora se tiene tiempo para la obstrucción del extremo del Golfo Pérsico, que exige un transcurso de 5.000 ó 6.000 años desde el período en que Eridu, que ahora está a veinticinco millas al interior, era el puerto de la desembocadura del Éufrates y el asiento del comercio babilónico con la Arabia del Sur y de la India. Más que todo, la nueva cronología da tiempo para la larga serie de eclipses registrada en la gran obra astronómica llamada “Las Observaciones del Bel”; y podemos también comprender el cambio en la posición del equinoccio vernal, de otro modo inexplicable, que ha ocurrido desde que nuestros presentes signos zodiacales fueron mencionados por los primeros astrónomos babilónicos. Cuando el calendario accadio fue arreglado y nombrados los meses accadios, el sol, en el equinoccio vernal, no estaba, como ahora, en Piscis, ni aun en Aries, sino en Tauro. Siendo conocida la marcha de la precesión de los equinoccios, se nos dice que en el equinoccio vernal el sol estaba en Tauro hace cosa de 4.700 años antes de Cristo, y de este modo obtenemos límites astronómicos de fechas que no pueden impugnarse. 

Usamos la nomenclatura de Sir Charles Lyell para las edades y períodos y que cuando hablamos de las edades Secundaria y Terciaria, de los períodos Eoceno, Mioceno y Plioceno, es simplemente para hacer nuestros hechos más comprensibles. Charles Lyell (1797-1875), fue un abogado y geólogo británico y uno de los fundadores de la Geología moderna. Lyell fue uno de los representantes más destacados del uniformismo y el gradualismo geológico. Desde el momento en que no se han concedido a estas edades y períodos duraciones fijas y determinadas, habiéndosele asignado en diferentes ocasiones a una misma edad (a la edad Terciaria) dos millones y medio, y quince millones de años; y desde el momento en que no hay dos geólogos o naturalistas que estén de acuerdo en este punto, las  Enseñanzas Esotéricas pueden permanecer completamente indiferentes a la aparición del hombre en la edad Secundaria o en la Terciaria. Si a esta última se le pueden conceder siquiera sean quince millones de años de duración, tanto mejor; pues la Doctrina Secreta, al paso que reserva celosamente sus cifras verdaderas y exactas en lo que concierne a la Primera, Segunda y dos terceras partes de la Tercera Raza, presenta datos claros únicamente sobre un punto: el tiempo de la humanidad del Manu Vaivasvata. Otra afirmación definida es que durante el llamado período Eoceno, el Continente al que pertenecía la Cuarta Raza, y en el cual vivió y pereció, mostró los primeros síntomas de hundimiento, y que en la edad Miocena fue finalmente destruido, a excepción de la pequeña isla mencionada por Platón. Estos puntos tienen ahora que ser comprobados por los datos científicos.

En el marco del hinduismo, un manwantara es una era de Manu (el progenitor hindú de la humanidad). El manwantara es una medida de tiempo astronómico. Literalmente, manw antara significa ‘en el interior de un Manu’ (o sea, dentro del periodo de vida de un Manu). El término manwantara es un sandhi (unión de palabras) del sánscrito, una combinación de las palabras manu y antara (‘dentro’, de las palabras españolas «inter», «interno», «interior» y «dentro»). Por un fallo del sistema de escritura devánagari, la u antes de una consonante debe escribirse como una v (como sucede en el latín Avgvstvs [augustus]): manu-antara se convierte entonces en manvantara, aunque se pronuncia igualmente [manuantara]. Un manuantara comprende 71 majá-iugá, que equivalen a una catorceava parte de la vida del dios Brahmā, 12 000 años de los dioses, o 4 320 000 años de los humanos Cada uno de esos periodos es presidido por un Manu especial. Según el hinduismo, ya han pasado seis de tales manuantaras; el actual es el séptimo, y es presidido por el Manu Vaivasvata.

Faltan siete manuantaras para completar los 14 que conforman una vida completa de Brahmá. 1 año humano: 1 deva aho-ratra (1 día-noche de 24 horas de los dioses). 360 deva ahoratra: 1 deva vatsara (1 año de los dioses). 12.000 deva vatsaras: 1 chatur iugá (1 grupo de cuatro iugás, que equivalen en total a 3,6 millones de años humanos). Los días y las noches de Brahmá; este es el nombre que se les da a los periodos llamados Manu-antara (o ‘[intervalo] entre los Manus’) y pralaia (disolución); uno se refiere a los periodos activos del universo, el otro a sus tiempos de descanso relativo y completo (depende de si ocurre al final de un día o de una vida de Brahmá. Estos periodos, que se siguen uno al otro en sucesión regular, se llaman también kalpas, pequeño y grande, el menor y el mahā kalpa; aunque hablando propiamente, el mahā kalpa nunca es un día de Brahmá sino una vida entera de Brahmā, porque se dice en el Brahma Vaivarta Purana: “Los cronologistas computan un kalpa como la vida de Brahmā; los kalpas menores, como el samvarta y los demás, son numerosos”. En verdad son infinitos, porque nunca tuvieron un comienzo (nunca hubo un primer kalpa) ni habrá uno último en la eternidad

Descartes fue el primero en formular una teoría nebular para explicar la formación de los planetas, en 1644. Propuso la idea de que el Sol y los planetas se formaron al unísono a partir de una nube de polvo estelar. Esta es la base de las teorías nebulares. Pero lo esencial de la teoría lo formularon Laplace y Kant. En 1721 el sueco Emanuel Swedenborg afirma que el sistema solar se formó por la existencia de una gran nebulosa en cuyo centro se concentraría la mayor parte de la materia formando el Sol y cuya condensación y rotación acelerada daría origen a los planetas. De la misma manera se formarían los satélites con respecto a cada planeta. El problema de esta teoría es que no explica el reparto del momento angular en el sistema solar. En su obra  World-Life: Comparative Geology , del profesor Alexander Winchell, nos proporciona informes curiosos. Aquí encontramos un adversario de la teoría nebular golpeando en las hipótesis un tanto contradictorias de las grandes eminencias científicas, sobre los fenómenos siderales y cósmicos, basadas en sus respectivas relaciones con las duraciones terrestres.

Los físicos y naturalistas demasiado imaginativos no quedan muy bien parados bajo este chaparrón de cálculos especulativos colocados frente a frente, y hacen más bien una triste figura. Sir William Thompson, basándose en los principios de enfriamiento observados, deduce que no pueden haber transcurrido más de 10 millones de años (en otra parte dice 100.000.000) desde que la temperatura de la tierra se redujo lo suficiente para sostener la vida vegetal. Helmholz calcula que 20 millones de años serían suficientes para la condensación  de la nebulosa primitiva en las presentes dimensiones del sol. El profesor S. Newcomb exige sólo 10 millones para alcanzar una temperatura de 212º Fahrenheit. Croll calcula 70 millones de años para la difusión del calor. Bischof estima que la tierra  necesitaría 350 millones de años para enfriarse desde una temperatura de 2.000º centígrados. Reade, basando sus cálculos en la marcha de la denudación, exige 500 millones de años desde que la sedimentación principió en Europa. Lyell conjetura unos 240  millones de años; Darwin creyó que eran necesarios 300 millones de años para las transformaciones orgánicas que su teoría expone, y Huxley está dispuesto a pedir 1.000 millones. Algunos biólogos. parecen cerrar fuertemente los ojos, y dan un salto en el abismo de los millones de años, de los cuales no parece que tengan una idea más adecuada que la que tienen del infinito. 

Según Sir William Thompson, “el total de la edad de la incrustación del mundo, es de 80.000.000 de años”. Y con arreglo a los cálculos del profesor Houghton, de un límite mínimo para el tiempo transcurrido desde el surgimiento de Europa y Asia, se dan tres edades hipotéticas para tres modos  posibles  y diferentes de surgimiento: primeramente, la modesta cantidad de 640.730 años; luego la de 4.170.000 años, y por último, la tremenda cifra de 27.491.000 años.  Esto es bastante, como puede verse, para cubrir nuestras declaraciones  respecto de los cuatro Continentes y aun para las cifras de los brahmanes.Otros cálculosllevan a Houghton al cálculo aproximado de la edad sedimentaria del globo de 11.700.000 años. Estas cifras las encuentra el autor demasiado pequeñas, y las extiende a 37.000.000 de años.  Además, según el Dr. Croll, 2.500.000 años “representan el tiempo desde el principio de la edad Terciaria” en una de sus obras; y según otra modificación de su opinión, han transcurrido 15.000.000 de años desde el principio del período Eoceno, y esto, siendo el Eoceno el primero de los tres períodos Terciarios, deja al lector suspendido entre los dos y medio y quince millones. Pero si uno ha de atenerse a las primeras moderadas cifras, entonces el total de la edad de sedimentación de la Tierra sería de 131.600.000 años.    

Según la ciencia oficial, el Eoceno, una división de la escala temporal geológica, es una época geológica de la Tierra, la segunda del período Paleógeno en la Era Cenozoica. Comprende el tiempo entre el final del Paleoceno (hace unos 55,8 millones de años) y el principio del Oligoceno (hace unos 33,9 millones de años). El nombre de Eoceno, definido por el británico Charles Lyell, proviene de las palabras griegas eos (ἠώς, ‘alba’) y kainos (καινός, ‘nuevo’), haciendo referencia a la aparición de los órdenes modernos de mamíferos durante esta época. Durante esta época se formaron algunas de las cordilleras más importantes del mundo, como los Alpes o el Himalaya, y acontecieron varios cambios climáticos importantes como el máximo térmico del Paleoceno-Eoceno, que aumentó la temperatura del planeta y delimita el inicio de esta época geológica, el evento Azolla, un enfriamiento global que daría paso a las primeras glaciaciones, o eventos de extinción masiva como la Grande Coupure, que marca el fin del Eoceno. Como en muchos otros períodos geológicos, los estratos que delimitan este período están bien identificados, aunque no han podido ser datados con total precisión. Las aves predominaban sobre los demás seres, y los primeros cetáceos comenzaron su desarrollo. Además, la especie de serpiente más grande que ha existido data del Eoceno, y se produjo una gran expansión y diversificación de las hormigas. La Antártida comenzó el período rodeada de bosques tropicales, y lo finalizó con la aparición de los primeros casquetes polares. Existen multitud de yacimientos paleontológicos en diversos lugares del mundo que confirman estos hechos, como el sitio fosilífero de Messel, en Alemania, o la Formación Green River, en Norteamérica.

Como el último período Glacial se extendió desde hace 240.000 años hasta hace 80.000 (en opinión del Dr. J: Croll), el hombre, por tanto, debería haber aparecido en la Tierra hace 100.000 ó 120.000 años. Pero, según dice el profesor Winchell, refiriéndose a la antigüedad de la raza mediterránea, se cree generalmente que ella hizo su aparición durante la última desviación de los  glaciares continentales. No tiene esto que ver, sin embargo, con la antigüedad de las razas morenas y negras, puesto que hay numerosas pruebas de su existencia en regiones más al Sur, en tiempos remotos preglaciales. Como un ejemplo de la  certeza y acuerdo geológicos, podemos añadir también las siguientes cifras. Tres autoridades, los ciéntificos T. Belt, Roberto Hunt y J. Croll, al calcular el tiempo transcurrido desde la época Glacial, dan cifras que varían de un modo casi increíble: Belt.. 20.000 años; Hunt …..80.000; Croll …240.000.  No es, pues, de maravillarse que el Dr. Croll confiese que:”En la actualidad es imposible, y quizá lo sea siempre, reducir el tiempo geológico, siquiera sea aproximadamente, a años ni aun a milenios”.   Como  la cronología, según la masonería, no puede medir la era de la creación, por eso su “Antiguo y Primitivo Rito” usa miles de millones de años como la mayor aproximación a la realidad. Las opiniones de las llamadas autoridades científicas, sobre el origen del Hombre, son también, para todo objeto práctico, una ilusión y una trampa. Hay muchos antidarwinistas en la Asociación Británica, y la selección natural principia a perder terreno. Aunque fue en un tiempo la salvación que parecía librar a los sabios teóricos de una caída intelectual final en el abismo de las hipótesis estériles, principia a ser mirada con desconfianza. Hasta el mismo Thomas Huxley está dando muestras de infidelidad, y cree que “la selección natural  no es el único factor”:  

Sospechamos mucho que la Naturaleza da saltos considerables en el sentido de variar de vez en cuando, y que estos saltos dan lugar a algunos de los vacíos que parecen existir en la serie de formas conocidas.También C. R. Bree, arguye de este modo, considerando los fatales vacíos en la teoría de Charles Darwin.   Hay que tener presente, además, que las formas intermedias deben haber sido en vasto número. George Mivart cree que el  cambio en la evolución puede ocurrir con más rapidez que lo que generalmente se piensa; pero Darwin se sostiene firmemente en su creencia, y nos vuelve a decir que “ natura non facit saltum ”.  En lo cual están los Ocultistas de completo acuerdo con Darwin.    La Enseñanza Esotérica corrobora plenamente la idea del progreso lento y majestuoso en la Naturaleza. “Los impulsos Planetarios” son todos periódicos. Sin embargo, esta teoría darwinista, exacta como es en detalles menores, no está de acuerdo con la Enseñanza Esotérica, como no lo está tampoco con Alfred Russel Wallace, quien en su Contributions to the Theory of Natural Selection demuestra concluyentemente que se necesita algo  más  que la Selección Natural para producir el hombre físico.  Alfred Russel Wallace, (1823 – 1913) fue un naturalista, explorador, geógrafo, antropólogo y biólogo británico, conocido por haber propuesto independientemente una teoría de evolución por medio de selección natural que motivó a Charles Darwin a publicar su propia teoría.

Hay una serie de objeciones  científicas  a esta teoría. George Jackson Mivart (1827 – 1900), biólogo británico,  arguye que: “Es un cómputo moderado conceder 25.000.000 de años para el depósito de las capas hasta las Silurianas superiores, e incluyendo éstas. Si, pues, el trabajo evolucionario hecho durante esta deposición representa solamente una centésima parte de la suma total, serían necesarios 2.500.000.000 (dos mil quinientos millones) de años para el desarrollo completo de todo el reino animal hasta su estado presente. Basta la cuarta parte, sin embargo, para exceder con mucho el tiempo que la física y la astronomía parece que pueden conceder para el desarrollo completo del proceso”. Finalmente, existe una dificultad respecto a la razón de la falta de ricos depósitos de fósiles en las capas más antiguas, si la vida era entonces tan abundante y variada como indica la teoría darwinista. Darwin mismo admite que “el caso tiene en el presente que permanecer inexplicable; y esto puede presentarse como un verdadero y válido argumento en contra de las opiniones” sustentadas en su libro.  Así, pues, vemos una carencia notable (con arreglo a los principios darwinistas) de formas de transición graduadas minuciosamente. Todos los grupos más marcados  – murciélagos, terodáctilos, quelonianos, ictiosauros, amaura, etc. – aparecen desde luego en escena. Aun el caballo, animal cuya genealogía ha sido probablemente la que se ha conservado mejor, no proporciona pruebas concluyentes de origen específico, por medio de variaciones fortuitas significativas; mientras que otras formas, como los laberintodontes y los trilobitas, que parecían presentar cambio gradual, se ha demostrado por investigaciones posteriores que no hay tal cosa.

Todas estas dificultades se evitan si admitimos que de tiempo en tiempo aparecen, con relativa precipitación, formas nuevas de vida animal en todos los grados de complejidad, las cuales evolucionan con arreglo a leyes que dependen en parte de las condiciones que las rodean. Y que en parte son internas, semejante al modo como los cristales (y quizá, según las últimas investigaciones, las formas inferiores de la vida) se construyen con arreglo a las leyes internas de su substancia constitutiva, y en armonía y correspondencia con todas las influencias y condiciones del medio ambiente.  “Las leyes internas de su substancia constitutiva”. Éstas son palabras sabias y la admisión de la posibilidad es prudente. Pero ¿cómo podrán jamás ser conocidas esas leyes internas, si se descarta la Enseñanza Esotérica?  En otras palabras, la doctrina de los Impulsos de Vida Planetarios tiene que admitirse. De otro modo, ¿por qué están hoy  estereotipadas  las especies, y por qué hasta las crías domésticas de palomas y muchos animales vuelven a sus tipos antecesores cuando se las abandona a sí mismas?  Pero la enseñanza sobre los impulsos de Vida Planetarios hay que definirla claramente, a fin de que se comprenda bien, si queremos evitar que aumente la confusión. Todas estas dificultades se desvanecerían si se admitiesen los siguientes axiomas Esotéricos: La existencia y la antigüedad enorme de nuestra Cadena Planetaria; La realidad de las Siete Rondas; La separación de las Razas humanas (aparte de la división puramente antropológica) en siete Razas -Raíces distintas;  La antigüedad del hombre en esta Cuarta Ronda; y finalmente, que así como estas razas evolucionan de lo etéreo a la materialidad, y desde ésta vuelven de nuevo a una relativa tenuidad física de contextura, así también todas las especies vivas de animales (llamadas)  orgánicas , inclusive la vegetación, cambian con cada nueva Raza-Raíz.

Seguramente la Ciencia debiera ensayar y ser más lógica que lo es ahora, toda vez que no puede sostener la teoría de la descendencia del hombre de un antecesor antropoide, y negar al mismo tiempo una antigüedad razonable a este mismo hombre. Una vez que Thomas  Huxley habla del “gran abismo intelectual entre el hombre y el mono”, y del “presente enorme vacío entre ellos”  y admite la necesidad de extender las concesiones científicas a la edad del hombre en la Tierra. Ante semejante lento y progresivo desarrollo, todos aquellos hombres de ciencia que piensan del mismo modo debieran convenir en algunas cifras aproximadas por lo menos, y ponerse de acuerdo en la duración probable de esos períodos Plioceno, Mioceno y Eoceno, de los  cuales se habla tanto, sin que se sepa nada definido; si no se aventuran a pasar más allá. Pero no hay dos hombres de ciencia que estén de acuerdo. Cada período parece ser un misterio en su duración, y una espina en el costado de los geólogos. Y, como acabamos de exponer, no pueden armonizar sus conclusiones ni siquiera respecto a las formaciones geológicas relativamente recientes. Así, pues, ninguna confianza pueden inspirar sus cifras, cuando exponen alguna, pues, para ellos, o bien son todos millones o simplemente miles de años.

Lo que se ha dicho puede reforzarse con las confesiones que ellos mismos han hecho, y la sinopsis de éstas se encuentra en la  Enciclopedia Britannica, que indica el medio aceptado en los enigmas geológicos y antropológicos. En esa obra hállase recogida y presentada la flor y nata de las opiniones más autorizadas. Sin embargo, vemos que en ellas se niegan a asignar una fecha cronológica definida aun para aquellas épocas relativamente recientes, como la era Neolítica.  Así, en la gran Enciclopedia se conjetura que:   “Cien millones de años han pasado… desde la solidificación de nuestra tierra, cuando la primera forma de vida apareció en ella”.  Pero parece tan imposible tratar de convertir a los geólogos y etnólogos modernos, como hacer que los naturalistas partidarios de Darwin comprendan sus errores. Acerca de la raza aria y sus orígenes, sabe la Ciencia tan poco como de los hombres de otros planetas. Excepto Flammarion y unos cuantos astrónomos místicos, la mayor parte niega hasta la habitabilidad de los otros planetas. Sin embargo, tan grandes Astrónomos eran los hombres científicos de las primeras razas del tronco ario, que al parecer sabían mucho más de las razas de Marte y de Venus, que los antropólogos modernos de las razas de los primeros albores de la Tierra. 

Dejemos por un momento a la ciencia moderna y volvamos al conocimiento antiguo. Como los hombres científicos arcaicos nos aseguran que todos los cataclismos geológicos, desde el levantamiento de los océanos, los diluvios, y las alteraciones de continentes, hasta los actuales ciclones, huracanes, terremotos, erupciones volcánicas, las olas de las mareas, y hasta el tiempo extraordinario y aparente cambio de estaciones, que tienen perplejos a todos los meteorólogos europeos y americanos, son debidos y dependen de la Luna y los planetas. Más aún: que hasta las constelaciones modestas tienen una influencia en los cambios meteorológicos y cósmicos  de nuestra Tierra. Por ello debemos prestar atención a los regentes siderales de la Tierra y sus hombres. La ciencia moderna niega semejante influencia, mientras que la ciencia arcaica la afirma. Veamos lo que ambas dicen respecto de esta cuestión.  En todo caso parece posible calcular la aproximada duración de los períodos geológicos, con los datos combinados de la ciencia y del ocultismo.

La Geología, por supuesto, puede determinar casi con certeza el espesor de los  diversos depósitos sedimentarios. Ahora bien; es sabido que el tiempo requerido para la deposición de un estrato en un fondo marino tiene que estar en estricta proporción con el espesor de la masa así  formada. Sin duda alguna  que la  cuantía de la erosión de la tierra y de la aglomeración de la materia en los lechos oceánicos ha variado de una edad a otra, y que los cambios debidos a cataclismos de diferentes clases han roto la uniformidad de los procesos geológicos ordinarios. Así, pues, con tal que tengamos algunas bases numéricas definidas en que fundarnos, la tarea se hace menos dificultosa de lo que a primera vista aparece. Concediendo lo debido a las variaciones en la cuantía de los depósitos, el profesor Lefèvre nos presenta las cifras relativas que resumen el tiempo geológico. No intenta calcular los años transcurridos desde que se depositó el primer lecho de rocas laurentianas, pero representando a ese tiempo como X, nos presenta las proporciones relativas en que se hallan los diversos períodos respecto de él. Sentemos las premisas de nuestro cálculo diciendo que,  grosso modo, las rocas Primordiales tienen 70.000 pies (1 pie =0,3048 metros) de espesor; las Primarias, 42.000; las Secundarias, 15.000; las Terciarias, 5.000, y las Cuaternarias, 500.  

Dividiendo en cien partes el tiempo,  cualquiera que sea su  verdadera duración, que ha pasado desde la aurora de la vida en la Tierra (capas inferiores laurentianas), tendremos que atribuir a la edad Primordial más de la mitad del porcentaje de la duración total, o sea 53’5; a la Primaria, 32’2; a la Secundaria, 1’5; a la Terciaria, 2’3, y a la Cuaternaria, 0’5, o sea un medio por ciento.  Ahora bien; como, según los datos ocultistas, es cierto que el tiempo transcurrido desde los primeros depósitos sedimentarios es de 320.000.000  de años, podemos construir una tabla de cálculo aproximado de la duración de los periodos geológicos, en años.  Estas cifras armonizan con los asertos de la Etnología Esotérica en casi todos los particulares. La parte del ciclo  Terciario Atlante, desde el apogeo de aquella raza en el primer tiempo Eoceno, hasta el gran cataclismo en la mitad del medio Mioceno, resultaría haber durado de tres y medio a cuatro millones de años. Si la duración del período Cuaternario no se ha calculado con exceso, como parece, entonces la sumersión de los continentes de Ruta y Daitya sería posterior a la era Terciaria. Es probable que los resultados que se presentan concedan un período demasiado largo, tanto a la edad Terciaria como a la Cuaternaria, dado que la Tercera Raza retrocede mucho dentro de la edad Secundaria. Sin embargo, las cifras son de lo más sugestivo.  Pero como el argumento de las pruebas geológicas está a favor de sólo 100.000.000 de años, comparemos las enseñanzas de la Etnología Esotérica con los de la ciencia moderna. 

Edward Clodd, refiriéndose a la obra de M. de Mortillet,  Matériaux pour  l’Histoire de l’Homme, que coloca al hombre en la mitad del período Mioceno, observa que:  “Sería contrario a todo lo que enseña la doctrina de la evolución, sin que además se adquiriera el apoyo de los creyentes en una creación especial y en la invariabilidad de las especies, el buscar un mamífero tan altamente especializado como el hombre, en un período primitivo de la historia de la vida del globo”. A esto se podría contestar que la doctrina de la evolución, según Darwin y otros evolucionistas posteriores, no solamente es lo contrario de lo infalible, sino que es desechada por varios grandes hombres de ciencia, como De Quatrefages en Francia, el Dr. Weismann, un ex evolucionista, en Alemania, y muchos otros, que van engrosando cada vez más las filas de los antidarwinistas. La verdad debe apoyarse sobre sus propios y firmes fundamentos de los hechos,  y esperar la oportunidad de ser reconocida, una vez destruidos todos los prejuicios que se le oponen. Aun cuando la cuestión ha sido ya tratada de lleno en su aspecto principal, no está de más  argumentar sobre las objeciones científicas.

Echemos una breve ojeada sobre las divergencias entre la ciencia ortodoxa y la esotérica, en la cuestión de la edad de la Tierra  y del Hombre. Con las dos tablas sincrónicas respectivas, podrá verse la importancia de estas divergencias; y percibir, al mismo tiempo, que es muy probable que posteriores descubrimientos de la Geología y el hallazgo de restos fósiles humanos obliguen a la ciencia a confesar que, después de todo, la  Filosofía Esotérica  es la que tiene la razón, o que, por lo menos, es la que más se acerca a la verdad. En la hipótesis científica, la ciencia divide el período de la historia de la Tierra, desde el principio de la vida en la Tierra (o edad Azoica), en cinco divisiones o períodos principales, según Ernst Heinrich Philipp August Haeckel (1834 – 1919),  biólogo y filósofo alemán que popularizó el trabajo de Charles Darwin en Alemania. Sin embargo, la teoría esotérica  divide solamene los períodos de vida de la Tierra. En el  Manvántara  presente, el período actual está dividido en siete Kalpas y siete grandes Razas humanas. Su primer Kalpa, que corresponde a la Época Primordial.

La era Primordial se divide en Laurentiano, Cambriano, Siluriano. La época Primordial, nos dice la Ciencia, no careció en   modo alguno de vida vegetal y animal. En los  depósitos laurentianos se encuentran ejemplares del Eozoon canadiense  – concha dividida en celdillas. En los silurianos se descubren hierbas de mar (algas), moluscos, crustáceos   y organismos marinos inferiores, así como el primer vestigio de los peces. La época Primordial muestra algas, moluscos, crustáceos, pólipos y organismos marinos, etc. La Ciencia  enseña, por tanto, que la vida marina se hallaba presente desde los principios mismos  del tiempo, dejando, sin embargo, que especulemos por nosotros mismos respecto de cómo apareció la vida en la Tierra. No obstante rechaza la “creación” bíblica.  La Filosofía esotérica nos habla de los Devas u Hombres Divinos, los llamados Creadore y Progenitores. La Filosofía esotérica está de acuerdo con la declaración de la Ciencia, excepto en un solo punto. Los 300.000.000 de años de vida vegetal precedieron a los “Hombres Divinos” o Progenitores. Además, ninguna enseñanza niega que hubiese vestigios de vida en  la Tierra además del Eozoon canadiense  en la época Primordial. Algunos geólogos importantes han opinado que las cavidades formadas por capas paralelas onduladas e irregularmente concéntricas que se hallan en los bancos de caliza del laurentino del Canadá son los restos de un organismo animal conocido con el nombre de Eozoon canadiense, foraminifero de gran talla que formaría arrecifes calizos.  

La era Primaria se divide en Devoniano, Carbonífero y Permiano. Según la Ciencia moderna:    “se distingue por sus bosques de helechos, sigillarias, coníferas peces y primeros vestigios de reptiles“. Aquí la Filosofía esotérica  habla de los los progenitores Divinos y las dos Razas y media. Todas ellas son reliquias de la Ronda precedente. Sin embargo, una vez que los prototipos son proyectados de la envoltura Astral de la Tierra,  se sigue un número indefinido de modificaciones.  A su vez, la era Secundaria se divide en Triásico, Jurásico, Cretáceo. Ésta es la Era de los reptiles, de los megalosauros, ictiosauros, plesiosauros, etc.,  gigantescos. Sin embargo, la Ciencia niega la presencia del hombre en este período. Pero le queda por explicar cómo llegaron los hombres a conocer estos monstruos y a describirlos antes de la época de Cuvier. Georges Léopold Chrétien Frédéric Dagobert Cuvier, barón de Cuvier, (Montbéliard, Francia, 23 de agosto de 1769 – París, Francia, 13 de mayo de 1832) fue un naturalista francés.Fue el primer gran promotor de la anatomía comparada y de la paleontología. Ocupó diferentes puestos de importancia en la educación nacional francesa en la época de Napoleón y tras la restauración de los Borbones. Fue nombrado profesor de anatomía comparada del Museo Nacional de Historia Natural de Francia, en París. Cuvier jugó un papel crucial en el desarrollo de la paleontología. Gracias a su principio de correlación fue capaz de reconstruir los esqueletos completos de animales fósiles.

Partiendo de sus observaciones paleontológicas, Cuvier elaboró una historia de la Tierra fundamentada en el fijismo y el catastrofismo. Así, concibió la historia geológica como una historia puntuada por revoluciones o catástrofes. En tales períodos se habría producido la extinción de las especies hasta entonces existentes y su sustitución por otras. Estas nuevas especies procederían de otras regiones del planeta que se habrían salvado de la catástrofe. Así explicaba Cuvier los vacíos estratigráficos del registro fósil, que no parecían permitir la inferencia de una continuidad de las formas orgánicas. Desde la perspectiva del catastrofismo, la edad de la Tierra no necesitaba ser excesivamente prolongada. De ahí que Cuvier abogara por sólo 6.000 años de antigüedad, lo que le enfrentó a Charles Lyell, cuyo gradualismo requería millones de años. Sin embargo, tenemos que hacer referencia a que los antiguos anales de China, India, Egipto, y hasta Judea,  están llenos de monstruos. En este período también  aparecen los primeros mamíferos marsupiales, insectívoros, carnívoros,  fitófagos y, según cree el profesor Owen, un mamífero herbívoro y con cascos.  No obstante, la Ciencia no admite la aparición del hombre antes del  final  del período Terciario  ¿Por qué? Porque al hombre hay  que mostrarlo más joven que los mamíferos superiores. Pero la Filosofía Esotérica nos enseña lo contrario.

Y como a la Ciencia no le es posible llegar a algo que se parezca a una conclusión aproximada de la  edad del hombre, ni aun de los períodos geológicos, la enseñanza oculta aporta más lógica,  aun cuando no se considere sino como una hipótesis.  La Filosofía Esotérica  nos dice que, según todos los cálculos, la Tercera Raza había hecho ya su aparición durante el período Triásico, en que ya había algunos mamíferos y debió haberse producido antes de la aparición de estos. Ésta es, pues, la edad de  la Tercera Raza, en la cual pudieran quizá descubrirse los orígenes de la primitiva Cuarta Raza Atlante. En este punto, sin embargo, sólo podemos hacer conjeturas, pues aún no tenemos ningún dato concreto.La analogía es insignificante. Sin embargo, puede argüirse que, así como a los primeros mamíferos y premamíferos se les muestra en su evolución saliendo de una especie y pasando a otra anatómicamente superior, lo mismo sucede con las razas humanas en su proceso procreativo. Pudiera seguramente encontrarse un paralelo entre los mamíferos monotremas, didelfos (o marsupiales) y los placentales, divididos a su vez en tres  órdenes, lo mismo que la Primera, Segunda y Tercera Razas de hombres. Pero esto requeriría un nuevo artículo. 

La Era Terciaria se subdivide en Eoceno, Mioceno y Plioceno. La Ciencia todavía no admite que el hombre haya vivido en este período. E. Clodd dice: “Aunque los mamíferos placentales y el orden de los  primates, con los cuales el hombre está relacionado, aparecieron en los tiempos Terciarios, y el clima, tropical en el período  Eoceno, caluroso en el Mioceno y templado   en el Plioceno, era favorable a su presencia, las pruebas de su existencia  en Europa , antes del final de la época Terciaria… no son generalmente aceptadas aquí”. Según la Filosofía esotérica, en esta Era Terciaria la Tercera Raza casi ha desaparecido por completo, barrida por los espantosos cataclismos geológicos de la edad Secundaria, dejando sólo tras sí algunas razas híbridas. La Cuarta Raza, nacida millones de años antes de que tuvieran lugar los mencionados cataclismos pereció durante el período Mioceno, cuando la Quinta (nuestra raza aria) tenía ya 1.000.000 de años de existencia independiente. ¿Cuánta más edad tiene desde su origen? El período histórico principió con los  Vedas para los indos Arios.  La Geología ha dividido ahora los períodos y ha colocado al hombre en el Cuaternario, con  el       hombre paleolítico y el hombre neolítico. Pero según la Filosofía Esotérica, si al período Cuaternario se le conceden 1.500.000 años, entonces sólo pertenece al mismo nuestra Quinta Raza actual. Sin embargo, al paso que se ha demostrado que el hombre paleolítico, no caníbal, que ha debido ciertamente anteceder al hombre caníbal neolítico cientos de años, fue un artista notable, el hombre neolítico resulta casi un salvaje, a pesar de sus moradas lacustres.

Charles Gould, en su obra “Mythical Monsters”, dice lo siguiente:  “Los hombres paleolíticos no conocían la alfarería ni el arte de tejer, y aparentemente carecían de animales domésticos y de sistemas de cultivo; pero los moradores neolíticos de los lagos de Suiza tenían telares, alfarería, cereales, ganados, caballos, etcétera. Ambas razas usaban utensilios de cuerno, de hueso y de madera; pero los de la más antigua se distinguen con frecuencia por estar esculpidos con gran habilidad o adornados con grabados animados representando varios animales existentes entonces; mientras que por parte del hombre neolítico aparece una ausencia marcada de semejantes habilidades artísticas”. Las razones de esto son que el hombre fósil más antiguo, los primitivos hombres de las cavernas del remoto período Paleolítico, y del período Preglacial (sea la que quiera su duración y antigüedad), son siempre hombres. Y no hay restos fósiles que prueben lo que el Hipparion y Anchitherium han probado respecto del caballo. Esto es, la especialización gradual progresiva desde un simple tipo antecesor a las formas más complejas existentes.  Además, con respecto a las llamadas hachas paleolíticas, si se las coloca al lado de las formas más toscas de las hachas de piedra, usadas en la actualidad por los australianos y otros salvajes, es muy difícil encontrar diferencia alguna.   Esto prueba que ha habido salvajes  en todos los tiempos ; y la deducción debiera ser que ha podido haber también gente civilizada en aquellos tiempos; naciones cultas contemporáneas de aquellos salvajes toscos. Una cosa semejante vemos en Egipto hace 7.000 años. Por otro lado, un obstáculo, consecuencia directa de lo anterior, es que: si el hombre no es más antiguo que el período paleolítico, entonces no sería posible que haya tenido el tiempo necesario para su transformación, desde el “eslabón perdido”, en lo que se sabe haber sido durante aquel remoto período geológico. Esto es, una especie de hombre superior a muchas de las razas que hoy existen. 

Lo que antecede se presta, naturalmente, al siguiente razonamiento: El hombre primitivo era, en algunos respectos, superior a lo que es ahora. En cambio, el mono más antiguo conocido, el lemurino, era  menos  antropoide que las especies pitecoides (con forma de simio) modernas. La conclusión es que, aun cuando se encontrase un eslabón perdido, la balanza de las pruebas se inclinaría más en favor de ser el mono un hombre degenerado, que enmudeció por alguna coincidencia fortuita, que en favor de la descendencia del hombre de un antecesor pitecoide. La teoría presenta dos aspectos: Por una parte, si se acepta la existencia de la Atlántida, podemos creer en la declaración de que en la edad Eocena, aún en su primer período, el gran ciclo de los hombres de la Cuarta Raza, los Atlantes, había alcanzado ya su punto culminante. Entonces podrían hacerse desaparecer fácilmente algunas de las presentes dificultades de la Ciencia. La tosca hechura de los utensilios paleolíticos no prueba nada en contra de la idea de que, al lado de los que los fabricaron, existieron naciones altamente civilizadas. Se nos dice que sólo se ha explorado una parte muy pequeña de la superficie de la tierra y, de ésta, una parte muy reducida consiste en superficies de tierras antiguas o formaciones de aguas recientes, en donde únicamente puede esperarse encontrar las huellas de las formas superiores de vida animal. Y aun éstas han sido exploradas tan imperfectamente, que donde ahora encontramos miles y decenas de miles de indudables restos humanos casi bajo nuestros pies, hace sólo pocos decenios que empezó a sospecharse su existencia. 

 

Es también relevante que, juntamente con las toscas hachas de los salvajes, los exploradores encuentran ejemplares de trabajos tan artísticos,  que a duras penas podrían encontrarse o suponerse entre los modernos campesinos de un país europeo, más que en casos excepcionales. El retrato del “Rangífero Pastando” en la gruta de Thayugin, en Suiza, y los del hombre corriendo, con dos cabezas de caballo dibujadas junto a él, obra también del período Rangífero, o sea de hace al menos 50.000 años, son declarados por Ronald Laing, no sólo como muy bien hechos, sino que al primero, el “Rangífero Pastando”, se le describe como que “podría hacer honor a cualquier moderno pintor de animales”.  Lo cual no es ninguna alabanza exagerada. Ahora bien; dado que tenemos a nuestros más grandes pintores europeos coexistiendo con los esquimales modernos, que al igual que sus antecesores paleolíticos del período Rangífero, están dibujando bosquejos de animales o escenas de la caza, con la punta de sus cuchillos.  ¿Por qué no pudo pasar lo mismo en aquellos tiempos? Comparados con los ejemplares de dibujos y bosquejos egipcios de hace 7.000 años, los “retratos más primitivos” de hombres, cabezas de caballos y rangíferos, hechos hace 50.000 años, son ciertamente superiores . Sin embargo, se sabe que los egipcios de aquella época fueron una nación altamente civilizada, mientras que los hombres paleolíticos son llamados salvajes. Esto muestra de qué modo se trata de amoldar cada nuevo descubrimiento geológico a las  teorías corrientes, en lugar de hacer que las teorías se adapten a los descubrimientos.

Es curioso; pero los científicos más materialistas de la escuela alemana del siglo XIX son los que, en cuanto se refiere al desarrollo físico , se acercan más a las teorías de los ocultistas. Así, el profesor Baumgärtner cree que: “Los gérmenes de los animales superiores podían únicamente ser los huevos de los animales inferiores; además del adelanto en el desarrollo del mundo vegetal y animal, ocurrió en aquel período la formación de  nuevos gérmenes originales  (los  cuales formaron la base de nuevas metamorfosis, etc.)… los primeros hombres que procedieron de los gérmenes de animales inferiores a ellos, vivieron primeramente en estado de larva.   Así es precisamente; en un estado de larva, decimos nosotros también,  sólo que no procedía de un germen “animal”; y esa “larva” era la forma etérea sin alma de las Razas prefísicas. Y nosotros creemos, como cree el profesor alemán, juntamente con otros hombres científicos de Europa, que las razas humanas  no han descendido  de una pareja, sino que aparecieron inmediatamente en razas numerosas”.  Por tanto, cuando leemos  Fuerza y Materia , y vemos a  Büchner diciendo:  “Evolucionado por generación espontánea, ese mundo orgánico, rico y multiforme se ha desarrollado progresivamente, en el curso de la períodos de tiempo interminables, con el auxilio de fenómenos naturales”. Pero, ¿de dónde vino el  primer germen, si tanto la generación espontánea como la intervención de fuerzas externas se rechazan en absoluto? Sir William Thompson nos dice que los gérmenes de la vida orgánica vinieron a nuestra Tierra en algún meteoro. Esto no resuelve nada, sino que sólo transfiere la dificultad de la vida en la Tierra al supuesto meteoro. El profesor Thomas Huxley dice:  “Si la doctrina del desarrollo progresivo es correcta en alguna de sus formas, tenemos que extender por largas épocas los cálculos más avanzados que hasta ahora se han hecho de la antigüedad del hombre”.  

 

La disputa entre los partidarios de la generación espontánea y sus adversarios ha terminado con la victoria provisional de los últimos. Pero aun estos se ven forzados a admitir, como admitió Büchner y admiten aún Tyndall y Huxley, que la generación espontánea  tuvo que ocurrir una vez  bajo ciertas “condiciones especiales termales”. Virchow rehusa discutir la cuestión y considera que debió haber tenido lugar en algún tiempo de la historia de nuestro planeta. Esto parece más natural que la antes citada hipótesis de Sir William Thompson, de que los gérmenes de la vida orgánica cayeron en nuestra Tierra en algún meteoro; o que la otra hipótesis científica de que  no existe “principio vital” alguno, sino solamente fenómenos vitales que pueden atribuirse a las fuerzas moleculares del protoplasma original. Pero esto no ayuda a la Ciencia a resolver el problema ni el origen del hombre. Así como podemos seguir los esqueletos de los mamíferos eocenos a través de diferentes direcciones de especialización, en sucesivos tiempos terciarios, el  hombre presenta el fenómeno de un esqueleto no especializado, que no puede relacionarse con ninguna de estas líneas. Al “esqueleto especializado” se lo busca en el sitio indebido, donde nunca puede encontrarse. Los hombres de ciencia esperan descubrirlo en los restos físicos del hombre, en algún “eslabón perdido” pitecoide, con un  cráneo mayor que el del mono, y con una capacidad craneal menor que la del hombre, en lugar de buscar esa especialización en la  esencia suprafísica  de su constitución etérea interna, que no puede ser desenterrada de ninguna  capa geológica. 

En los bosquejos hechos por supuestos salvajes paleolíticos o del hombre de la “edad de piedra primitiva”, que se supone fue tan salvaje y bestial como los animales con quienes vivía, no tiene nada que envidiar a un grabado semejante o un bosquejo al lápiz hecho por cualquier escolar europeo actual que no haya estudiado dibujo. En sus bosquejos vemos una representación correcta de las luces y sombras, que el artista copió directamente de la naturaleza, mostrando así un gran conocimiento de la anatomía y de la proporción. Se nos quiere hacer creer que al artista que grabó estos dibujos perteneció a los salvajes semianimales primitivos, contemporáneos del mamut y del rinoceronte lanudo, que algunos evolucionistas quisieron describirnos como una clara aproximación al tipo de su hipotético “hombre pitecoide”.  Estos grabados prueban que la evolución de las razas ha tenido una serie de elevaciones  y caídas. Y que el hombre es, quizá, tan antiguo como la Tierra solidificada. Y que, si podemos llamar “hombre” a su antecesor “divino”, entonces es aún mucho más antiguo. Hasta el mismo Gabriel de Mortillet, que en 1898 había establecido la sucesión cultural en las fases: Achelense, Musteriense, Solutrense y Magdaleniense, parece experimentar una vaga desconfianza en las conclusiones de los arqueólogos, cuando escribe:  “Lo prehistórico es una nueva ciencia que está lejos, muy lejos de haber dicho su última palabra”.  Según Lyell, que es una de las principales autoridades sobre el asunto y el padre de la Geología:  “La constante expectación de llegar a encontrar un tipo inferior de cráneo humano, mientras más antigua sea la formación en que el hecho ocurra,  está basada en la teoría del desarrollo progresivo, la cual puede resultar cierta; sin embargo, debemos recordar que hasta hoy no tenemos ninguna prueba geológica clara de que la aparición de lo que se llaman las razas inferiores de la humanidad haya precedido siempre en el orden cronológico a la de las razas superiores”.    A pesar de todo, ni semejante prueba ha sido encontrada hasta hoy.

 

Esta concesión de Lyell coincide con lo que dice el profesor Max Müller, cuyo ataque a la Antropología darwinista, desde el punto de vista del lenguaje, nunca ha sido satisfactoriamente contestado.   ¿Qué sabemos nosotros de las tribus salvajes aparte del último capítulo de su historia? Compárese esto con la opinión esotérica acerca de los australianos, de los  bosquimanos, así como del hombre paleolítico europeo, como restos de una cultura perdida que prosperaba cuando la raza atlante estaba en su apogeo. ¿Podremos conocer alguna vez  sus antecedentes? Su lenguaje prueba, en verdad, que estos llamados paganos, con sus complicados sistemas de mitología, sus costumbres, sus ininteligibles fantasías y su salvajismo, no son criaturas de hoy ni de ayer. A menos que admitamos una creación especial para estos salvajes, tienen que ser mucho más antiguos o tan antiguos como los indos, los griegos y los romanos. Pueden haber pasado por tantas vicisitudes como aquéllos, y lo que consideramos como primitivo, pudiera ser, por lo que sabemos, una recaída en el estado salvaje, o una corrupción de algo que era más racional e inteligible en estados anteriores. El Profesor George Rawlinson observa que: “El salvaje primitivo” es un término familiar en la literatura moderna, pero no hay prueba alguna de que haya existido jamás.  Más bien todo prueba lo  contrario”.   En su obra  “Origen de las Naciones”, añade: “Las tradiciones míticas de casi todas las naciones colocan al principio de la historia de la humanidad un tiempo de dicha y perfección, una “edad de oro” que no tiene rasgo alguno de salvajismo o barbarie, sino muchos de civilización y refinamiento”.   

¿Prueban los restos encontrados en la cueva de Devon (Inglaterra) que no hubiera entonces razas contemporáneas altamente civilizadas? Cuando la población actual en la Tierra haya desaparecido, y algunos arqueólogos de una hipotética raza futura desentierren los utensilios domésticos de una de nuestras tribus de la selva amazónica ¿estará justificado que saquen la conclusión de que la humanidad del siglo XX estaba “saliendo de la edad de piedra”?  Otra inconsecuencia extraña de las teorías científicas es que al hombre neolítico se le muestre como un salvaje mucho más primitivo que el paleolítico. Recordamos que el Neolítico (Nueva Edad de Piedra) —por contraposición al Paleolítico (Antigua Edad de Piedra)— es uno de los periodos en que se considera dividida la Edad de Piedra. El término fue acuñado por John Lubbock en su obra de 1865 que lleva por título Prehistoric Times. Proviene del griego νέος, néos: ‘nuevo’; λίθος, líthos: ‘piedra’. Inicialmente se le dio este nombre en razón de los hallazgos de herramientas de piedra pulimentada que parecían acompañar al desarrollo y expansión de la agricultura. Hoy en día se define el Neolítico precisamente en razón del conocimiento y uso de la agricultura o de la ganadería. Normalmente, pero no necesariamente, va acompañado por el trabajo de la alfarería. La etapa de transición entre el Paleolítico y el Neolítico se conoce como Mesolítico, mientras que las fases del Paleolítico tardío contemporáneas con el Neolítico y el Mesolítico en otras regiones del planeta se conocen como Epipaleolítico. Se denomina Subneolítico a un pueblo o comunidad de economía cazadora-recolectora que recibe algún influjo de tipo neolítico, típicamente la alfarería, de sus vecinos agricultores.

Aunque Neolítico se traduce literalmente como ‘Nueva edad de Piedra’, quizás sería más apropiado llamarlo ‘Edad de la Piedra Pulimentada’; sin olvidar que la principal característica que define actualmente el período no es otra que una nueva forma de vida basada en la producción de alimentos a partir de especies vegetales y animales domesticadas. Abarca distintos períodos temporales según los lugares. Se sitúa entre el 7000 a. C. y el 4000 a. C. aproximadamente. Este período se inició en el Kurdistán antes del 7000 a. C. (quizás hacia el 8000 a. C.) y se difundió lentamente, sin que en Europa pueda hablarse de Neolítico hasta fechas posteriores al 5000 a. C. A medida que retrocedemos desde el hombre neolítico al paleolítico, los utensilios de piedra  se convierten en toscas y pesadas herramientas, en lugar de instrumentos pulimentados de formas primorosas. La alfarería y otras artes útiles desaparecen a medida que descendemos en la escala. ¡Y sin embargo, los paleolíticos podían grabar semejantes dibujos!   El hombre paleolítico vivía en cuevas que compartía con hienas y leones, mientras que el hombre neolítico vivía en aldeas y edificios lacustres. Todos los que han seguido, aunque no sea sino superficialmente, los descubrimientos geológicos de nuestros días, saben que se encuentra un progreso gradual en las obras de arte, desde el tosco lascado y grosera labra de las primeras hachas paleolíticas, a las relativamente primorosas celts de piedra de aquella parte del período Neolítico que precedió inmediatamente al uso de los metales. Pero esto es en Europa, de la que sólo unas pocas áreas se acababan de levantar sobre las aguas en los días finales de la civilización atlante.

Entonces, lo mismo que ahora, había rudos salvajes y pueblos altamente civilizados. Si dentro de 50.000 años se desenterrasen bosquimanos pigmeos, en alguna caverna del África, juntamente con elefantes pigmeos mucho más antiguos, tales como los que se encontraron en las cuevas de Malta por parte de Milne Edwards, ¿sería esa una razón para sostener que en nuestra edad todos los hombres y todos los elefantes eran pigmeos? O si se encontrasen las armas de los Veddhas del siglo XIX en Ceilán, ¿estarán justificados nuestros descendientes en clasificarnos a todos como salvajes paleolíticos? Todos los descubrimientos que los geólogos desentierran en Europa pueden no ser anteriores al período Eoceno, puesto que las tierras de Europa no estaban siquiera sobre las aguas antes de aquel período. Ni lo que hemos dicho puede ser invalidado por los teóricos que nos digan que estos esmerados dibujos de animales y hombres fueron hechos por el hombre paleolítico hacia el final del período rengífero; pues esta explicación sería muy dudosa, dada la ignorancia de los geólogos sobre la duración, de los períodos. La Doctrina Esotérica enseña claramente las elevaciones y caídas de las civilizaciones,  y  dice que:   “Es un hecho notable que el canibalismo parece haber sido más frecuente a medida que el hombre avanzaba en civilización, y que, al paso que su rastro abunda en los tiempos neolíticos, es más escaso y hasta desaparece por completo en la edad del mamut y del rengífero”. Otra prueba de la ley cíclica. La historia esotérica enseña que los ídolos y su culto desaparecieron con la cuarta raza atlante, hasta que los supervivientes de las razas derivadas de esta última volvieron gradualmente a resucitar el culto.

Los Vedas no promueven los ídolos, pero sí todos los escritos indos modernos.  En  las primeras tumbas de Egipto y en los restos de las ciudades prehistóricas desenterradas por el doctor Schliemann, se encuentran en abundancia imágenes de diosas con cabezas de lechuzas y de bueyes, y otras figuras simbólicas o ídolos. Pero cuando nos remontamos a los tiempos neolíticos, ya no se encuentran tales ídolos, o, si se encuentran, es tan raramente, que los arqueólogos discuten todavía su existencia. Los únicos que parece que han sido ídolos son los descubiertos en algunas cuevas artificiales del período Neolítico, que parecían representar figuras de mujer al tamaño natural, aunque pueden haber sido sencillamente estatuas. De todos modos, todo esto es una de las muchas pruebas de la elevación y caída cíclicas de las civilizaciones y de las religiones. El hecho de que no se hayan encontrado hasta ahora vestigios de restos humanos o esqueletos antes de las épocas Posterciaria o Cuaternaria, aunque los pedernales del Abate Bourgeois puedan servir de aviso,  parece indicar la verdad de la siguiente declaración esotérica:  “Busca los restos de sus antepasados en los sitios elevados. Los valles  se han convertido en montañas, y las montañas se han hundido en el fondo de los mares”.   La humanidad de la cuarta raza atlante, reducida a una tercera parte de su población después del último cataclismo, en lugar de establecerse en los nuevos continentes e islas que volvían a aparecer, mientras que las tierras precedentes formaban los lechos de nuevos océanos, abandonaron lo que hoy es Europa y partes del Asia y África, por las cúspides de montañas gigantescas. Los mares que rodeaban algunas de éstas, se retiraron, dando lugar a las planicies del Asia Central.  

El ejemplo más interesante de esta marcha progresiva lo proporciona quizá la célebre caverna de Kent, en Torquay, suroeste de Inglaterra. En aquel extraño lugar, socavado por el agua en la piedra caliza devoniana,  vemos uno de los anales más curiosos conservados para nosotros en las memorias geológicas de la Tierra. Bajo los bloques calizos amontonados en el suelo de la caverna, se descubrieron, enterrados en un depósito de tierra negra, muchos utensilios del período Neolítico de una ejecución excelente, con unos cuantos fragmentos de alfarería, que posiblemente podían atribuirse a la era de la colonización romana, salvo por el hecho de estar un una zona neolítica. No existe allí rastro alguno del hombre paleolítico; ningún pedernal ni rastro de los animales extinguidos del período Cuaternario.  Sin embargo, cuando se profundiza a través de la densa capa de estalagmitas en la tierra roja que se halla bajo la negra, y que, por supuesto, constituyó una vez el suelo de aquel lugar, las cosas toman un aspecto muy distinto.  No se ve ningún utensilio capaz de sufrir comparación con las  armas finamente cortadas que se encuentran en las capas superiores. Sólo una porción de pequeñas hachas toscas amontonadas, con las que tenemos que creer que los monstruosos gigantes del mundo animal eran domados y muertos por el hombre pigmeo, y de raspadores de la edad Paleolítica, mezclados confusamente con huesos de especies que se han extinguido o emigraron impulsadas por el cambio de clima. Y se dice que el artífice de estas toscas hachas que vemos es el mismo que esculpió los magníficos dibujos. En todos los casos nos encontramos con el mismo testimonio: que desde el hombre histórico al neolítico y del neolítico al paleolítico, el estado de cosas se desliza en retroceso sobre un plano inclinado desde los rudimentos de la civilización a la barbarie más completa, siempre en Europa.  Se nos presenta igualmente la “edad del mamut”, en el extremo de la primera división de la edad Paleolítica, en la cual la extrema tosquedad de los instrumentos llega a su máximum, y en que la apariencia  brutal de los cráneos contemporáneos, tales como el de Neanderthal, señala aparentemente un tipo inferior de humanidad. Pero ellos pueden señalar algunas veces otra cosa: una especie de hombres completamente distinta de nuestra Humanidad de la quinta raza actual.   

Según expresa un antropólogo: “La teoría de Peyrère, ya esté o no científicamente basada, puede considerarse equivalente a la que dividía al hombre en dos especies. Broca, Virey y cierto número de antropólogos franceses han reconocido que la especie inferior del hombre, comprendiendo la raza australiana, la tasmania y la negra, excluyendo los hotentotes y los africanos del Norte,  debe ponerse aparte . El hecho de que en esta especie, o más bien subespecie, los molares terceros inferiores sean generalmente más grandes que los segundos, y los huesos escamosal y frontal estén por regla general unidos por sutura, coloca al  Homo afer en el nivel de una especie distinta, como en muchas de las clases de pinzones. En la presente ocasión me abstendré de mencionar los hechos de la hibridación, los cuales ha comentado tan extensamente el difunto profesor Broca. La historia de esta especie, en las edades pasadas del mundo, es peculiar.  Ella no originó jamás un sistema de arquitectura ni una religión suya propia”.  Es peculiar, en efecto,  como puede verse en el caso de los tasmanos (de la Isla de Tasmania, en Australia) . Isaac de La Perèyre había pergeñado la llamada teoría Preadamita, según la cual Adam no había sido el primer hombre, y el gran diluvio universal habría sido apenas un evento local. Hoy en día, la teoría Preadamita no escandalizaría ni a sectores religiosos, pero en esa época fue una novedad.

Los primeros tasmanos, que se asentaron en la zona hace al menos 35.000 años. Aunque inicialmente debieron poseer una tecnología similar a los australianos del sur, las condiciones ecológicas de Tasmania hicieron que se abandonaran algunas tecnologías, con lo cual hacia 1642 cuando fueron visitados por primera vez por los europeos claramente estaban menos avanzados que los aborígenes continentales, que pulían piedras para utilizarlas como armas. Probablemente en el siglo XVII eran uno de los grupos humanos con la cultura material más simple que se conoce. La información que existe sobre los tasmanos parte de los primeros colonos y estudiosos franceses e ingleses que se establecieron en la isla. Según estas fuentes los aborígenes eran poco agraciados y de estatura baja, con una media de 1,60 metros. Andaban desnudos y llevaban el cuerpo cubierto de cicatrices simétricas. Su forma de vida nómada no incluía la domesticación de animales y no conocían el uso de la agricultura, y ni siquiera los tasmanos de la costa se alimentaban de pescado, ya que no sabían pescar. Su sociedad no conocía rangos jerárquicos y los hombres más valientes en la guerra o caza se convertían en jefes. Practicaban la poligamia y sus refugios consistían en refugios de ramas. Jared Diamond explica que el retraso tecnológico de los tasmanos fue una consecuencia del aislamiento, de hecho algunas islas más pequeñas al norte de Tasmania como Isla Flinders que también estuvo poblada hace unos 35.000 años, albergó presencia humana hasta al menos hace 4.500 años cuando algún tipo de cataclismo acabó por extinguir a la población y nunca más fue habitada. Tasmania al ser más grande presentaba mejores ventajas de adaptación, y Australia mucho mayor aún permitió una cultura material substancialmente más compleja.

Como quiera que sea, el hombre fósil de Europa no puede probar ni impugnar la antigüedad del hombre en esta Tierra, ni la edad de sus primeras civilizaciones.  En cuanto a la prueba de la antigüedad que los ocultistas asignan al hombre, tienen de su parte al mismo Darwin y a Lyell. Este último confiesa que los naturalistas han obtenido ya pruebas de la existencia del hombre en un período tan remoto, que ha habido tiempo para  que muchos mamíferos, que fueron sus contemporáneos, se hayan extinguido.  A pesar del largo transcurso de las edades prehistóricas, durante las cuales el hombre ha debido florecer en la tierra,  no hay  pruebas de cambio alguno perceptible en su estructura corporal. Por lo tanto, si ha divergido alguna vez de un sucesor bruto irracional, tenemos que suponer que ha existido en una época mucho más distante,  probablemente en algunos continentes o islas sumergidos ahora bajo el Océano.   Así, pues, se sospecha la desaparición periódica de continentes. Que los mundos y también las razas o especies son destruidos periódicamente por el fuego (volcanes y terremotos) y el agua, y se renuevan periódicamente, es una doctrina tan vieja como el hombre. Manu, Hermes, los caldeos, la antigüedad toda, creían en esto. Por dos veces ha cambiado ya por el fuego la faz de la Tierra, y dos por el agua, desde que el hombre apareció en ella. Así como la tierra necesita reposo y renovación, nuevas fuerzas y un cambio de su superficie, lo mismo sucede con el agua.

De aquí se origina una nueva distribución periódica de la tierra y del agua, cambio de climas, etc., acarreado todo por revoluciones geológicas, y terminando por un  cambio final en el eje de la Tierra. Los astrónomos pueden encogerse de hombros ante la idea de un cambio periódico en el eje de la Tierra, aunque ahora ya se empieza a aceptar. Para ello es ilustrativa la conversación que se lee en el misterioso  Libro de Enoch, entre Noé y su abuelo Enoch: “… En esos días Noé vio que la tierra estaba amenazada de ruina y que su destrucción era inminente; y partió de allí y fue hasta los extremos de la tierra; le gritó fuerte a su abuelo ‘Enoc y le dijo tres veces con voz amargada: «¡Escúchame, escúchame, escúchame!» Yo le dije: «Dime, ¿Qué es lo que está pasando sobre la tierra para que sufra tan grave apuro y tiemble? Quizá yo pereceré con ella». Tras esto hubo una gran sacudida sobre la tierra y luego una voz se hizo oír desde el cielo y yo caí sobre mi rostro». Y ‘Enoc, mi abuelo vino, se mantuvo cerca de mí y me dijo: «¿Por qué me has gritado con amargura y llanto?». Después fue expedida un orden desde la presencia del Señor de los espíritus sobre los que viven en la tierra, para que se cumpliera su ruina, porque todos han conocido los misterios de los Vigilantes, toda la violencia de los Satanes, todos sus poderes secretos, el poder de los maleficios, el poder de los hechiceros y el poder de quienes funden artículos de metal para toda la tierra: cómo la plata se produce del polvo de la tierra, cómo el estaño se origina en la tierra, pero el plomo y el bronce no son producidos por la tierra como la primera, sino que una fuente los produce y hay un ángel prominente permanece allí. Luego, mi abuelo ‘Enoc me tomó por la mano, me levantó y me dijo: «Vete, porque le he preguntado al Señor de los espíritus sobre esta sacudida de la tierra…”.

La alegoría es, sin embargo, un hecho astronómico y geológico. Existe un cambio secular en la inclinación del eje de la Tierra, y su periodicidad se halla registrada en uno de los grandes Ciclos Secretos. Lo mismo que en muchas otras cuestiones, la Ciencia marcha gradualmente hacia el modo de pensar de los ocultistas. El doctor Henry Wodwaord  escribió en  “Popular Science Review”: “Si fuera necesario recurrir a causas extraordinarias para explicar el gran aumento del hielo en este período glacial, preferiría la teoría expuesta por el doctor Robert Hooke, en 1688; después por Sir Richard Phillips y otros; y últimamente por Mr. Thomas Belt. A saber: un ligero aumento en la presente oblicuidad de la eclíptica, proposición que está en perfecto acuerdo con otros hechos astronómicos conocidos, y cuya introducción no envuelve perturbación alguna de la armonía esencial a nuestro estado cósmico, como unidad en el gran sistema solar”. Oswald von Heer (1809-1883), fue un geólogo, geobotánico, y naturalista suizo. Fue educado para ser pastor religioso, en la Universidad de Halle, tomando las órdenes sagradas. Y luego se graduó como Doctor en Filosofía y en Medicina. Muy temprano se interesa en la Entomología, adquiriendo un especial conocimiento, para más tarde empezar con el estudio de la flora, para llegar a ser uno de los pioneros en Paleobotánica, realizando distinguidas investigaciones en la flora del Mioceno. En 1851 es profesor de Botánica en la Universidad de Zúrich, y dirige su atención a la flora y a los insectos del Terciario, en Suiza. Es fundador y por un tiempo director del Jardín Botánico de Zúrich. En 1863 en coautoría de William Pengelly, investiga los restos de paleoplantas en los depósitos de lignito de Bovey Tracey en Devon, registrándolos como del Mioceno (aunque hoy clasificados como del Eoceno).

En una conferencia de W. Pengelly, dada en marzo de 1885, sobre “El Lago Extinguido de Bovery Tracey”, muestra la vacilación, frente a todos los testimonios,  en favor de la Atlántida:   “Higueras siempre verdes, laureles, palmeras y helechos con gigantescos rizomas, tienen sus existentes congéneres  en un clima subtropical, semejante indudablemente al que había en el  Devonshire en los tiempos Miocenos , y por tanto, deben ponernos en guardia, siempre que el  clima actual de alguna región se considere normal.  Por otra parte, cuando se encuentran plantas miocenas en la Isla Disco, costa occidental de la Groenlandia, entre los 69º 20’ y 70º 30’ lat. N.; cuando sabemos que entre ellas había dos especies que se encuentran también en Bovey (Sequoia couttsiae, Quercus lyelli); cuando citando al profesor Heer, vemos que “la espléndida siempreviva” (Magnolia inglefieldi) maduraba sus frutos tan lejos hacia el Norte como el paralelo de 70 º”  ; cuando vemos también que el número, variedad y exuberancia de las plantas miocenas de la Groenlandia han sido tales, que si la tierra hubiese llegado al Polo hubieran florecido allí mismo algunas de ellas, según toda probabilidad; el problema de los cambios de clima se presenta claramente a la vista, aunque sólo para ser  desechado, al parecer, con el sentimiento de que el tiempo de su solución no ha llegado aún”.    Parece ser que todos admiten que las plantas miocenas de Europa tienen sus análogas, las más parecidas y más numerosas que existen, en la América del Norte; y de  aquí se origina la pregunta: ¿cómo se efectuó la migración desde un área a la otra?

¿Hubo una Atlántida, como algunos creen, que ocupaba el área del Atlántico del Norte? Dado, como declaran los geólogos, que “los Alpes han adquirido 4.000 pies y en algunos sitios más de 10.000’ de su presente altitud desde el principio del período Eoceno”, una depresión posterior al mioceno pudo haber hundido la hipotética Atlántida en profundidades casi insondables. Pero una Atlántida es aparentemente innecesaria y fuera de lugar. Según el profesor Oliver: “Subsiste una estrecha y curiosa analogía entre la flora de la Europa Central Terciaria y las Floras recientes de los Estados de América y de la región japonesa; analogía mucho más estrecha e íntima que la que se encuentra entre la Flora Terciaria y la reciente en Europa”. Vemos que el elemento terciario del Antiguo Mundo es más preponderante hacia su margen oriental en rasgos que dan especialmente un carácter a la flora fósil. En las islas del Japón, este acceso del elemento terciario es más bien gradual y no repentino. Aunque allí alcanza un máximo, podemos seguir su huella en el Mediterráneo, Levante, Cáucaso y Persia; luego a lo largo del Himalaya y a través de la China. Se nos dice también que durante la época Terciaria crecían en el Noroeste de América duplicados de los géneros miocenos de la Europa Central. Observamos además que la flora presente de las islas atlánticas no presenta pruebas substanciales de una comunicación directa anterior con el continente del Nuevo Mundo.

La consideración de estos hechos hace suponer que las pruebas de la Botánica no favorecen la hipótesis de una Atlántida. Por otra parte, apoya la opinión de que en algún período de la época Terciaria el Nordeste de Asia estaba unido al Noroeste de América, quizá por la línea que marca en la actualidad la cadena de las islas Aleutianas. Pero nada que no sea  un hombre pitecoide satisfará nunca a los poco afortunados buscadores del hipotético “eslabón perdido”. Sin embargo, si bajo los vastos lechos del Atlántico, desde el Pico de Tenerife a Gibraltar, antiguo emplazamiento de la perdida Atlántida, se registrasen a millas de profundidad todas las capas submarinas, no se encontraría un cráneo tal que satisficiese a los darwinistas. Según observa el doctor C. R. Bree: “no habiéndose descubierto ningún eslabón perdido entre el hombre y el mono, en formaciones sobre las capas terciarias, si estas formas se han hundido con los continentes cubiertos hoy por el mar, podrían todavía encontrarse-en aquellos lechos de capas geológicas contemporáneas que  no se han hundido en el fondo del mar”. Sin embargo, están fatalmente ausentes, tanto en estas últimas como en las primeras. Si los prejuicios no se aferrasen a la mente del hombre, Sir Charles Lylle, autor de  “The Antiquity of Man”, hubiera encontrado la clave leyendo una cita suya de la obra del profesor G. Rolleston: “Este fisiólogo, dice él, sugiere que como hay una plasticidad considerable en la constitución humana, no sólo en la juventud y durante el  desarrollo, sino hasta en el adulto, no debemos considerar como un hecho, como hacen algunos defensores de la teoría del desarrollo, que cada adelanto del poder físico dependa de un progreso en la estructura corporal; pues  ¿por qué no han de representar el alma o la intelectualidad superior y las facultades morales el papel principal, en lugar del secundario, en el esquema del progreso?   Esta hipótesis se presenta respecto de que la evolución  no se debe enteramente a la selección natural”; pero se aplica igualmente al caso que nos ocupa. Porque nosotros también pretendemos que el “Alma”, o el  Hombre Interno, es lo que desciende primero a la tierra, lo Astral psíquico, el molde sobre el cual se construye gradualmente el hombre físico, despertándose más tarde su Espíritu, sus facultades morales e intelectuales a medida que la estatura física crece y se desarrolla. Así los espíritus incorpóreos redujeron sus inmensas formas a estructuras más pequeñas y se convirtieron en los hombres de la Tercera o Cuarta Raza”. 

Varias edades más tarde aparecieron los hombres de la Quinta Raza, reducidos ahora a la mitad de la estatura, que aún llamaríamos gigantesca, de sus primeros antepasados.   El hombre no es, ciertamente, una creación especial. Es el producto de la obra gradual y progresiva de la Naturaleza, como cualquier ser viviente de esta Tierra. Pero esto es sólo respecto del cuerpo humano. En su  “Antiquity of Man”, Sir Charles Lylle cita  -quizás con espíritu un tanto burlón- lo que dice Hallam en su “Introduction to the Literature of Europe”:   “Si el hombre fue hecho a imagen de Dios, fue hecho también a la imagen de un mono. La constitución del cuerpo de aquel que ha pesado las estrellas y ha hecho esclavo suyo al rayo, se aproxima a la del bruto mudo que vaga por los bosques de Sumatra. Hallándose, pues, en la frontera entre la naturaleza animal y la angélica, ¿qué milagro es que participe de ambas?”. Y, sin embargo, ¿qué es lo que vemos?  Sir William Dawson dice:  “Es además significativo que el profesor Huxley, en sus conferencias en Nueva York, al paso que apoyaba su opinión respecto de los animales inferiores en la supuesta genealogía del caballo, la cual se ha demostrado muchas veces que no llega a ser una prueba cierta, evitaba por completo la discusión sobre que el hombre descienda de los monos, actualmente tan complicada con muchas dificultades, que lo mismo Wallace que Mivart se encuentran confundidos”. Las llamadas “muescas” encontradas en huesos de hombres en cuevas europeas muestran que hasta los rudimentos de la escritura estaban ya en poder de la raza de hombres más antigua que la conocida por la arqueología o geología. 

En su obra “Fallacies of Darwinism”, el doctor C. R. Bree dice:   “Mr. Darwin dice justamente que la diferencia física, y más especialmente la mental, entre la forma más ínfima del hombre y el mono antropomorfo superior, es enorme. Por tanto,  el tiempo -que en la evolución darwinista debe ser casi inconcebiblemente lento- tuvo que haber sido  enorme  también durante el desenvolvimiento del hombre desde el mono. Así, pues, las probabilidades de que se hallen algunas de estas variedades en las diversas formaciones de aguas dulces sobre las capas terciarias, deben ser muchas. ¡Y, sin embargo, ni una sola variedad, ni un solo ejemplar de un ser intermedio entre el hombre y el mono, se ha encontrado jamás! Ni en los bancos de arcilla, ni en los lechos de las aguas dulces, ni en sus arenas y bancos, ni en las capas terciarias o debajo de ellas, se han descubierto jamás restos de individuos de las familias que faltan entre el hombre y el mono que, según Charles Darwin, se  supone que han existido. ¿Es que se han hundido con la depresión de la superficie de la tierra, y se hallan ahora cubiertos por el mar? Si es así, hay toda probabilidad de que se encuentren también en aquellos lechos de capas geológicas contemporáneas, que  no se han hundido en el fondo del mar; siendo aún más improbable que algunas porciones no sean extraídas de los lechos del Océano, como los restos del mamut y del rinoceronte, que se encuentra también en los lechos de aguas dulces y en los acarreos y bancos… El famoso cráneo de Neanderthal, acerca del cual se ha hablado tanto, pertenece, según se ha dicho, a este remoto período (edades del bronce y de piedra) y, sin embargo, presentainmensas diferencias con el mono antropomorfo más elevado conocido”.  

Pasando nuestro planeta por convulsiones, cada vez que  vuelve a despertar para un nuevo período de actividad, parece completamente imposible que se encuentren fósiles pertenecientes a sus rondas anteriores, ni en sus capas geológicas más antiguas, ni en las más recientes. Cada nuevo Manvántara trae consigo la renovación de las formas, tipos y especies; todos los tipos de las formas orgánicas precedentes, vegetales, animales y humanos, cambian y se perfeccionan en la siguiente, hasta el mineral mismo, que ha recibido en esta ronda su opacidad y dureza últimas. Sus partes más blandas formaron la vegetación presente y los restos astrales de la vegetación y fauna anteriores fueron utilizados en la formación de los animales inferiores y en determinar la estructura de los tipos raíces primitivos de los mamíferos más elevados. Y, finalmente, la forma del hombre-mono gigantesco de la ronda anterior ha sido reproducida en ésta y transformada en la forma padre del antropoide moderno. Estas teorías son  seguramente más lógicas y más consecuentes con los hechos. Y  mucho  más  probables que muchas teorías científicas; como por ejemplo, aquella del primer germen orgánico descendiendo a nuestra Tierra sobre un meteoro, lo mismo que Ain Soph sobre su vehículo, Adam Kadmon.

La Cábala llama a esta primera emanación espiritual del Ain Soph, el Inefable Anciano de los Días, que es el Ser de Nuestro Ser, el Padre y Madre en nosotros. El Ser de todos los seres. Él es lo que es, lo que siempre ha sido y lo que siempre será. Causa del Espíritu y de la Materia. No pudiendo expresarse Ain Soph en el Mundo Físico limitado, se expresa por medio de los Diez Sephirotes. Durante la Noche Cósmica el Universo se desintegra en Ain Soph y sólo existe en su mente y en la de sus Dioses, pero lo que en la mente de Él y en la Mente de Ellos existe, es objetivo en el Espacio Abstracto Absoluto. Sólo que este último descenso es alegórico.  Pero la teoría del germen en el meteoro es una teoría que la gente se ve en el caso de admitir si quiere estar en armonía con la Ciencia moderna.  Las  actuales  teorías chocan entre sí de un modo mucho más discordante que con las teorías de los ocultistas, fuera de los sagrados recintos del saber. Porque, ¿qué es lo que queda después que la Ciencia insiste en que la  vida es un  efecto debido a la acción molecular del protoplasma  primordial? La nueva doctrina de los darwinistas puede definirse y resumirse en unas cuantas palabras de Herbert Spencer:”La hipótesis de las creaciones especiales resulta sin ningún valor: sin valor, por su derivación; sin valor, en su incoherencia intrínseca; sin valor, como careciendo en absoluto de pruebas; sin valor, porque no satisface a una necesidad intelectual; sin valor, porque no llena necesidad moral alguna. Por tanto, debemos considerarla sin ninguna importancia frente a cualquier otra hipótesis respecto del origen de los seres orgánicos”.

diciembre 8, 2011 - Posted by | Atlántida, Ciencia, Historia oculta, Lemuria, Mu, Otros

9 comentarios »

  1. No puedo creer que no haya comentarios, tu información es tan rica… tal vez sea por eso, de hecho, no pude leerlo todo, sólo estaba buscando confirmar datos que ya tenía sobre el Diluvio y tu blog fue el tercero que abrí, los otros dos tenían casi exactamente la misma información, sólo que el tuyo tiene muchos datos extra sobre ése y otros temas, así que supongo que o tienen la misma fuente (¿cuál?) o ellos hicieron el clásico copiar/pegar.

    Volviendo a tu información, todos los temas que tratas me interesan y he escrito y estoy escribiendo sobre varios y los otros los tengo en proyecto, pero es muy satisfactorio encontrar alguien con las mismas inquietudes e intereses.

    Te felicito por esa gran cantidad de información.

    Silvia Eugenia Ruiz

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    Comentario por serunserdeluz | mayo 27, 2012 | Responder

  2. EX-CE-LEN-TE. HACIA FALTA UN ARTICULO COMO ESTE.

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    Comentario por SINKOMPLEJOS | diciembre 23, 2012 | Responder

  3. No se si el autor de artículo anterior a este, sea el mismo, pero parece que no, pues difiere netamente en que el primero es netamente cietífico, mientras que el úlltimo es de caracter casi místico, digamos, seudo-científico. Si es asi, es una lástima que personas eminetemente cietíficas, se rebajen y escriban cosas místicas, pura palabreria vana, con la posibilidad de engañar o desorientar a alguna alma apenas aferrandose a la teoría científica.

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    Comentario por gonsaloperez sanches | diciembre 21, 2013 | Responder

    • El autor de todos los artículos es la misma persona. En la bienvenida al blog ya explico que intento tratar distintos temas con distintos puntos de vista, algunos contradictorios. Por otro lado no pretendo ser científico, ya que considero la ciencia como uno de los distintos puntos de vista que componen nuestro universo. De hecho, la teoría cuántica pone en sincronía antiguas afirmaciones del misticismo oriental con la ciencia moderna.

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      Comentario por oldcivilizations | diciembre 21, 2013 | Responder

  4. es verdad que ya existe un articulo

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    Comentario por mati | julio 23, 2014 | Responder

  5. […] ¿Qué sabemos realmente sobre la antigüedad de la Tierra y de los seres humanos? […]

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    Pingback por Artículos en este blog « Oldcivilizations's Blog | mayo 4, 2018 | Responder


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